De rerum natura
La ferocidad digital
/por Pedro Luis Menéndez/
Recuerdo bien las imágenes televisivas de una efigie derribada de Sadam Husein, y esa mezcla de rabia y alegría absoluta que llenaba los rostros de quienes tiraban de las sogas. Todo perfectamente comprensible. Un tirano caído, un tirano menos. ¿Quién conoce el sufrimiento anterior, quién mide las ansias de venganza para poder juzgar el odio y el resentimiento que anidan en el corazón de cualquiera de nuestros semejantes? Entiendo las circunstancias y el momento histórico, y no coinciden en absoluto con las circunstancias ni el momento en que cada día se producen linchamientos en efigie en nuestros medios de comunicación y en nuestras redes sociales.
De muy joven me preguntaba, ante algunas lecturas o a veces en el cine, cómo eran posibles la expectación y las fiestas públicas que se organizaban en torno a las ejecuciones en plazas o lugares al efecto, y pensaba que la respuesta residía en que eran otras épocas o maneras distintas de ver el mundo. Ahora ya sé que no, que la ferocidad humana es universal y atemporal, no entiende de sexos, de géneros, de clase social o de creencias. Puede que esa ferocidad nos haya permitido salir de las cuevas y nos haya obligado a enfrentarnos con otras fieras más depredadoras que nosotros. Puede que esa ferocidad nos haya salvado el pellejo más de una vez o nos haya otorgado la valentía de enfrentarnos a alguien más poderoso, como el pequeño David.
Pero en este momento, a poco que hurga uno en las intenciones de quienes participan en los linchamientos en efigie que se producen en medios y en redes, no encuentra más que venganzas privadas, complejos y frustraciones personales o aspavientos de conversos recientes a lo que toque (como sabe bien cualquier fumador, algunos exfumadores son los mejores ejemplos del germen de la venganza inquisitorial, aunque resulta posible que ellos se consideren unas bellísimas personas).
Me he dedicado este verano a leer con cierto detenimiento (tarea que confieso que nunca había realizado) los comentarios de los lectores en la prensa digital y los debates que se producen entre ellos y me he encontrado con que la ferocidad es absoluta, muy superior a la de las redes sociales, porque (aunque la falsificación de cuentas en redes es también posible) el casi anonimato de las intervenciones en prensa provoca que se dispare un cúmulo de barbaridades a cual más estridente, por decirlo con cierta suavidad.
He dejado al margen temas políticos o deportivos, en los que resulta más fácil suponer que el fanatismo y el sectarismo ocupan un lugar predominante, y me he centrado en temas técnicos, científicos y culturales. En los técnicos o científicos, en los que incluyo asuntos sanitarios o educativos, el odio se dispara entre entendidos de distintos pareceres, que debaten desde posiciones de absoluta ignorancia, repitiendo una y otra vez los mismos lugares comunes, y elevando el griterío en proporción directa al número de comentaristas que se dan por aludidos.
En los temas culturales, muy en especial en los referentes a la música por la circunstancia de los cantantes censurados (ésa es la palabra correcta) en diversas ciudades, se observa una ideologización radical que, con pequeños cambios de expresión, se traslada también al tema taurino y empieza a aparecer con fuerza en asuntos de alimentación (lo de ser de izquierdas y taurino, de pronto, como que no se lleva). Lo curioso es que se observa con bastante facilidad que, con frecuencia, la persona que comenta la noticia o el reportaje no lo ha leído y se ha quedado sólo con el titular, que también en demasiadas ocasiones tampoco refleja la realidad del texto o destaca algo totalmente secundario.
De este modo, la mayoría de los comentaristas sólo sigue lemas adquiridos en su parroquia, pero —y es lo que más me ha llamado la atención— piensan de sí mismos que son lectores críticos que analizan la realidad y que suponen (creo que sinceramente) que están desarrollando un pensamiento propio, cuando lo que en realidad hacen no es otra cosa más que reproducir lugares comunes, topicazos o lemas que podrían ser con facilidad intercambiables —y de hecho lo son— en según qué noticias.
Si es cierta la frase de Emil Cioran de que «no estás muerto cuando dejas de amar, sino de odiar», me parece que la sociedad española está muy viva, aunque pueda no tener claro que la dirección elegida para mostrar esa vitalidad nos ayude a algo. Dos ejemplos reales y reproducidos sin ninguna modificación de hoy mismo:
- «El consejero andaluz de Salud y Familias estaba tan ocupado certificando que las familias andaluzas están debidamente adoctrinadas en el catolicismo sectario que no pudo reaccionar a tiempo. Es lo que tiene estar regidos por medievales fachosos. Ahora le pondrán dos flores a la Virgen y rezarán tres padrenuestros y seguro que se acaba el brote de listeriosis. Este consejero va para santo».
- «¿Por qué sufren inseguridad los catalanes? Bien pueden dejar de sufrir si se trasladan al chalé del marqués de Galapagar».
No sé el éxito real que está obteniendo, pero desde hace más de dos años existe una red social denominada Hater (odiador u odiadora en español) que reúne a sus miembros no por sus afinidades afectivas o intelectuales —que es lo que hizo nacer al resto de redes sociales— sino por sus odios, es decir, que va estableciendo perfiles de relación según sus mayores o menores coincidencias en las personas, hechos, situaciones o circunstancias odiadas. Quizás porque, tal como el mismo Internet atribuye a Bertrand Russell, «pocas personas consiguen ser felices sin odiar a otra persona, nación o credo».
Pedro Luis Menéndez (Gijón [Asturias], 1958) es licenciado en filología hispánica y profesor. Ha publicado los poemarios Horas sobre el río (1978), Escritura del sacrificio (1983), «Pasión del laberinto» en Libro del bosque (1984), «Navegación indemne» en Poesía en Asturias 2 (1984), Canto de los sacerdotes de Noega (1985), «La conciencia del fuego» en TetrAgonía (1986), Cuatro Cantos (2016) y la novela Más allá hay dragones (2016). Recientemente acaba de publicar en una edición no venal Postales desde el balcón (2018).
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