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Decepción y desesperanza

Guillermo Quintás escribe sobre su decepción con la falta de entendimiento entre las fuerzas políticas españolas.

/ por Guillermo Quintás /

Es inevitable escribir y trasladar a otros lo que constituye un motivo de preocupación para quien escribe. Hasta las anécdotas, en lo que tienen de significativas, hacen del comunicarse con otros algo imperioso, ineludible. Y cada día se acrecienta más la necesidad de escribir, pues en cada día se arruinan los débiles motivos de esperanza que aún abrigo. Les traslado algunas palabras, algunos gestos y la impresión producida por un torneo.

Hace unos días, el señor Escrivá, ministro con muchos años de trabajo en la función pública, gritaba indignado en el Congreso de los Diputados: «¡Es mentira, es mentira!». Todos sabíamos algo que el señor ministro parecía desconocer: «Han estado ustedes mintiendo y diciendo que a la Seguridad Social había que ir con cita previa. No es verdad. Al 25% de las personas se las atiende directamente. Y hay gente que les ha creído». El ministro Escrivá me merece todo el respeto: le considero trabajador y con verdadera voluntad de servir a los españoles. Pero, a la vista de la realidad, surge una pregunta inevitable: ¿cómo un ministro puede ignorar una realidad tan inmediata, comentada y denunciada por lo que se refiere a la atención prestada a los ciudadanos por parte de su Ministerio y de otros? ¿Acaso nadie le informa, o bien le pasan dossiers de prensa trucados, pues se evitan las quejas y no se da cuenta de la más insolidaria y mezquina de las actividades: la venta de números de turno? Señor Escrivá, creo auténtica su indignación, porque debe de ser un trabajador incansable, pero usted ya vive fuera de la realidad: en la de los ciudadanos no está. Es un motivo de desesperanza.

Si nos movemos en el ámbito local, se alcanzan cotas de parodia. Los lectores del diario Levante EMV de Valencia tomaban noticia el pasado 11 de mayo de la existencia de una cola que se extendía en torno al edificio central del Ayuntamiento de Valencia. No era cosa de un día. Centenares de personas, pegadas a la pared, que deseaban darse de alta en el padrón municipal o transformar algún dato del mismo guardaban una rigurosa y ordenada cola. En la cabecera, los autores del reportaje recogían testimonios del siguiente tenor: «Llevo desde octubre para conseguir cita», «PP y Ciudadanos llevan meses reclamando que se aumente el personal y que se atienda en las 17 juntas de distrito». Lo que sorprendía al lector no era el apreciar que muchos se protegían del sol mediante un parasol, sino el saber que el parasol había sido facilitado por una funcionaria que pasaba ofreciendo parasoles con el fin de evitar los muchos grados del día. Puede ser que el periodista aportara la foto de la funcionaria con los paraguas, colgando del antebrazo y ofertando uno a un colista, pensando en resaltar la atención prestada a los ciudadanos y la amabilidad con la que los munícipes habían tratado a los colistas; pero, aun concediendo que este fuera el propósito del munícipe en jefe, la pregunta es inevitable: ¿no sería más razonable que se hubieran organizado los recursos de personal para que no se genere esa cola? ¿En los años en los que todos los servicios municipales están informatizados no cabe dar otra solución a la demanda de los ciudadanos, a la cola, que el aportar un paraguas? ¿Es preciso que todas las personas entren y salgan por una misma puerta? ¿No dudarán ustedes de que, ante este escándalo, todos los gestores municipales han prometido «una atención de calidad, ágil y eficaz» para el futuro? La funcionaria, los parasoles y su préstamo son en sí mismos una parodia de la buena gestión que todos prometieron y que todos hemos deseado.

