Macías
/por Pablo Batalla Cueto/
La noche del 29 de septiembre de 1979, un fuerte temporal asoló Malabo, capital de la joven República de Guinea Ecuatorial, de cuya independencia de España no se habían cumplido todavía los diez años. Vientos huracanados y lluvias torrenciales provocaron graves y cuantiosos destrozos materiales. Sin embargo, aquélla fue tal vez la catástrofe natural más ignorada de la historia. Nadie en el país pareció darse cuenta de su existencia, como si todos los ecuatoguineanos se hubieran conjurado para hacerle el vacío a cierto dios de las inclemencias a fin de obligarle a dejarles en paz. Había un buen motivo: los doscientos mil habitantes del país estaban pendientes de otro temporal, éste político, que iba a tener lugar al día siguiente en la cárcel principal de la capital. En una pequeña y sucia celda en su interior, un hombre aguardaba su destino, que iba a sellarse la tarde del 30 después de un breve juicio de resultado cantado. Tenía cincuenta y cinco años y había sido alto, fuerte, apuesto y propietario de una mirada fría y penetrante, capaz de infundir auténtico terror a sus semejantes, pero los meses pasados escondido en la selva, las torturas sufridas después de su captura y el miedo que todo ser humano padece cuando siente el aliento de la muerte en el cogote lo habían envejecido y como empequeñecido. Ahora, solo en la celda, con la frente perlada de un sudor helado, temblaba y lloriqueaba. En sus últimas horas, Francisco Macías Nguema no contempló su vida corriendo ante sus ojos como en una sucesión de diapositivas. Ni siquiera las dedicó a martirizarse con un pensamiento recurrente, con una idea fija del tipo de qué rápido había sido todo o cómo diablos pudo no darse cuenta de que la traición, que siempre había esperado y perseguido, no se agazapaba en ninguna callejuela de Malabo o de Bata, ni en ninguna remota plantación de cacaoteros, sino tan cerca y tan a la vista como en su propia familia. La mente de Francisco Macías, anegada por un pánico elemental, sencillamente, no pensaba en nada. Tampoco pensó en nada al día siguiente, cuando el juez decretó la condena a muerte ante los cientos de jolgoriosos ecuatoguineanos que abarrotaron la sala en la cual tuvo lugar el juicio sumarísimo; ni cuando la condena fue hecha efectiva y el tirano más demente y sanguinario de la no precisamente poco demente y sanguinaria historia reciente de África, el émulo ecuatorial de Pol Pot, fue fusilado a las cuatro de la tarde de aquel nuboso domingo de 1979.
Había prohibido los zapatos, la pesca, los médicos, el cultivo del que era el mejor cacao del mundo, los profesores, pronunciar en voz alta la palabra intelectual, la palabra Jesucristo (que debía ser referido como El Hijo Bastardo De Una Puta Blanca Barata Con Un Coño Pestilente) y el pan, del que decía que era un producto imperialista. Mató a un tercio del país y exilió a otro. Los ecuatoguineanos le llamaban Masie. Él se hacía llamar Milagro Único. Admiraba a Gandhi, a Franco y a Mao Tse-Tung, pero su bien más preciado era un ejemplar del Mein Kampf del cual nunca se separaba. A Masie le gustaba aferrarlo, como Moisés las Tablas de la Alianza en la cima del Monte Sinaí, cuando, desde el balcón del palacio presidencial de Malabo, aún recién llegado al Gobierno (democráticamente, como Hitler) y en la cúspide de su popularidad entre su pueblo, instaba a las muchedumbres a matar a los blancos y violar a sus mujeres. «¡Violad a sus mujeres!», bramaba con un énfasis especial, los ojos muy abiertos, las venas del cuello muy hinchadas, y sus fieles cachorros, sus Jóvenes en Marcha con Macías, entraban en un éxtasis guerrero, aullaban como lobos, gritaban «¡Nada sin Macías, todo por Macías!» y corrían resueltos a cumplir a rajatabla las órdenes del Jefe. También lo harán, y también lo harán resueltos, cuando el Jefe, más tarde, no quedando ya blancos que matar, los inste a matar y violar negros. Alguno especialmente obediente violará a su propia madre después de sorprenderla rezándole al dios equivocado, y mientras la acometa le hará repetir la delirante shahada que se obliga a pronunciar a los católicos mientras se los tortura u obliga a defecar sobre santos y biblias: «Dios no existe, Macías es el único Dios; Dios no existe, Macías es el único Dios; Dios no existe, Macías es el único Dios».
