La deseducación literaria y los planes de lectura

Según cierto axioma, lo importante es el hábito lector, crear en los niños las rutinas y la costumbre de la lectura. Y sonar, escribe Pedro Luis Menéndez, suena bien, pero, ¿para qué la creación de un hábito lector? ¿Con qué finalidad? ¿Lo importante es el hábito de comer o comer de una forma saludable?

De rerum natura

La deseducación literaria y los planes de lectura

/por Pedro Luis Menéndez/

Un error común que se repite en el mundo educativo, tanto en las familias como en los claustros, incluso entre docentes de literatura, consiste en confundir planes o campañas de lectura con la educación literaria.

Cualquier mejoría en la capacidad lectora, sobre todo en lo referente a los niveles de comprensión textual, hace avanzar al alumnado en el aprendizaje en todas las áreas y materias porque, incluso en una cultura de la imagen como la nuestra, la necesidad de saber leer aún es imprescindible, aunque podría darse la circunstancia de que dejara de serlo: una tecnología que empieza a utilizarse a golpe de clic o —cada vez más— a través de interacciones orales con asistentes de voz podría producir de nuevo sociedades semianalfabetas (o de muy baja alfabetización) capaces de interactuar sin mayor problema con la propia tecnología; no por supuesto en la producción de ésta, pero probablemente sí en su uso y consumo.

Sin embargo, resulta innegable la mejora de la lectura comprensiva en una gran mayoría de las poblaciones alfabetizadas, si la enfocamos desde una perspectiva temporal, si la comparamos con los niveles lectores de hace cincuenta, setenta o cien años años, en sociedades con una escolarización mínima por circunstancias familiares o laborales. Pero saber leer no significa saber leer literatura. Un caso que podría analizarse con facilidad, dada la abundancia de datos que ya poseemos sobre él, lo representan muchos planes de lectura infantil desenfocados o mediatizados por los planes de venta del mundo editorial, que resulta ser quien realmente impone en los centros las listas de lectura más convenientes (según ellos) como base para el desarrollo de la competencia lectora.

Esta realidad nos lleva a un axioma falso que, como todas las falsedades repetidas sin descanso, es bien sabido que nos acabamos creyendo: lo importante es el hábito lector, crear en los niños las rutinas y la costumbre de la lectura. Sonar, suena bien, pero intentemos ir un poco más allá de cómo suena. ¿Para qué la creación de un hábito lector? ¿Con qué finalidad? ¿Lo importante es el hábito de comer o comer de una forma saludable? Como todos sabemos, el hábito de comer por sí mismo sin criterios saludables nos puede conducir a una obesidad enferma, como de hecho ocurre en nuestras sociedades opulentas. Pues con la lectura puede ocurrir lo mismo: ¿de qué sirve promover un hábito de tragón de libros si estos son de ínfima calidad y, en vez de educar el gusto, lo deseducan?

¿Cuántos docentes de primaria leen y analizan en profundidad las lecturas que imponen en sus centros? ¿Cuál es su dominio previo de los materiales que complementan esas lecturas? ¿Cuántos elaboran personalmente esos materiales, y cuántos utilizan sin mayores filtros los regalados por las editoriales acompañando a los títulos de lectura adquiridos?

Y en el supuesto de que sí se hayan conseguido buenos hábitos lectores a partir de un trabajo serio y riguroso, en el paso siguiente ¿qué pautas resultan adecuadas para garantizar una buena educación literaria? ¿Quién determina el canon? Un canon en el que las variables históricas, sociales, políticas y hasta generacionales hacen tambalearse cada cierto tiempo las bases en las que supuestamente se asentaba. Galdós, Baroja, Unamuno, dioses del panteón de lecturas de nuestros padres y abuelos, ya no existen más que como anécdota. ¿Qué decir de Juan Valera, o de Cadalso, o de Larra? ¿Y de Quevedo? ¿Es capaz de entenderlo alguno de nuestros bachilleres actuales? ¿El canon (tambaleante también) de nuestras facultades de Letras sigue siendo aplicable en las enseñanzas medias?

Otro axioma repetido una y otra vez, y cuando menos discutible, nos lo proporciona Internet mezclando ideas nada menos que de Borges y de Daniel Pennac con «El verbo leer no soporta el imperativo» (buscar los orígenes de esta autoría doble es muy divertido). En el caso de Daniel Pennac se le nombra profusamente como defensor de una lectura libre y no obligatoria, lo que muestra a las claras que quienes acuden a esa referencia no han leído realmente a Pennac, o no lo han entendido. ¿Por qué las matemáticas sí soportan el imperativo? ¿Y la educación física? ¿Y la historia del arte? ¿Por qué la lectura literaria no?

¿De dónde sale la idea de que lo obligatorio desmotiva? Pues precisamente de los mitos de la motivación a través de la lectura fácil. ¿El camino del azar es mejor que el de la obligación? ¿Puede conducirme el azar a descubrir alguna vez en mi vida los versos del Libro de Buen Amor del mismo modo que Colón descubrió América? ¿A través de qué mecanismos sociales llega el joven a la lectura una vez terminada la enseñanza obligatoria? La respuesta es sencilla: de ninguno.

Y así nos encontramos en busca del falso ideal, a partir de dos realidades: el rechazo al canon y el cómo las antiguas asignaturas de literatura quedaron integradas como un bloque, literalmente un bloque de entre cuatro o cinco, en unos estudios generales de lengua. En consecuencia, cada docente hace lo que le viene en gana (con la excepción de segundo de bachiller, obligados por la selectividad) y, de este modo, la educación literaria queda en manos de la buena voluntad de los docentes, suponiendo a éstos un hábito lector y su propia educación literaria.

Como colofón, ya que nombré antes a Daniel Pennac, termino con una larga cita suya que tal vez —o más que tal vez— desarrolle la idea que serviría de buen remedio a todo lo expuesto en los párrafos anteriores:

Lo primero que hay que hacer cuando se tiene un hijo es leerle cuentos y contarle historias. Pero, cuando empiecen el colegio, es importantísimo no dejarles de leer. Justo cuando empiezan a aprender a leer y escribir es cuando no podemos abandonarlos. Ellos creen que ya saben leer, y es fácil creerles, porque se ve que pueden leer las palabras de los carteles, pero eso no significa que entiendan lo que leen. Hay que seguir a su lado, porque ese es un momento privilegiado, es la puerta de la literatura.


Pedro Luis Menéndez (Gijón [Asturias], 1958) es licenciado en filología hispánica y profesor. Ha publicado los poemarios Horas sobre el río (1978), Escritura del sacrificio (1983), «Pasión del laberinto» en Libro del bosque (1984), «Navegación indemne» en Poesía en Asturias 2 (1984), Canto de los sacerdotes de Noega (1985), «La conciencia del fuego» en TetrAgonía (1986), Cuatro Cantos (2016) y la novela Más allá hay dragones (2016). Recientemente acaba de publicar en una edición no venal Postales desde el balcón (2018).

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