El viejo que pasea por el barrio
No hacer nada
/por Sergio Gaspar/
Hablo por móvil con una buena amiga de Zaragoza. Llega la pregunta previsible y terrible. Me pregunta: «¿Cómo te va esa vida de jubilado? ¿Qué haces?». Le respondo: «Nada. No haga nada en todo el día». «Algo harás», afirma sabia y demoledora.
En la soledad de mi piso del Ensanche de Barcelona, repaso qué hice ayer.
Me desperté, me levanté, me duché. Tomé las dos cápsulas diarias de Tebetane para la próstata recetadas por el urólogo. Me despedí de mi mujer, que se iba a dar clases, con un beso. Desayuné en uno de mis bares de costumbre. Leí La Vanguardia en papel; El Mundo y El País en digital. De vuelta en casa, me lavé los dientes, me pasé la seda, cagué con facilidad. Pasé más de una hora ante el espejo del baño. Me afeité, me quité los pelos de la nariz, me hice las cejas. Escuchaba la radio: Ràdio 4, en catalán.
Paseé por el pasillo, como mi padre muerto, pero sin mi padre muerto.
Leí varios capítulos de Los cuerpos partidos de Álex Chico. Bajé al súper a comprar mandarinas para mí, plátanos para Maria. No hablé con nadie.
De nuevo en el hogar, visité la web de Serviporno. Vi a Apolonia follando con un negro. Los dejé follando y me fui a la cocina. Comí tres sardinas en escabeche, que Maria había desalojado con un tenedor de su lata al alba, dos tostadas sin aceite de palma, un trozo de queso y un par de mandarinas. Comí todo en silencio, sin radio ni televisor, apenas con pensamientos.
Me lavé los dientes, me pasé la seda. Pensé, como hago a menudo, en la frase famosa de Belmonte que repetía mi padre antes de echarse en el pueblo sus siestas de dos o tres horas: «Vale más una buena siesta que una buena corrida». Creo que mi padre recreaba la cita y se equivocaba de torero. Da lo mismo. Recordar es recrearse y equivocarse.
Dormí la siesta desde la una y media a las cuatro, aproximadamente. Maria llegó del instituto hacia las tres y media, puntual y perfecta. Me levanté. Le pregunté si quería. Quería. Hicimos el amor.
Me lavé los genitales y los pies en la bañera. Consulté con el móvil «Lo más leído» de El Cuaderno. En efecto, allí seguía contundente y resistente a los desahucios digitales la entrada «¿Qué es y para qué sirve la filosofía?». Aproveché para leer una entrada de Tomás Sánchez Santiago. Percibí próximo el murmullo del mundo. Consulté mi Gmail. Nada, nadie. Releí partes del poema de Ferrater «In memoriam». Ferrater se suicidó antes de cumplir los cincuenta años, como había anunciado, tal vez como se había comprometido seriamente consigo mismo. Yo he llegado a los sesenta y cinco años, y aquí sigo. Leyendo.
Quan va esclatar la guerra, jo tenia
catorze anys i dos mesos. De moment
no em va fer gaire efecte. El cap m’anava
tot ple d’una altra cosa, que ara encara
jutjo més important. Vaig descobrir
Les Fleurs du Mal, i això volia dir
la poesia…
Dos acciones yuxtapuestas, dos quehaceres en una antítesis exacta y brutal como la vida: un adolescente que lee a Baudelaire en el verano de Reus, en vacaciones, protegido por las hojas verdes de un avellano; un país de rebeldes y contrarrebeldes, que empezaba —«no sé si feliz», duda Ferrater— su tarea de revolverse, de agitarse, de enterrar a centenares de miles de cadáveres en fosas comunes o en tumbas con nombres y apellidos.
Leí un buen rato la historia de aquel adolescente, de su padre, del Isidro, del Oliva en el café, sosteniéndose borracho en la culata de madera clara de la Luger, acusando y amenazando vestido de cuero, del Oliva desafiante y revolucionario, el antiguo portero del cine de las tardes de domingo en Reus, de aquel Oliva
[…] que va tenir por, i va fer
por a molta gent, al meu pare i a mi
no gaire forta, al Ton ja més, i a d’altres
tan forta com la seva, o més encara.
Eso hice ayer también por la tarde durante un buen rato: leer el miedo que tenía la gente.
Pero dejémonos de miedos, de versos y de muertos. Pasadas las siete, acudí a la consulta de la podóloga, como cada mes. Me cortó las uñas, me acarició los pies. Le pagué 28 euros. Caminé por Casanova con las uñas cortadas, los pies suaves. No le di limosna a uno de los negros que rodean el mercado del Ninot. La mole del hospital Clínico quedó atrás.
Cenamos pasta con bonito en la cocina. Frente al televisor, comí un puñado de semillas de calabaza, que son buenas para la próstata, y otro de avellanas, perfectas para todo. Me lavé los dientes, me pasé la seda. Saqué las tijeras y me corté tres cabellos que sobresalían demasiado, hasta desasosegarme, de mi pelo rapado al 0,5.
Hablé con Maria de lo que comeríamos hoy. Un pote de alcachofas, una lata de mejillones escabechados. Un plátano, unas mandarinas. Pan de molde. Perfecto. No haría falta bajar a comprar nada. Vimos un documental mediocre que emitían en TV3, de la mano de Lluís Permanyer, sobre la historia del paseo de Gracia.
Antes de acostarme, revisé el móvil, hacia las once. Dos amigos me anunciaban que publicaban nuevo libro, un periodista cultural me pedía el teléfono de una poeta de Barcelona que yo había publicado en mis años de pasión editora. Me proponía tomarnos un café pronto. Respondí los tres correos. Quizá por eso me costó dormirme.
Recuerdo que soñé. No recuerdo mis sueños.
Si, tras repasar la sucesión de lo que hice ayer, digo, pienso y siento que no hice nada, ¿qué significa de verdad no hacer nada? Cuando vivir no es suficiente, ¿por qué se sigue viviendo?
Com que no sóc
un oranès de Saint-Germain, la por
no em sembla pas que sigui cap gran tema
per literar o filosofar. Això sí,
de por molts homes n’han tingut, i d’ells
cal que també se’n parli.
Sí, hay que hablar de las personas que tenemos miedo. ¿Por qué seguimos viviendo?
Sergio Gaspar nació en 1954 en Checa, provincia de Guadalajara. Se licenció en filosofía y letras en la Universidad de Barcelona. Ha publicado los libros de poesía Revisión de mi naturaleza (1988), Aben Razin (1991), El caballo en su muro (2004) y Estancia (2009), reeditado en formato digital por Uno y Cero Ediciones (2013). Es asimismo autor de la novela Viento de tramontana (2014). Fundó en 1996, junto a Maria Fortuny, la editorial DVD Ediciones, aventura que dirigió hasta su cierre en otoño de 2011, tras haber publicado más de doscientos títulos de poesía, narrativa y ensayo. En la actualidad, es un jubilado y pasea.
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