Masie. Masie, que había heredado de su padre hechicero el secreto del evú, la misteriosa Sustancia del Mal de la cual sólo se sabe que es de tipo reptiliano y que en ella se deslíen todos los arcanos de la magia de los fang. Masie, que por su padre también conocía las bondades de la dieta caníbal y los mejores despieces: las lenguas, que otorgan a quien las come el poder de la palabra; las mamas femeninas, que otorgan a quien las come el poder de la seducción; los órganos genitales, masculinos o femeninos, que otorgan a quien los come el vigor sexual. Masie, que coleccionaba cráneos humanos, que etiquetaba sus cráneos y los clasificaba por sexos, por fechas, por suculencia, por grado de placer auditivo del ruido que habían hecho al ser cascados en vivo con el bastón de caoba y cabeza de marfil del dictador, al cual le gustaba que le mandaran de vez en cuando al palacio a algún preso político a fin de matarlo y degustarlo él mismo.
¿Cuándo se vuelven futuros dictadores los dictadores? Siempre parece haber un momento fundacional, un difuso episodio de la infancia o la adolescencia que, como un siniestro efecto mariposa, provoca años más tarde las tempestades de muerte que embadurnan las páginas de los libros de historia. ¿Cuándo se volvió futuro dictador el dictador Macías? Dictador de facto se volvió el 5 de marzo de 1969, cuando, tras un golpe de Estado encabezado por Atanasio Ndongo, asumió todos los poderes. Dictador de iure, en agosto de 1973, cuando fue promulgada una Constitución que fue aprobada por un aplastante cien por cien de los ecuatoguineanos, y en la cual, «en reconocimiento a las altas virtudes y excelsas realizaciones en beneficio de la Patria», se proclamaba «Presidente Vitalicio al Honorable y Gran Camarada Francisco Macías». Si Juan Carlos de Borbón iba a proclamarse rey de España «por derecho», ¿por qué no iba él a proclamarse por derecho presidente vitalicio de Guinea Ecuatorial?, solía decir con un característico fulgor sarcástico en los ojos que sólo le abandonó en aquel últimas horas, dos meses después de que su propio sobrino, un tal Teodoro Obiang, lo traicionara.
Pero, ¿cuándo se volvió Francisco Macías dictador en potencia? ¿Cuál fue el relámpago de ira adolescente y deseo de venganza que marcó su destino y el del pueblo guineano? Parece que aquél en que el evú, que otorga a quien lo tiene grandes poderes, pero también el temor y la envidia de los vecinos, llegó a la humilde casa de los Nguema a cobrar su contrapartida. A Masie Milagro Único, además del Mein Kampf, siempre lo acompaña siendo gobernante una antigua rabia: la de la expulsión de su aldea natal, vivida cuando niño, de su clan, el clan de los gorilas, al cual se acusaba de las malas cosechas, de las enfermedades, de todas las desgracias en general. En la marcha penosa que el clan emprende desde la aldea natal, en el actual Gabón, hasta la actual Guinea, con la espalda encorvada por el peso de los bártulos, el joven Macías rumia como un pedazo de carne correosa la firme decisión de consagrar su vida a dar la razón retroactiva a sus vecinos convirtiéndose precisamente en eso: un dios maligno capaz de arruinar cosechas, enfermar a la gente y causar en general cualquier desgracia.
Ésa es la base del recipiente, la apertura de una cuenta corriente de truculencias que Francisco Macías irá llenando en los años subsiguientes con ideas tomadas de aquí y de allá. Dos misioneros panyale (es decir, españoles), Tomás Buiza y Julián Ayala, le dan, sin saberlo, las primeras en los años treinta: Buiza y Ayala, seguidores entusiastas de los métodos de sus compadres belgas en el Congo, rastrean la selva, capturan a los fang que encuentran y les amputan los miembros como castigo ejemplar por su antropofagia, real o presupuesta, y a los que mueren les arrancan los cráneos, que luego envían a España a fin de que científicos y antropólogos los comparen con osamentas de monos, gorilas y chimpancés.
Es poco después de aquella huida cuando, siendo criado de unos españoles pudientes, Francisco Macías, que hasta entonces no se llamaba así, sino Masie me Ngueme, es bautizado y adopta el nombre con el cual se hará famoso. Su condición de servicial y obediente boy (así se llamaba en la colonia española a los criados, siempre hombres, que lavaban la ropa y cocinaban) provoca las burlas de otros fang no cristianizados. Francisco Macías tampoco olvidará los dedos apuntándole, las risotadas aparatosas y las palizas de aquellos compatriotas: «¡Akié! (Dios mío) —recordará que decían— ¡Mirad cómo Masie me Ngueme, el feroz y temible guerrero fang del clan de los gorilas, se comporta como una mujer y lava la ropa sucia de sus varios maridos, los soldados blancos!».
