Narrativa

She was so bad

La antología "She was so bad" reúne a 22 escritoras con el objetivo común de reivindicar la presencia de la mujer en la narrativa pulp. Bajo el sello de Aloha Editorial, el volumen agotó en un mes su primera edición y presenta ahora la tercera con una portada renovada, ilustraciones de Valle Camacho y diseño de Jorge Elías.

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La antología She was so bad reúne a 22 escritoras con el objetivo común de reivindicar la presencia de la mujer en la narrativa pulp. Bajo el sello de Aloha Editorial, el volumen agotó en un mes su primera edición y se presenta ahora la tercera con ilustraciones de Valle Camacho y diseño de Jorge Elías.

Aunque todos los relatos se engloban dentro de este género de excesos que es el pulp, nos encontramos con estilos muy marcados y diferentes entre sí. Eva Pardos Viartola (Zaragoza), nos sorprende con un estilo poético en un relato circular al ritmo de jazz. So Blonde (conocida por ser colabora en El Jueves), nos presenta un relato negro de prostitución y crimen organizado en un tono ácido e irreverente. Isabel G. Gamero (Ronda) opta por el gore. Noelia Olmedo Cubí (Barcelona), por el relato kinki, mientras que Sylvia Ortega (Madrid), Ana Cuaresma (Logroño), Emily Roberts (Ávila) y Silvia Hidalgo (Sevilla), se mueven con soltura entre la fantasía, la ciencia ficción y el terror clásico de fantasmas. También hay espacio para el noir, de la mano de Chus Sánchez y Marah Villaverde (Asturias); para el humor negro y la carne cruda, con Lola Robles (Madrid), Alicia Sánchez Martínez (Barcelona), y Mika Lobo (Bilbao); la universidad, el amor fou, las drogas, el intercambio de idiomas y la carretera, con Tania Panés (Madrid) y Julia González Calderón (Sevilla); la infancia y la crueldad, con Pilar Royo (Zaragoza); la crudeza y las ventajas de saber mantener la sangre fría, con María Fernanda Ampuero (Ecuador), Lucy Leite (Brasil) e Isabel Galán (Madrid), y el erotismo de la decadencia, de la mano de Noelia Montalbá.

Adriana Bañares Camacho, autora del proyecto, nos explica los motivos que le llevaron a plantear esta antología, así como las dificultades para distribuirla y acercarla a sus potenciales lectores. A continuación de su artículo, una selección de textos incluidos en la antología.





¿Por qué She was so bad?

/ por Adriana Bañares Camacho /

No me gusta admitir que She was so bad surja de un cabreo, la verdad. Me gustaría que todos mis proyectos surgieran de cosas bonitas, pero la verdad es que sí, que es la respuesta a un cabreo. Hace unos años descubrí horrorizada que en la nómina de autores de un fanzine que admiraba, que lo editaban personas que admiraba, no había ni un solo nombre de mujer. Por aquel entonces, yo conducía un programa de radio online sobre novedades editoriales en el campo underground (editoriales independientes, autores autoeditados y fanzines, por supuesto) y no pude pasar por alto este detalle. Me parece mal que se excluya a las mujeres, siempre. Pero me duele más cuando se nos excluye en el ámbito subterráneo, porque la contracultura es casa, es lugar seguro para los marginales, para los que no encuentran lugar en los medios convencionales, y si se nos veta la entrada también a ese mundo, ¿qué nos queda? Lo dije entonces y lo repito ahora: es necesario que la lucha feminista encuentre sus aliados en el mundo underground. Es necesario, es esencial tener nuestro espacio en el mundo fanzine. El podcast tenía una proyección ínfima. Cuando llegaba a los cien oyentes, solo me faltaba sacar el cava y el confeti, pero aquel programa sí se escuchó y tuvo respuesta por parte del fundador del fanzine: a las mujeres no les interesa el pulp. Quizá no con estas palabras exactamente, pero el mensaje era ese: que hay pocas mujeres interesadas en la literatura de ciencia ficción, sexo gore, terror, fantasía, etcétera. En el pulp, en definitiva. En su último número, las mujeres sí tienen presencia; hay seis narradoras ante una abrumadora presencia de autores: sesenta, nada menos. Esta vez, mi respuesta no fue hacer pública mi opinión al respecto, sino demostrar que sí hay narradoras interesadas en el tema. Lancé una convocatoria abierta a través de los perfiles sociales de Aloha, y en muy poco tiempo recibí más de sesenta relatos pulp escritos por mujeres.

