Narrativa

Vuelta al cuento (1)

Esta temporada ha sido muy saludable para el cuento en lengua española, como hemos podido percibir en los catálogos y, sobre todo, en las redes sociales. Una vez superada la fase promocional de autores y editoriales, El Cuaderno propone una vuelta por el final de fiesta para grabar una mirada subjetiva de lo que se mantiene en pie.

Parece que esta vez viene para quedarse. El cuento, pese a contar con una larga tradición en lengua española, venía siendo para los escritores como un no-lugar, un espacio de tránsito hacia metas mayores. Para los editores, un muelle sobre el que los autores debían saltar hacia la novela. Y para los lectores, una carretera secundaria que resulta agradable durante un tiempo, pero que nos impacienta si llega la oscuridad sin que demos con el indicador azul del enlace a la autopista. En la última década, han surgido nuevas editoriales que apuestan decididamente por la narrativa corta liberadas de prejuicios en cuanto a lo que supuestamente tiene o no tiene entidad narrativa. Una nueva concepción de la realidad como relato especular, fragmentado, que empieza a ganar terreno en el ámbito de la ficción, y que está generando una aproximación crítica que parte de supuestos muy diferentes a la convencional, ha propiciado una descentralización de la novela como capital del discurso narrativo que ha beneficiado al cuento, sobre todo, porque este ha sabido renovarse con agilidad y aprovechar su versatilidad para adaptarse a nuevas formas de leer el mundo a través de las tecnologías emergentes.

Se puede percibir en los catálogos editoriales y, sobre todo, en las redes sociales, que esta temporada ha sido muy saludable para el cuento en lengua española. Una vez superada la fase promocional de unos y otros, El Cuaderno propone una vuelta por el final de fiesta para grabar, con una mirada subjetiva, lo que se mantiene en pie. En las próximas semanas iremos secuenciando aproximaciones críticas y una selección de cuentos incluidos en los libros que han logrado compaginar una buena acogida crítica con el interés creciente de los lectores.    


Cuando supera los estrechos límites promocionales, la entrevista se engancha a la tradición del diálogo clásico como difusión de conocimiento, como revelación. En largo y tendido, la entrevista genera una alentadora inquietud, una sugerencia de posibilidades inéditas. Cada vez más interesante como género literario, poco a poco va generando  lomo en las estanterías. Miguel Ángel Muñoz (Almería, 1970) ha ido acumulando en sus estantes numerosos libros de conversaciones con escritores, músicos, pintores y cineastas que reflexionan en voz alta sobre su obra y se dan a conocer como personas en los recovecos emocionales quizá no declarados, pero sí sugeridos en el arte de la conversación.

Poco tiempo después de publicar El síndrome de Chéjov (Páginas de Espuma, 2006), su primer libro de relatos, Miguel Ángel Muñoz comenzó a escribir un blog homónimo, http://www.elsindromechejov.com, centrado en el hábitat del cuento, en el que abrió una sección dedicada exclusivamente a publicar entrevistas con escritores de relatos. Dichas entrevistas se realizaban por email y combinaban preguntas específicas para cada caso con otras en formato cuestionario. Diez años después, treinta y seis de esas entrevistas se reúnen en el volumen La familia del aire. Entrevistas con cuentistas españoles bajo el sello de Páginas de Espuma, una de las editoriales más valientes y decididas del mercado español en la apuesta por la narrativa corta.

