Rosa Luxemburgo, cien años después
/por Manuel García Fonseca, el Polesu/
Hace exactamente cien años moría Rosa Luxemburgo de un culatazo de un soldado alemán que le destrozó la cabeza. Fue una muerte simbólica: el militarismo, a la lucha contra el cual Rosa dedicó todos sus esfuerzos prácticos y teóricos, se ensañaba precisamente —como dejó dicho Franz Mehring— con «el más admirable cerebro de los sucesores científicos de Marx y Engels». Polaca de nacimiento, alemana de opción, Rosa había sido desde los dieciséis años una activista y una teórica de una talla excepcional. Uno de sus escritos, La acumulación de capital (una contribución a la explicación económica del imperialismo) es considerado como la obra de inspiración marxista de mayor calado después de El capital.
Escribir en el espacio de un artículo sobre Rosa Luxemburgo significa inevitablemente quedarse en la parcialidad. Siendo, pues, necesariamente parcial en cuanto a los muchos aspectos que resultarían interesantes de su obra, voy a centrarme en las aportaciones que Rosa hace de la democracia y su relación con el capitalismo y con el socialismo.
En cuanto a democracia y socialismo, permítaseme comenzar por la valoración que Rosa Luxemburgo hace de la Revolución rusa en el escrito del mismo nombre. Escribe desde la cárcel, poco antes de ser vilmente asesinada; y escribe percibiendo claramente la grandeza esencial de esa revolución y señalando que su curso podría haber sido muy distinto si los obreros alemanes hubieran acudido en auxilio de sus camaradas rusos. El asedio y acoso al que fue sometido el gobierno bolchevique y las condiciones sociales de Rusia hacían muy dificultoso el proceso al socialismo. Escribe Luxemburgo:
Sería una loca idea pensar que todo lo que se hizo o se dejó de hacer en un experimento de dictadura del proletariado llevado a cabo en condiciones tan anormales representa el pináculo mismo de la perfección. Por el contrario, los conceptos más elementales de la política socialista y la comprensión de los requisitos históricos necesarios nos obligan a entender que, bajo estas condiciones fatales, ni el idealismo más gigantesco ni el partido revolucionario más probado pueden realizar la democracia y el socialismo, sino solamente distorsionados intentos de una y otro.
Hecha su defensa de manera rotunda y admirada de la revolución (Lenin y sus compañeros, afirma, tienen el mérito histórico de responder al llamado de la Ilustración «yo osé»; yo me atreví a dar un salto histórico), Luxemburgo hace un profundo análisis crítico de la vía que han tomado Lenin y Trotski en relación fundamentalmente a la democracia. Los textos son contundentes:
Con toda seguridad, toda institución democrática tiene sus límites e inconvenientes, lo que indudablemente sucede con todas las instituciones humanas. Pero el remedio que encontraron Lenin y Trotski, la eliminación de la democracia como tal, es peor que la enfermedad que se supone va a curar; pues detiene la única fuente viva de la cual puede surgir el correctivo a todos los males innatos de las instituciones sociales. Esa fuente es la vida política activa, sin trabas, enérgica, de las más amplias masas populares.
Para Rosa Luxemburgo sólo hay libertad cuando la hay para el diferente:
La libertad sólo para los que apoyan al Gobierno, sólo para los miembros de un partido (por numeroso que este sea) no es libertad en absoluto. La libertad es siempre y exclusivamente libertad para el que piensa de manera diferente. No a causa de ningún concepto fanático de la justicia, sino porque todo lo que es instructivo, totalizador y purificante en la libertad política depende de esta característica esencial, y su efectividad desaparece tan pronto como la libertad se convierte en un privilegio especial.
Luxemburgo lanza expresiones fortísimas contra el recorte o la exclusión de las libertades. No puede haber riqueza y progreso general sin democracia: la democracia que permita de facto la participación de las masas, la democracia real, es una fuente profunda de vitalidad social. Los recortes de la democracia conllevan desigualdad y pobreza para las clases populares. Sin democracia la vida muere y sólo queda la burocracia. Dice también esto la revolucionaria polaca, siendo al decirlo, desgraciadamente, absolutamente certera:
Lenin y Trotski implantaron los sóviets como única representación verdadera de las masas trabajadoras. Pero con la represión de la vida política en el conjunto del país, la vida de los sóviets también se deteriorará cada vez más. Sin elecciones generales, sin una irrestricta libertad de prensa y reunión, sin una libre lucha de opiniones, la vida muere en toda institución pública, se torna una mera apariencia de vida, en la que sólo queda la burocracia como elemento activo.
Y lo que es peor: el recorte de las libertades no sólo conduce hacia la burocratización vacía de vida, sino al terror y la brutalización de la vida pública.