Seleccioné los veintiún relatos que componen el libro, y el poema inicial a modo de prólogo, de Carmen del Río Bravo. ¿Por qué esos y no otros? Bueno, intenté que el libro tocara diferentes subgéneros dentro del pulp y diferentes estilos. Eva Pardos Viartola (Zaragoza) nos sorprende con un estilo poético en un relato circular al ritmo de jazz. So Blonde (conocida por ser colaboradora en El Jueves) nos presenta un relato negro de prostitución y crimen organizado en un tono ácido e irreverente. Isabel G. Gamero (Ronda) opta por el gore. Noelia Olmedo Cubí (Barcelona), por el relato quinqui, mientras que Sylvia Ortega (Madrid), Ana Cuaresma (Logroño), Emily Roberts (Ávila) y Silvia Hidalgo (Sevilla) se mueven con soltura entre la fantasía, la ciencia ficción y el terror clásico de fantasmas. También hay espacio para el noir, de la mano de Chus Sánchez y Marah Villaverde (Asturias); para el humor negro y la carne cruda, con Lola Robles (Madrid), Alicia Sánchez Martínez (Barcelona) y Mika Lobo (Bilbao); la universidad, el amour fou, las drogas, el intercambio de idiomas y la carretera, con Tania Panés (Madrid) y Julia González Calderón (Sevilla); la infancia y la crueldad, con Pilar Royo (Zaragoza); la crudeza y las ventajas de saber mantener la sangre fría, con María Fernanda Ampuero (Ecuador), Lucy Leite (Brasil) e Isabel Galán (Madrid), y el erotismo de la decadencia, de la mano de Noelia Montalbán.

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En definitiva, creo que he conseguido desmontar la teoría del editor de fanzines que dice que a las mujeres no les interesa el pulp. Y, vamos a ver, que no he descubierto la Luna con esto. Lola Robles lleva años luchando por visibilizar a las autoras de género a través de su blog Fantástikas y participando muy activamente en festivales de cómic y jornadas de sci-fi por todo el país. Y tenemos compañeras fanzineras como Sisterhood, que también están luchando por visibilizar el pulp escrito por mujeres junto a la editorial Ofegabous, con la colección Pulpería. Lo que estoy haciendo con She was so bad es no solo visibilizar a la mujer underground dentro del underground, sino llevarla más allá, sacar el fanzine a las librerías, sacarlo al mundo propiamente editorial y no fanzinero (aunque esto nos daría para otro gran debate, por supuesto: qué diferencia al fanzine del libro más allá del isbn y ausencia de él, etcétera). Vamos, eso. No he querido editar un fanzine. He querido editar un libro.

Es muy duro ser un pequeño editor. Desconozco cómo está el tema en otros países, pero aquí en España es muy duro. Me está costando muchísimo acceder a librerías. Muchísimo. Hay muchas, encantadoras, que han aceptado nuestros títulos en sus estanterías, pero han sido muchísimas más las que no nos han respondido o directamente nos han rechazado por no trabajar con una distribuidora grande. Contamos con Circular (una pequeña distribuidora afincada en Zaragoza) para poder acceder a la Casa del Libro, pero del resto de librerías nos encargamos desde Aloha. Hablo en plural, pero hasta luego, modestia: Aloha lo llevo yo. Cuento con un apoyo enorme por parte de los autores de la editorial y para el trabajo de diseño y maquetación cuento con el gran Jorge Elías, pero yo me encargo de todo lo que concierne a distribución, comunicación (otra gran pelea: acceder a prensa siendo desconocidos) y, por supuesto, a lo que ser editora se refiere: selección, revisión y corrección de textos, etcétera.