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Miguel ángel Muñoz

A la hora de reunir las entrevistas, Miguel Ángel Muñoz ha optado por una interesante secuenciación en capítulos que se aleja de la convención: «Decanos» incluye cuatro entrevistas a autores nacidos antes de los años sesenta del pasado siglo, como es el caso de José María Merino, Cristina Fernández Cubas, Soledad Puértolas y Enrique Vila-Matas. “Hermanos mayores” y “Quinta del 61” recogen el grueso de entrevistas con autores que comenzaron a publicar sus primeros libros en los años noventa: Carlos Castán, Eloy Tizón, Juan Bonilla, Hipólito G. Navarro, Gonzalo Calcedo, Angel Zapata, Fernando Iwasaki, Mercedes Abad, Guillermo Busutil y Javier Sáez de Ibarra. En el capítulo “El cuarto fantástico”,  reúne tres entrevistas con autores que han centrado su escritura en el género fantástico: Ángel Olgoso, Manuel Moyano y Juan Jacinto Muñoz Rengel. Por su parte, el capítulo “Carretera de doble dirección” contiene cuatro entrevistas con escritores más conocidos por su trayectoria como novelistas, pero que cuentan en su haber con estimables libros de cuentos: Eduardo Jordá, Luisgé Martín, Antonio Orejudo. y Ricardo Menéndez Salmón. El sugerente “Nadadores”, capítulo ideado como ese “río imaginario” al que se refería John Cheever, incluye la nómina más amplia del libro, autores con diferentes proyectos y estilos: Guillermo Busutil, Francisco Afilado, Pepe Cervera, Iban Zaldua, Víctor García Antón, José Eduardo Tornay, Josan Hatero, Pilar Adon, Mercedes Cebrián, Jon Bilbao, Patricia Esteban Erlés, Ignacio Ferrando, Sara Mesa y Andrés Neuman. Cierra el volumen una curiosa coda titulada “El maestro silencioso”, que incluye la entrevista fallida a Juan Eduardo Zúñiga.

El Cuaderno ofrece a sus lectores un trailer de esas conversaciones mantenidas con los escritores en su taller. Hacen un paréntesis para hablar a cámara sin mirarla, para charlar relajadamente sobre sus ritmos de trabajo, reivindicar un género poco fiable desde criterios comerciales y pasar revista a sus referentes. Si tuviéramos que ponerle un titular a La familia del aire, nos quedaríamos con esta frase de Juan Bonilla: «La comparación constante con la novela es un estropicio del que alguna vez tendríamos que liberarnos».



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José María Merino

(La Coruña, 1941)

«Yo defiendo que la narratividad, es decir, el movimiento y la tensión dramática, tienen que estar presentes, aunque el género sea muy flexible, y permita una libertad extraordinaria. Pero si no hay movimiento, no hay cuento ni minicuento. Y me producen bastante perplejidad los textos que a veces leo y releo en algunas antologías, que siendo sin duda microtextos, no son en absoluto microcuentos.

Ya he dicho y escrito que fue la presión de la Iglesia, muy especialmente a través de la Inquisición, lo que arrancó de raíz lo fantástico de la literatura española. En cierto modo, lo fantástico compite con lo sobrenatural revelado, que es al parecer la única verdad aceptable… por eso fue ridiculizado y censurado, y las consecuencias las vivimos todavía hoy, en el menosprecio que muchos estudiosos que se tienen por serios y civiles muestran hacia el tema. Pero hay que decir también que en la universidad hay jóvenes profesores que empiezan a trabajar con los temas de lo fantástico y a recuperar su historia. En el mundo iberoamericano, ya en el siglo XIX el catolicismo no era tan berroqueño como en España, sobre todo en México y Argentina…”

Es curioso que en España llevemos ochocientos años de cuentos escritos —desde el Calila e Dimna por lo menos—, que Cervantes inaugurase el género moderno en lengua española, que en el siglo XIX haya habido algunos cuentistas importantísimos —quiero citar solo a Bécquer y a Clarín— y también en el XX —desde Pío Baroja hasta Díaz Fernández y Fernández Flórez, por dejarlo antes de la Guerra Civil— y que sin embargo no nos sintamos herederos de una especie de tradición… Yo creo que el famoso Boom latinoamericano, tan renovador, trajo también mucha desorientación a nuestra habitual endeblez cultural. Esa endeblez cultural —y educativa— es la que hace que en España el lector común no tenga bien formado el gusto literario, lo que es básico para la lectura satisfactoria y creativa de cuentos. Pero creo que entre nosotros es incuestionable que las grandes editoriales prefieren publicar una novela a un libro de cuentos, y que el lector de cuentos es más escaso que el de novelas, “porque los cuentos se acaban enseguida”, como me dijo una vez una inefable señora en la Feria del Libro, como pretexto para no comprar mi libro, que había estado hojeando.»



