Narrativa

Eclipse total

Carmen Morán se estrena como colaboradora de EL CUADERNO con una reseña de 'Eclipse total', de Juan Varo, 49 historias de finura majestuosa.

/ una reseña de Carmen Morán Rodríguez /

Hasta el presente año, Juan Varo nos había brindado una serie de cuatro libros brillantes de aforismos: Jugador de ventaja (Diputación de Granada, 2000), Desaforado (Alhulia, 2002), Mudo pez en el mar (Ediciones de Aquí, 2011) y El demonio meridiano (Cuadernos del vigía, 2021). Ello además de sus trabajos académicos (es profesor de teoría de la literatura y literatura comparada en la Universidad de Granada) y de una serie de textos excéntricos, así como sus publicaciones cotidianas en la red social Facebook, en las que aborda, siempre con un punto de vista perspicaz, asuntos variados que comprenden sus muchas pasiones: apuntes sobre emblemática clásica, comentarios a Dante o Proust (dos de sus predilecciones literarias), brevísimos ensayos sobre ciencia-ficción, cómic, cine (de vampiros, y cine en general) o música rock, punk y heavy (es un gran conocedor de todos estos ámbitos), pero también penetrantes análisis de programas televisivos como Sálvame, La isla de las tentaciones o First dates. La contraposición de estos intereses heterogéneos desvirtúa la mirada comprensiva de Juan Varo, que se sustenta, según creo, sobre la certeza de que todo ello es uno y lo mismo: manifestaciones sublimes o ínfimas de la naturaleza humana, ninguna de las cuales, por bochornosa o excelsa que sea, nos es del todo ajena. Varo las contempla desde una desolación serena, actuando como notario integrado en medio del apocalipsis, aunque lo flemático —en ocasiones lo melancólico— no quita lo entusiasta. En ocasiones, los lectores y amigos le hemos reclamado que reúna temáticamente algunas de estas publicaciones a vuelapluma en libro, sugerencia que Varo declina, de momento, agradecido y elegante como él es. Me parece que acierta por una cuestión de puro decoro: nada más apropiado y coherente para su propia obra, heredera de los ensayos de Montaigne, que esta dispersión amena.

Recientemente, el autor ha sumado a su obra publicada en papel un título más, Eclipse total, que mantiene la preferencia por la brevedad, pero de un modo muy diferente a sus libros anteriores de carácter aforístico, ya que en este caso son brevísimas historias que se reparten en tres partes. Estas se titulan, respectivamente, «Eclipse de luna», «Eclipse de sol (Variantes literarias)» y «El eclipse infinito». La extensión de cada relato es desigual, oscila entre las cinco líneas de «La esfinge» y las catorce páginas de «Las cárceles utópicas». La segunda agrupación se presenta como un conjunto de apostillas a autores y obras clásicas aunque sumamente variadas (la Biblia, Kafka, Tácito, Dante, Caperucita, El flautista de Hamelin, entre otros); en las partes primera y tercera conviven las escenas rurales («Manolo Víboras», «Eclipse total», «Las medias») con las urbanas: así «Humedad (una confidencia)», «Ana» o «Los vecinos malos». En ambos casos las zozobras y miserias de la gente corriente se imponen sobre lo pintoresco. Algunos de los cuentos son verdaderos apólogos («Los moralistas», «El dios maligno», «El emperador», «Las cárceles utópicas»); otros («Humedad») entregan la anécdota al lector para que este decida si estremecerse extrayendo conclusiones. Algunos se aproximan al capricho fantasioso («Icaria», «Los relojes lentos», «Épica»). Los recuerdos de la niñez y la familia asoman en varios cuentos; quiero destacar dos especialmente terribles: «Culpable» y «Lecciones de arte». En algunos casos los textos semejan estampas, pero hay siempre en ellos un mínimo de narración, y esto me parece importante en la manera de abordar el relato: un detalle mínimo, un instante captado, o una sucesión de noticias más o menos irrelevantes puede ser la mejor forma de plasmar la historia de un hombre (y tal vez de todos).

Como lectora, busco en un libro que sea fino, un adjetivo que repito mucho y no precisamente porque lo encuentre con frecuencia, sino más bien porque lo echo en falta en la mayor parte de lo que leo. Fino es aquello que reúne precisión y parquedad, penetración y elipsis, y que lo hace como si tal cosa, sin darse importancia, sabiendo callar a tiempo, barajando las omisiones y el adjetivo o la observación banal que se deja caer. Para ser fino (pero se es fino o no se es) hay que saber no contar demasiado, y que lo que se cuenta no sea precisamente lo relevante, sino lo revelador (es diferente). Las cuarenta y nueve historias que componen Eclipse total son un ejemplo de finura majestuosa, muy especialmente cuando optan por lo menor, lo casi insignificante, lo mediocre incluso, que la mirada y la escritura de Juan Varo salvan. Lo hacen, a la vez, con capacidad incisiva, piedad y una delicadeza verdadera, no aparente, nada cursi, desapercibida. Todo esto puede parecer paradójico, pero no encuentro mejor manera de describir algo que en las páginas de Eclipse total convive sin problemas.

