La ideología política de los superhéroes
¿Es Batman de izquierdas, y Superman de derechas?
/por Ignacio Fernández Sarasola/
Hace un par de años, la ahora fenecida revista Interviú informaba en un artículo sobre la falta de control que existía en las consultas que Podemos realizaba entre sus afiliados, y como ejemplo señalaba que Batman y Superman figuraban entre quienes habían participado en tales votaciones. Si atendemos a la ideología política que Pablo Iglesias atribuye a cada uno de esos héroes, es comprensible que el primero sea un afiliado de su partido… pero el líder podemita debe de sentirse incómodo de contar con el segundo, que, según su opinión, mejor militaría en las filas de Vox.
Y es que Pablo Iglesias parece tener clara la ideología política de los superhéroes. En el programa de Telecinco Érase una vez… en Moncloa, una niña lanzó al diputado de Podemos una ingenua pregunta, a la que el diputado quizás mejor hubiera respondido eso de pasapalabra:
—¿Crees que los superhéroes son de izquierdas o de derechas?
—¿Los superhéroes?
—Sí.
—Depende de cuales… Yo creo…
—¡Superman!
—¿Superman? Yo creo que Superman… es más conservador. Pero por ejemplo yo creo que Batman, que es un activista LGTBI, es más progresista.
¿Hasta qué punto acertó Pablo Iglesias a la hora de definir las preferencias políticas del Hombre de Acero y del Hombre Murciélago? ¿Resulta tan evidente, como considera Pablo Iglesias, que Superman sería un republicano, partidario de Donald Trump, en tanto que Batman haría campaña por Barack Obama?
Posiblemente la primera versión politizada de los superhéroes de DC se mostró en la breve etapa de Linterna Verde guionizada por Denny O’Neil y dibujada por Neal Adams entre 1970 y 1972. En apenas una docena de números (Green Lantern #76-87) se dio un vuelco a un cómic hasta ese momento orientado a aventuras espaciales y cuyos argumentos, de pronto, empezaron a reflejar la cruda realidad social. Linterna Verde, un policía cósmico con una idea simplista de justicia universal, pasó a formar equipo con Flecha Verde, un personaje que, igual que el héroe legendario en el que se basaba (Robin Hood), tenía una connotación de justiciero social. Ambos se embarcarían en un viaje por Estados Unidos, en el que Flecha Verde mostraría a su compañero la realidad socioeconómica del país: el sueño americano era en realidad una pesadilla de racismo hacia la comunidad afroamericana, de consumismo extremo, de atentados medioambientales, de abusos empresariales o, en fin, de propietarios especuladores y sin escrúpulos. Tanto los pilares políticos del sistema estadunidense (la igualdad natural que predicaba la Declaración de Independencia de 1776), como los económicos (la economía de empresa y la propiedad privada) se ponían en entredicho ante unos jóvenes lectores ya de por sí desencantados por el conflicto de Vietnam y que, apenas unos meses después de finalizado este arco argumental verían la institución presidencial denigrada por el caso Watergate. En el contexto social narrado por Denny O’Neil, Flecha Verde quedaba retratado como lo que en Estados Unidos consideran un liberal, y que nosotros (para quienes esa voz se identifica, erróneamente, con conservadurismo) llamaríamos más bien como progresista o de izquierdas.

Superman y Batman, sin embargo, no suelen explicitar su ideología. Aun así, hagamos un esfuerzo por intentar deducirla, a fin de comprobar si Pablo Iglesias informó correctamente a la inquieta niña. Para ello, conviene diferenciar la imagen que de estos héroes vertieron sus críticos y la que en realidad pretendieron ofrecer sus creadores. Porque ya anticipo que Pablo Iglesias se ha puesto de parte de los primeros, desconociendo el origen de aquellos superhéroes, su situación personal y la filosofía que guía sus actos.
Empecemos por Superman. En los años cincuenta, el Hombre de Acero seguía disfrutando de la enorme popularidad que se había granjeado desde que viera la luz en 1938 en el primer número de Action Comics. Sin embargo, sus lucrativas ventas no impidieron que el personaje se sometiese al escrutinio inmisericorde de una campaña anticómic que había empezado a fraguarse desde 1940. Su principal paladín fue el psiquiatra germanoestadounidense Fredric Wertham, autor de diversos artículos que, bajo una apariencia científica, no eran más que catilinarias mal fundamentadas contra los cómics; unos artículos que representaron la antesala de la obra con la que pasaría a la posteridad: Seduction of the innocent, un libro publicado en 1954 y que marcó el punto álgido de la cruzada anticómic.
