/ una reseña de Antonio Reseco /
Con o sin pretenderlo, tiene toda la poesía de Fermín Herrero esa sobriedad castellana que lo define e identifica, y esa austeridad milimétricamente precisa y natural que lo acerca a otros paisanos que le precedieron, como san Juan de la Cruz o santa Teresa. Y aunque la comparación sea exagerada en cuanto que resulta difícil aventurar dónde situará la posteridad a cada cual (y a los mencionados los situó muy alto), no lo es en absoluto si nos fijamos en la pureza y honestidad del lenguaje. Estancia de la plenitud (Pre-Textos, 2023) suma y sigue en la poética de este soriano que se destaca por ver el mundo a través del tamiz que marca la tierra, su dureza y, a la vez, la belleza que esconde. Porque lo perfecto suele vivir en lo más próximo y maternal: «Contra el azul/ del cielo no me queda más recuerdo/ que la celebración del mundo, su fervor./ La tierra, que es hondura, nos resume».
El título de libro sintetiza perfectamente el tema central del mismo, y este es más un estadio del conocimiento, que un estado de ánimo. El paso del tiempo ha llevado al autor a asumir que el camino recorrido no fue esplendente o digno de recuerdo, pero resulta inevitable reconocer la gratitud por lo recibido: «Con los años/ en lugar de agrandarse, el mundo/ se ha ido empequeñeciendo, […] Con los años,/ no mengua la alegría, se hace/ más y más solitaria». Estancia de la plenitud transmite un estoicismo vital que no cae jamás en el cinismo. El hombre, y el poeta, tanto monta, han llegado al convencimiento de que la limitaciones propias (léase el fracaso) no son un impedimento para admirar una suerte de regalo que se encuentra en la naturaleza, en sus fenómenos o en el amor: «La nevada es un rezo largo, laborioso,/ una plegaria, lo apacible».
Como humanos, la vida nos modela, nos empuja en la madurez a ir haciendo un balance de lo que ha supuesto la existencia, de los logros obtenidos. Y también cincela nuestro carácter y la forma de enfrentarnos a las cosas. Esa evolución se plasma en los versos de Herrero a lo largo del poemario situándolo en la posición más natural, la agridulce, de eso que llamamos vivir: «Si me acerco/ en exceso a las cosas,/ me desconozco, porque me queda/ muy poco aguante». «Has podido vivir oculto/ y no lo has hecho, sea por vanidad/ o por soberbia». Porque no es en el hombre ni en su trayectoria donde radica la perfección, sino en lo externo, en una naturaleza que le es dada, el mar, los tordos entre las zarzas, el viento desnudo o el invierno que hace las veces de escenario y de carácter. Esas notas, desapercibidas en la rutina del hombre, son sin embargo las que reconcilian al poeta con sus errores o sus triunfos: «La tarde me serena hasta dejarme/ conmovido».
Quizá Estancia de la plenitud se aleje en alguna medida de otros libros anteriores de Fermín Herrero en el sujeto principal. Si en entregas como Tempero o En la tierra desolada es precisamente esta, la tierra y, por extensión, la abandonada tierra castellana y su naturaleza, la que hace circular al autor a su alrededor, aquí podría ser justo al revés. Es el hombre quien es circunvalado por aquella, pues él es el centro. Llegado ya a su cénit vital, la contemplación de su habitáculo (la omnipresente tierra) es la que aporta el entendimiento a la existencia. En sus versos, el soriano huye de rebelarse contra lo que fue su vida y, para ello, le basta con rendirse a la evidencia de una creación que está por encima de nuestra pequeñez: «Qué levedad ayer, en la dehesa […]/ Qué paciencia/ la lluvia en su memoria […] Ante/ tamaña maravilla en que poner/ los ojos, para qué la disputa, la ruindad,/ el ajetreo tanto, y con qué fin».
No sabemos si existe algún ser humano que, llegado a su fin, tenga la sensación de haber aprovechado el tiempo. Quizá el tiempo, dimensión inventada por el hombre, valga para medirlo todo menos al hombre mismo, y apenas reste la posibilidad de la aceptación, la claudicación definitiva, ya que las evidencias no admiten alegatos: «He vivido a propósito estos últimos/ años, pero aún así se van […] Qué corta la sazón/ y después, cuánta podredumbre para siempre». Situada en ese nivel resignado y sereno, Estancia de la plenitud se resiste a ser un libro pesimista. Fermín Herrero lucha contra estas verdades universales y para ello se sirve de una contemplación que siempre le ha acompañado y que le aleja de la desesperanza. Y junto a la maravilla natural que en un solo instante es capaz de equilibrar y serenar al poeta, el amor se abre paso, un amor hacia la otra persona que resulta ser también, contextualizado en el resto del poemario, un amor por la estancia que nos acoge:
Amor: reconocer. La búsqueda.
Gozar al despojarse. Y aceptar
el cobijo. Y acoger. Darse.
Llevar al otro siempre, siempre.
Y nunca: no adueñarse, ni obligar.
Comprender el silencio, comprender
la soledad del que nos vive.
Sus sombras comprender,
y lo sombrío. Amor:
tener al desprenderse.

Fermín Herrero
Pre-Textos, 2023
78 páginas
16 €

Antonio Reseco (Villanueva de la Serena, 1973) es licenciado en derecho. Entre otros, ha publicado los poemarios Un lugar conocido (2002), Anotaciones del viaje (2005), El otoño cotidiano (2005), Geografías (2006), Huidas (2009), London Bureau (2012), Casi no existir (2015) y Equilibrios (2021). Es autor de numerosos artículos, relatos y poemas que han aparecido en distintas revistas y ha sido incluido en diversas antologías. En 2012 fue publicada su primera obra de teatro, Dickens no tiene corazón, y el libro de relatos El conejo, la chistera y el mago sin memoria; en 2018 el volumen de relatos El café portugués. También en narrativa, Lo que no será (2021) Dedica también otra parte de su labor creativa a la traducción, al ensayo y a la crítica literaria. Dentro de estos, se encuentra su último libro El tiempo de los transatlánticos.
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