Se afirma en la contraportada del libro que «la imaginación de Juan Varo construye un mundo entre lo mítico y lo cotidiano, entre la alta erudición y la vida rural, próximo a las ensoñaciones periféricas de Álvaro Cunqueiro, acogido también a la imaginación deslumbrante de Borges». Coincido completamente en encontrar cierto aire (en el espíritu, no en la forma) con dos de mis autores preferidos. Añadiría, además, una sana sensatez que le lleva a comprender que la «alta erudición» no puede perder de vista las vidas comunes, a riesgo de convertirse en un ejercicio de vacío. En su caso, nunca lo es, porque el barro humano (el deseo, la ternura, la envidia, la arbitrariedad) no deja de estar presente en todas sus líneas.

La mayor parte de las historias toman como materia asuntos concretos, y en mi opinión este es el registro en el que mejor se desenvuelve la escritura de Juan Varo. Son extraordinarios los dos relatos de vampiros cotidianos y depauperados de la primera parte: «Susana Larpi» y «El vampiro (una iniciativa turística ruinosa)». El primero construye, en dos páginas y poco, un personaje fascinante que se impone desde el arranque por el embrujo de su nombre y sus misteriosos orígenes («Nunca supimos de dónde sacó mi primo Antonio Varo a Susana Larpi. Unos decían que la trajo de un viaje a Bulgaria, pero que procedía de Turquía; otros que la encontró en una whiskería de Puente Genil»). En el segundo vemos el aggiornamiento fracasado del vampiro, residuo del Antiguo régimen que decepciona irremediablemente a los turistas («vulgares, enloquecidos, ruidosos»). Ante la conmovedora ceremonia íntima de la orgía y la sangre, humilde y sin la brillantina de la ficción, «el público, indignado por esta tomadura de pelo, pedía siempre la hoja de reclamaciones y exigía que le devolvieran el dinero». Con todo, el final definitivo llega en la última línea (que prefiero no desvelar), demoledor saldo del mito en el mundo actual. Algo de ese cansancio refugiado en una dignidad irrisoria se ve también en la sirena de «La Vía Láctea», o en el pobre diablo de «El demonio meridiano», tan fatigado como su exorcista: ambos contemplan un número de Lib (los estudiosos del futuro tendrán en ese punto que documentarse para añadir la pertinente nota a pie de página), comprendiendo un poco desconcertados que la vulgaridad les ha hecho a ambos irrelevantes. Entre las iniquidades de bajo impacto que Varo observa, no es la menor la servidumbre académica de conferencias, proyectos de investigación, congresos y seminarios internacionales («Oímos llegar la luz» y «Las cárceles utópicas»).

La capacidad para suministrar informaciones abrumadoras mediante el comentario trivial —ese talento tan difícil— puede verse en «Eclipse total», cuyo comienzo me maravilla: «Apareció en el pueblo a comienzos de 1961, cuando entró a trabajar en la Caja de Ahorros. Nunca supimos quién lo había recomendado». La sutileza del narrador se aprecia especialmente en la captación del paso del tiempo y sus efectos: «era rubio, o lo había sido», «Luego, poco a poco, se fue diluyendo: nuevos trabajos, algunos achaques, la muerte de los amigos, la muerte de los enemigos, la retirada de la vida activa», «El mundo se mide en sangre, se pesa en oro, se cuenta en crímenes», «Mi padre murió hace ya algunos años. El tiempo pasa y ahora soy yo el que llevo a mis hijos a las iglesias y les pregunto de qué estilo son».

La editorial granadina Traspiés, que a través de sus distintas colecciones ofrece un catálogo sugerente en el complicadísimo trance que viven hoy las editoriales independientes, ha hecho posible que leamos esta obra, y solo por ello le debemos nuestro agradecimiento. Un libro inteligente, un libro fino. Una delicia.


Eclipse total
Juan Varo
Traspiés, 2023
124 páginas
12 €

Carmen Morán Rodríguez ha sido docente e investigadora en las universidades de las Islas Baleares y Jaén, y actualmente es catedrática de literatura española en la de Valladolid. Ha realizado estancias de investigación en el Graduate Center de The City University of New York, la Universidade de Lisboa, la Universidad de Buenos Aires o la Universidad de Puerto Rico (Río Piedras), entre otras. Ha formado parte de prestigiosos programas de investigación, como el Programa Fulbright, el Juan de la Cierva y el Ramón y Cajal. Es autora de tres monografías publicadas en editoriales de reconocido prestigio: Figuras y figuraciones femeninas en la obra narrativa de Rosa Chacel (CEDMA, 2008), Juan Ramón Jiménez y la poesía argentina y uruguaya en el año 48. Historia de una antología nunca publicada (Visor) y Hologramas, realidad y relato del siglo XXI (Trea, en colaboración con Teresa Gómez Trueba). Sus artículos han tratado diversos asuntos concernientes sobre todo a la literatura contemporánea: las poéticas de Aurora Luque, Ada Salas, Eduardo Fraile o Francisco Díaz de Castro, la narrativa de Miguel Delibes, Gustavo Martín Garzo, Víctor Botas, la escritura hiperbreve y discontinua y la actualización de las narrativas populares en Internet, etcétera.

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