Wertham cuestionó especialmente a Superman, cuyos cómics consideraba altamente perjudiciales para los niños: no sólo les mostraban disparates físicos (como la capacidad de volar o la superfuerza) e históricos (como las aventuras en las que el Hombre de Acero viajaba al pasado y ayudaba a figuras como Washington), sino que sus historias apuntaban a la fuerza bruta como única forma de resolver las controversias, promoviendo actitudes hostiles entre los menores de edad. En este uso de la violencia, Superman perpetraba continuas transgresiones de las más elementales reglas del Estado de derecho, situándose al margen de la ley y aplicando su propia concepción de la justicia.

A partir de estos argumentos, Wertham concluía que Superman representaba el ideal nacionalsocialista del superhombre, basado en una interpretación tergiversada de la filosofía de Nietzsche. De hecho, irónicamente decía que la S de su uniforme bien podía sustituirse por una doble S, en clara alusión a las fuerzas represoras de los nazis. En realidad, aunque Wertham fue quien popularizó la identificación de Superman con la ideología fascista, fue otro autor antes que él, Walter Ong, quien, en un artículo para la Arizona Quarterly Review publicado en 1945, lo habá calificado por vez primera de héroe fascista.
Parece, pues, que Pablo Iglesias se alinea con Wertham y Ong, al ver a Superman como un conservador. Pero ni la intención de sus creadores al concebirlo, ni la filosofía que reflejan sus historias respaldan esa conclusión. Superman fue ideado por dos jóvenes inmigrantes en Nueva York, Jerry Siegel y Joe Shuster, inspirados por héroes de los pulp magazines como Gladiator o Doc Savage y en las historias de ciencia-ficción que devoraban. Pretender que Superman era un símbolo del nazismo no podía resultar más absurdo: sus creadores eran judíos y, en realidad, proyectaron sobre Superman sus propias experiencias y expectativas vitales. Igual que ellos, Superman era un inmigrante (el único superviviente del planeta Krypton) y se había criado en una familia humilde; crianza, por otra parte, que en el caso del superhéroe había tenido lugar en el campo, conforme a una concepción bucólica de la vida rural, tan distinta de la que mostraba por esas mismas fechas John Steinbeck en Las uvas de la ira. La modesta infancia de Clark Kent no era más que un reflejo de la todavía más modesta (en realidad mísera) vida de aquellos jóvenes que concibieron a Superman. De hecho, Shuster tenía que dibujar en el papel de estraza que envolvían las compras que hacía su madre, al no disponer de dinero para adquirir unas simples cuartillas. Y, muchos años más tarde, ambos regresarían a esa misma miseria, tras perder un pleito con DC por los derechos de Superman.
Aislados socialmente, los jóvenes Siegel y Shuster volcaron en Superman sus anhelos de justicia. Era una fuerza incontenible, capaz de acabar con los males allí donde las autoridades se veían imposibilitadas para hacerlo. El propio padre de Siegel había muerto de un infarto cuando un ladrón intentó robar la tienda que regentaba… y el muchacho concebía un héroe que no permitiría que tales injusticias quedasen sin castigo. Por cierto, que no deja de ser llamativo que Siegel sufriera el mismo destino que Bruce Wayne (Batman), cuyo padre sería también asesinado. Pero, a diferencia de Wayne, tal desgracia no precipitó a Siegel a la oscuridad, sino que le movió a crear una versión más luminosa de la justicia.
Los primeros cómics de Superman reflejan esta idea, al punto de que sus estudiosos lo consideran una personificación del New Deal que Roosevelt había puesto en marcha para atajar la crisis desencadenada por la Gran Depresión. En sus historias iniciales, Superman logra que se exculpe a un condenado a muerte, castiga a un empresario que explota a sus empleados y da una buena paliza a un maltratador de mujeres. ¿Conservador? Ni por asomo.

(Action Comics, #92, 1946).