Aquellos maridos blancos sientan sin saberlo otros dos cimientos del Francisco Macías dictador: por ellos descubre a Hitler el joven boy; a ellos debe el nombramiento como ordenanza del Ministerio de Obras Públicas en Bata, del cual saltará, siendo servicial y obediente, a un bien pagado puesto de intérprete, del cual saltará, siendo servicial y obediente, al puesto de alcalde del remoto distrito de Mongomo, del cual saltará, siendo servicial y obediente y teniendo un padrino poderoso —el abogado español Antonio García-Trevijano—, al puesto de vicepresidente de la recién creada comunidad autónoma de Guinea, en 1964, del cual saltará al puesto de candidato de uno de los cuatro partidos que se presentan a las primeras, y hasta la fecha únicas, elecciones democráticas celebradas en la nueva República. Las gana con el eslogan «Unidad, paz y prosperidad», y entonces el servicial y obediente Macías deja de ser servicial y obediente. La locura aplacada durante décadas a fin de alcanzar sin despertar sospechas la cúspide del poder, la locura aplacada incluso cuando, siendo alcalde de Mongomo, sorprende a su primera mujer en pleno acto sexual con un adolescente español, esa locura subterránea y palpitante, estalla como el agua de una presa rota. Francisco Macías prohíbe los zapatos, la pesca, los médicos, el cultivo del que era el mejor cacao del mundo, los profesores, pronunciar el voz alta la palabra «intelectual» y la palabra «Jesucristo» —que debe ser referido como El Hijo Bastardo De Una Puta Blanca Barata Con Un Coño Pestilente—, el pan, del que decía que era un producto imperialista; mata a un tercio del país y exilia al otro y la nueva República pasa a ser llamada en los medios occidentales «el Auschwitz africano».
Todos los dictadores tienen también una forma preferida de matar, un estilo propio de ejercer la violencia, un instrumento o técnica fetiche de tortura. Para Hitler fue la cámara de gas; para Augusto Pinochet, la cama electrificada. ¿Cuál fue la de Macías? Es largo de explicar. Así la recordaba un testigo anónimo, que vio cómo unos Jóvenes en Marcha con Macías llevaban a unos presos a una zona pantanosa, donde los obligaban a excavar una larga zanja:
La milicia popular cogió palas, picos y mazas y comenzó en ese momento uno de los más tétricos y espantosos espectáculos. Empezaron a golpear a los prisioneros, que por otro lado se ahogaban en aquella viscosa agua en estado de descomposición, y que se agarraban a los bordes de la excavación con los dedos sangrando y las uñas astilladas. Cada vez que alguno de ellos intentaba respirar aquel aire saturado y cargado de violencia y de silencio, las Juventudes en Marcha con Macías golpeaban con sus palas o sus picos las cabezas de aquellas amorfas figuras humanas rebozadas de fango y de sangre en las cuales difícilmente se podía apreciar dónde estaban los ojos y la boca.
Era un procedimiento muy habitual. También la crucifixión y el ahorcamiento. Incluso el cólera: cuando sobrevenía una epidemia, Macías premiaba a los amigos y castigaba a los enemigos enviando medicamentos a las regiones de los primeros y privando de ellos a las regiones de los segundos, a las cuales trasladaba, además, a los leprosos de las otras. Macías, sí, no sólo cumplió la profecía arruinando cosechas y siendo capaz de provocar desgracias generales: también fue capaz de enfermar a la gente a voluntad.
El fin fue, efectivamente, muy rápido. El 3 de agosto de 1979 su sobrino Teodoro Obiang, que había estado a cargo de las cárceles, dio un golpe de Estado al que sucedieron unas pocas refriegas que no tardaron en sofocarse y derrocó a Macías, que huyó a las selvas de la zona de Mongomo, donde fue encontrado y apresado.
Un pelotón de soldados marroquíes debió ser traído desde Marruecos a fin de fusilar al tirano. Ningún guineano se atrevió a hacerlo: todos temían que el fantasma de Macías los persiguiese. Muchos acudieron, eso sí, al cementerio a contemplar el cadáver del dictador cantando alegres canciones en lenguas bubi y fang. «Es como si acabaran de matar a una serpiente que hubiera devorado a millares de personas», decía Carlos, un joven de veinticinco años que había pasado cuatro en la cárcel de Black Beach. «Por fin somos libres», decía otro, de nombre Pedro, al cual el dictador había matado a siete familiares.
No lo eran. Teodoro Obiang tampoco tardó mucho en erigirse como nuevo dictador arbitrario y sanguinario. Y hasta hoy.