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Cristina Fernández Cubas

(Barcelona, 1945)

«El narrador de historias nunca será valorado lo suficiente. La narración oral es un arte y el buen narrador, un artista. A menudo, cuando alguien ha contado algo —una historia, un recuerdo, una anécdota, lo que sea— con notable habilidad, alguien en la reunión suele proponer enseguida: “¿Por qué no lo escribes?”. Y , la verdad, no estoy muy segura de que el buen narrador oral sea al mismo tiempo un excelente escritor. Por lo menos, no forzosamente. Otros son los medios, las posibilidades, el juego con la voz, el dominio de las pausas… A mí me basta con retener el recuerdo en el aire. Es un arte efímero. Como la cocina. Pero queda el recuerdo. Ese rato incomparable en que el contador de historias nos ha llevado donde ha querido.

No creo que esto ayudara a la normalización del cuento. [La posibilidad de que existiera una crítica literaria en los suplementos especializada en relato] ¿No ocurriría, quizás, lo contrario? Pienso que encerrar a los cuentistas en unas columnas predeterminadas tendría algo de segregación, y probablemente lo que se lograría sería apartar a todo aquel que no estuviera interesado desde el principio en el género. Las pasarían por alto. Prefiero que cuentos y novelas convivan juntos, pero no revueltos, bajo el epígrafe ‘Narrativa’. Y el buen crítico, por otra parte, conoce de sobra las claves propias del relato y no tiene reparo en dedicar sus páginas unos días a la novela y otros al cuento, indistintamente. El buen crítico, claro.»



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Soledad Puértolas

(Zaragoza, 1947)

«El relato, por su dimensión, se adapta muy bien a los matices. Hay algo esencialmente modesto en el cuento: no quiere quitar mucho tiempo al lector. Lo cierto es que detrás de esa modestia se encuentra una gran ambición: aspira a dejar huella, a una clase de conmoción. Tras la lectura de un cuento, nos sentimos empujados a meditar, a recrear. Un buen cuento se nos queda dentro, nos va calando.

En cierto modo, se gana en confianza. Ya sabes que se puede hablar de cualquier cosa, que has explorado muchos caminos. A la vez, nunca pierdes la sensación de novedad, de partir de cero. La evolución temática de mis relatos tiene mucho que ver con el paso del tiempo, con las experiencias cambiantes de la vida. La visión de las cosas a los veinte años es diferente de la que se tiene a los sesenta. Viajas por el tiempo y los escenarios de otra manera. Quizá con mayor distancia, con más humor. Aunque los dramas sigan siendo dramas, y el dolor, dolor. Eso no cambia y de ahí también sacas fuerzas. Te dices que aún queda mucho por contar.»



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Enrique Vila-Matas

(Barcelona, 1948)

«Lo insólito de ‘Porque ella no lo pidió’ – no sé si se repetirá alguna otra vez- es que tenía por fin una historia interesante y verdadera, una historia real para contar, una historia que me había sucedido a mí. Tenía en marcha esa historia que puso en marcha Sophie Calle al llamarme y citarme en París y proponerme allí que le escribiera una historia que ella llevaría a la realidad a lo largo de un año, nunca más allá de ese año. Gran comienzo para un relato. Y lo más interesante de todo es que ese comienzo no había tenido lugar al inicio de un cuento de ficción, sino en la vida, en mi vida, en la vida real. Le escribí enseguida la historia – en esa historia tenía, en primer lugar, que buscar en las Azores a mi fantasma, aunque no le dije que el fantasma fuera yo – y el problema fue que ella no fue a las Azores, no puso en marcha la historia que yo le había escrito, lo que me impedía concebir lo que me estaba pasando en la vida real como una novela, ya que dependía de que ella fuera a las Azores para que yo supiera cómo seguía la novela que había empezado a escribir sin decírselo a ella. A todo esto, tuve el colapso físico y todo quedó interrumpido. Cuando me recuperé, la historia con Sophie Calle había quedado plenamente truncada. Pero era tan bueno aquel arranque que lo utilicé para poner en marcha una historia de ficción, como si a mí me hubiera gustado que Sophie Calle me hubiera llamado y me hubiera propuesto – de hecho me había llamado y me lo había propuesto – que le escribiera un año de su vida. Resumiendo: la única vez en la vida en la que he dado con una historia real verdaderamente interesante ( y que encima me había pasado a mí), he tenido que presentarla como una historia de ficción para hacerla interesante, pues faltaba la parte final de la historia, que habría tenido que escribírmela Sophie Calle llevándola primero a la vida. Es curioso, ¿no?»



