/ por Ciro Mesa /
1
Este escrito trata sobre las expectativas de futuro abiertas hoy a partir de la teoría marxiana. Me parece que esto sería la forma más apropiada de responder a la pregunta, tan llena de paradojas, sobre la actualidad de Marx. El planteamiento directo de esta cuestión corre el riesgo de pasar por alto la forma constitutivamente crítica de aquella teoría, que acontece como una práctica que tiene como objetivo su propia obsolescencia. Su cumplimiento consistiría en merecer el olvido con el ocaso del mundo que la motiva.
Si Marx contribuye de algún modo a algo que pudiera llamarse filosofía, sería a una última —podría decirse: terminal—, no a la perenne.1 Me parece que es sobre todo en esto donde estriba su fidelidad a Hegel: la extrema consciencia de la historicidad y temporalidad del comportamiento pensante, de las categorías que se coagulan por medio de él y de las constelaciones objetivas de las que da cuenta. Eso pertenece a su comprensión del materialismo. La crítica marxiana combate una y otra vez las retóricas de la eternización y la naturalización. Y no solo como orientación general de la crítica a la ideología. Como veremos, su análisis de la explotación capitalista incluye la interpretación del dominio del tiempo presente (el capital como valor fácticamente existente resultado del trabajo pasado), sobre la dýnamis (la fuerza de trabajo como capacidad potencial de un rendimiento productivo). Pero ese mismo esquema de dominio se repetiría si se pretendiera determinar lo futuro como una prescripción, o en clave profética. Me parece una lectura torcida de las reflexiones marxianas sobre el porvenir el envolverlas en un marco teleológico. Por eso no se trata aquí de indicar cómo habrá de ser fácticamente nuestro (¿de quién?) futuro, como si estuviera permitido esperar algo así, un futuro. En Marx, lo posible es plural.
Como es sabido, sobre lo posible —incluso como tema— pesa un tabú positivista, una forma de manifestación de la ideología dominante. En la medida en que empalidecieron hasta desaparecer las promesas de sentido del mundo burgués, el no future,que fue en su momento un lema crítico, se instala como una prohibición amenazante y paralizadora. La cuestión que planteo de los futuros de Marx se entiende como parte de la crítica a la ideología del porvenir heterónomo: un presente prolongado bajo la forma de un tiempo sin tiempo, congelado, eternización del sistema imperante. En la conferencia sobre la elaboración del pasado, Adorno se refirió al «espectro de una humanidad sin recuerdo».2 A él le correspondería hoy el fenómeno de la humanidad sin futuro, donde la resignación ante la desastrosa situación ya no se compensa con promesas ilusorias de cumplimiento automático, sino que es justificada por la amenaza de una regresión creciente, de manera que la representación paralizadora de un sinsalida infinito ocupa el lugar de la utopía. En este contexto, la crítica marxiana se opone a la tendencia a la hipóstasis, a la absolutización de lo meramente presente, de lo meramente fáctico. La dialéctica materialista temporaliza. Y de esto también forma parte la pregunta por los futuros posibles.
2
El análisis categorial (mercancía, dinero, capital, plusvalor) a través del cual, en El capital, Marx revela la sociedad moderna como una totalidad coactiva avanza a través de conceptos temporales.3 En una socialización donde la riqueza adopta la forma de la mercancía, cualquier participación productiva en la mediación social se convierte en trabajo abstracto. El trabajo que produce valor tiene que configurarse como, escribe Marx, «trabajo humano igual, gasto de la misma fuerza de trabajo humano».4 Las relaciones de equi-valencia entre las mercancías se basan en la mutua reducción de las diferentes prácticas productivas humanas a unidades temporales de consumo de la capacidad de trabajar. Como había señalado Marx en su trabajo temprano Miseria de la filosofía, «el tiempo lo es todo, el hombre no es nada más, como mucho la encarnación del tiempo».5 Del tiempo, claro está, cuantificable, conmensurable, que permite comparar rendimientos productivos como se compara la velocidad de dos locomotoras. Según Marx, el tiempo de trabajo socialmente necesario, cuyas variaciones dependen de la objetividad de la productividad, constituye la medida de valor. Y el valor es el principio de la mediación social capitalista. Así, el estándar de rendimiento medio que se da en cada presente actúa como una norma anónima y abstracta a la que los individuos tienen la obligación de someterse. A la experiencia del mundo de vida capitalizado le es inherente la adaptación a exigencias temporales que actúan como una presión sorda e irresistible.6 Lo presente exige una universal puesta en hora. Precisamente por la presión del dominio que en la sociedad capitalista ejerce el estado presente de la fuerza productiva del trabajo, lo venidero puede ser representado como porvenir, pero no propiamente como futuro.
