Frédéric Pajak (Suresenes, 1955) combina dos oficios a jornada completa, por lo que su semana laboral, según dice, ocupa setenta horas. Su primera ocupación es la de editor y fundó la editorial Les Cahiers Dessinés, en la que publica a los mejores dibujantes de la actualidad. Por otro lado, ejerce con el mismo empeño como escritor e ilustrador y ha firmado ya más de veinte volúmenes que le han servido para inventar lo que para muchos es un nuevo género a medio camino entre el dibujo y la filosofía. Se le suele llamar «ensayo gráfico», aunque él rehúye una etiqueta que germinó con la publicación de La inmensa soledad, biografía cruzada de Nietzsche y Pavese con la ciudad de Turín como telón de fondo. Una doble labor de tal calibre necesita calma y silencio alrededor. Quizá por ese motivo, Pajak vive bajo el tejado de zinc de un edificio parisiense situado frente a un convento de monjas, cuyas ocupantes solamente tienen permitido salir al exterior unas pocas veces al año. Pajak ha editado recientemente a El Roto en Francia: «Él sí ha inventado algo. Es un pensador que con cada dibujo nos da un puñetazo».
Manifiesto incierto es un libro sobre Walter Benjamin, sobre su existencia contradictoria y su pensamiento siempre al contraataque. También sobre sus últimos días felices, una felicidad demasiado frágil leyendo en los cafés y en las playas de Ibiza mientras desde el continente llegaban las noticias del ascenso de Hitler al poder. Benjamin, judío y marxista, ya no podrá volver a su diminuto piso en Berlín, los libros que él mismo escribió arden en las plazas de la capital alemana. La propia vida de Frédéric Pajak se entrelaza con la del filósofo alemán para mostrarnos otra forma de fascismo que se infiltra en nuestros días, la caída en otras formas de totalitarismo. La editorial Errata Naturae publicará también los nueve volúmenes de su Manifiesto inacabado, obra en marcha que cuenta en Francia con la publicación de los tres primeros. Pajak ha recibido en 2014 el Premio Médicis en la modalidad de ensayo, el primero de esta disciplina que se concede en Francia a una obra gráfica.
Frédéric Pajak: sobre desechos de pasado
/ por Enrique del Teso /
Antes de leerlo, solo con mirar el Manifiesto incierto de Frédéric Pajak ya sabemos algunas cosas relevantes. Las páginas están ocupadas por dibujos y por textos. Cada página acaba en punto y aparte, lo que nos hace sospechar, sin leer aún, que no es un texto seguido, sino una sucesión de textos breves, cada uno acompañado de un dibujo. Y con esto ya sabemos mucho. El título es una contradicción en los términos. Un manifiesto es una exposición de convicciones, un catálogo de certezas. Una cosa incierta lo es por dudosa e insegura. Un manifiesto incierto ha de ser un inventario de vacilaciones, una recopilación de titubeos e indecisiones; «un manifiesto que no lo es» sería una expresión equivalente. La gente resistente a ideologías o maneras fijas o fijadas de pensamiento no es gente carente de convicciones. Muchas veces es gente con convicciones, pero pequeñas y numerosas, que no forman un sistema estable, como esas bolitas separadas que forma el agua sobre superficies lisas cuando se van secando. Por eso decía que antes de leer ya sabíamos cosas importantes de Frédéric Pajak. En el título, un manifiesto que no quiere ser manifiesto; en la estructura, textos breves que no hacen secuencia y dibujos independientes que no forman una historia. Es la horma de quien tiene cosas pequeñas y numerosas que decir. Es el molde de quien desconfía de grandes sistemas estables de pensamiento, de ideologías y de «certezas que se atropellan dentro de las cabezas».

El libro se centra en momentos vitales de Walter Benjamin. No es la primera vez que Pajak relata pasajes de la vida de pensadores o escritores. Había hecho ya una trenza con las vidas de Pavese y Nietzsche. Esta vez la vida que se entreteje con la de Benjamin es la del propio Pajak. Se suelen buscar coincidencias entre las vidas que Pajak cruza, pero no estoy seguro de que sean los parecidos el motivo de que él las empareje. Parece más una cuestión de armonía que de semejanzas. Los capítulos van alternando algunos trozos de la vida de Pajak con fragmentos de la de Benjamin, pero podrían ser trozos de la misma vida. No cuenta los aspectos de la vida de Benjamin que se parecen a cosas que le hayan pasado a él, aunque pueda haber coincidencias, sino las cosas que encajan con las que le pasan a él; como si los fragmentos de una y otra vida fueran piezas y algunas de las piezas de la de Benjamin pudieran hacer una secuencia congruente con algunas de las suyas. Parece fijarse en la biografía de Benjamin en lo que pudiera tener de continuidad con la suya propia. Por eso, aunque Walter Benjamin sea el motivo central del libro, la lectura nunca deja de tener cierto sabor autobiográfico, como si algo de Pajak estuviera siempre presente en los hechos. El relato de situaciones propias entreverado con las pequeñas historias de Benjamin no produce sensación de discontinuidad. Parece que se desarrolla siempre el mismo argumento. Ni siquiera sorprende esa aparición aislada de Beckett en un capítulo a propósito de la pintura y circunstancias de los hermanos Van Velde. No viene a propósito de otras historias, pero es una pieza que encaja en ese rompecabezas formado por piezas de Pajak y de Benjamin, como una parte más del mismo argumento.