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Carlos Castán

(Barcelona, 1960)

«Es curioso porque, además, la génesis de este relato es diferente a la de la mayoría. Es una historia que elaboro a partir de una noticia de periódico que relataba cómo, tras una ola de frío en Estados Unidos, se encontró el cadáver de un minusválido cuya silla motorizada quedó atascada en la nieve. A partir de ahí, me hice preguntas acerca de ese ser real al que le había sucedido eso mientras yo dormía. A veces construir una historia no es más que hacerse las preguntas adecuadas e intentar contestarlas con un montón de mentiras que a la postre esconden una profunda verdad. Puede que la literatura sea poco más que eso.»

[En torno al relato “Ola de frío”]



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Eloy Tizón

(Madrid, 1964)

«Concibo la literatura como el arte de apresar algo de la palpitación del tiempo. No sé por qué, pero siempre, desde que era niño, he sido muy consciente de la fugacidad de las cosas. Me conmueve saber que todo está condenado a desaparecer, a irse para no volver, y pienso que la literatura, al igual que las demás artes, nos brinda la gran oportunidad de salvar algo del desgaste, de dar al menos una pátina de permanencia a lo efímero, y así suspender, siquiera sea por breves instantes, la imposición de las horas con su dictadura de relojes.

Es cierto que ese cuento, por las razones que sean, toca en muchos lectores una fibra interna que les emociona, me lo dicen a menudo y es algo que me alegra, claro está. Recuerdo que lo escribí poco antes de marcharme de casa de mis padres, de clausurar una etapa importante de mi vida y abrir otra, y ese aire de despedida, de cierre, se filtra en todo el relato. La verdad es que lo escribí como en trance, de una manera sonámbula, aunque el tema me perseguía desde hacía mucho tiempo. Solo estuve en condiciones de abordarlo cuando me sentí seguro del tono, de la voz, algo que para mí es crucial. Recuerdo con claridad la mañana de primavera en que terminé de escribirlo, cerca del mediodía, solo en casa. Sentí una plenitud muy satisfactoria, como diciendo: “Bueno, aunque no vuelva a escribir nada que merezca la pena, al menos siempre me quedará el consuelo de haber escrito esto”.»

[En torno al relato “Velocidad de los jardines”]



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Juan Bonilla

(Cádiz, 1966)

«La comparación constante con la novela es un estropicio del que alguna vez tendríamos que liberarnos.

El cuento se adapta como ningún género a mi manera de estar en el mundo. Eso por decirlo con cierta pedantería. Soy muy inconstante, y muy curioso, necesito estar saltando de un sitio a otro continuamente, de un tema a otro. La dos cosas se llevan mal con la novela, que es una especie de trabajo forzado en el que lo mejor que puedes hacer es imponerte un horario, ser constante. Por otra parte, no sé, sencillamente los cuentos se me ocurren o me ocurren o imagino que me ocurren, les doy vueltas sin escribir una palabra durante algunas semanas, un día me decido y me siento a escribir, en otras dos semanas ya tengo una primera versión, relajadamente me pongo a corregirlos, y antes o después los doy por terminados. Además vas trabajando dos, tres, cuatro a la vez. Ahora mismo tengo una carpeta abierta con cuatro cuentos en distintos estados de composición: uno de ellos terminado, otro apenas comenzado, otros dos en una primera versión muy deficiente. Con la novela eso es más complicado. En efecto, ya no me preguntan para cuándo la novela, y es un peso que me quitan de encima. Cuando llegue la hora, llegará, y si no llega tampoco pasa nada.»