Pero vamos, que ahí estamos y esto sigue hacia adelante y seguiré peleando lo que haga falta para que Aloha se convierta en la editorial que quiero que sea.

De momento, hemos conseguido agotar la primera edición de She was so bad en menos de un mes. Presentamos el libro en Barcelona (librería Veus amb Veu) y en Madrid (La Central), y tuvimos que retrasar alguna presentación que ya teníamos acordada, porque nos habíamos quedado sin ejemplares.

Desde aquí quiero agradecer a las librerías que nos han acogido. A Veus amb Veu, La Central, La Rossa (librería de Valencia especializada en literatura escrita por mujeres), La Pantera Rossa (Zaragoza) y a todas las que están por venir, como Casa Tomada (Sevilla) y A Pie de Página (Valladolid).

Creo que es esencial que haya una buena comunicación y un trato profesional entre las librerías, los editores y los autores para que esto siga funcionando. Es fundamental. No sé qué más decir. Que es duro, que es una lucha continua y necesaria. Y que estoy muy orgullosa de formar parte de ella.

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Adriana Bañares Camacho / © Foto: Carlos Traspaderne




Extracto

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Subasta

/ María Fernanda Ampuero /

Después ya no lloraba al ver las tripas calientes del gallo perdedor mezclándose con el polvo. Yo era quien recogía esa bola de plumas y vísceras y la llevaba al contenedor de la basura. Yo les decía: adiós, gallito, sé feliz en el cielo donde hay miles de gusanos y campo y maíz y familias que aman a los gallitos. De camino, siempre algún señor gallero me daba un caramelo o una moneda por tocarme o besarme o tocarlo y besarlo. Tenía miedo de que, si se lo decía a papá, volviera a llamarme mujercita.

—Ya, no seas tan mujercita. Son galleros, carajo.

Una noche, a un gallo le explotó la barriga mientras lo llevaba en mis brazos como a una muñeca y descubrí que, a esos señores tan machos que gritaban y azuzaban para que un gallo abriera en canal a otro, les daba asco la caca y la sangre y las vísceras del gallo muerto. Así que me llenaba las manos, las rodillas y la cara con esa mezcla y ya no me jodían con besos ni pendejadas.

Le decían a mi papá:

—Tu hija es una monstrua.



Miami Bridg

/ Julia González Calderón /

Conocí a Thomas Estébanez durante mi segundo año en Miami. La cosa empezaba a írseme de las manos esa primavera. Quería entregar mi tesis de máster en el semestre del siguiente otoño y trabajaba como una desquiciada. Me iba a la biblioteca temprano y pasaba hasta doce o catorce horas allí leyendo. El caso es que la noche en que conocí a Thomas yo no quería salir, como siempre pasa en estas historias. Había pasado dieciséis horas mirando fijamente las páginas de varios libros gracias a mi nueva medicación para el desorden de déficit de atención y mis planes consistían en tomarme un par de lexatines traídos subrepticiamente de España tras las últimas Navidades* y fumarme un porro con Chris viendo alguna pedorrada de la mtv, pero las españolas requerían mi presencia. Hay una fiesta latina en el t9. Si tienes nombre en español, pasas gratis. Les dije que no me apetecía. Me dijeron que Carmen había comprado farla esa tarde. Les dije que tenía que lavarme el pelo.

* Mi médico americano me había recetado también ansiolíticos, pero costaban una barbaridad en la farmacia y procuraba dosificármelos adecuadamente. Había que encontrar el equilibrio idóneo en mi presupuesto mensual para repartir el dinero sin problemas entre drogas farmacéuticas y drogas de camello. Era una cuestión más peliaguda de lo que parece a simple vista, puesto que la Fundación que generosamente me becaba no había tenido en cuenta todos los intereses de ocio de sus jóvenes protegidos.