Antes usé la palabra armonía con un alcance demasiado modesto. Seguramente es la palabra que más conviene a toda la estructura de este Manifiesto incierto. Las historias extensas tienen por tejido la coherencia, esa característica que hace que las cosas tengan continuidad entre sí y formen un cuerpo unitario. La armonía, en cambio, es una cualidad que se da entre cuerpos separados que se hacen acordes en una unidad superior, sin dejar de ser cuerpos separados. El libro de Pajak está compuesto de pequeños textos autónomos, de imágenes autónomas unas de otras y autónomas con respecto al texto con el que se juntan. Son textos sueltos y dibujos sueltos que no se funden en un cuerpo único coherente, sino que se armonizan en un acorde tembloroso (incierto). El propio Pajak nos explica que sus dibujos solo expresan momentos fugaces y sentimientos confusos y que se acumularon en sus carpetas a lo largo de los años sin orden ni secuencia. Fueron sus textos, en este caso sobre pasajes de su vida y la de Benjamin, los que fueron convocando ese material gráfico según lo dictaba la intuición de Pajak, para que palabras e imágenes se asociaran de manera insospechada y, otra vez, incierta.
Otro aspecto de la composición de Pajak es el estilo de su redacción. Su obra viene llamándose «ensayo gráfico». Ciertamente, el libro de Pajak es observación de detalles, reacción a los sucesos y reflexión sin propuesta. La palabra que mejor encaja es ensayo. Sin embargo, la mayor parte del tiempo Pajak narra; Pajak cuenta cosas. No es que no arme razonamientos con sus palabras, ya sea para exponer ideas propias o aspectos del pensamiento de Benjamin. Pero lo que más hace es contar cosas. Sus dibujos, en asociación libre con los textos, captan detalles: la Ibiza africana al margen del tiempo; la estampa de su abuela alejándose en una callejuela, que podría ser la estampa de cualquier madre; Walter Benjamin en medio de la multitud, ajeno a ella y confundido por ella. Y es que el pensamiento, la materia del ensayo, se puede decir con palabras que directamente lo expresen o se puede suscitar a partir de hechos o descripciones que muevan a la reflexión, sean palabras o dibujos los que nos traigan esos hechos o descripciones. En el libro de Pajak encontraremos más el segundo procedimiento, siempre más abierto y más incierto que el primero. Los sucesos históricos de la Europa en la que están afincando y creciendo los movimientos nazi y fascista se manifiestan por la manera en que repercuten en Benjamin y su entorno de amigos y conocidos. Los sucesos en sí son un trasfondo sordo de las estancias de Benjamin en Ibiza y de sus viajes a Italia o Barcelona. Lo que se narra en primer plano son pasajes de Benjamin y la historia queda susurrada en la alteración de sus circunstancias y en la evolución de su ánimo.
Es difícil evitar acercarse a la experiencia de leer a Pajak sin empezar por sus singularidades formales. Pero, como dijimos, esa armonía de textos y dibujos sueltos quiere suscitar pensamientos y reflexión. Algunas reflexiones son transcendentes, pero aisladas. Por ejemplo, y siendo Walter Benjamin el centro del libro, no es extraño que aparezcan reflexiones sobre las palabras y su valor. Una de ellas, atribuida a Bougainville, es como un puñetazo al entendimiento por su brevedad y alcance: «Solo cuando abandonamos una cosa le damos nombre». Necesitamos los nombres para tratar con la ausencia de las cosas. Los disparatados reformadores de Los viajes de Gulliver pretendían suprimir las palabras, por la corrosión que supone para el organismo pronunciarlas, transportando todos los objetos a los que quisiéramos referirnos en algún momento, con lo que, estando presentes las cosas, las palabras serían innecesarias. Solo su ausencia exige un nombre que convoque a las cosas. «Stat rosa pristina nomine, nomina nuda tenemus», escribió Umberto Eco para cerrar El nombre de la rosa: de la rosa prístina permanece solo el nombre. El nombre es lo que nos queda cuando lo demás no está.
En momentos salteados bordea también la cuestión de cuándo las palabras ocultan más que revelan el pensamiento y a la vez son ese consuelo que nos hace sentir en contacto con otros. Y también la cuestión de cómo usamos las palabras a distancia y cómo se alejan cuando intentamos acercarnos a ellas para conocerlas mejor. Pero solo toca estos temas, como resbalando en ellos sin entrar. Se demora un poco más en la oposición planteada por Benjamin entre la narración (oral), hija del aburrimiento compartido y rica en puesta en común, y la novela, nacida de la soledad y féretro de la verdadera narración. En la deriva de anécdotas y circunstancias, Pajak de vez en cuando toca temas que podrían llegar lejos. A veces se demora un poco más, con un estilo más ensayístico, como cuando explica cómo según Benjamin el lumpen rompe la ortodoxia marxista o el fracaso de políticos e intelectuales con el proletariado. Pero pocas veces. Su principal actividad, como dijimos, no es exponer pensamientos, sino contar cosas y mostrarlas en dibujos, y que ellas convoquen el pensamiento o disuelvan certezas.
