Entrevistas

Javier Lostalé: arder en lo oscuro

Gloria Díez entrevista al poeta con motivo de la publicación de 'Ascensión', un poemario marcado por el amor y la pérdida, pero no el dolor.

/ una entrevista de Gloria Díez /

Javier Lostalé viene de cumplir los fastos que han acompañado a su entrada en la década de sus ochenta y de presentar su último libro, Ascensión, en el que el poeta reconoce haber alcanzado el punto más alto de su depuración expresiva. Es Ascensión un poemario marcado por el amor y por la pérdida, pero no por el dolor. Loslaté, poeta, periodista y crítico literario, «arde sin nadie», porque sabe que «en lo más oscuro, late el tacto de una luz». Marcado por la presencia de Vicente Aleixandre, que fue una figura central en su comienzo literario, Javier Lostalé se encuadra en la generación de los setenta, y es uno de los poetas con mayor dominio expresivo de su generación. Ascensión es su noveno poemario y está publicado en Pre-Textos. Esta entrevista tuvo lugar en el Café Comercial de Madrid, en medio del bullicio, con un fondo de botellas iluminadas y con su inseparable sombrero como testigo de excepción.

¿Ascensión es su libro más depurado? Claro que el anterior fue Cielo: ya volaba usted muy alto.

En Ascensión hay un paso más, si bien es cierto que esa depuración comenzó en 2010 con Tormenta Transparente, continuó en El pulso de las nubes, se hizo más intensa en Cielo y yo creo que ahora es cuando he llegado al techo, entre comillas, de esa desnudez. Dice Pureza Canelo, y la cito a ella, porque lo ha visto muy bien, que este libro es un diálogo del espíritu con el espíritu, o también un libro de amor, pero de amor intangible, es decir, que el amor está fecundando todo el poemario, pero no existe una figura (amorosa) que se pueda percibir. Creo que este libro he hecho realidad algo que… [Javier Lostalé saca un folio y aclara: lo he apuntado para ser exacto], algo que leí hace poco en un poema inédito de Clara Janés, que sintoniza mucho también con el libro; dice en estos versos Clara Janés: «¿Inventamos la realidad con la mente? ¿O no está en los ojos la ceguera/ y solo la luz interior/ nos permite definir el perfil de aquello que nos incumbe,/ aunque lo ignoremos?». Coincido con eso en que muchas veces la ceguera no está en los ojos, podemos no estar ciegos, pero no ver y en cambio estar ciegos y ver con la luz interior.

[«¿Café bombón descafeinado?», pregunta la camarera. «Para el señor», le indico].

Escribe usted: «No necesita alas tu ascensión./ Basta con haber sido visitado/ por una transparencia sin tiempo ni espacio». ¿Eso tiene que ver con ser visitado por un espíritu o por el espíritu?

Efectivamente hay una visitación, y eso es algo que no había oído antes, pero con lo que me identifico plenamente ahora que acaba de decirlo. Tiene que ver con ser visitado por un espíritu, y ese espíritu tiene también mucho de carnal, es decir que, en este libro, aunque sea un libro de sublimación o un libro desnudo, está lleno también de fisicidad, de carnalidad, creo yo.

[En una presentación de Ascensión, posterior a la entrevista, Lostalé abundaba en esta idea: «Existe la energía, la irradiación de un ser amado y ahí está presente el deseo. El deseo es el centro de la vida»).

¿Qué supone Ascensión respecto al resto de tu obra? ¿Una continuidad de algo que ya estaba o un salto?

Es un salto, pero yo creo que a lo largo de toda mi poesía, incluso la primera, hay algunas constantes que se van repitiendo; es decir que yo, a veces, he releído algún poema mío de mi primer libro, de Jimmy, Jimmy, y, en cuanto a un pensamiento sintiente y en cuanto a la presencia, desde luego, de lo carnal y de lo sensorial, es muy sensorial también, que está ya presente. Yo creo que lo que se ha ido depurando ha sido el lenguaje; he ido prescindiendo mucho de metáforas. En la época primera, había más metáforas, y también en la primera época había una vinculación muy grande con Vicente Aleixandre, no solo personal, que la tuve, sino con su lectura. Incluso en algunos versos, la construcción alexandrina de utilizar la o como algo identificativo y no disyuntivo, la utilizaba yo también.

Ascensión es un libro que está traspasado por la pérdida, la soledad y la exaltación de ambas.

Si, y me parece muy bien que utilice el término exaltación, porque es un libro exaltador y celebratorio, a pesar de que existan pérdidas y exista desamor, pero es un desamor que adquiere también la categoría de desamor del espíritu porque, aunque no se cuenta nada, ninguna historia, se deja entrever el desamor.

[Dice Lostalé: «La ascensión puede ser también un descenso hacia lo íntimo»].

