Mirar al retrovisor

Las cuatro reglas de oro de los malvados

Joan Santacana escribe sobre la secuencia de recetas que, en días como éstos, una «raza despreciable de mandatarios» sigue para ejercer su dominio.

/ Mirar al retrovisor / Joan Santacana Mestre /

Para Noam Chomsky, uno de los más preclaros pensadores de Norteamérica, la lección más notable que podemos sacar de esta pandemia es«que estamos ante otro error masivo y colosal de la versión neoliberal del capitalismo […] después de lo que ocurrió con la epidemia del SARS en 2003, los científicos ya sabían entonces que vendrían más pandemias, probablemente de la variedad del coronavirus. Hubiera sido posible prepararse en ese momento y abordar la situación como se hace con la gripe, por ejemplo». La verdad es que no se hizo nada. Es evidente que las corporaciones farmacéuticas, que manejan las más grandes sumas de dinero del mundo, prefieren sacar productos ante casos de alarma médica graves que prepararse para que la catástrofe sanitaria no se produzca. Siempre es mejor vender un producto cuando todo el mundo lo necesita con urgencia que prepararse fabricando fármacos preventivos. ¡Es una simple cuestión de mercado!

Los que podían haber prevenido el daño es obvio que no lo quisieron hacer: personajes como Trump negaron la peligrosidad del virus incluso cuando éste ya había penetrado en Estados Unidos y empezaba a matar. Igual hizo Boris Johnson y otros muchos. ¿Es ignorancia o es maldad? Yo creo que, en este caso, ambas cosas se han combinado. No es necesario recurrir a tesis conspiratorias para darse cuenta de que los asesores tienen poco peso ante personajes como éstos. Su prepotencia, el desprecio hacia todo aquel que no es de su clase, les hace especialmente estúpidos. Pero, por otra parte, tiene que haber maldad en sus decisiones, y de hecho vemos cómo, mientras con una mano firman decretos que saben matarán a mucha gente, con la otra se muestran preocupados por los que están muriendo. Saben que, al final, ellos dominarán el aparato mundial de persuasión, controlarán la publicidad, el engaño masivo y, además, tendrán el poder de aplastar a sus oponentes. Los demás no podemos reaccionar porque estamos lamiéndonos nuestras heridas y llorando a nuestros muertos.

Y esta campaña de mentiras ya ha empezado: observen cómo culpan a otros países que se infectaron antes que ellos (los chinos, siempre el peligro amarillo) o a la OMS, que es la única agencia mundial que les puede acusar con autoridad moral. Por esto la quieren matar o desprestigiar, porque cuando les acusen de haber ignorado las advertencias, ellos pueden decir: «¡Claro, lo hacen porque les he cortado el dinero!». Y mientras, siguen apoyando los combustibles fósiles, niegan que exista contaminación, se parapetan bajo eslóganes populistas como «¡América primero!» y se preparan para la próxima batalla.

Las recetas de esta raza despreciable de mandatarios son simples: en primer lugar, apostar por los máximos beneficios, rápidos e incontestables, de las grandes corporaciones multinacionales que les financian. En segundo lugar, envolverse en la bandera nacional y estimular los sentimientos patrióticos para sepultar bajo un torrente de emociones todo pensamiento crítico que pudiera nacer. Esto es muy importante porque las emociones constituyen una especie de alivio para la mente: todo el mundo ante la muerte de un familiar o amigo íntimo llora y esa emoción le reconforta. En tercer lugar, intentan controlar la información, apoderándose de la opinión pública. Siempre es más fácil desinformar que informar; la mentira, la calumnia, la falsedad generan contradicciones en la mente de la gente y éstas conducen al escepticismo y a la inacción. Finalmente, falta lo último, que es perseguir a quienes han dicho la verdad, a quienes se han enfrentado al Mal.

Esta secuencia que aplican los agentes del mal no es ni tan siquiera original; repasen ustedes la Historia: Hitler y su Estado nazi, lo primero que hicieron fue aliarse con el gran capital alemán, con las grandes empresas siderometalúrgicas a las que les hicieron grandes pedidos de armas a cambio de su apoyo. En segundo lugar, se envolvieron en la bandera nacional y cantaban emocionados el himno que rezaba «Alemania por encima de todo». Generaron emociones y reforzaron el sentimiento patrio de unidad. En tercer lugar, sometieron a todos los medios de información a un control absoluto, a veces sin necesidad de censura. Era tal el poder de convicción de la propaganda nazi que no necesitaban casi nada más: les bastaban la mentira, la calumnia y las falsedades. El lema de Goebbels, ya se sabe que era «una mentira repetida innumerables veces se convierte en una verdad». Finalmente, quedaba una última estrategia: la persecución hasta el exterminio de quienes se oponían a sus ideas. ¿Se extrañan ustedes que la población alemana de 1944 se mantuviera fiel al Führer hasta la destrucción total?

No, no se confundan, los de ahora no son nazis; ni tan siquiera quieren parecerlo. Porque estas cuatro reglas no las inventaron los nazis: ellos sólo las aplicaron, como ahora.

[EN PORTADA: Grafiti londinense fotografiado por Matt Brown]


Joan Santacana Mestre (Calafell, 1948) es arqueólogo, especialista en museografía y patrimonio y una referencia fundamental en el campo de la museografía didáctica e interactiva. Fue miembro fundador del grupo Historia 13-16 de investigación sobre didáctica de la historia, y su obra científica y divulgativa comprende más de seiscientas publicaciones. Entre sus trabajos como arqueólogo destacan los llevados a cabo en el yacimiento fenicio de Aldovesta y la ciudadela ibérica y el castillo de la Santa Cruz de Calafell. En el campo de la museología, es responsable de numerosos proyectos de intervención a museos, centros de interpretación, conjuntos patrimoniales y yacimientos arqueológicos. Entre ellos destaca el proyecto museológico del Museo de Historia de Cataluña, que fue considerado un ejemplo paradigmático de museología didáctica.

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