La consecución de la justicia llevaría a Superman al más alto nivel: actuar contra los dictadores. Shuster y Siegel no pudieron olvidarse de cuánto sufrimiento padecía el pueblo judío, e hicieron que Superman tratase de acabar con el tormento… antes incluso de que Estados Unidos declarase la guerra a Alemania y Japón. Así, en una historia poco conocida, publicada en la revista Look, el Hombre de Acero detenía a Hitler y a Stalin para llevarlos ante la Sociedad de las Naciones. Y poco después, cuando por fin Estados Unidos entró en la Segunda Guerra Mundial, Superman aparecería en sus historias ayudando a las tropas norteamericanas a combatir al enemigo. Obviamente, este patriotismo nada tiene que ver con la ideología conservadora: a diferencia de lo que luego sucedería en Corea y Vietnam, en 1941 la defensa de Estados Unidos aunaba a la ciudadanía al margen de su orientación política; y más aún en el caso de la población judía, que había tenido que soportar estoicamente el antisemitismo de un sector de los estadounidenses, que en un primer momento simpatizaron con Hitler.

Es cierto que en ocasiones el propio Superman ha aparecido como un dictador (v. galería siguiente), pero se trata de historias en realidades alternativas que reflexionan más bien sobre un asunto más filosófico que político: alguien dotado de un poder tan inmenso, en su afán de hacer el bien, ¿no sentiría la tentación de imponer su voluntad? Pero, para cada historia alternativa en la que Superman aparece como un autócrata (¡que por otra parte podría ser de izquierdas, ya que la dictadura no es en absoluto un patrimonio del conservadurismo!), encontramos otras tantas en las que la imagen resulta justo la inversa: así, por ejemplo, en la historia dibujada por Alex Ross Superman: paz en la Tierra (1999), el Hombre de Acero se convierte en un benefactor social que trata de eliminar el hambre y las enfermedades en el mundo… o en ¿Qué fue del hombre del mañana? (1997) guionizado por Alan Moore, Superman se retira de su faceta de superhéroe cuando se ve obligado a matar a un villano.
Todo lo anterior demuestra que identificar a Superman con la ideología conservadora es, cuando menos, precipitado. Pero, ¿y qué decir de Batman? Una vez más Pablo Iglesias apuesta por seguir a ciegas a los adalides de las campañas anticómic, en concreto cuando dice que el Hombre Murciélago pertenece al colectivo LGTBI. ¿De dónde ha sacado tal idea? De nuevo debemos citar al irredento Wertham, apoyado en este caso por una colega que, como él, trabajaba en la clínica Lafarge de Nueva York: Hilde L. Mosse. Ambos consideraban que el vínculo que ligaba a Batman con Robin era «malsano», porque reflejaba el sueño de cualquier homosexual (en un momento en el que el puritanismo estadounidense fomentaba la homofobia): un jovencito viviendo a solas con un viril adulto, en una preciosa mansión…Wertham concluía:
Hace unos años, un psiquiatra de California apuntó que las historias de Batman son psicológicamente homosexuales. Nuestras investigaciones lo confirman. Sólo alguien que ignore los fundamentos de la psiquiatría y de la psicopatología del sexo puede desconocer la sutil atmósfera de homoerotismo que subyace a las aventuras del maduro Batman y su joven amigo Robin […] las historias del tipo Batman ayudan a fijar tendencias homoeróticas sugiriendo la forma de un tipo de relación amorosa (del tipo Ganimedes-Zeus) entre adolescente y adulto.
En el cómic del tipo Batman, esta relación se muestra a los niños antes incluso de que sepan leer. Batman y Robin, el «dúo dinámico», también conocido como el «dúo intrépido», entran en acción con sus uniformes especiales. Constantemente se rescatan el uno al otro ante ataques violentos procedentes de un inagotable número de enemigos […] En ocasiones Batman termina herido, en la cama, mientras el joven Robin aparece sentado a su vera. En el hogar lleva una vida idílica. Son Bruce Wayne y «Dick» Grayson [el entrecomillado en el original, sin duda para resaltar que dick también significa «pene» en lenguaje coloquial] […] Viven en salas suntuosas, con bellas flores en enormes jarrones, y tienen in criado, Alfred. A menudo se muestra a Batman en su guardarropa. Sentado junto a la chimenea, el joven muchacho a veces se preocupa por su compañero: «Algo va mal con Bruce. No es el mismo desde hace varios días». Es como el sueño deseado por dos homosexuales que viven juntos.
Seguramente el psiquiatra hubiera gritado «¿Ves? ¡Ya os lo dije!» si hubiesen llegado a su poder varias viñetas en las que Batman y Robin incluso están despertando tras haber dormido en la misma cama (v. galería siguiente). Para Wertham y Mosse, el resultado de todas estas imágenes era que Batman inducía a los niños a la homsexualidad, del mismo modo que Wonder Woman orientaba a las niñas hacia el lesbianismo a través de sus juegos eróticos con sus compañeras amazonas y con sus ayudantes, las Holliday Girls.