Escribe usted: «Sin destino, ni figura/ cada día tu historia escribirás/ pues bastará a tu corazón/ consumarse en hermoso latido solitario». ¿Basta realmente, Javier?

Cuando yo lo escribí, sí. [Javier sonríe pícaro. Tiene una piel blanca, casi transparente]. Pero no sé si basta en la vida o basta solo en la escritura. Y aquí vuelvo a hablar de eso que he comentado varias veces: la biografía y la poesía no siguen caminos paralelos siempre, sino que, muchas veces, en la poesía lo que hay es un intento de remediar aquello que no se tiene; un intento de superar el propio comportamiento en la vida, mediante un comportamiento en el poema que es, quizá, el que nos gustaría adoptar, pero que en nuestra vida no adoptamos.

Una vez le oí decir que las mejores cosas habían llegado a usted después de los sesenta. Incluso en el amor. Pero el amor es un producto frágil, ¿no? 

Claro que sí, el amor es muy frágil, pero eso que dice es verdad: yo cuando he vivido más intensamente es a partir de esa edad. De hecho, yo creo que cuando era joven, cuando era muy joven incluso, era mayor de lo que soy ahora…

Le creo.

… en la forma de vestir y en todo. Me acuerdo que tuve una compañera, que me decía: «¿Cómo siento tan joven vas vestido de esa forma tan antigua?». Y me llevó a una tienda para que aprendiera a comprarme otro tipo de ropa. Yo iba con un abrigo que me llegaba casi hasta los zapatos. A medida que me iba haciendo mayor, he ido disfrutando más de la vida y gozando sobre todo de la pulsión amorosa, que eso sí que no se interrumpe nunca. Aparte de que, a la persona amada, independientemente de la edad que tenga, la vemos siempre como la vimos en el momento en que la elegimos; la seguimos viendo igual.

«Te quiero, dijiste. Y en su nevado misterio/ todo se consumó». ¿Habla de un amor eterno en el instante?

En el libro hay siempre un intento de sublimación y de búsqueda, de alguna manera, del amor absoluto.

Canta usted al amado que no está y lo hace sin amargura, sin reproche. Eso no es frecuente.

Eso vuelve a conectar con lo que dijo usted antes de la exaltación, porque efectivamente hay en este libro mucha celebración y mucha aceptación también de lo vivido, a pesar de tanta sombra. Mi nuevo libro, que tiene solo un poema ¡y cuándo llegará el segundo!, creo que va a ser un libro muy alegre, en el sentido de agradecimiento a la vida.

No tiene título, claro…

Si

¿Tiene título? ¿Con un solo poema?

Si. Igual que en Ascensión, el primer poema es el que da título al libro, y el título de Ascensión lo tuve incluso antes de empezar a escribir el primer poema. El título que tengo ahora, por lo menos el primer poema termina así, es: Esa tiniebla tan luminosa.

Escribe usted: «Es en la ausencia donde se resume / la misteriosa asfixia del amor». Es una mística carnal: la apnea, el desmayo, el éxtasis.

El deseo está muy presente en todo el libro y lo carnal y lo físico y en ese sentido, claro, se relaciona con lo místico, sobre todo con el sentido erótico que tiene también la mística, el propio san Juan de la Cruz. Muchas veces se ha dicho que es uno de los grandes poetas eróticos.

Usted habla del yo poético y del yo biográfico, pero a mí lo que me interesa es la relación entre ambos. ¿No hay vasos comunicantes?

Hay mucha relación, hasta el punto de que, cuando escribes el poema, y piensas que vives en el poema cosas que no vives en la vida, estás proyectando la vida ahí. Entonces, sí, es una forma de ver la relación entre la biografía y la creación.

[Lostalé llega a decir: «La verdadera vida está en los que escribes»].

Se habla de su bonhomía como una de sus características. ¿Es usted buen amigo de sus amigos?

Yo lo que he tenido es la suerte de contar con otros poetas, también amigos, que me han impulsado a seguir escribiendo. Me acuerdo de que Antonio Colinas, cuando yo trabajaba muchas horas en la radio, me decía que tenía que escribir. En aquella época, en que yo pasé sin publicar catorce años, me decía que debía escribir más y publicar. Claudio Rodríguez, con quien tuve una relación bastante intensa, también me lo decía, y luego otros que, sucesivamente, me fueron ayudando.

[Javier Lostalé apura el final del café y habla pausadamente, como si repasara por enésima vez su trayectoria literaria].