3
El carácter subordinado de lo futuro aflora de nuevo en el análisis marxiano de la dialéctica entre capital y trabajo asalariado. Un aspecto fundamental del análisis —lleno de sutilezas imprescindibles— que realiza Marx de la explotación reside en iluminar la forma trabajo asalariado como un intercambio entre sustancias inconmensurables. Lo esencial de la explotación no es que el capital variable se apropie de más contravalor del que le correspondería. Se trata más bien de que en el intercambio se contraponen realidades temporales completamente diferentes; se iguala lo inigualable. Se establece una equivalencia a costa de que una de las partes —la subjetividad viva y su potencialidad de producir— cancele su propia sustancia.7 A cambio del salario, se obtiene algo completamente diferente, cualitativamente, de su carácter cósico: la capacidad de ser-sujeto. El salario es pasado objetivado que compra futuro.8 El carácter procesual que manifiesta por doquier el capital reside por entero en el carácter dinámico, en devenir, de la subjetividad trabajadora.
La fuerza de trabajo existe en el capitalismo como capacidad, dýnamis, que únicamente puede actualizarse bajo la forma del objeto de apropiación. El análisis marxiano sobre la génesis de esa formación histórica da cuenta de los diversos procesos que debieron darse para crear las condiciones que determinan que aquella dýnamis solo puede hacerse efectiva sometida al capital. Finalmente, ese sometimiento se termina presentando como lo natural y evidente, incluso como la aspiración propia y libre de las masas asalariadas. Marx encontró en la metáfora muerto-vivo la forma de dar respuesta crítica a esa naturalización de la dominación capitalista. Así, desvela la compra de fuerza de trabajo como la apropiación de trabajo vivo a cambio de trabajo objetivado o muerto. Su análisis describe el escenario histórico-social donde deviene realista el arte que expresa la vida empalidecida, que ya no vive, deshilachada. Un mundo en el que la valorización ocupa el lugar del sujeto, la espontaneidad que debiera caracterizar lo libre desaparece bajo la presión objetiva de la socialización anónima a través del valor. También la voluntad del capitalista queda integrada en el engranaje de la «infernal machine»9 del sistema: «Como capitalista —escribe Marx— es solo capital personificado. Su alma es el alma del capital […] El capital es trabajo muerto que solo cobra vida al chupar como los vampiros trabajo vivo, y tanto más vive cuanto más chupa» (MEW, 23, 247). Mientras el capital disponga de potencialidad externa que absorber y sus mecanismos de expansión puedan seguir su marcha, tiene un gran futuro.
Una clave fundamental en la interpretación marxiana del futuro es la contradicción desestabilizadora entre, por un lado, el carácter limitado de la dýnamis de la que puede disponer el capitalismo para la expansión en que el sistema mismo consiste10 y, por otro, su forma —vampírica— inevitablemente destructiva de disponer de ella. Se trata de un sistema de explotación que desertiza, extenúa y mina las fuentes de la riqueza: la ecosfera y el trabajo vivo (MEW, 23, 528 y s). En los manuscritos preparatorios de El capital que se publicaron como Teorías de la plusvalía se lee el siguiente pasaje:
«Anticipación del futuro —anticipación real— en la producción de riquezas sólo tiene lugar en lo tocante a los trabajadores y a la tierra. En ambos casos, el futuro puede ser realmente anticipado y devastado por medio de un esfuerzo precipitado excesivo y por agotamiento, por una perturbación del equilibrio entre consumo e ingreso. A ambos [a los trabajadores y a la tierra] les ocurre eso en la producción capitalista […] Lo que en lo tocante a los trabajadores y la tierra se consume existe como dýnamis y por medio de un modo forzado de consumo es acortada la duración de la vida de esa dýnamis» (MEW, 26.3, 303 y ss.).
Lo que desde la perspectiva de los ciclos vitales es futuro, potencia, en la sociedad capitalista se hace acto por un tipo de apropiación que lo desgasta. El modo de producción capitalista precipita el futuro de la tierra y los productores, lo consume y lo desgasta. Fuerza los ciclos orgánicos al ritmo impuesto por la valorización. Pone en marcha una segunda entropía, social, que adelanta el enfriamiento de la tierra. El capitalismo vive del futuro, y lo agota.
4
La obra de Marx contiene otro pronóstico siniestro y catastrófico para el provenir inmediato: el empobrecimiento creciente de las masas trabajadoras. Desde su perspectiva, la depauperización masiva no será solo una consecuencia de la capitalización total del mundo, sino que el propio despliegue de este proceso necesita masas pauperizadas, esto es, despojadas de voluntad propia y de las condiciones materiales para la autodeterminación. La pobreza hay que verla a la vez como causa y efecto de la acumulación. Este aspecto del discurso de Marx fue muchas veces olvidado, incluso ocultado o falsificado para salvar la coherencia del llamado marxismo. En el desgraciado debate clásico sobre la llamada teoría de la pauperización (Verelendungstheorie), la cuestión funcionó como un elemento retórico en las disputas sobre las estrategias políticas de las organizaciones.11 Al caer la sospecha sobre el pronóstico marxiano de no ser más que una exageración que necesitaría una especie de «amplia visión de conjunto», cuando no la amputación, se neutralizan las aristas críticas de esa doctrina.12 Mientras tanto, al quedar enfocado el propio concepto de pobreza como una cuestión económica cuantitativa, la tesis marxiana quedó oscurecida y malentendida.13
Marx ofrece en los Grundrisse una caracterización del pauper específicamente moderno como una forma de existencia social directamente derivada del concepto de capital. Se trata de un procedimiento peculiar. Los fenómenos del miserable, el lumpen, las masas de zarrapastrosos, la menesterosidad, los limosneros, los arrabales, no se ganan desde un análisis histórico o empírico, desde la referencia concreta a los movimientos reales de la población trabajadora o de un estudio cuantitativo de los salarios y su capacidad de compra, etcétera. Su análisis trata la depauperización como característica determinante de la modernidad capitalista y tendencia necesariamente incluida en el concepto de capital, inherente a él. La forma de su discurso es cuasideductiva.

