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Diez tesis marxistas sobre la crisis política estadounidense

Rafael Khachaturian traza una sobria interpretación del asalto al Capitolio del 6 de enero de 2020, entendido como expresión de una crisis más profunda del Estado estadounidense mismo.

/ por Rafael Khachaturian /

[Esta enumeración de puntos fue escrita inmediatamente después del asalto ultraderechista al Capitolio estadounidense el 6 de enero de 2021, y pretende teorizar y reflexionar sobre lo que en aquel momento era una situación que se desarrollaba rápidamente, colocando estos acontecimientos dentro de la trayectoria más amplia de la crisis prolongada del Estado estadounidense durante el período 2015-2020. El cierre de esta fase de la crisis marca el inicio de una coyuntura nueva cuyos parámetros son discernibles, pero cuyo resultado está por determinar.]

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Por crisis política entendemos una crisis del Estado. El Estado capitalista es una relación social a través de la cual las relaciones de producción y reproducción dadas en una formación social (que comprenden asimismo las luchas de clases) son coordinadas y modificadas. El Estado es tanto uno de los terrenos institucionales en los que las luchas de clases se desarrollan como la condensación de tales luchas. Sin embargo, no es un terreno neutral, dado que las dinámicas y los límites de la lucha de clases y las políticas estatales vienen condicionadas por el modo capitalista de producción y sus características distintivas: el control privado de la propiedad, los medios de producción, la relación salarial, la producción de materias primas y la acumulación de capital.

* Nicos Poulantzas: Estado, poder y socialismo, Madrid: Siglo XXI, 1979 [1978].

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La crisis política es un proceso cuyos ritmo y tempo son estructurados por los parámetros del modo capitalista de producción y la formación social específica en la que tiene lugar. Una crisis en las relaciones de producción no necesariamente precede a, o provoca, una crisis política. Por el contrario, puede producirse una crisis política sin desencadenarse una crisis en las relaciones de producción. La relación entre las crisis políticas y económicas es de autonomía relativa y contingencia temporal más que un movimiento teleológico y necesario de lo económico a lo político.

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Una crisis política no se debe a una contradicción primaria única, por ejemplo entre las élites y el pueblo, o entre la clase capitalista y la trabajadora (o, más abstractamente, entre el capital y el trabajo). Tampoco es meramente la expresión más inmediata o visible de la contradicción dominante en una coyuntura particular. Se trata en cambio de una fusión sobredeterminada de una pluralidad de contradicciones, cada una con su propia esfera y temporalidad pertinentes, repartidas por todos los niveles de una formación social. El momento y la forma en que estas contradicciones se articulan en una crisis específica y coyuntural depende de las trayectorias relativamente autónomas de estos procesos en cada uno de los niveles de una formación social.*

* Salar Mohandesi: «Crisis of a new type», Viewpoint Magazine, 13 de mayo de 2020.

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Una crisis del Estado conlleva la ruptura y la modificación de las relaciones que conforman el bloque de poder hegemónico. Por hegemonía entendemos cualquier condensación y articulación específicas de las relaciones de consentimiento (lo ideológico) y coerción (lo represivo) que, unidas, estabilicen una formación social. Por bloque de poder entendemos una unidad contradictoria bajo la autoridad de una fracción de clase hegemónica, concentrada en el Estado. A través del Estado, el papel organizativo del bloque de poder es operar en nombre de los intereses colectivos de la clase dominante en su conjunto, al tiempo que se incorporan los elementos clave de las clases dominadas y subalternas en el proyecto hegemónico común. La naturaleza de esta incorporación varía dependiendo del grado de lucha de clases en una formación social, que en sí misma está parcialmente determinada por el legado y la sedimentación de formas institucionales y proyectos hegemónicos pretéritos.

* Nicos Poulantzas: Poder político y clases sociales en el Estado capitalista, Madrid: Siglo XXI, 1969 [1968]

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La prolongada crisis política de la formación social estadounidense tiene su causa inmediata en las primarias republicanas de 2015. Sin embargo, hunde sus raíces hasta la crisis financiera de 2008 y la Gran Recesión. En lo ideológico, la crisis económica resonó entre 2009 y 2014 como una exhibición del vacío del consenso neoliberal en el que se basaba el centro bipartidista. En lo político, inició la erosión del bloque de poder bipartidista en tanto que corazón del Estado, organizado en torno al sector financiero, de los seguros e inmobiliario («FIRE»: Financial, Insurance, Real Estate) y el aparato de seguridad nacional, y facilitó el crecimiento de los movimientos sociales de extrema derecha finalmente fusionados en la presidencia de Trump. Por último, este año, la doble conmoción provocada por la pandemia de COVID-19 y las revueltas antirracistas dio lugar a una crisis política general del Estado, tanto de legitimidad como de gobernabilidad. Esta fase final de la crisis política en el período comprendido entre las elecciones de noviembre de 2020 y la investidura de enero de 2021 culminó en una crisis breve, pero violenta, de la transición de poder.

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La crisis es un síntoma de la divergencia entre el equilibrio de las fuerzas sociales y su expresión a través de las instituciones políticas. Los partidos no representan bloques y circunscripciones sociales para el Estado, como aseveran las teorías pluralistas y corporativistas del liberalismo: más bien consolidan y representan los intereses de determinadas fracciones del capital para el Estado; y, a su vez, el Estado a una sociedad amorfa y fragmentaria.* La prolongada crisis política (2015-2021) estuvo precedida por la fractura gradual del bloque hegemónico y la fragmentación de la coalición de élites políticas de los dos partidos en la última década. Las fisuras políticas entre los partidos, expresadas como polarización en la opinión pública de masas, se han articulado cada vez más, a nivel parlamentario, como conflictos de suma cero en torno a cuestiones económicas, como la deuda nacional, y culturales, como el aborto. El modus operandi común de una gobernanza en gran parte bipartidista, forjada a raíz de la Guerra Fría y la guerra contra el terrorismo, fue redundando gradualmente en antagonismo político e ideológico.