Black COLTRANE

Ciénaga de ceniza

/ Eva Pardos Viartola /

En el último trago me di cuenta de que resbalaba. Me zambullí en la ciénaga de ceniza del cenicero que teníamos al pie de la cama. No pude hacer nada, simplemente caí. Allí no encontré nada, y la nada me acompañó los tres meses que anduve perdida en el cenicero-ciénaga. Caminé y caminé, me ahogaba entre la nada que tenía a mi lado, una compañía a veces grata, a veces ciega. Al tercer día encontré tu mano, tiré de ella, quería salir, pero me di cuenta de que solo era tu mano. En los días siguientes fui encontrando partes de ti: la pierna, otro brazo. Por fin tus ojos, tus ojos caleidoscópicos, por fin una luz. Con todas las piezas te recompuse y volví a la cama, pero Black no estaba. Solo estaba la última botella de vodka y el último Camel.

Me diluyo, me hago black.



Fuera de juego

/ Chus Sánchez /

No sirvió de nada que intentara aislarme con mi vaso de ron, porque un instante después un tipo se sentó a mi lado. Lo escuché carraspear con fuerza, imagino que para llamar mi atención, pero me comporté como si no me hubiera dado cuenta. Me negaba a escuchar problemas que no eran míos o a soportar a seductores de pacotilla, pero a pesar de mi antipatía manifiesta, él comenzó a hablar, como si tampoco se hubiera percatado de mi cara de pocos amigos:

—A este mismo bar venía antes una mujer preciosa.

El cliente solitario hizo una pausa y capté por el rabillo del ojo que daba un trago a un vaso que no le había visto pedir, por lo que supuse que cuando entré él ya estaba allí, merodeando en busca de una presa fácil como yo. Me giré para darle la espalda y centré la mirada en el hielo de mi vaso, tratando de mantenerme igual de fría, a la vez que hice oídos sordos con descaro para que me dejara en paz. No lo logré.



Esconder un cadáver

/ Sylvia Ortega /

Sonaba Ziggy Stardust en el bar donde la conocí. Yo estaba bebiendo una copa con mis alumnos de español, ella estaba sola, animada y pendiente de lo que decíamos. Me crucé con su mirada y, con una sonrisa, la incluí en nuestra conversación. Poco a poco mis alumnos se fueron marchando, hasta que por fin me encontré a solas con ella y con el camarero, que, aburrido detrás de la barra, cambió a Bowie por Lady Gaga para ver si conseguía echarnos del local. Objetivo conseguido. Pagamos y salimos. Era evidente que a ninguna de las dos nos apetecía volver a casa, pero fue ella quien propuso la última en La Dernière Chance, el único garito que quedaba abierto en la zona a esas horas. Nos dio la mañana entre risas, bailes y cervezas y justo cuando creí que el sueño y el cansancio me habían vencido, llegó la pregunta que me hizo despertar:

—¿A quién ayudarías a esconder un cadáver?



El regalo

/ Marah Villaverde /

—Vaya, tienes un Challenger —dice al verme sacar las llaves.

—Del 74. Mi trabajo me permite darme un capricho de vez en cuando. ¿Te gusta?

—No es un coche para mujeres.

Me apoyo en el maletero, le miro y sonrío. En un esfuerzo de aparentar sobriedad, Rick se yergue y, acercándose provocador, posa sus manos sobre mis caderas.

—¿No? ¿Por qué?

—No creo que sepas controlar tantos caballos —dice, arrastrando las palabras. Su mano izquierda sube lentamente hasta acariciar mi mejilla, y entonces veo la cicatriz en su dedo índice. Hijo de perra. Acerca su boca a la mía. Estás loco si crees que vas a besarme.

—Espera, espera… —susurro, retirándole con un suave empujoncito hasta que da un paso atrás—, acabas de recordarme algo. —Dos pasos atrás. Muy bien, Rick—. ¿Sabes qué otra cosa…?