Marx muestra el empobrecimiento como consecuencia necesaria de la mediación social moderno-burguesa entre capital y trabajo. La pobreza crónica y creciente aparece como dado analíticamente en el concepto de trabajador libre, que es a su vez la condición de posibilidad de la modernización capitalista.14 Puestas las masas obreras y los obreros como masa, se habrá puesto ya necesariamente el pobre. Marx escribe:
«En el concepto del trabajador libre reside ya que él es pauper […] Como trabajador puede sólo vivir en cuanto intercambia su capacidad de trabajar por la parte del capital que constituye el fondo de trabajo [salario]. Ese intercambio mismo está vinculado a condiciones casuales para él, condiciones indiferentes a su ser orgánico. Es, por tanto, virtualmente pauper» (MEW, 42, 505).
Lo que determina esa condición es, por tanto, una situación estructural de dependencia. Desde el momento en que la fuerza de trabajo se pone como una mercancía que el trabajador tiene que intercambiar porque en ello le va la supervivencia, se convierte virtualmente en pauper. Potencialmente pobre es todo aquel cuya supervivencia material depende de condiciones externas, fortuitas, completamente independientes a él y pertenecientes al capital.
Así pues, la pobreza no es pensada en los Grundrisse como escasez o privación, sino la condición social, históricamente creada, de incapacidad para subsistir al margen de la venta del trabajo, esto es, la existencia de las masas de trabajadores como fuerza potencial de trabajo, tan disponible como eventualmente sobrante. Y la pauperización no será algo accidental o coyuntural, sino una tendencia necesaria e inherente a la socialización capitalista. Desde el mismo momento en que el trabajador es puesto como libre, esto es, como absolutamente dependiente del salario, es decir, del valor que se valoriza a través de su explotación, es puesta la depauperación como una amenaza constante.15 El paso de la pobreza virtual a la real se da por el propio desarrollo de la riqueza que produce el trabajo. Puesto que la productividad creciente produce trabajo excedente, esto se traduce dentro del marco de las relaciones de producción capitalistas en trabajadores excedentes en los que la amenaza del empobrecimiento se cumple.
La realidad asombrosa que el discurso de Marx señala con el dedo es que somos los propios trabajadores los que producimos nuestra superfluidad. Puesto que la fuerza de trabajo entra y sale de la producción solo en virtud de los fines e intereses del capital, solo es necesario si sirve a la valorización del capital. Puesto que la fuerza de trabajo sobrante, al sobrar para el capital, es superflua, ni la situación ni el mantenimiento de los cuerpos vivos que sustentan esa fuerza de trabajo incumbe al capital. Y puesto que el desarrollo de la fuerza productiva pone tendencialmente cada vez más trabajo como sobrante, la consecuencia de ese desarrollo será que el pauperismo virtual se haga más y más real (42, 510). Así pues, según el análisis de Marx, el desarrollo capitalista de la riqueza arroja como resultado necesario pauperismo y Surpluspopulation (MEW, 42, 511).
Como vemos, el argumento de Marx muestra en el pulso de la pauperización, en los flujos y reflujos de la población, los latidos de una relación de dominación que estructura la sociedad capitalizada. Esta dimensión se pierde de vista cuando los conceptos marxianos de proletarización o pauperización son pensados en una clave estrechamente económica, como si su contenido fuera el problema de la distribución de la riqueza o el de la escasez de recursos con los que satisfacer las necesidades. No se trata en absoluto de eso, ni siquiera esencialmente de denunciar situaciones de indigencia o de desigualdad distributiva. Se trata de comprender el mundo capitalizado y su funcionamiento como un sistema opresivo de desubjetivización en el que la precariedad tiene un brillante futuro.
5
La cuestión de la población excedente y el pauperismo reaparece tratada en extenso en el volumen I de El capital dentro del impresionante capítulo XXIII.16 Este capítulo lleva por título «La ley general de la acumulación capitalista». Me parece relevante que los problemas de la sobrepoblación relativa, el ejército laboral de reserva y la pobreza aparezcan en el marco sistemático de la explicación del proceso de acumulación. Ese lugar indica que aquellas cuestiones desbordan el marco de la reproducción simple que hasta ese momento había nucleado el desarrollo temático de El capital. La producción de humanidad puesta por el valor aparece vinculada con la dinámica de una valorización que no acaba con el plusvalor ya apropiado, sino que se encuentra compelida por el apremio de un nuevo beneficio incrementado, de poner en acción ese plusvalor como pluscapital. La acumulación es el imperativo sistémico por el que el plusvalor tiene que sumarse al capital inicial, ponerse como capital y ser lanzado a la caza de nuevo plusvalor. Al situar su análisis de las dinámicas y conformación de las masas obreras en ese marco, Marx parte del presupuesto histórico de una situación de subsunción real de los individuos bajo el dominio del capital. Los avatares de la población obrera son comprendidos de las necesidades, requisitos y exigencias de la acumulación de capital. Las masas obreras (su situación, su configuración, su cantidad) aparecen como producto de la acumulación de capitales.