 

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© Foto de Ferran Nadeu

Hipólito G. Navarro

(Huelva, 1961)

«¿Existirá algo más bárbaro y hermoso a la vez que las improvisaciones de Thelonious y de Mingus? Ah, cómo me gustaría que mis cuentos imitasen la deriva del náufrago feliz que son algunas piezas de Mingus, ese náufrago sin histeria que sabe que al final hay siempre una costa, una palmera donde reposar la espalda, y que por eso puede naufragar más naufragadamente que cualquier otro náufrago. Escribir improvisando como Mingus, qué delicia. Es la primera línea la que me lleva a la segunda, la segunda a la tercera, y así sucesivamente, sin ningún plan establecido. Fíjate si esto es tan así, que tengo desperdiciados por la cabeza y por mis cuadernos montones de relatos que no podré escribir jamás. Cuando un cuento se ha presentado entero en mi cabeza, con su principio y su final, ese no lo escribo nunca. No puedo. Me aburre mortalmente ese ejercicio. Poner por escrito algo que ya he visto entero, de pe a pa, qué horror, eso sí que es un trabajo pesado. Yo escribo los cuentos que no sé qué tienen dentro, los que no imagino cómo pueden terminar. Esa sorpresa que el lector descubre en mis relatos es la misma que yo encontré mientras los escribía, no te quepa la menor duda.»



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Ángel Zapata

(Madrid, 1961)

«Para mí, hay dos aldabonazos que marcan el cambio de rumbo, el inicio de un nuevo cuento, y que son el celebradísimo Velocidad de los jardines de Eloy Tizón, y esa bomba de relojería narrativa que es El aburrimiento, Lester de Hipólito G. Navarro, ambos publicados en la década de los 90. El Milenio propiamente dicho está en pañales todavía, y todo apunta a que la erupción del cuento no ha hecho en realidad más que empezar.»



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Fernando Iwasaki

(Lima, 1961)

«¿Y quién dice que lo “fantástico cotidiano” no puede ser inverosímil? Me encantaría que la naturalidad con que mis personajes se toman todo lo que les sucede, sea la misma naturalidad con que los hermanos de “Casa tomada” de Cortázar se resignaron a abandonar su vivienda. Cuando Gregorio Samsa despertó convertido en un bicho, su familia aceptó con naturalidad aquel acontecimiento que los lectores reconocimos cono el nacimiento de la literatura fantástica. Borges y Cortázar aprendieron la lección de Kafka y por eso neutralizaron la perplejidad del lector con la naturalidad de sus criaturas. Edgar Allan Poe, sin embargo, escribió “Los crímenes de la calle Morgue” antes de la existencia de La metamorfosis y por eso tuvo que sacarse de la manga un orangután.»



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Mercedes Abad

(Barcelona, 1961)

«Tengo un favorito claro: “Retrato de Emma en el jardín”. Había escrito otras cosas sobre el tema de la amistad y sus borrascas y sus turbulencias, pero creo que “Retrato de Emma…” es superior a todos los otros. La historia es bastante curiosa porque es un cuento que descarriló. Yo pretendía contra el reencuentro de dos amigas después de unos años de separación y glaciación de su amistad. Iba a ser una historia mucho más realista de lo que después resultó. Quería que, pese a la buena intención de las dos, el encuentro fuera un fracaso en sordina, sin grandes estallidos, pero con mucho resentimiento fluyendo por debajo de la superficie. Y, luego, al escribir una frase concreta, un nuevo cuento surgió en mi cabeza. Y vi que el reencuentro no tenía que producirse, porque Emma se iba a quedar repentinamente petrificada en mitad del jardín. Fue todo un desafío y me divertí mucho escribiéndolo. Desde luego, siempre me gustará más escribir disparates, y fábulas y parábolas con fuerte contenido simbólico, que relatos realistas.»