Pablo Batalla Cueto (Gijón, Asturias, 1987) es licenciado en historia y máster en gestión del patrimonio histórico-artístico por la Universidad de Salamanca, pero ha venido desempeñándose como periodista y corrector de estilo. Ha sido o es colaborador de los periódicos y revistas Asturias24, La Voz de Asturias, Atlántica XXII, Neville, Crítica.cl y La Soga; dirige desde 2013 A Quemarropa, periódico oficial de la Semana Negra de Gijón, y desde 2018 es coordinador de EL CUADERNO. En 2017 publicó su primer libro: Si cantara el gallo rojo: biografía social de Jesús Montes Estrada, ‘Churruca’.
No es exactamente como lo cuenta el autor: los españoles no eran unos sadicos que andaban cometiendo atroces crimenes “por deporte” o “por perversion mental”, el famoso guardia civil Julian Ayala fue juzgado y no se encontró pruebas de las acusaciones que se le habian hecho, parece que fue una calumnia, aunque se cree que actuó con dureza para acabar con el omnipresente canibalismo que practicaban grupos etnicos gaboneses que pasaban desde Gabon a Guinea a “cazar” guineanos para comerselos: a los que castigó eran a esos antropofagos gaboneses a los que sorprendia de “caceria” en Guinea.
En realidad Francisco Macias fue un engendro creado por un ministro franquista llamado Fernando Maria Castiella, que estaba a sueldo de la embajada americana, y que era uno de los “topos” de esta embajada en el gobierno español. Cuando en 1968 la empresa petrolera americana contratada por el empresario español Barreiros encontró petroleo en agua de la isla de Fernando Poo, los americanos sobornaron a Castiella y le ordenaron que diese de inmediato la independencia a Guinea y la vaciase de españoles. Como los guineanos no querian tal independencia (no eran tontos y sabian que el mercado de sus productos, pagados al doble o triple que en lmercado mundial, era España además de que se consideraban españoles, salvo los gaboneses del clan de Macias que se sentian gaboneses y que habian entrado en Guinea hacia 1920) .
El unico politico guineano ( en realidad gabones) que estaba dispuesto a expulsar a los españoles y proclamar la independencia era Macias, los demas en absoluto querian la independencia, ya que los de la isla de Fernando Poo querian seguir siendo españoles o seguir asociados a España a modo de “estado asociado” mientras que la gente culta de rio Muni querian unirse a Camerum. Ante este panorama, hizo entregar a Macias, a traves de Garcia Trevijano, unos 50 millones de pesetas para propaganda. Y ordenó que los guineanos de origen español no pudieran votar en el referendum de autodeterminacion ni hacer campaña ni presentarse a candidatos politicos. Y como aun asi se encontro que los guineanos no votarian la independencia, ordeno que se diese la independencia “si o si”, es decir, sin hacer el obligado “Referendum de Autodeterminacion”, que no se hizo. Castiella hizo dar la independencia sin que esta hubiera sido aceptada por los guineanos tras un referendum de autodeterminacion. A continuacion Castiella, a traves del embajador español, aconsejo a Atanasio Ndongo que recomendara a sus partidarios el votar a Macias para presidente dle “nuevo Estado” en lugar de al españolista Bonifacio Ondo, y cuando salio presidente Macias, y Bonifacio Ondo huyo a Gabon, Castiella temio que arrastrase a la poblacion guineana contra Macias y que con ello mantiviera la union con España, en contra de lo ordenado por los americanos del petroleo, e hizo que lo trajeran detenido a Guinea por la Guardia Civil española y que fuera entregado a Macias. Tambien Castiella hizo entregar los depositos de armamento de la Guardia Civil a Macias asi como un listado de todos los españoles que tenian armas y cuales, que les fueron confiscados y con las que Macias armó a grupos de jovenes que impusieron el terror a los españoles y a los de la isla de Fernando Poo ( con la complicidad de Castiella), En realidad lo que buscaba Fernando Castiella era entregar la isla de Fenando Poo a Macias que era lo valioso para los americanos, no la provincia continental ( los habitantes de la isla de Fernando Poo querian seguir siendo parte de España ya que se consideraban españoles y ademas tenia pavor a los “fang” del continente, hay que tener en cuenta que el tiempo que llevaba la isla siendo al misma colonia que Rio Muni eran solo unos 60 años y en cambio de España desde 1770 aprox , y que etnicamente, idiomaticamente, historicamente, incluso racialmente etc. no tenian sus habitantes nada en comun con los de la “provincia” continental de Rio Muni, a los que en realidad temian ya que les tenian por peligrosos canibales.