Esas reflexiones, formuladas en 1919, no sólo resultaron premonitorias con respecto a la Revolución rusa, sino que conservan plena vigencia y toda su fuerza en la sociedad actual, donde la democracia, bajo el influjo ideológico del neoconservadurismo, se va devaluando hasta niveles alarmantes.
En cuanto a la relación entre capitalismo y democracia y la difusa idea neoliberal de que la democracia está indisolublemente ligada al desarrollo capitalista, Rosa Luxemburgo hace ya una crítica anticipada, agudísima, de esta ideología que actualmente los neoconservadores degradan hasta el esperpento al querer imponer su democracia a bombazos. Escribiendo en Reforma o revolución contra Bernstein, uno de los intelectuales más representativos del ala derecha de la socialdemocracia, que consideraban la democracia como una ley histórica inherente al desarrollo capitalista, sostiene:
Pero la tesis de Bernstein es completamente falsa. Presentada en esta forma absoluta, aparece como una vulgarización pequeñoburguesa de los resultados de una fase brevísima del desarrollo burgués, los últimos veinticinco o treinta años. Llegamos a conclusiones totalmente distintas cuando examinamos el desarrollo histórico de la democracia un poco más de cerca y consideramos, a la vez, la historia política general del capitalismo
Luxemburgo describe a continuación varios ejemplos históricos de instituciones o sociedades democráticas. Y concluye:
La victoria ininterrumpida de la democracia, que para el revisionismo tanto como para el liberalismo burgués parece una gran ley fundamental de la historia humana y, sobre todo, de la historia moderna, demuestra ser, luego de una mirada más profunda, un fantasma. No puede establecerse una relación absoluta y general entre desarrollo capitalista y democracia. La forma política de un país dado es siempre resultado de la combinación de todos los factores políticos existentes, tanto internos como externos. Admite dentro de sus límites todo tipo de variantes, desde la monarquía absolutista hasta la república democrática.
Luxemburgo, analizando el proceso capitalista de su época, que optó por el militarismo que desembocó en la primera guerra mundial, una de las mayores catástrofes de la historia humana, señala asimismo cómo «las instituciones democráticas —y esto posee la mayor importancia— han agotado totalmente su función de servir de ayuda al desarrollo de la sociedad burguesa». Premonición certera ésta, plenamente válida en nuestra sociedad. La democracia ha dejado de interesar al capitalismo, y de modo directo o subliminal, vacía de contenido las instituciones democráticas y desarrolla instancias decisorias fundamentales que escapan cada vez más al control ciudadano. Valga como pequeño botón de muestra, entre miles, esto que dejó escrito hace algunos años nada menos que un exministro de finanzas de Estados Unidos: «No obstante, los habitantes de Europa, Japón y Estados Unidos sienten cada vez más impotencia política, al mismo tiempo que aumenta el poder de los consumidores y los inversores. En pocas palabras, ninguna nación democrática está resolviendo los efectos negativos del capitalismo».
Frente a Bernstein, que pedía a la clase obrera que renunciara al socialismo por el miedo que ello producía al liberalismo, y lo hacía ir contra la democracia, Rosa concluye que, ante la deserción capitalista de la democracia, el único apoyo que tiene ésta es la amplia participación de los trabajadores, de los sectores populares, del movimiento socialista:
La democracia adquiere mayores posibilidades de supervivencia a medida que el movimiento socialista se vuelve lo suficientemente fuerte como para luchar contra las consecuencias reaccionarias de la política mundial y la deserción burguesa de la democracia. Quien desee el fortalecimiento de la democracia, debe también desear el fortalecimiento, y no el debilitamiento, del movimiento socialista. Quien renuncia a la lucha por el socialismo, renuncia también a la movilización obrera y a la democracia.
Quedémonos al menos con esto: la democracia no es una necesidad para los de arriba, sino para los de abajo.
Manuel García Fonseca, conocido como el Polesu (Pola de Siero [Asturias], 1939) es un histórico militante comunista asturiano. Estudió filosofía y teología y se licenció en sociología por el Instituto de Ciencias Sociales de París y por la Universidad Complutense de Madrid. Fue cura, pero abandonó el sacerdocio a finales de los sesenta, en la misma época en la que comenzó a militar en el clandestino PCE tras una primera implicación política en la Juventud Obrera Católica. Trabajó algunos años como sociólogo de Cáritas y posteriormente como profesor de secundaria de filosofía. Fue viceconsejero de Transporte en el primer ente preautonómico asturiano, el primer director de la Universidad Popular de Gijón, diputado autonómico por el PCE entre 1983 y 1986, nacional por Izquierda Unida entre 1986 y 1995 y posteriormente de nuevo diputado autonómico. Entre 2003 y 2007 se implicó en la Consejería de Bienestar Social del Principado de Asturias, dirigida por Laura González. Actualmente, sigue implicado en diversas causas políticas y sociales.
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Gracias por el artículo, me ha servido para elaborar un trabajo universitario. Un saludo