Pero lo que provoca mi reflexión hasta generar decepción y desesperanza es la lectura de informes electorales en los que, por ejemplo, se hace depender el gobierno de Aragón de un diputado. Por una o por otra zona de nuestro mapa, se da una serie de problemas que requieren de un momento de pausa y, sobre todo, de una pregunta que es inevitable cuando ni el PP ni el PSOE pueden pensar en gobernar sin hacer coaliciones; sin dar a unos votos un valor que no tienen en razón de los votantes que los amparan; sin incumplir promesas a las que el tiempo enmohece. Si PP y PSOE van a precisar de coaliciones más o menos amplias, ¿no sería más razonable que el PP y el PSOE, depositarios de millones de votos, pensando en los problemas que acucian a la educación, al empleo juvenil, a una sanidad cansada y gastada, a una justicia colapsada por trabajo y huelgas sectoriales, articularan mediante una negociación lúcida un proyecto de gobierno que corrigiera estos y otros aspectos claves de nuestra convivencia? ¿Se ha pensado que quien vota a un partido que ha de gobernar en coalición está obligando al ciudadano a aceptar muy probablemente a unos representantes en los que no tiene la menor confianza, le prometan lo que le prometan, aunque sea un supermercado con precio justo? Me ha bastado con seguir unos segundos el encuentro y descalificación mutua llevada a término en el Senado por el señor Sánchez y el señor Núñez para perder toda esperanza del necesario entendimiento que los españoles necesitan. No están favoreciendo un posible entendimiento entre los españoles; algo peor: están cercenando todo brote de esperanza. Se podían ir los dos y que otros ensayaran el necesario entendimiento para articular un proyecto que cubra las necesidades de todos los españoles. No tendrán esa elegancia.

Me gustaría dedicar unas líneas al tratamiento informativo de los periódicos que leo. Pero la desesperanza es aún mayor, pues algunos periódicos han sido entregados directamente a los partidos políticos para que aireen sus causas. Ya estamos siendo testigos de las páginas de publicidad institucional. Su causa parece ser su cuenta de explotación.


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Guillermo Quintás Alonso (Gradefes, 1944), doctor en filosofía, obtuvo el Premio Extraordinario de Doctorado por la Universitat de València con una tesis dirigida por el Dr. Fernando Montero Moliner. Ha impartido clases de filosofía en enseñanza media y de filosofía moderna en la Universitat de València. En su faceta editorial, ha formado parte del equipo de lectura de prestigiosas editoriales y ha sido director de colecciones como «Leyendo… », «Filosofía. Las propuestas en sus textos» o «Educació. Materials». Autor de numerosos artículos y conferencias integradas en seminarios de distinto signo, siempre ha asociado sus reflexiones a la edición de textos clásicos.

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4 comments on “Decepción y desesperanza

  1. Lúcido y equilibrado, como siempre. Me gusta tu forma de ir de la anécdota al problema y coincido contigo en la necesidad de no dejarnos arrastrar a la confrontación, de la que siempre sacarán tajada los populismos de derecha o izquierda. En cuanto a la solución, en mi opinión, ya es hora de que los partidos se desprendan de sus líderes tóxicos y apuesten por otros capaces de hablar con todo el mundo sin excepciones pero también sin chantajes.

    • guillermoquintsalonso

      Miguel, mi desesperanza es grande porque esos líderes han hecho los partidos a su imagen y servicio. Muy difícilmente les harán ver que el entendimiento son incapaces de generarlo y que carecen de la disposición intelectual y moral que se precisa para llevar adelante una negociación que atienda a la gran conquista de nuestra sociedad, conocida como sociedad del bienestar! La verdad es que la veo en peligro. El Clínico, según la prensa, convierte la sala de espera de trauma en sala de pacientes en espera de ingreso!!!!!!!!!!!!!!!!!! Y así, día a día, estamos viendo y teniendo notician de problemas graves.

  2. Miguel Centeno

    Amigo Guillermo, leerte es un bálsamo para el ánimo porque, aunque hablas de la desesperanza y el cansancio, lo haces desde la serenidad y la cordura. A mi me da por el humor para escapar del susto diario con el que desayunamos.
    Hoy me parece apropiada la famosa frase:
    ¡Cuidado, que vienen los nuestros!

  3. guillermoquintsalonso

    Estimado Miguel, tenemos que escribir, que hablar! Cómo es posible que dos partidos que reúnen más de 12 millones de votos no son capaces de introducir orden en la cosa pública y prefieren someterse a quienes tienen 100.000 o bien 200.000 votos? ¡Qué falta de cordura! Este es un medio para hjablar y hay que hacerlo. Guillermo.

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