Al capitalismo le es inherente una productividad creciente del trabajo, lo que implica una disminución progresiva de la cantidad de trabajo frente a los medios de producción que emplea, esto es, «la disminución de los factores subjetivos [trabajo] del proceso laboral en comparación con los objetivos» (MEW, 23, 651). Mientras el capital se acumula, concentra y centraliza17 en virtud de la productividad del trabajo, la parte variable del capital (salario) disminuye proporcionalmente. Finalmente, los trabajadores producen su propia redundancia. En palabras de Marx, «la acumulación capitalista […] produce constantemente una sobrepoblación de trabajadores relativa, esto es, sobrante para la valorización media del capital y, por tanto, superflua» (MEW, 23, 658). Según él, esto constituye una ley de la población que rige en general el modo de producción capitalista.
Ahora bien, la producción de humanidad sobrante no es solo una consecuencia de la acumulación, sino una condición para su continuidad. Los brazos caídos que va dejando el desarrollo de la producción capitalista son a la vez el basamento de la valorización. Marx escribe:
«Si una población obrera excedente es el producto necesario de la acumulación, […] esa sobrepoblación deviene, a la inversa, palanca de la acumulación capitalista, condición de existencia incluso del modo de producción capitalista. Forma un ejército industrial de reserva disponible, que pertenece al capital tan absolutamente como si lo hubiera criado a sus expensas. Aporta, independientemente de los límites del aumento de la población real, el material humano siempre preparado y explotable para sus variables necesidades de valorización» (MEW, 23, 661).
Así pues, la sobrepoblación puede ser fuerza de trabajo relativamente excedente para los fines inmediatos de la producción. Pero excedente no significa en este contexto superfluo, pues se trata de un acelerador necesario de la acumulación. En el capitalismo no solo están puestos en función del capital los empleados directamente explotados, sino también los desempleados, que constituyen una condición de la explotación.
El capital añade, como vemos, refinamiento al concepto de pauper expuesto en los Grundrisse. Aquí se caracterizaba como superflua la población de trabajadores cuyo número excede al de los empleados en la producción capitalista. En El capital, como vemos, la surpluspopulation aparece como un factor esencial para la acumulación y como una condición para la subsistencia del mismo capitalismo. Que no sea necesaria para el trabajo inmediato no la hace sobrante para el capital. La propia denominación ejército laboral de reserva indica que no se trata de una masa de individuos propiamente excedente. Aunque una parte de la masa trabajadora no sea directamente empleada por el capital, continúa encuadrada, aunque como reservista, en el ejército laboral del que el capital dispone. El excedente de fuerza de trabajo, en cuanto ejército de reserva, pertenece al capital, es reserva para el capital. No se trata sin más de parados, desempleados o subempleados, sin momentánea relación salarial con el capital; tampoco de explotados en potencia que, por de pronto, puedan servir a la gestión de la explotación en acto.18 Se trata de que el capital prolonga su dominación, más allá de los asalariados, sobre las masas que no emplea y sí utiliza. Humanidad puesta numéricamente y constituida cualitativamente para la valorización. Humanidad criada para la explotación capitalista; existencias bajo la forma de ser-para-la-explotación. Esta determinación iguala a los empleados con los desempleados, y a ambos tendencialmente con los indigentes y marginales.19
6
Marx establece una correlación directa entre el crecimiento de la riqueza, por un lado, y la depauperización y tamaño del ejército laboral de reserva, por otro. Consideró esa correlación como «la ley general, absoluta, de la acumulación capitalista». Que yo sepa, a ninguna otra afirmación le otorga un rango parecido. El pasaje en que afirma eso es el siguiente:
«Cuanto mayor la riqueza social, el capital funcionante, volumen y energía de su crecimiento, también así mismo la magnitud absoluta del proletariado y la fuerza productiva de su trabajo, tanto mayor el ejército de reserva industrial. La fuerza de trabajo disponible es desarrollada por las mismas causas que la fuerza expansiva del capital. La dimensión proporcional del ejército de reserva industrial crece, por tanto, con las potencias de la riqueza. Pero cuanto mayor ese ejército de reserva en proporción con el ejército activo de trabajadores, tanto más masiva la sobrepoblación consolidada,20 cuya miseria está en relación inversa a su tortura laboral. Cuanto mayor finalmente la capa menesterosa (Lazarusschichte) de la clase trabajadora y el ejército de reserva industrial, tanto mayor el pauperismo oficial. Esta es la ley general, absoluta, de la acumulación capitalista» (MEW, 673 y ss.).