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Ángel Olgoso

(Granada, 1961)

«No puedo evitarlo: me gusta lo poco común, me encuentro cómodo con lo extraño y me procura una enorme felicidad estética lo asombroso y lo inquietante. Pla decía que la sensación de hallarse en un mundo desconocido deja el espíritu como nuevo. Debe de ser eso. Por no hablar del placentero latigazo que se recibe al conseguir atrapar la escurridiza anguila eléctrica de lo inaudito, de “lo otro”, de lo que está más allá de nuestro alcance y de las limitaciones del espacio y del tiempo, o al abordar conjeturas y paradojas (quizá exista un mundo anterior olvidado por nuestras especie o un tiempo distinto al cronológico, quizá todo el tiempo ha transcurrido ya y nuestra realidad es solo un eco tardío del proceso, quizá los solipsistas tienen razón y cada uno crea su propia  realidad…). La verdad es que no sé de dónde procede esta inclinación personal por lo fantástico. Lo más probable es que surja de un rechazo bastante visceral a la tiranía de lo cotidiano (más cruel y, sobre todo, mucho más inoportuna que lo extraordinario, que los lugares lejanos y exóticos, que la bruma de los misterios y los sueños), pero también puede venir de mis ancestros gallegos, de los libros que leí en la biblioteca de La Salle o, incluso, de las historias que de pequeño escuchaba a las mujeres en la tienda de mis padres, mientras levantaba ordenadas montañas de fruta, embolsaba picón para los braseros  o me acodaba en el mostrador junto al tambor de arenques, historias que hacían del mundo un lugar extraño y complicado, pero también pintoresco y fascinante, que estimulaban la imaginación y la curiosidad, pero también el temor. Me gustaría pensar que sí, que dentro de mis posibilidades, y siguiendo la divisa patafísica (“Me esfuerzo de buena gana en pensar cosas que nadie pensará”) y la de José María Merino (“La literatura debe hacer crónica de la extrañeza”), he intentado explorar exhaustivamente ese territorio fronterizo entre la vida soñada y la real, regido por leyes propias. Y el relato breve fantástico, que en apariencia es un registro muy acotado, una parcela muy limitada, me ha permitido siempre cultivar el espacio sin límites de la imaginación.»



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Juan Jacinto Muñoz Rengel

(Málaga, 1974)

«Para empezar a hablar, habría que partir de que el hecho literario hoy ha sido engullido por el mercado. Los mecanismos de la sociedad de consumo y las grandes empresas editoriales han integrado al libro en sus estructuras como un producto más y, a veces, nosotros mismos nos sorprendemos hablando en sus términos. Antes, el número de lectores potenciales en España era de unos miles, y estos solo interesaban a los propios involucrados en el proceso creativo. Ahora, la cifra de lectores-consumidores se ha multiplicado hasta añadir varios ceros, de modo que los intereses han cambiado y tienen poco o nada que ver con la literatura. Desde este punto de vista, el cuento no puede competir. El cuento exige un lector involucrado y no un lector-consumidor. No nos engañemos, esto no solo está ocurriendo en España, sino también cada vez más en países con gran tradición de cuento, como Argentina o Estados Unidos. El cuento es complejo, no puede ser leído en cualquier sitio, a pesar de su breve extensión. No es un cómodo remanso de paz en el que sumergirse y dejarse llevar. El cuento es inhóspito, un lugar solo para aventureros. Por lo tanto, mientras los libros de cuentos no puedan fructificar en éxitos de ventas – salvo excepciones – , no podrán ser un engranaje de peso en el mercado. Y eso puede ser algo bueno o malo según las aspiraciones de cada cual. Desde mi punto de vista, lo único que en estas circunstancias podemos pretender cambiar es el trato que la crítica brinda al género, que en muchos casos es de un desdén manifiesto.»



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Eduardo Jordá

(Palma de Mallorca, 1956)

«Creo que hay una cierta obsesión por el microrrelato que es perjudicial para el cuento. El microrrelato es un juego, una pirueta, quizá un triple salto mortal (con red). Nada más. Yo prefiero relatos que permitan más concentración en los personajes, más trasfondo, más detalles sobre lo narrado, más amplitud de registros. No sé, puede ser una manía, pero me gusta el formato de relato que practicaba Cheever, o que aún cultivan otros grandes como William Trevor o Alice Munro: entre veinte y treinta folios. Esa extensión te permite llegar a conocer casi físicamente a los personajes, aunque no estés obligado a establecer una larga y a veces tediosa convivencia con ellos.»