Cuando volví otra vez a la poesía, la ayuda de los amigos fue fundamental para encontrar editoriales. Yo estaba muy desorientado en ese sentido. La primera fue Pureza Canelo, gran amiga mía y una poeta a la que admiro enormemente. Yo había escrito durante esos catorce años un libro solo: La rosa inclinada, y ella me insistió en publicar con Luis Jiménez Martos en Adonáis, aunque no me hubiera presentado al premio, cosa que no era muy común. Y esa fue la resurrección mía, porque luego, a los dos años, publiqué Hondo es el resplandor y después ese otro libro de poemas en prosa que para mí tiene mucho interés: La estación azul.  La estación azul tuvo el Premio Francisco de Quevedo; recuerdo que en el jurado estaban… Eran amigos míos todos. Estaba Jaime Siles, estaba Luis Alberto de Cuenca, estaba Clara Janés y para mí fue el único premio que tengo en un concurso literario, aunque luego también tuve el Premio Nacional al Fomento de la Lectura.

[El ruido en el Café Comercial sube explosivo y apaga, en parte, la voz de Javier].

 ¡Ah!… se publicó la obra completa en Calambur. Fue Juan Carlos Mestre el que me llamó un día y me dijo que había hablado con los de Calambur y que había que publicar los libros que hasta entonces había escrito. Pero ¿no será demasiado pronto? No, no, no, me dijo, hay que publicarlo y tal.  Y consiguió que efectivamente se publicara. Y ya, después de esa publicación, estuve ocho años sin publicar nada hasta Tormenta transparente, que apareció también en Calambur. Y luego ya, desde Tormenta transparente hasta el actual, siempre ha habido cuatro años: Tormenta transparente fue de 2010, El pulso de las nubes en 2014, Cielo en 2018 y Ascensión en el 2022, así que el próximo libro, si vivo, tendría que publicarse en 2026.

Eso ya es una pauta de comportamiento o una pauta del destino. Dígame, ¿existe eso que llaman «la soledad sonora»? Y en caso de que exista, ¿es un don o hay que ganarla?

Yo no sé si será un don, hay quien tiene el don, pero ese don, de alguna manera, hay que trabajarlo, igual que la inspiración, que debe sorprenderte trabajando, porque sin trabajo la inspiración no sirve de mucho. También hay que trabajar un poco esa soledad.

¿Hasta que se vuelva sonora, hasta que te hable?

Hasta que hable, sí. Y puede hablar: esa soledad sonora tiene también su cuerpo.

¿Quién ha sustituido para usted a Aleixandre como maestro?

Pues Rilke y Cernuda. Luego, ya del grupo de los años cincuenta, por lo que significa para el pensamiento, Valente. También Claudio Rodríguez, investido del espíritu más puro de la poesía.

¿Qué recuerdas de Aleixandre?

Bueno, Aleixandre fue para mi como un padre. Mis relaciones con mi padre no eran demasiado buenas y él fue un consejero en aquella época de primeros libros y primeros amores. Hay un poema mío de Jimmy, Jimmy que terminaba de una forma que no le debió de gustar y me lo terminó él, con la promesa de que no desvelase nunca qué versos había añadido. Al final de su vida, casi no podía ver y yo me he quedado con esa amargura. Le iba a ver cada quince días y luego apenas le vi. Eso le causó a él dolor y enfado.

Si piensa en él, ¿qué imagen es la primera que le viene a la mente?

La mirada y luego su conversación.

¿De qué hablaban?

Aparte de la poesía, de las experiencias amorosas.

¿De qué color tenía los ojos?

Entre verdoso y azul, yo pienso más bien que azul.

Y los ojos azules de Javier Lostalé se pierden en el recuerdo, mientras un bebé gorjea y  una mujer cuentan, a voz en grito, lo increíblemente egoísta que puede ser esa que dice ser su amiga.


Gloria Díez es periodista y escritora. Ha trabajado durante más de veinte años en prensa y televisión, donde ha realizado trabajos de reportera y columnista. Ha entrevistado a personajes como Jorge Luis Borges, Doris Lessing, Adolfo Suárez o Mick Jagger. En televisión, como guionista, ha colaborado, entre otros, con Adolfo Marsillach. Su último trabajo en prensa ha sido como redactora jefe de la revista A Vivir. Su primer libro de poemas, Mujer de aire, mujer de agua, se publicó en la colección Adonáis. En 2012 apareció Dominio de la noche, su segundo poemario. Y en 2018 el tercero, Inocente ceniza. En este momento acaba de terminar el cuarto. Su poesía se ha recogido en antologías como Litoral femenino: literatura escrita por mujeres en la España contemporánea, en el libro Poesía española, 1982-1983 del crítico José Luis García Martín y en la cuarta antología de la colección Adonáis. Es autora de la biografía Serafín Madrid: hortelano de sueños. Desde hace tres años coordina la tertulia El Escribidor, que se reúne en la Biblioteca Mario Vargas Llosa de Madrid.

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