Pero, sin duda, si hubiera que buscar un tema central en el ensayo, es el que Pajak anuncia en el prólogo. La posguerra trajo un presente de paz sin historia, sobre la base del olvido. El tiempo de Pajak es una paz cuarteada, un presente trizado y vaciado de pasado, como flotando sin historia ni trayectoria. Los dibujos del Manifiesto y sus relatos intentan entrar en esa historia muda y arrancarle sus ecos. Quizás por eso el libro combina secuencias separadas por unos treinta años, el tiempo de Benjamin y el de Pajak, de manera que los sucesos parezcan ser unos resonancia de otros, una forma de memoria después de todo. Piénsese, por ejemplo, en las señales, primero sueltas y luego en tropel, del fascismo que vivió Benjamin y la historia de décadas después de los dos fascistas compañeros de clase de Pajak y del atentado de la logia p2 en Italia. Este esfuerzo de poner memoria y sujetar en un pasado los «desechos de paz» de su tiempo nos devuelve a la forma del Manifiesto: el Manifiesto está hecho de trozos, como ya dijimos, dibujos yuxtapuestos con textos a su vez yuxtapuestos. La mayor parte del tiempo esas piezas no nos hacen pensar en piezas para construir algo, sino en los cascotes de algo que se rompió: esa memoria que se borró y de la que él coge los desechos y ese presente sin sentido pleno resquebrajado en atentados e ideologías incomunicables. Por esa continuidad que él establece entre él mismo y Benjamin, nos recuerda precisamente que, con la abundancia de citas que emplea, Benjamin trataba de formar un pensamiento a partir de desechos y harapos de pensamientos ajenos, como si la acumulación de citas fuera hacer filosofía hurgando en la basura.
Este juego concluye con los «espíritus» del último capítulo, donde Pajak experimenta la soledad absoluta como un escuchar el mundo que le envuelve hasta oír o percibir mundos dentro de mundos y el mismo objeto dentro de cada objeto, como si la experiencia de la soledad lo convirtiera todo en cajas chinas. Algo así parece haber intentado: tratar su tiempo y el de Benjamin como un tiempo dentro de otro y rescatar así la memoria de uno como ese tiempo que está dentro del tiempo. Resonancias, tiempos que tienen dentro más tiempos, presentes que buscan un pasado en el que sujetarse, armonía de piezas sueltas, y todo dicho casi siempre narrando cosas. El Manifiesto incierto es una singularidad que merece ser contemplada.
Extracto
A lo largo de siete años, de 1933 a 1940, vagará entre Francia, España, Dinamarca e Italia. Su vida hecha añicos se asemeja a esos fragmentos escritos que lo ocultan tanto como lo revelan. Pequeños relatos, notas, ensayos, teorías fulgurantes: forman a fin de cuentas la obra existencial de una existencia novelesca, una novela del pensamiento y de la paradoja. El 21 de junio de 1931, por la carretera que une Marsella con París, escribe un texto breve en forma de diario. Trata de la forma de vivir, de vivir en un hotel. Y estas palabras: «La concepción de la vida como novela».
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Me gustan los hoteles-restaurante de montaña desiertos, cuando todas las estaciones han muerto, cuando sólo quedan un interminable fin de temporada y sus noches frías, cuando sólo quedan apagados camareros ociosos, extenuados de no hacer nada, que me hablan con amabilidad, me hablan del aletargamiento de la vida. Ven a la gente como clientes, y yo soy su náufrago. Acuden a rescatarme: espárragos, escalope, gratén, queso Époisses, peras con chocolate.
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A la mesa, aguardo el fin de los tiempos, o por lo menos el fin de la comida. Recojo frases en mi cuadernillo mugriento. El baño de las palabras, esas banalidades que me acarician la cabeza. Hay que hablar a partir de nada, de la más pobre de las palabras. Hay que hacer fuego con leña mojada. Es en esos lugares comunes donde baila la luz enfermiza. Es precaria, protégela, aprisionada en la linterna que va a las profundidades de la tierra, donde se encuentra el ojo del mundo.
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París. Al metro hediondo de la mañana sube una rubia alta y delgada, muy joven, muy guapa, ojos translúcidos inmensos bajo unas largas pestañas negras realzadas. Una chica hecha adrede para los adjetivos. Se sienta frente a mí, perdida en sus pensamientos, los pies hacia dentro, como una muñeca de trapo demasiado larga. Su belleza envuelve el tren entero, y se hace el silencio.
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