Evidentemente, cuando Pablo Iglesias adscribe a Batman al colectivo LGTBI está dando por buena esa interpretación que hicieron Wertham y Mosse y, en un salto argumentativo, liga homosexualidad con progresismo. Y la idea que Pablo Iglesias tiene del Hombre Murciélago debiera preocupar a Irene Montero: si su marido realmente cree que Batman y Robin son una pareja homosexual, ¿cómo interpretar un vídeo en el que él mismo se autoproclama como Batman y dice de Pablo Echenique que es su Robin? Pero vamos a contestar a la argumentación del líder de Podemos. ¿Es Batman homosexual? Y, sea cual sea su orientación sexual, ¿su actitud es característica de un progresista?
Una vez más hemos de centrarnos en las intenciones que tuvieron sus creadores, Bob Kane y Bill Finger, cuando en 1939 dieron a conocer a Batman en el número 27 de Detective Comics. Dejando al margen el objetivo puramente crematístico (dar continuidad al género superheroico que tan bien había funcionado con Superman), la figura de Batman era el revés del Hombre de Acero: se trataba de un personaje oscuro, que se movía en una ciudad igual de lóbrega, Gotham, contrapunto de la luminosa Metrópoli de Superman. La primera aparición de Robin no se produciría hasta el número 38 de Detective Comics (1940) y la pretensión no era crear una pareja para Batman, sino incorporar un personaje con el que los jóvenes lectores se sintiesen identificados. Vano intento… ¿Quién querría identificarse con Robin cuando en su imaginación podía ser Batman?
En realidad, pensar que los autores querían hacer de Robin una pareja del Hombre Murciélago hubiera sido preocupante. Obviamente no por la homosexualidad, sino por el hecho de que Dick Grayson (Robin) era un menor de edad…, de modo que en ese caso lo que se estaría fomentando sería la pederastia. Los críticos veían a menudo situaciones eróticas donde no existían. Es cierto que muchos de los cómics de los cincuenta tenían una indisimulada pulsión sexual: así, por ejemplo, en Wonder Woman había constantes imágenes de bondage conscientemente incluidas por su creador, el psiquiatra William Moulton Marston, quien creía firmemente en la liberación de la mujer a través, entre otras cosas, del sexo y de la sumisión voluntaria; y el caso más evidente era el los headlight comics, es decir, cómics de faros delanteros, nombre que recibían en una burda referencia a los prominentes senos de las mujeres que en ellos se retrataban. Pero cuando el sexo se quería mostrar, se hacía sin tapujos. Wertham, sin embargo, quería verlo por doquier, al punto de que llegó a acusar a muchos cómics de contener «imágenes ocultas» (hidden pics) de contenido fálico o púbico. El propio psiquiatra parecía ser quien estuviera obsesionado con el sexo, más que los editores, dibujantes y guionistas.
La relación entre Batman y Robin estaba concebida por sus creadores claramente como paternofilial: el segundo se había visto condenado a la misma orfandad que Bruce Wayne, y decidía adoptarlo y convertirlo en un trasunto de él mismo. Es cierto que muchos de los ayudantes superheroicos (sidekicks) eran chicas, que asumían así un triple rol (ayudante del héroe, interés amoroso de éste, y atractivo para los jóvenes lectores varones), pero precisamente Robin era una excepción que respondía al objetivo ya mencionado de lograr que los lectores se identificasen con él; algo que se llevaría a sus extremos más claros en los personajes Blue Bettle y The Buncer: en sus cómics se pedía a los lectores que enviasen una fotografía suya, y en los siguientes números, el lector agraciado aparecía caricaturizado, ayudando al héroe en sus aventuras.
A pesar de que no había intención de mostrar un vínculo homosexual entre Batman y Robin, lo cierto es que las críticas de Wertham y Mosse sobre la supuesta relación entre el superhéroe y su ayudante hicieron mella en los cómics de DC. Para atajar habladurías, se buscó un interés amoroso femenino para el Hombre Murciélago, Batwoman, en tanto que Robin quedaría ligado a Batgirl. Otros superhéroes vieron cómo, para acallar habladurías, perdían a sus jóvenes compañeros, que eran inmediatamente reemplazados por deslumbrantes chicas: así, el ayudante del Capitán América, Bucky, fue sustituido por Golden Girl, en tanto que Toro, colega de la Antorcha Humana, lo sería por Asbestos Lady.