* Peter Mair: Gobernando el vacío: la banalización de la democracia occidental, Madrid: Alianza, 2015 [2013].

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La recuperación económica de la crisis de 2008 tuvo el efecto de desplazar las contradicciones de la gobernanza neoliberal a lo político. La ruptura del bloque de poder hegemónico de los años de Obama y su reconfiguración bajo Trump ocurrieron en el contexto de la persistencia del consenso económico neoliberal. El bloque de poder en el corazón de la administración Trump, que consolidó los intereses fraccionarios del capital inmóvil y extractivo, la manufactura, el gran comercio minorista y un sector FIRE aquiescente, disfrutó de crecimiento económico y estabilidad bajo los términos establecidos en gran medida por los regímenes neoliberales anteriores.* Al mismo tiempo, la crisis hegemónica se volvió más pronunciada a medida que la fractura entre los partidos gobernantes, incluida la abierta en torno a la financiación y el funcionamiento del propio Estado, devino más irreconciliable.

* Mike Davis: «Trench warfare», 126 (2020), New Left Review; Dylan Riley: «Faultlines», 126 (2020), New Left Review.

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La prolongada crisis política se ha caracterizado por las fracturas, no sólo en el seno de las instituciones representativas del Estado (consentimiento), sino también en el de los aparatos estatales represivos (coerción). El ataque discursivo del trumpismo al Estado profundo fue un síntoma de la crisis política que resonó y se expresó a nivel ideológico. Que Trump perdiera el apoyo de los círculos de seguridad nacional y militar —señalados ahora como Estado profundo junto con el resto de la burocracia estatal— le impidió utilizar esas redes de poder existentes como espacios para la reorganización de un nuevo bloque hegemónico posneoliberal. En su lugar, el papel de los aparatos estatales represivo-ideológicos en el corazón del bloque hegemónico fue ocupado por la policía, la patrulla fronteriza y las instituciones penitenciarias. La importancia de estos aparatos adquirió un peso adicional por la naturaleza racializada y federalizada del Estado estadounidense, en la que descansa el desigual dominio regional del Partido Republicano, así como su permeabilidad a elementos reaccionarios paraestatales y miliciales.*

* Ruth Wilson Gilmore: Golden Gulag: prisons, surplus, crisis and opposition in globalizing California, Berkeley (Estados Unidos): University of California Press, 2007; Marie Gottschalk: Caught: the Prison State and the lockdown of American politics, Princeton (Estados Unidos): Princeton University Press, 2016.

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El interregno postelectoral subrayó la oposición casi unánime, entre las diferentes fracciones de la clase capitalista, a la desestabilización política provocada por Trump, así como el apoyo de aquéllas a la transición procedimental de poder hacia un Gobierno demócrata unificado. Esto, a su vez, abre la posibilidad de una reconfiguración hegemónica con el objeto de suturar las fisuras abiertas por la crisis política.* En este contexto, las instituciones de seguridad nacional ofrecen un nodo organizativo natural alrededor del cual puede tener lugar la reconsolidación del centro bipartidista post-Trump. El equilibrio de fuerzas políticas puede pasar de la oposición partidista conocida del período 2008-2020 a un nuevo eje de polarización entre un bloque de poder bipartidista de neoliberalismo autoritario y una derecha radical postrumpista, debilitada pero invicta.** Naturalmente, la estabilidad obtenida de una reconsolidación hegemónica del centro alrededor de Biden se vería compensada por la volatilidad potencial de esta reconfiguración de fuerzas en una nueva coyuntura.

* Rafael Khachaturian y Stephen Maher: «The Washington riot was a defeat for the far right, not a triumph», Jacobin, 8 de enero de 2021); Rafael Khachaturian: «Trump has left the building, but the foundations are still in place», The Nation, 21 de enero de 2021.

** Ian Bruff: «Authoritarian neoliberalism and the myth of free markets», ROAR Magazine, invierno de 2016; Ian Bruff y Cemal Burak Tansel (eds.): Authoritarian neoliberalism: philosophies, practices, contestations, Abingdon (Estados Unidos): Routledge, 2019.

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Al perder su posición en el Estado-nación, la extrema derecha trumpista ha perdido los canales clave de la organización masiva que necesitaría para desafiar el consenso neoliberal autoritario. El Partido Republicano sigue siendo un vehículo imperfecto y, en el mejor de los casos, temporal para continuar cultivando la radicalización de la crisis política. Las organizaciones paramilitares irregulares, por su parte, no están actualmente lo bastante disciplinadas y coordinadas como para desafiar a un bloque de poder restaurador del centro. Sin embargo, la crisis de los partidos como canales de legitimidad y representación y el marco institucional antimayoritario heredado de la Constitución y el Estado de Estados Unidos proporcionan conjuntamente un espacio para la organización de la extrema derecha en curso. Una nueva fase de la crisis política se distinguiría en particular por la policía, la patrulla fronteriza y las instituciones penitenciarias, convirtiéndose en los principales nodos organizativos para una derecha radical postrumpista.

Reflexiones originalmente publicadas en Legal Form el 10 de febrero de 2021, traducidas del inglés por Pablo Batalla Cueto


Rafael Khachaturian es profesor de la Universidad de Pensilvania y profesor asociado en el Instituto de Investigación Social de Brooklyn.

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