La ley fundamental de la acumulación de capitales se resume, pues, en que cuanto más crece la riqueza social, más crece la masa de explotados, depauperados y excluidos. Más intensa y general se hace la dependencia de las masas obreras —cada vez más impotentes y sin capacidad de resistencia— respecto al capital. Marx indica aquí, formulado en forma de ley, un antagonismo radical que no puede armonizarse, una polaridad irreductible que atraviesa de parte a parte la mediación social capitalista y que es constitutiva de esa mediación. A la luz de esa ley, el orden (o desorden) social capitalista subsume crecientemente las masas pauperizadas y precarizadas bajo el poder de la riqueza social creada por ellas mismas. En medio de ese antagonismo, a mayor riqueza más precariedad; a mayor acumulación, tanto más extensiva e intensiva la desposesión de las masas obreras. Así, en el mismo capítulo XXIII de El capital escribe Marx:
«A medida que se acumula el capital, la situación del trabajador, sea cual sea su salario, más alto o más bajo, tiene que empeorar. Finalmente, la ley que mantienela sobrepoblación relativa o ejército de reserva industrial en constante equilibrio con el volumen y energía de la acumulación sujeta firmemente el obrero al capital […] Causa una acumulación de miseria en correspondencia con la acumulación de capital. La acumulación de riqueza en un polo es, por tanto, al mismo tiempo, acumulación de miseria, tormentos de trabajo, esclavitud, ignorancia, embrutecimiento y degradación moral en el polo opuesto, esto es, en el lado de la clase que produce su propio producto como capital» (MEW, 23, 675).
El análisis de Marx muestra la sociedad capitalista como un trastocamiento radical sujeto-objeto: el trabajo humano produce el capital, pero el capital crea a los individuos cuantitativa y cualitativamente. La llamada ley general de la acumulación sería finalmente la expresión más extrema de la enajenación. Cuanto más crece la masa de trabajo objetivado, tanto más se autonomiza este y tanto más somete al trabajo vivo: tanto más se desequilibran las relaciones de poder entre los trabajadores —crecientemente frágiles, fungibles, dependientes— y el peso de la riqueza social que ellos mismos han creado. La misma lógica que coordina y reúne cantidades inconcebibles de fuerza de trabajo convierte a la masa de trabajadores en muertos vivientes laborales o traduce todo el tiempo de vida en tiempo de trabajo, existencias en todo caso carentes de temporalidad propia.
Entonces, ¿qué futuro cabría, según Marx, esperar? Una cosa parece clara: que la pobreza tiene de momento un gran futuro. Al menos mientras dure el capitalismo ¿Y habrá un después del capitalismo? Creo que se interpreta muy torcidamente a Marx cuando se quiere ganar en sus textos certidumbre respecto al porvenir. Su dialéctica muestra el futuro como esencialmente abierto. También para la catástrofe final.21 En todo caso, la sociedad capitalista debe pensarse como una contradicción en proceso, no como un todo represivo, unitario y sin fisuras. La retórica del capítulo XXIII de El capital, tan expresiva cuando se refiere a las masas como criadas o «material humano disponible para la explotación», describe críticamente el núcleo enajenante del capitalismo, pero no precisamente como si se tratara de una situación sin salida ante la que hubiera que resignarse. Marx no aseguró un futuro, pero sí indicó la posibilidad de una historia más allá del capitalismo. Una historia por comenzar. Su pensamiento afirma la posibilidad de lo otro a partir del análisis de las condiciones objetivas y dentro de ellas. El marco filosófico de su investigación de las leyes que rigen el capitalismo lo constituye su teoría de la prioridad de la praxis. Esta teoría disuelve el fetichismo del capital y la ideología del cierre: sin cerrarlo ni profetizarlo, desbloquea el futuro. Lo otro puede acontecer. Puesto que, en medio de todos los condicionamientos, la historia la hacemos los hombres y las mujeres, lo que hemos hecho lo podemos deshacer. Desde el horizonte de esa filosofía de la praxis, el por-venir de otro futuro sería entonces, en sentido propio, un por-traer.
7
El discurso de Marx muestra al mismo tiempo la mediación social capitalista como una totalidad legaliforme junto con la representación de su transitoriedad. El núcleo de su crítica a la economía política clásica era que naturaliza y eterniza el modo de producción capitalista. De ahí, su insistencia en recordar la génesis histórica del capitalismo, su-haber-llegado-a-ser, su temporalidad. Su analítica del capitalismo como sistema contiene a la vez la indicación constante de su carácter histórico. Esto es, del carácter abierto del futuro. Marx traduce entre sí el lenguaje del sistema y el de la voluntad, de manera que la demostración implacable de la naturaleza sistémica del capitalismo, el análisis totalizador, al mostrar su contradictoria dinámica, su carácter expansivo y sus límites, abre la posibilidad de pensar dentro de él sujetos que adopten determinaciones revolucionarias.22 Volvamos a la cuestión de la pauperización teniendo en cuenta la mutua traducibilidad de aquellos lenguajes.
