Arte

¡Ay de los negros!

Arturo Caballero reflexiona sobre la reciente oleada iconoclasta y de revisión del mito de la conquista de América a partir del análisis de un relieve de Isidro Villoldo para un retablo vallisoletano.

/ por Arturo Caballero /

Recogiendo y organizando los apuntes, ejercicios, presentaciones y utilería variada del último curso, me topé con una fotocopia que, en diferentes versiones, uso como apoyo para mis visitas al Museo Nacional de Escultura de Valladolid. Rápidamente la puse en relación con un artículo de Joan Santacana: «Iconoclastas y justicieros», publicado en El Cuaderno con fecha 19 de junio  en el que, tratando de poner en su justo sitio (a raíz del  asesinato de George Floyd en Mineápolis y la reactivación del movimiento Black Lives Matter y los ataques a los que se consideran símbolos de la opresión occidental en todas sus variantes) la relación entre la historia y el sistema de valores de una sociedad, afirmaba, entre otras cosas, que «cada individuo es hijo de su tiempo. El machismo, el antisemitismo, el racismo y el esclavismo han sido ingredientes con los que se ha construido el pasado. Están en los basamentos del edificio cultural de Occidente al igual que en el de Oriente y no podemos ignorarlos ni depurarlos, so pena de que se nos caiga todo encima». Me pareció un texto muy comedido en su forma y muy ajustado a la verdad y por ello recomendé su lectura. En esencia, parte de dos hechos fundamentales: el primero, que los criterios de valor van cambiando con la sociedad o, como decía Ortega y Gasset (Historia como sistema, 1935), «el hombre no tiene naturaleza», sino que «lo que tiene es historia»; y, por tanto, lo humano está sujeto a un constante devenir; a un perpetuo hacerse y rectificarse y, en consecuencia y como segundo, resulta muy difícil que un individuo de una determinada sociedad, de un determinado tiempo y un determinado lugar sea capaz de trascender, de forma absoluta, el sistema de valores imperante en él.

Difícil, pero no imposible, puesto que individuos y grupos han sido capaces de reflexionar y establecer gérmenes de un cambio que terminará, antes o después, por fructificar. Y aquí retomo al asunto de la fotocopia aludida, puesto que aprovecho algunas obras de arte para reflexionar sobre el pasado y sobre el presente y sobre cómo resulta siempre complicado aplicar el pensamiento dominante de nuestra época un pasado que, a diferencia de lo que debería suceder, por los medios que están a nuestra disposición, cada vez desconocemos más.

Relieve de Isidro Villoldo sobre los santos Cosme y Damián, c. 1547.

Isidro Villoldo, fallecido en 1560, fue un destacado escultor castellano que, sin alcanzar la significación de Alonso Berruguete (de quien fue discípulo y con quien trabajó) o Juan de Juni, dejó una buena serie de obras en las dos Castillas y en Andalucía en los años centrales del siglo XVI. Hacia 1547 realizó un retablo para la capilla funeraria del doctor Francisco Arias en el convento de San Francisco, que se ubicaba en la actual plaza mayor de Valladolid. Uno de los temas elegidos, el objeto de nuestra reflexión, es un relieve con los santos Cosme y Damián (madera, tallada y policromada, 88 por 80,4 cm. y 17 de profundidad) realizando uno de sus milagros más icónicos. Dice al respecto (uso la edición de Alianza Editorial) Santiago de la Vorágine en ese monumento al sadomasoquismo en el que se convierte muchas veces La leyenda dorada:

«El papa Félix, abuelo cuarto de san Gregorio, construyó en Roma una magnífica iglesia en honor de los santos Cosme y Damián. Un hombre, encargado de la limpieza y vigilancia de este templo, cayó enfermo de un cáncer que al cabo de cierto tiempo le corroyó totalmente la carne de una de sus piernas. Cierta noche, mientras dormía, soñó que acudían a su lecho los santos Cosme y Damián provistos de medicinas y de los instrumentos necesarios para operarle; pero antes de proceder a la operación uno de ellos preguntó al otro: -¿Dónde podríamos encontrar carne sana y apta para colocarla en el lugar que va a quedar vacío al quitarle la podrida que rodea los huesos de este hombre? El otro le contestó: -Hoy mismo han enterrado a un moro en el cementerio de san Pedro ad Vincula; ve allí, extrae de una de las piernas del muerto la que le haga falta, y con ella supliremos la carroña que tenemos que raerle a este enfermo. Uno de los santos se fue al cementerio, pero, en vez de cortar al muerto la carne que pudiera necesitar, cortóle una de sus piernas y regresó con ella; amputó luego al enfermo la pierna que tenía dañada, colocó en su lugar la del moro, aplicó después un ungüento al sitio en que hizo el injerto, y seguidamente los dos santos se fueron al cementerio con la pierna que habían amputado al sacristán y la dejaron en la sepultura del moro, al lado de su cadáver. Cuando el sacristán despertó, quedó extrañado al no sentir los dolores que habitualmente le aquejaban; palpóse la pierna que solía dolerle, y, como al palparla no notara molestia alguna, encendió una candela y a la luz de ella advirtió que la pierna estaba completamente sana. […] Hecho público el suceso, algunas personas acudieron al cementerio, abrieron la tumba del moro y comprobaron que al cadáver le faltaba una de sus piernas, y que junto al resto de su cuerpo se hallaba la cancerosa que los santos habían amputado al sacristán».

Villodo, haciendo uso libérrimo de la licencia praa fantasear con la que Ovidio —«ut pictura poesis»— iguala a poetas y pintores, introduce algunas variantes significativas respecto al texto: el moro se ha convertido en negro y, además, la amputación se ha realizado en vivo y en directo. Hacia 1490, Pedro Berruguete, padre de su maestro Alonso, había realizado otra obra, pintura (óleo sobre tabla, 102 por 94 cm.), que actualmente se conserva en la colegiata de Covarrubias (Burgos), en la que patentizaba una cierta distancia no tanto con el tema en sí, no le era posible, sino con la representación. Es decir, que, aunque los dos coinciden en convertir un sueño en una realidad, incluso añadiendo testigos en el caso de la pintura, había otras alternativas a la ofrecida por Villoldo.

El milagro de san Cosme y san Damián, de Pedro Berruguete, 1490.

Coetáneo a Villoldo era Bartolomé de las Casas (1484-1566). Un tío suyo había acompañado a Colón en su primer viaje y su padre en el segundo. Terminados sus estudios en Salamanca, marchó a las Indias como doctrinero (1502) y para ocuparse de los negocios paternos, teniendo su propia encomienda, lo que no le impidió ordenarse sacerdote. En 1510 llegaban a La Española los frailes dominicos, que pronto se mostraron beligerantes contra el trato que los españoles proporcionaban a los indígenas, que eran, con pleno derecho, súbditos del rey de Castilla. El Sermón de Adviento de 1511 predicado por fray Antonio Montesinos se considera clave en la relación entre unos y otros y entra de lleno en una compleja discusión teológica y política que se concretaría en las Leyes de Burgos de diciembre de 1512, en las que se sanciona la dignidad y libertad de los indígenas. Bartolomé de las Casas comenzó a tomar partido por los indios y, en un sermón de 1514, realiza una serie de observaciones que le impedirán dar marcha atrás en sus convicciones, renunciando a sus encomiendas y volviendo a Sevilla en 1515. El contacto con personajes relevantes de la corte y la atención que le presta el regente Cisneros y el entorno del futuro Carlos V permiten su retorno a las Indias en 1516 con el cargo de «procurador o protector universal de todos los indios de las Indias». La coincidencia de su pensamiento con el de la mayoría de los miembros de la Orden de Predicadores hizo que ingresase en ella en 1523. Por aquellas fechas comenzó la redacción de la Historia de las Indias. Su actividad en la protección de los nativos fue incansable y, apoyándose en los grupos cortesanos partidarios de sus ideas, afrontó todo tipo de problemas.

Esa defensa, hasta la extenuación, le lleva en buscar un remedio a su explotación laboral defendiendo, en una carta al Consejo de Indias del 20 de enero de 1531, la introducción de esclavos africanos para cumplir esas funciones. De esta opinión pronto comenzará a lamentarse.