El hijo de puta ni siquiera tiene tiempo de reaccionar cuando le clavo la rodilla en la entrepierna y el aire sale disparado de sus pulmones. Solo me mira sorprendido, frunce el ceño, se agarra las pelotas y cae al suelo retorciéndose de dolor con un gemido gutural.

Los métodos más sencillos son, a menudo, los más efectivos.



Mis chicas

/ Isabel Galán /

Mary me miró sorprendida. No debía de comprender nada. Y entonces dejé que el placer que comenzaba a llegar hasta mí se liberase, agarrando su cuello con mis manos.

Ella intentó gritar, pero carecía del aire suficiente para hacerlo y solo alcanzó a tratar de soltarse. Apreté con fuerza, sintiéndome vivo al ver cómo la vida de Mary fluía a través de la expresión de sus ojos oscuros. Un poco de tiempo después, no sé cuánto, tuvo un último espasmo y dejó de debatirse. Sus ojos quedaron vacíos, fijos en mí, y supe que me amaba, que era así como debía ser, que todo era perfecto. Me di cuenta de que ya estaba muy excitado y la besé otra vez, la acaricié y finalmente la poseí, experimentando esa sensación por primera vez en mi vida. Por fin me sentía yo mismo. Y después me quedé dormido, dentro del coche, todavía abrazado a ella.

Ahora Mary es solo un mechón de cabello negro y una fotografía, que saqué con la cámara que llevaba en la guantera después de poseerla por segunda vez, cuando ya estaba fría y desperté en sus brazos. Pero ella me hizo descubrir el sentido de mi vida, me hizo saber que a partir de ese momento todo iba a ser diferente.



Polaroid

/ Pilar Royo /

24 de julio. Es el día que quedó colgado para siempre en el calendario de la cocina.

Nadie se atrevió a arrancar aquella hoja. Mientras cenaba la sopa fría, no podía dejar de observar la imagen del calendario. Un pequeño barco navegaba bajo el sol. Cada noche rezaba para que se estrellara contra las rocas que se veían al fondo, coronadas por un faro rojo. Rojo cereza. Aquel faro con su ojo me vigilaba, observaba mis movimientos. La sopa me daba asco.

Papá dejó el periódico, llenó la piscina y sacó su Polaroid. Comenzó a disparar fotos a Tess. Tess, una sonrisa. Tess, mira a la cámara. Susy, sonríe un poco, por favor, siempre tan seria. Tess, qué graciosa con mi cigarrillo. Así, quieta, no te muevas.



Sewers

/ Noelia Montalbán /

Lanzó la americana al agua cenagosa y rompió las costuras de la camisa cara. Después, estrechó el cuerpo de ella, lo pegó al suyo con hambre animal y mordió su hombro. Las ratas correteaban por encima de sus pies y el olor era nauseabundo, pero no les importaba. Habían decidido antes el lugar. Lejos de rascacielos, de oficinas y de apariencias.

Lejos de la gente y de sus opiniones.

El ruido de la corriente amortiguaba su respiración y sus gemidos de placer y dolor mientras se tocaban, se mordían y se besaban debajo del mundo que conocían, rodeados de basura, suciedad y podredumbre. Lejos de miradas indiscretas que aplauden la guerra y condenan el sexo. Habían aparcado a un lado su humanidad, se habían vuelto animales.



Morder el polvo

/ Noelia Olmedo Cubí /

No sé por qué me sabe la boca a tierra.

Le juro que yo no sabía nada, agente. Yo fui allí con mi colega para unos asuntos, pero no conocía el sitio. Un lugar de mala muerte, lo suficientemente bueno para nuestros trapicheos, según mi colega Joe. ¡Y mire lo que ha pasado! Ya me decía mi Lola que hoy no era un día bueno para salir, que la luna estaría llena… La luna que vuelve locos a los hombres.