Como vimos, Marx interpretaba el empobrecimiento masivo como una consecuencia derivada necesariamente de la ley general reguladora del proceso capitalista de acumulación. Pero, claro está, este proceso mismo —la acumulación— no es, ni mucho menos, una ley natural. Se trata simplemente de un mecanismo constitutivo del sistema capitalista y su validez queda restringida a éste. Es esa mediación social —no un genio maligno ni nuestra naturaleza supuestamente perversa y avariciosa— la que funciona como una infernal machine de transformar la riqueza en pobreza, y viceversa. Decimos que esa transformación es necesaria en la medida en que ese engranaje, esa maquinaria, no puede funcionar de otro modo. La necesidad es relativa al engranaje capitalista, lo que no impide que la maquinaria pueda ser destruida, desenchufada o sustituida. Por tanto, el empobrecimiento no es un determinante ontológico, claro, y tampoco una fase de la historia que esté universalmente prescrita. La existencia de las masas como ejército laboral disponible para el capital no es una realidad cuya necesidad deba ser reconocida al margen de una mediación social gobernada por el valor valorizante.
La ley general absoluta de la acumulación capitalista señala que el empobrecimiento material y mental, la creación de enormes masas de precariado subsumidas bajo el capital e impotentes, no es precisamente consecuencia de la pobreza o de la escasez, sino de un alto grado de acumulación de riqueza, de un alto grado de desarrollo de las fuerzas productivas, incluyendo la tecnociencia y la coordinación laboral de la humanidad entera en el taller mundial. De ahí que existencia de masas empobrecidas y privadas de subjetividad encarne la contradicción entre, por un lado, la acumulación de una ingente riqueza social potencialmente disponible para todos y, por otro, la acumulación de capitales. El desempleo y el subempleo, la marginalidad y la población excedente estancada indican a su manera —sin que se deba caer en la ilusión de esperar que la miseria elimine la miseria— la cantidad de medios disponibles para la posibilidad de transformar la sociedad y superar el capitalismo.
8
Desde la perspectiva ganada por Marx, el antagonismo enajenante de la sociedad capitalista puede mostrarse como la confrontación entre la riqueza real y la riqueza como valor.23 La aparentemente paradójica complicación entre empobrecimiento masivo y acumulación manifiesta el choque entre dos formas de riqueza —y sus correspondientes representantes sociales— que se oponen como determinaciones opuestas. Por una parte, la riqueza como acumulación de mercancías, esto es, la riqueza basada en el valor de cambio, en el tiempo de trabajo socialmente necesario, la riqueza como enajenación de trabajo inmediato. Por otro lado, la riqueza real la existencia de bienes y servicios —valores de uso— para la satisfacción de las necesidades sociales, y cuya producción ya no dependen tanto de la cantidad de tiempo de trabajo inmediato como del saber y el conocimiento, del intelecto general y la cooperación de los individuos. Por una parte, la riqueza que se basa en el valor y toma cuerpo en la mercancía; por otra, la riqueza que toma cuerpo en el tiempo liberado, en el tiempo emancipado de la coacción del trabajo, finalmente y resumiendo: en la libertad real de los hombres y las mujeres.
Dentro de los márgenes del discurso de Marx —y hoy sería posible incluso pensar más allá de ellos—, al precariado le cabría en primer lugar, aquí y ahora, la exigencia de la autorrealización por el trabajo contra la humillación y la violencia del desempleo. En contra del círculo infernal del desempleo y la sobreexplotación, una práctica coherente con la crítica marxiana sería la encaminada a la realización del trabajo de todos. Y no precisamente para forzar la productividad, sino como participación universal en el fundamento material de la libertad: la disposición sobre el tiempo que es él mismo la vida de cada uno. Si el trabajo constituye un medio para la plena realización de los individuos, lo es también como forma de liberar tiempo para el «pleno desarrollo del individuo» (MEW, 42, 607). Así, la lucha por la integridad personal, por la autodeterminación de los individuos, de los hombres y las mujeres carnales, finitos y realmente existentes, se traduce en términos marxianos tanto en el reparto universal del trabajo social como la creación de tiempo disponible para todos. Como escribe Marx en los Grundrisse:
«El capital […] aumenta el tiempo de trabajo excedente de la masa porque su riqueza consiste directamente en la apropiación de tiempo de trabajo excedente; ya que su objetivo es directamente el valor, no el valor de uso […] Su tendencia, empero, es siempre por un lado la de crear disposable time, por otro la de to convert it into surplus labours […] Cuanto más se desarrolla esta contradicción, tanto más evidente se hace que el crecimiento de las fuerzas productivas no puede estar cautivo por la apropiación de surplus labour ajeno, sino que la propia masa obrera tiene que hacer suyo su plustrabajo […] Por una parte, el tiempo de trabajo necesario tendrá su medida en las necesidades del individuo social y, por otra, el desarrollo de la fuerza productiva social será tan rápido que […] crecerá el disposable time de todos. La riqueza real es la fuerza productiva desarrollada de todos los individuos. La medida de la riqueza no es, pues, el tiempo de trabajo, sino el disposable time» (MEW, 42, 603 y s.)