En 1540 retornó a España y en Valladolid se entrevistó con el emperador Carlos, quien, siguiendo sus consejos y los de Francisco de Vitoria, terminó convocando la Junta de Valladolid que darían origen a las Leyes Nuevas (1542), que ratificaron la libertad de los indios y su subordinación directa a la Corona. En esa misma fecha dedicaba al príncipe Felipe la Brevísima relación de la destrucción de Indias, que se convertirá en argumento clave de la leyenda negra. Consagrado obispo de Chiapas, en 1544 retornó a las Indias, donde siguió con sus disputas. Retornó a España tres años después buscando defender mejor desde la metrópoli a los indígenas. Entre 1550 y 1551 mantuvo una disputa con Ginés de Sepúlveda respecto a los derechos de los españoles a la conquista: la Junta de Valladolid, que quedó sin claro vencedor.

Bartolomé de las Casas fue progresivamente madurando sus ideas iniciales respecto al empleo de mano de obra esclava, negra, en el trabajo y repudiando el comercio esclavista, porque terminó considerando a los negros iguales al resto de los humanos, llegando a escribir a finales de los cincuenta:

«Antiguamente, antes que hobiese ingenios, teníamos por opinión en esta isla [la Española], que si al negro no acaecía ahorcalle, nunca moría, porque nunca habíamos visto negro de su enfermedad muerto… pero después que los metieron en los ingenios, por los grandes trabajos que padecían y por los brebajes que de las mieles de cañas hacen y beben, hallaron su muerte y pestilencia, y así muchos dellos cada día mueren».

Él murió en Madrid en 1566.

Hacia 1547, como decíamos, Isidro esculpía su relieve y Bartolomé había retornado a España. Las Casas había empezado por pensar, y como tal lo escribió en la demanda al Consejo de Indias a comienzo de los años treinta, que:

«El remedio de los cristianos es este, mui cierto, que S. M. tenga por bien de prestar á cada una de estas islas quinientos ó seiscientos negros, ó lo que paresciere que al presente vastaren para que se distribuyan por los vecinos, é que hoy no tienen otra cosa sino Yndios […] se los fien por tres años, apotecados los negros á la misma deuda […] Una, Señores, de las causas grandes que han ayudado á perderse esta tierra, é no se poblar más de lo que se han poblado […] es no conceder libremente á todos quantos quisieren traer las licencias de los negros».

La talla de Villoldo no se explica si en el acervo cultural común de la sociedad de su tiempo (y no me refiero solo a la española) no hubiese estado extendida la creencia en la inferioridad natural de los negros. Unos negros a los que no sólo se podía esclavizar, sino incluso privar, en vivo, de una parte de su cuerpo. Y la práctica, encima, quedaba santificada por los protagonistas, Cosme y Damián, y por el lugar en el que se ubicó: una iglesia.

Hoy, la obra de Villoldo puede verse colgada en las mismas dependencias que ocupó el colegio dominico de San Gregorio en Valladolid, sede de los debates de la Controversia, en la que participó De las Casas. En un acto de justicia poética, la historia ha terminado por reunirlos.

El pasado no lo podemos cambiar. También resulta discutible que la historia pueda usarse como maestra de la vida. Pero sí proporciona motivos y temas de reflexión. No se trata, por tanto, de juzgar todas las barbaridades (como genocidas, a largo plazo no se mostraron muy eficientes) de las que tenemos memoria gracias a los testimonios de los propios protagonistas (y las añadibles sobre las que podemos fantasear) que cometieron los españoles que fueron a América —fundamentalmente castellanos— con los indígenas o los negros en el siglo XVI. Además, en cualquier caso, no eran diferentes a las que no pocos de sus protagonistas habían perpetrado, bajo las banderas del rey Católico y emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, en Roma en 1527 (robos y saqueos de edificios privados y de iglesias, matanzas generalizadas, violaciones de monjas en sus conventos, sacrilegios sin cuento, exigencia de rescate por eclesiásticos y patricios urbanos) o seguirían cometiendo entre ellos en los levantamientos, e incluso guerras civiles, que se produjeron en el Nuevo Mundo a lo largo del quinientos. Debía de ser signo de los tiempos, aunque después de un siglo XX como el que hemos padecido tampoco debemos cargar mucho la mano.