Pero, míreme, agente: ¿usted cree que yo podría matar a todas esas personas? Sí, ya sé que me encontraron tirado en el suelo de la gasolinera rodeado de cadáveres, pero yo jamás haría algo así, agente. Soy un tipo decente, un superviviente.



caravan Hendrix

El hombre de la camiseta de Jimi Hendrix

/ Tania Panés /

Elouan tiene treinta y tres años y conduce camiones por Europa. Es el típico hombre que suelta comentarios del tipo «yo no me enamoro de una mujer, mejor me enamoro de una moto o de un deportivo». Elouan lleva una cruz enorme de plata colgando del cuello y se mete cocaína siempre que puede, y el único libro que se ha leído en su vida es El principito porque le obligaron en el colegio. Su madre murió hace un año y no tiene ningún problema en decírselo a todo el mundo. Considera que ha sufrido mucho en la vida porque viene de una familia de inmigrantes y le gusta desafiar a todo el que se cruza en su camino porque eso le hace sentir bien. Elouan no es una mala persona. Elouan tiene unos días de vacaciones como todos los demás y ha venido a Salou para comer, beber, meterse cocaína y follar.

Carolina piensa que Salou es uno de los sitios más feos en los que ha estado en su vida.



Como un hombre

/ So Blonde /

Así funciona el mundo; ella vendía sus orificios y Leonard sus músculos. A él le iba mejor, claro, dentro de la organización cuidaban de su gente, de sus muchachos. Eran una familia. A Shana le habría encantado tener una familia que cuidara de ella, pero se habría conformado con haber nacido hombre. El mundo es más sencillo con un rabo entre las piernas. Leo era el vivo ejemplo de eso, tenía un apartamento en Queens, un Mercury Montego rojo del 87, efectivo para gastar en putas como ella y todo con el coeficiente intelectual de una patata.

Un hombre siempre podía encontrar una ocupación que, si bien no fuera respetable, sí pudiera ser temida. En cambio, ella lo que único que podía hacer con su pecho plano de Arkansas y sus incisivos separados de paleta era calcinar su vida abriéndose de piernas.

Joder, ni para camarera la querían. La puta crisis había hecho que un trabajo de cajera en el Walmart fuese un puto sueño, y las empresas de limpieza solo contrataban a inmigrantes sin papeles.

Si ella fuese un hombre…



mika lobo

El peligro de llevar la contra

/ Mika Lobo /

—¡Ese mal nacido hijo de una puta vaca del infierno! —furibunda me giré para mostrar el paquete que descansaba abierto sobre mis manos—. ¡Que me ha dado contra!

—Estás como una puta cabra, mamá…

—Voy… voy a matarlo, a destriparlo con mis manos… y le sacaré los ojos, y me mearé en las cuencas oscuras y vacías… —cada palabra supuraba desde mi alma rezumando odio, me desgañitaba en cada una de las sílabas—. ¡Joder, que me meo!

Salí corriendo hacia el baño. Ya no aguantaba más.

En todos los sentidos.

Y allí sentada, sobre una taza de váter repleta de las salpicaduras desconsideradas de los hombres de mi vida, me aliviaba y seguía imaginándome mil maneras de degollar, desollar, destripar y triturar el cuerpo sin vida de aquel absurdo carnicero que me había destrozado el día.

—Quiero que mueras, que mueras, que mueras —cerré muy fuerte los ojos y lo deseé con todas mis fuerzas, como hacía de pequeña al rezar.



Fibroma

/ Alicia Sánchez Martínez /

Toda la culpa la tuvo el fibroma: un tumor benigno del tamaño de una uña que apareció en el interior de mi útero y que me provocaba abundantes hemorragias. Fuera donde fuera, hiciera lo que hiciera, no podía olvidar que, en cualquier momento, en cualquier lugar, el fibroma podría empezar a contraerse y expulsar coágulos como crisálidas o larvas a medio formar.

El fibroma. Me lo imaginaba como una víscera henchida, un hígado en miniatura segregando de forma intermitente una bilis oscura y gelatinosa. No tiene por qué preocuparse —me decía siempre el ginecólogo—, no se trata de un problema grave, pero a mí me repugnaba ese flujo de olor nauseabundo que me acompañaba a todas partes y que me hacía rehuir la presencia de los demás.