Que hoy la inmensa mayoría de las personas existamos socialmente bajo la forma del precariado, desempleados o inempleables, reservistas del ejército laboral, pobres abandonados o administrados por las agencias de caridad, indica la contradicción de que una mediación social posible a través de decisiones colectivas transparentes sobre la riqueza real siga bloqueada por una sociedad conformada por el valor. El objetivo del futuro —en términos del por-traer de lo otro— vendría a plasmarse en las múltiples formas posibles de conformar la riqueza desde esquemas alternativos a los del valor y la mercancía. Riqueza para la satisfacción de las necesidades, para la erradicación del sufrimiento innecesario, para la libertad. Es este contexto, la realidad actual de la expansión del desempleo y el ejército de reserva laboral significa que, en realidad, aquel objetivo no depende tanto de un mayor desarrollo de las fuerzas productivas cuanto de la transformación de una sociedad en la que las cosas y las personas existimos en función de la acumulación de capitales.
9
Marx, como hemos visto, en la medida en que no puede descartar la prolongación del capitalismo, señala un futuro posible marcado por las masas empobrecidas privadas de subjetividad. Pero esa misma posibilidad indica la de otro futuro, que —repito— deberá acontecer como un por-traer y no como un por-venir. La fuerza de trabajo excedente, que en el capitalismo se manifiesta como miseria, desempleo y exclusión, indican en realidad la sobreabundancia de riqueza real. Si en nuestro mundo esa abundancia se manifiesta como pobreza masiva, esto se debe al trastocamiento objetivo de que el trabajo se realice en función de beneficio ajeno. Más allá de él, Marx piensa el proceso hacia aquel otro futuro como la ampliación de lo que denominó reino de la libertad. Como se lee en el volumen III de El capital:
«El reino de la libertad comienza de hecho allí donde acaba el trabajar que está determinado por la escasez y la finalidad externa […] La libertad en este ámbito puede solo consistir en que el hombre socializado, los productores asociados, regulen racionalmente su metabolismo con la naturaleza, lo sometan a su control común en lugar de ser dominados por él como un poder ciego, y lo lleven a cabo con la fuerza mínima y bajo las condiciones más dignas y adecuadas a su naturaleza humana» (MEW, 25, 828).
Estas concisas palabras resumen el futuro con el que Marx se comprometió como intelectual y como activista. De ellas habría que resaltar hoy la referencia a fuerza mínima, esto es, al objetivo de una socialización no-coactiva y a una relación con la naturaleza, inevitablemente metabólica, pero reconciliada y pacífica. En ambos casos, esa idea de fuerza mínima contiene la representación de un dominio de la dominación. Frente a la alusión equívoca en Crítica del programa de Gotha al flujo en plenitud de «todas las fuentes de la riqueza colectiva» (MEW, 19, 21), el principio de la mínima fuerza apunta hacia la superación de la furia productivista. Tal vez finalmente lo más coherente con Marx sería pensar como objetivo del futuro por-traer una praxis del dejar-de-hacer.24
Texto publicado originalmente en la revista Pasajes, núm. 55, 2018, pp. 88-103
Notas
1 Vid. Wolfgang Fritz Haug: «Karl Marx oder der Beginn der ‘ultima philosophie’», en Dreizehn Versuche marxistischen Denken zu erneurern, Berlín: Dietz, 2001, pp. 97 y ss.
2 Theodor W. Adorno: Educación para emancipación, Madrid: Morata, 1998, p. 18. La traducción se debe a Jacobo Muñoz. Adorno explica en ese texto el aplanamiento de la temporalidad como inherente a la modernidad capitalista. Escribe: «Es un fenómeno necesariamente vinculado a la progresividad del principio burgués. La sociedad burguesa está de modo universal bajo la ley del intercambio, del igual por igual de cálculos y cuentas, que pasan y de los que en realidad nada permanece. El intercambio es por definición algo intemporal, como la ratio misma, como las operaciones de la matemática, que en su forma pura apartan de sí el momento temporal. Así desaparece también el tiempo concreto de la producción industrial. Esto discurre cada vez más en ciclos idénticos e intermitentes, potencialmente uniformes, no necesitando ya apenas la experiencia acumulada […] El recuerdo, el tiempo y la memoria son liquidados de la sociedad burguesa, según va avanzando ésta, como una especie de resto irracional […] Privándose del recuerdo y agotándose, perdido todo largo aliento, en la adecuación a lo que en el momento cuenta como actualidad, la humanidad se limita a reflejar una ley evolutiva objetiva».
3 Sobre esto ha llamado reiteradamente la atención el recientemente fallecido Moishe Postone. Especialmente interesante el contraste que establece entre la concepción del poder capilar en Foucault y la forma dinámica, procesual y fundamentalmente temporal de la dominación propia de la sociedad capitalista descubierta por Marx. Vid. M. Postone: «Marx neu Denken», en R. Jaeggi y D. Loick: Nach Marx: Philosophie, Kritik, Praxis, Fráncfort: Suhrkamp, 2013, p. 378 y ss.
4 Karl Marx: Das Kapital: Kritik der politischen Ökonomie, en Marx Engels Werke, t. 23, Berlín: Dietz, 1969, p. 53. En adelante, salvo que indique otra cosa, citaré a Marx por esta edición y con las siglas MEW.