Dejemos a un lado las preferencias sexuales de Batman y pasemos a indagar si en efecto es un progresista, como lo describe Pablo Iglesias. Bruce Wayne, alias Batman, era hijo del empresario más poderoso de Gotham, la ciudad donde se crio. Así pues, Bruce representa todo lo contrario a Clark: el primero es un urbanita, criado entre el lujo; el segundo es un hombre de pueblo, cuya infancia ha transcurrido entre el ganado. Tras ser asesinados sus padres, Bruce Wayne se transforma en Batman para vengar su memoria, algo a lo que también contribuye la sustanciosa herencia que él se encargará de acrecentar, y que le permite disfrutar de una tecnología puntera: Batmóvil, Batavión, Batmoto, Batcueva… Quizás el hecho de que Pablo Iglesias y su esposa vivan en un lujoso chalé y aun así se sientan progresistas explique que no tenga reparos en considerar que Bruce Wayne (alias Batman), que es multimillonario y vive en una mansión victoriana, sea todo un progre. Supongo que, en esta línea argumentativa, también ellos tendrán criados, como Bruce Wayne dispone del servil Alfred, que trata a su empleador con una deferencia que roza la sumisión.
A mí la verdad es que el lujo y los criados me parecen poco progresistas. Debo de ser un tanto raro. Pero tampoco me parece que la conducta vengativa y violenta de Batman sea el paradigma del progresismo. En el fabuloso cómic El regreso del Caballero Oscuro (1986), escrito y dibujado por Frank Miller, los detractores de Batman lo tildaban de fascista precisamente por actuar al margen del Estado, impartiendo justicia al margen de la ley y con una contundencia ajena al principio de proporcionalidad por el que por el contrario se rigen las fuerzas del orden. En el mismo cómic, Batman y Superman llegan a enfrentarse cuando el presidente de los Estados Unidos le pide al kriptoniano que detenga al Caballero Oscuro. ¿Es una batalla entre el conservador Superman y el progresista Batman? Creo que es justo al revés. Superman está dentro de la legalidad; deducir que es un siervo del poder y por tanto un conservador sería como si dijésemos lo mismo de la policía y los bomberos. Quien actúa al margen de la ley, quien se guía por sus instintos y no por las normas, es Batman. Él es, por tanto, quien menos puede simbolizar el ideal democrático que representa la expresión política del progresismo.


Por esa razón, cuando vemos a Batman matando a sangre fría al Joker en el cómic de Alan Moore La broma asesina (1988), no nos extraña. Precisamente Alan Moore ha sido quien ha sabido poner el contrapunto entre los dos héroes: como vimos en Qué fue del Hombre del Mañana, Superman pasa al anonimato cuando se ve obligado a matar a un villano; Batman, sin embargo, no parece sufrir esa catarsis al acabar con la vida del Joker. De esa violencia es víctima el propio Robin: Superman carece de compañeros; sabe lo arriesgada que es su vida. Sin embargo, Batman no tiene empacho en poner en peligro la vida de su ayudante, que es menor de edad. Lo cierto es que siempre he creído que el progresismo era más respetuoso con los derechos de los menores de edad. Algo debo de haberme perdido…
Así pues, todo parece indicar que Pablo Iglesias no ha acertado a la hora de afirmar la orientación política de los dos superhéroes de DC. No es lo más preocupante, desde luego, porque lo relevante es que desempeñe bien su labor de diputado, que para eso le pagamos (más de lo que seguramente recibe el periodista Clark Kent). Y confiemos que en los asuntos que realmente interesan a los españoles su juicio sea más atinado. En todo caso, visto lo visto, espero que no intente definir ideológicamente a nuestro superhéroe patrio por antonomasia: Superlópez.
Ignacio Fernández Sarasola (Gijón, Asturias, 1969) es profesor de derecho constitucional en la Universidad de Oviedo y está especializado como investigador en la historia constitucional de España. Es autor de obras como Poder y libertad: los orígenes de la responsabilidad del Ejecutivo en España (1808-1823) (2001), La función del Gobierno en la Constitución española de 1978 (2002), Proyectos constitucionales en España (1786-1824) (2004), La Constitución de Bayona (1808) (2007) o Los partidos políticos en el pensamiento español: de la Ilustración a nuestros días (2009), entre otras. Además, es aficionado al cómic, y ha publicado algunos artículos sobre la relación entre cómic y derecho. En este momento, prepara un ensayo sobre reforma constitucional que saldrá publicado en Trea.
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