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Luisgé Martín

(Madrid, 1962)

«Me acuerdo de que cuando escribí ese cuento no había comenzado aún la era de la telerrealidad. Aún no había ningún Gran Hermano ni se había concebido ningún Show de Truman. No fui, sin embargo, un visionario, pues el cuento lo escribí inspirándome en una noticia que hoy resultaría banal, pero que entonces levantó revuelo y a mí me impactó. Eran los primeros tiempos de la popularización de Internet y la noticia hablaba de una niña de pocos años (diez o doce) que se había hecho rica poniendo una webcam en su dormitorio y cobrando a quien quisiera conectarse con ella. No había nada de pornográfico en la propuesta, solo la invitación a entrar en la intimidad vulgar de una niña de esa edad. La noticia me pareció el principio de algo impredecible y escribí el cuento, que envejeció rápidamente (en lo que se refiere a anticipación, al menos, no sé en lo literario).»



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Antonio Orejudo

(Madrid, 1963)

«Casi todo lo que parece posmoderno hoy se hizo en el XVI o en el XVII, basándose casi siempre en alguna obra griega o latina. En el caso de Ventajas, sí recuerdo que tenía la idea de escribir algo que pudiera leerse como una colección de cuentos y como una novela. No sé si es una tendencia actual. Bien mirado, casi todas las narraciones largas, incluso las monolíticas de Thomas Mann, están compuestas de episodios, cuyas fronteras se borran. Hoy la diferencia es que esas fronteras no solo no se borran sino que se subrayan.»



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Ricardo Menéndez Salmón

(Gijón, 1971)

«Mi relato favorito, aquel del que más orgulloso me siento como escritor, es “La vida en llamas”, el texto que abre Gritar. Así como La ofensa nació de la imagen de un edificio que arde, “La vida en llamas” surgió de la imagen de un corredor en llamas que pasaba ante un espectador atónito. La imagen era tan poderosa que me dije:” He ahí una historia que merece ser contada”. La imagen tiró de mí como un  perfume. Solo tuve que seguirla y ella me fue abriendo otras estancias, todas increíblemente plásticas: un hombre leyendo a la cabecera de un agonizante, una mujer embarazada bebiendo desnuda en mitad de la noche, un padre de familia observando dormir a sus hijos como si se tratara de un ratero. La redacción del texto resultó tan diáfana que lo termine en dos semanas, un tiempo para mí brevísimo, si tenemos en cuenta que, por ejemplo, la redacción de La ofensa me llevó 36 meses. El orgullo que siento ante ese relato se cifra, en definitiva, en que jamás, a lo largo de todo el tiempo que llevo escribiendo, el resultado final de lo que he querido contar ha estado tan cerca de mi intención inicial. Valga decir que, desde el punto de vista del escritor, es el texto que menos ha perdido entre su enunciación y su plasmación.»



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Pepe Cervera

(Valencia, 1965)

«No soy partidario de conflictos entre novela y cuento. Ese es un debate que no me interesa, aunque sí me resulta llamativo que a un cuentista se le pregunte continuamente para cuándo una novela, y a un novelista no se le pregunte jamás para cuándo un libro de cuentos.

Estoy convencido de que es a través de los detalles sin importancia y los gestos mínimos como se define la atmósfera y se dibujan los personajes en la literatura que prefiero. Los norteamericanos son maestros en ese terreno. Se han preocupado menos de psicoanalizar a sus personajes que de describir cómo sostienen un vaso de agua y, sin embargo, han conseguido transmitir a los lectores mucha más información acerca de esos personajes por la forma en que cogen un vaso. A mí entender, eso reduce al mínimo la distancia entre la historia y el lector, ayuda a intimar, a identificarse con lo que está leyendo. Esa es una de las finalidades que persigo.»