Al principio fue inseguridad, después una auténtica fobia. Me avergonzaba llevar la ropa siempre empapada de sangre. No había compresas suficientes para contener ese dique roto en el que se había convertido mi útero. Todo esfuerzo era inútil. No tuve más opción que encerrarme en casa y no salir jamás.



Tenebrácula

/ Alicia Sánchez Martínez /

De niña ya guardaba chinchetas en los bolsillos y mataba arañas y hormigas, las envolvía cuidadosamente en celofán para regalárselas a mi prima Alba, que se horrorizaba.

Pero eso es lo de menos, travesuras infantiles…

La verdadera pasión comenzó con catorce años más o menos: me hice mujer y mes a mes me regocijaba con la sangre… Fui cogiendo formas mórbidas, femeninas, caderas anchas y generosas, y pechos maternales.

Entonces empecé a clavarme alfileres en estas redondeces y blancuras nunca vistas por otro ojo humano excepto el mío, para sentir mi carne en toda su eclosión, tentar mis arterias, alcanzar mi más profundo yo, escondido entre capas de epidermis, grasas y tendones.

Estas mínimas y continuas cicatrices rojas me han seguido recordando hasta el presente que soy humana y evitan que me eleve adonde no merezco.



padre ha muerto

Padre ha muerto

/ Ana Cuaresma /

Ya está otra vez. Delante de mí. Con su cara demacrada, con esa piel blanca en la que se aprecian mejor las sombras. Los tonos grises en sus párpados, aún más oscuros bajo los ojos y los pómulos. Padre ha muerto, otra vez. Y, otra vez, repite frente a mí los pasos en el salón como buscando pisarse a sí mismo. De pared a pared, camina perdido en toda su largura de forma convulsa. De forma en la que se agrandan las cinco arrugas de su rostro.

Dos horizontales en la frente que casi la recorren entera; una entre las cejas, profunda, y dos verticales en lo que debiera ser el comienzo de cada mejilla. Pero él no tiene mejillas. Quizá entrando en su gran boca pueda existir algo comparable a una mejilla. Y me extrañaría, pues él parece no tener carne. Podría entretenerme a contar desde esta silla de la mesita cuántos huesos soy capaz de apreciar. Pero no, me resulta aberrante; aunque no más que permanecer frente a él durante tanto tiempo.


La idea de volver

/ Emily Roberts /

Pero yo iba a quedarme a esperarte aquí, porque sabía que vendrías.

Y, en efecto, viniste. Viniste y yo tuve miedo de ver el fin en tus ojos. Viniste pero yo siempre aguardaba un resquicio de duda, el temor invisible de que no fueras a volver, de que para ti no hubiera suficientes motivos.

Y no los había. De hecho, te disponías a romper conmigo cuando empezamos a oír los tiros. Estábamos sentados en un bar mugriento, intentando recuperar las fuerzas con una cerveza a la que se le ha esfumado el gas, mientras tú balbuceabas unas excusas increíbles y yo buscaba un lugar donde esconderme de la vergüenza que en ese momento sentía hacia mí misma.

Entonces, una bala atravesó el cristal y alcanzó las botellas de la estantería que teníamos enfrente. Yo grité y buscamos un lugar donde ponernos a cubierto. Pasamos tres noches y tres días resguardados en la trastienda del bar, alimentándonos de conservas muy secas y saladas mientras en la calle corrían ríos de sangre.



Aniridia

/ Silvia Hidalgo Callarga /

Más allá de las vías no había escuela. Llamábamos así a la casa de la señora Adela.