Pero eran los mismos hombres que se unieron a indígenas y que transmitieron su idioma («la lengua fue siempre compañera del imperio» había escrito Nebrija, en 1492, a los Reyes Católicos en El arte de lengua castellana, primera gramática en lengua romance) y su religión, tan denostada hoy; los que organizaron política y económicamente un territorio mucho mayor que el dominado por Roma; quienes crearon un sistema de comunicaciones de norte a sur a lo largo de todo un continente; quienes establecieron líneas de comunicación periódicas entre América, Asia (Galeón de Manila) y Europa; los que crearon en fechas muy tempranas, desde 1505, colegios, universidades (Santo Domingo, 1538; Lima y México, 1551) e imprentas (en Nueva España desde 1539 a 1600 casi el 20% de 287 obras publicadas lo fueron en lenguas nativas). Un tema complejo este de la conquista, como se ve.

Bartolomé de las Casas, al que venera como santo la Iglesia Evangélica Luterana de América el 17 de julio, no estuvo solo. De él, y de otros como él, podríamos pensar que se colocaron «en el lado correcto de la historia». Fueron capaces de evolucionar intelectual y socialmente. Otros no. Pues como hoy. Otro asunto es lo que conviene, o no, celebrar. Qué personas merecen un recuerdo agradecido y aquellas otras de las que no debemos olvidar sus agravios, aunque solo sea para intentar que no se repitan. Hay que tener cuidado con a quién se levantan estatuas, se dedican polideportivos o casas de cultura y auditorios. Como regla general, convendría esperar a que todos ellos estuviesen muertos y bien muertos y, aun así, nada los librará del revisionismo.

En definitiva, se trata de tener claro que, como terminaba Santacana, no es Colón quien sobra en su añejo monumento, sino nuestras actitudes sectarias, xenófobas y racistas. O, dado que este artículo versa sobre imágenes, de tener presente el modélico planteamiento que realiza Icíar Bollaín en También la lluvia (2010), donde se ponen en evidencia las políticas imperialistas de la conquista y las de hoy mismo.

Y vale de referencias y de citas. Bueno, una última. Es del historiador Heinrich Wölfflin quien, en sus Conceptos fundamentales de la historia del arte (1915), sentenció: «No todo es posible en todos los tiempos».

Esto lo sabe, ya, hasta el más despistado de mis alumnos.


Arturo Caballero Bastardo (Villanueva de los Caballeros, Valladolid, 1955) es profesor, historiador y crítico de arte, facetas que ha compatibilizado con otras actividades relacionadas con la organización escolar. Autor de diversos artículos científicos (Un itinerario místico por el Cosmos, 1988), estudios sobre pueblos palentinos (especialmente Dueñas, 1987 y 1992), sobre la pintura del siglo XIX en esa provincia, organizador de exposiciones (Eugenio Oliva, 1985; Casado del Alisal y los pintores palentinos del siglo XIX, 1986; Asterio Mañanós, 1988; Ecos de un reinado. Isabel la Católica, los Acuña y la villa de Dueñas, 2004), ha publicado manuales escolares para las editoriales Edelvives y Epígono. Por encima de todo, se ha interesado por las más diversas perspectivas del arte contemporáneo: organizador de ciclos y conferenciante (Fundación Díaz Caneja de Palencia, Museo Patio Herreriano de Valladolid), cursos de formación y actualización didáctica para profesores, comisario de exposiciones de jóvenes artistas. Como culminación de toda esta actividad, en 2007 se publica profusamente ilustrado Arte contemporáneo. Castilla y León, manual que se distribuyó a todos los centros educativos de dicha comunidad y que es posible visitar en versión web en el portal educativo de la Junta de Castilla y León. En la actualidad, y en colaboración con la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Valladolid, coordina un proyecto de la misma Junta: el Bachillerato de Investigación/excelencia en Artes del IES Delicias de Valladolid. La próxima primavera la editorial Trea publicará Arte y perversión: apuntes para una poética de la sociedad satisfecha en el que realiza un análisis irónico, crítico y apasionado sobre los últimos cuarenta años del arte más actual.

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