/ por Avelino Fierro /
El protagonista del libro que me regaló Enrique y del que hablo en mi cuaderno —al que estoy tentado de bautizar como mi narrador siamés— tiene conmigo algunos parecidos: una cierta edad; casado y con dos hijos en la distancia; su padre en una residencia. Pero por lo que voy viendo —leyendo—, hay diferencias por el momento insalvables: es prejubilado, con todo el tiempo del mundo para pasear, observar, leer; su mujer hace tiempo que no está en casa (se ha ido por una larga temporada a cuidar de sus padres al pueblo); tiene moto; y le gusta el fútbol, pero va a ver los partidos a un bar de chinos porque las cervezas son más baratas.
Ya he dicho que voy por la página 59. Ahí me he parado y he decidido escribir este diario —que se convertirá en novela— de forma paralela a su itinerario. Él hará de liebre del narrador, que soy yo; irá por delante de mí marcando el paso. Podré discutir con él, darle la razón, inspirarme en algo que cuente o le suceda si a mí no me llegan ideas a la cabeza o a la pluma. Me ayudará a ponerme en su lugar; a sentirme otro, pero sin dejar de ser yo mismo. «Je est un autre», decía Rimbaud, escritor al que he leído en mi juventud. «En el proceso de escribir o pensar sobre uno mismo, uno se convierte en otro», dice Paul Auster; escritor al que no he leído y del que compré un libro para que me lo firmara en una ocasión en que vino a la ciudad. Aquello se quedó en nada: ese mismo día los amigos fuimos a comer un cocido; luego hubo partida de mus; los gintonics; se hizo tarde; de noche…
También he leído a Pessoa, que tiene tantos otros. Tenía tantos que al final, decía, terminó por no tener ninguna personalidad, excepto la personalidad expresiva. Algunos de esos otros no tenían siquiera nombre, o hay referencias a ellos que quedan muy en la bruma. No hace mucho se editaron en español unos fragmentos cuyo autor puede ser un tal Barón de Teive. Teresa Rita Lopes y otros investigadores encontraron esos textos del citado barón en un cuaderno de tapas negras. Mira tú por dónde yo tengo también mi cuaderno, si bien de color naranja. Não sei quem sou neste momento. Para finalizar, Borges escribió: «Al otro Borges es al que le ocurren las cosas».
Yo no tendré a Rimbaud, Pessoa ni Borges conmigo, sintiendo su aliento. Yo tendré en este empeño a Tomás Sepúlveda, que así se llama el protagonista del libro que voy leyendo. Dependeré en mucho de él, será como mi replicante, mi otro, mi alter ego. Confrontaré mi yo con ese otro rostro en el espejo. Intentaré darle más altura al personaje, inventar para él viajes o amores, lecturas o sucesos sofisticados. Porque, por lo que voy viendo, es bastante simple. Los lectores preferirán ciertas dosis de acción o misterio, momentos de erotismo que hagan enrojecer la página, juegos de tronos o escenas trepidantes. Lo haré por ellos, porque yo soy más partidario de la quietud y de la ausencia de acción; del hodiernismo, como dicen los críticos, de esos momentos de la vida cotidiana, de las banalidades domésticas.
Porque todo lo de Tomás es muy de andar por casa, aunque también muy gráfico. No sé bien cómo decirlo. De hecho he estado dibujando a lápiz en los márgenes del libro. Al principio subrayaba frases, como esa del fútbol, o como la de esa manía suya de ir a hacer de vientre en el váter de su casa. Luego, ya digo, comencé con los dibujos. Una taza de café y una cucharilla siempre muy limpios; una moto, el día que cuenta que le ponen una multa; una cara de adolescente con un aro en la nariz —como los terneros que tiene Emiliano—, el día en que un amigo le dice que su hija se ha metido a gótica y que ha pintado la habitación de negro; su hombro lleno de prótesis porque cayó por un terraplén y tiene una fractura jodida; un rostro tras el cristal de una garita y que es el de un amigo que está de conserje desde que lo despidieron de su trabajo en el garaje de una comunidad de muchos vecinos cerca de Plaza de Cataluña; un cenicero y un cigarro, porque ha vuelto a recaer en el vicio; un móvil viejo, que sólo sirve para hablar y enviar SMS; una mujer bajo la lluvia un día que va a tomar una caña y una de bravas a un bar de la Barceloneta; una dependienta rusa y amable de grandes tetas en un puesto de frutas del mercado; otra, en una carnicería, de voz sucia, que dice que tiene a su marido toda la noche en el ruedo; un enchufe, porque ha estado haciendo chapuzas para un excompañero de trabajo que ha comprado un piso comatoso para la hija. También, como es insomne, he dibujado su rostro; he imaginado la cara de Tomás, metido en la cama con los ojos abiertos como platos.
Todo esto hasta la página 59. Y el libro tiene casi trescientas. Los próximos días haré la compra en el mercado y escudriñaré fijamente a las dependientas. Visitaré a algún amigo que tenga un trabajo con horario nocturno. Tomaré un café a media tarde para sentirme luego desvelado. Tendré que hacer muchas más cosas: cambiar algunos hábitos. Y cultivar un temperamento de literato. Este es un consejo que aparece en el libro de Dorothea Brande Para ser escritor. No pretende con ello —escribe— inculcar ningún estilo de vida bohemio y alucinado. He comprado ese libro hace unos días, lo estoy hojeando ansiosamente, tratando de descubrir algún capítulo en el que se explique bien a las claras cómo tengo que hacer para escribir una gran novela, ser millonario en ventas, deseado por miles de lectoras… De momento sólo he hallado en la página 120 (ya digo que paso y paso páginas sin leer ninguna de ellas con calma) un consejo que se suma a mis proyectos como ese de ir al mercado y ojear a las dependientas: subirme a un autobús y anotar todo lo que vea y vaya ocurriendo. El manual recomienda ese viaje —en uno de los autobuses verdes de Nueva York—, y cómo tendré que narrarme a mí mismo todas y cada una de las cosas sobre las que se posen mis ojos: colores, el revisor, carteles en el interior, vestidos de los pasajeros, qué leen, el tacto de ese abrigo que me ha rozado, de dónde viene y a dónde va la mujer que tengo enfrente, imaginar su casa… Tendré que hacer ese tipo de ejercicios para escribir. Y, ya digo —aunque esto no venga en este libro ni en ningún manual de escritura y puede que no sea un procedimiento muy legítimo—, no olvidarme de Tomás y meterme en su personaje. Él irá contando la novela de su vida. Yo, por detrás, leyendo, conversando con él; y escribiendo. Será mi lazarillo, mis muletas de plumífero. Tengo claro que he de mimar a Tomás. Puede darme mucho juego.


Avelino Fierro (Chozas de Arriba [León], 1956), licenciado en Derecho por la Universidad de Oviedo y fiscal de Menores de León, es escritor de diarios, poemas, dibujante y coleccionista de libros. Sus textos diarísticos han visto la luz en cuatro volúmenes: Una habitación en Europa (2010-2012), Ciudad de sombra (2013-2014), La vida a medias (2015-2016) y Contra tiempo (2017-2018) todos ellos publicados por la editorial Eolas.
0 comments on “El cuaderno naranja (2)”