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Pilar Adón

(Madrid, 1971)

«Me divierte más crear atmósferas que concebir tramas. Me gusta observar, descubrir gestos en el rostro de los demás cuando creen que nadie les mira, captar sonrisas o vacilaciones pasajeras… Puedo pasar larguísimos minutos contemplando un paisaje o una piedra o los movimientos instintivos de un perro, y luego me gusta narrar lo que he visto. Rememorarlo y contarlo. Soy consciente de la importancia de la trama y me gusta conmover y que, como lectora, me conmuevan. Pero no me refiero a que me asusten o a que me den un final necesariamente sorprendente. Me gusta que me emocionen con la belleza de una frase bien compuesta o con la coherencia del comportamiento de un personaje que, tal vez, no varíe y se quede tal cual, como al principio, sin más.

“En materia de jardines” es el relato que abre El mes más cruel. Lo escribí en pocos días, mientras estaba junto al mar, en un pueblo bastante tranquilo en el que suelo pasar los veranos. Narra la historia de dos mujeres que han de compartir una casa enorme durante unas semanas, en principio, porque una va a cuidar de la otra. De vez en cuando se cruzan por los largos pasillos de la casa, un lugar lleno de bañeras en el que es fácil perderse. Cuidan del jardín, hablan de las estrellas, charlan durante las comidas, y poco a poco va surgiendo entre ellas una relación en cierto modo ambigua debido a esa pretendida capacidad que una tiene para proteger a la otra de sus propias tendencias, no se sabe si destructivas. Pronto surgen sutiles juegos de dominación y anulación, y se va constatando que, en definitiva, es muy complicado ayudar a nadie, porque, entre otras cosas, somos presos de nuestra propia peripecia.»



 

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Mercedes Cebrián

(Madrid, 1971)

«Debo confesar que a mí las historias, en principio, me interesan más bien poco o nada. Cuando la gente me cuenta intrincadas anécdotas reales acerca de personas que conocen y me instan a usarlas en mis relatos me veo obligada a desechar esa información automáticamente. Nunca parto de una historia dada por otros o generada por mí. En cambio, me resultan muy estimulantes las imágenes, las infracosas que no llaman mucho la atención, como el alza de un zapato en un porte antipático (germen de “Algo resentido de este pie”) o la pregunta “¿qué pasaría si…?” como excusa para poner en marcha la máquina de la ficción, de ahí que la organización del material narrativo, la gestión del tiempo en el relato y de la información que proporciono para que se comprenda la endeble historia que pretendo contar, es lo que más sudores me provoca. Eso me llevó a plantearme, hace ya tiempo, el ir abandonando paulatinamente la creación de historias con su nudo y su desenlace y limitarme a crear meras “ficciones”.»



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Sara Mesa

(Madrid, 1976)

«Todo es cuestión de relativizarlo un poco. Como también conozco el mundo de la poesía —esta sí claramente en vías de extinción-—, lo que veo es más bien un auge del género. Siempre caemos en el error de comparar el relato con la novela y decir que el relato vende poco y la novela vende mucho, pero ¿de qué hablamos cuando hablamos de novela?, ¿del bestseller histórico y / o sentimental, de las Almudenas Grandes y de los Pérez Revertes?, ¿o de esas otras novelas —muchas de ellas, buenísimas— que tampoco traspasan las ventas de quinientos ejemplares? Sinceramente, creo que entre los cultivadores del relato se está extendiendo un discurso victimista y un poco alejado de la realidad.



 

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© Foto de B. Corral

Andrés Neuman

(Buenos Aires, 1977)

«Cuando escribo un cuento es como si algo travieso y atrevido se activara en mí. En ese sentido, creo más en el cuento como búsqueda incierta que como diseño de ingeniería o relojería. Los relatos redondos, eficaces y perfectos están muy bien, han dado y darán excelentes resultados, pero a mí ahora mismo me interesan casi más los cuentos que (por decirlo con Rubén Darío) persiguen una forma. Eso sí, una forma cuyo objetivo no sea tan solo una “innovación técnica”, sino, sobre todo, una experiencia en mi opinión suprema: la emoción, la epifanía mínima que te deja deseando melancólicamente un poco más.»



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La familia del aire. Entrevistas con cuentistas españoles
Miguel Ángel Muñoz
• Páginas de Espuma, 2016

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