Nadie sabía qué había hecho para acabar en aquel purgatorio, pero intentaba redimirse enseñándonos todo lo que conocía. Fue gracias a ella que aprendí a leer y escribir correctamente, y con ello a sentirme un ser humano. Eso era mucho más de lo que esperaba cualquiera de los que me rodeaban. A través de ella conocí cómo era el mundo antes y cómo era al otro lado de las vías, donde intentaban simular una sociedad sana, con algún objetivo más que sobrevivir a la propia extinción. Al otro lado existían gobiernos, servicios, empresas, comunidades. Un día, Adela nos enseñó un folleto. Era un tríptico publicitario de un edificio, donde unos niñitos rubios jugaban felices en la piscina mientras sus padres tomaban el sol o aparcaban unos coches flamantes que brillaban incluso bajo la sombra de la arbolada verde. Guardé aquel folleto, lo hice mi sueño, porque yo no sabía soñar.



Excursión

/ Lola Robles /

A eso de las tres de la mañana oímos aullar a los lobos, y poco tiempo después, vimos alrededor de nuestro improvisado campamento varios pares de ojos felinos y fluorescentes, tirando a malignos, tal vez una impresión demasiado subjetiva esta última. No obstante, cuando se acercaron más, Fernando, que continuaba de guardia, no dudó un segundo. Vi cómo tomaba una piedra muy grande del suelo y aproximándose a su vez a Alberto, que roncaba ajeno a todo, la dejaba caer sobre su cabeza.

Los ronquidos cesaron tras un sordo gruñir algo gimiente. Luego mi marido sacó la cuerda de su mochila y ató de brazos y pies a su cuñado y el mío, para proceder a arrastrarlo hacia la negrura y los ojos que resplandecían, entregando el cuerpo como ofrenda. Hubo alaridos y estertores y fauces que masticaban. Luego volvió la oscuridad sin luces acechantes.



La huida

/ Anabel Gabaldón Hita /

Después de tres cambios de coche, por fin había despistado a la policía. El corazón se me salía por la boca y a duras penas conseguía no sobrepasar el límite de velocidad. Miré de reojo la bolsa de loneta sobre el asiento del copiloto y, fijando la vista en la carretera de nuevo, metí la mano. Aún no podía creerme que todos esos fajos de billetes fueran míos.

Todos se rieron de mí cuando les dije que se me había ocurrido una forma de robar ese banco y, desde luego, nunca pensaron que realmente fuera a hacerlo. Imaginé sus caras cuando leyeran la noticia y se me escapó una risa histérica mientras las curvas se sucedían en la carretera secundaria.

Todo se paró en seco cuando otro coche se cruzó en mi camino y el morro de mi vehículo se incrustó en su lateral. Cuando abrí los ojos, tenía la cabeza contra el volante manchado de sangre y el pelo me cubría la cara. Un hombre, con la misma pinta de no tener el mejor día de su vida que debía tener yo, golpeaba débilmente el cristal de mi ventanilla con los nudillos.

—¿Está usted bien, señorita?



Gotán

/ Lucy Leite /

Gil. Y yo que me rompía el orto para bancar tus puchos y tu puchero. Te aguantaba el mal aliento a ginebra, tu cara dura y las medialunas resecas que me traías para el desayuno como si llegaras de un laburo nocturno, cuando hacía dos noches que no te acostabas conmigo. Y yo, ni mu. Como esa vez que te fuiste de joda con Rivarola, a una milonga de mala muerte más allá de Pompeya, dijiste, más allá de donde no sabías, y te perdiste por la provincia y no tenías un mango para tomar el colectivo y te quedaste allí una semana dando vueltas, hasta que volviste con la jeta hinchada de tanto chupar y con la idea de poner un bodegón para empanadas, vinos y un buen gotán, si sabías que serías tu propio cliente y tu propia ruina. ¿Y yo? Una santa. Sí, querido, sí, querido. Y al final pusiste el bar. Pelotudo. Al principio no sabía de dónde miércoles habrías sacado la guita.

Intentaste mangueármela, pero la única regla que puse y mantuve en todos esos años fue que dinero no te daba, excepto para los puchos. No ibas a jugar mi plata en tus naipes.

Todo lo otro no mantuve. Todo lo de amarte y respetarte por los siglos de los siglos. Vos tampoco, así que no te hagas el vivo. Bah, el vivo es que no te vas a hacer.



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