5 MEW, 4, 85.
6 En el capítulo primero de El capital, escribe Marx: «En las proporciones casuales y siempre oscilantes de sus productos, [a los individuos] se les impone violentamente el tiempo de trabajo socialmente necesario como ley natural reguladora de modo análogo a como la ley de la gravedad cuando a uno se le derrumba la casa sobre la cabeza» (MEW, 23, 89). Esta poderosa metáfora podría ser referida a la experiencia de los pueblos colonizados, diezmados o desaparecidos por la marcha del capital a la conquista del mercado mundial. También a todos esos paisajes apocalípticos de las ciudades industriales muertas o en reconversión. Incluso también a la angustia ominosa de la ciudad completamente cerrada tecnológicamente sobre sí misma, cuya cúpula de ruido (G. Simmel) contiene dentro lo siniestro. Vid. Mike Davis: Dead cities and other tales, Nueva York: The New Press, 2002; traducción: Ciudades muertas: ecología, catástrofe y revuelta, Madrid: Traficantes de Sueños, 2007.
7 Como explica Marx en los Grundrisse, todas la mercancías en cuanto portadores de valor tienen en común el ser trabajo objetivado. Solo hay una excepción: el trabajo vivo. Marx escribe: «La única diferencia respecto al trabajo objetivado es el no-objetivado, el aún no objetivado, el trabajo como subjetividad. El objetivado, esto es, como trabajo espacialmente presente, puede ser contrapuesto como trabajo pasado al temporalmente presente. En la medida en que debe estar presente temporalmente como vivo, solo puede presentarse como sujeto vivo, en el que existe como capacidad como posibilidad. Por tanto, como trabajador» (MEW, 42, 197 y s). Vid. sobre esto Frank Fischbach: «De cómo el capital captura tiempo», en Frank Fischbach (ed.): Marx: releer El capital, Madrid: Akal, 2012, p. 98 y ss.
8 Marx escribe en los Grundrisse: «El dinero, en cuanto existe en sí como capital, es simplemente asignación para trabajo futuro (nuevo) […] Aquí el capital ya no entra solo en relación con el trabajo existente, sino con el futuro» (MEW, 42, 284).
9 Vid. Fredric Jameson: Representing capitan: a commentary on volume one, Londres y Nueva York: Verso, 2011, p. 63.
10 Vid. la conferencia de Jacobo Muñoz «Repensando supuestos: el mito del desarrollo ilimitado de las fuerzas productivas» en https://www.youtube.com/watch?v=8S3ucya7IM8.
11 El problema de si las masas pauperizadas podían actuar o no como sujeto revolucionario, la poco mediada aceptación del carácter contrafáctico de la tesis en coyunturas de mejora de las condiciones económicas de vida de los trabajadores, las distinciones escolásticas entre pauperización absoluta o relativa, etcétera, todo esto no contribuyó en nada a la clarificación de los conceptos que sustentaban la crítica marxiana. El trabajo de Roman Rosdolsky, meritorio en muchos aspectos, resulta un buen ejemplo de una hermenéutica desafortunada de esta problemática (Vid. Roman Rosdolsky: Génesis y estructura de El capital de Marx, México: Siglo XXI, pp. 336-348). Resulta chocante cómo, por una parte, considera que la «ley de la pauperización» es una leyenda (p. 336), mientras que, por otro, le concede «un grano de verdad» (p. 343). Según él, que haya trabajadores de la industria en Estados Unidos con «casitas y coches propios» (p. 344) justificaría finalmente considerar el concepto de «ejército laboral de reserva» como un «peligro» para el entendimiento general de la teoría de Marx (p. 348). Resulta curioso cómo no sólo Rosdolsky sino, en general, los discursos marxistas de los años sesenta y setenta, se muestran sensibles a vincular la dinámica salarial de ciertas zonas centrales de la geografía del capital con la miseria en lo que llamaban países subdesarrollados, pero no con la forma sangrienta y destructiva en que se resolvió la crisis de los años treinta y que hizo posible el paroxismo de la acumulación —y el empleo masivo— después de 1945.
12 No obstante, en significados autores marxistas, el pronóstico de la pauperización permanece como la posibilidad más plausible del porvenir de la sociedad capitalista. Por ejemplo, Adorno habló en 1968 de la humanidad entera como ejército laboral de reserva, subsumida sin fisuras bajo el capital. Fredric Jameson caracterizó esta época como la de la aparición de «un nuevo tipo de miseria histórica y global», marcada por «múltiples situaciones de miseria y paro forzoso, de poblaciones impotentes acechadas igualmente por los señores de la guerra y las agencias de caridad» (o. cit., p. 151). Mike Davis, desde un enfoque empírico-social, predice un planeta de populosas ciudades-basura donde la inmensa mayoría vive en chabolas verticales (Mike Davis: Planet of slums, Nueva York y Londres: Verso, 2006; traducción: Planeta de ciudades miseria, Madrid, Akal, 2007 y 2014). Jacobo Muñoz señala la posibilidad de que la especie termine como «un inmenso rebaño deambulando en un inmenso estercolero químico, farmacéutico y radioactivo» (Filosofía y resistencia, Madrid: Biblioteca Nueva, 2013, p. 27). Vid. también «Misery and debt on the logic and history of surplus populations and surplus capital», Endnotes, 2, abril de 2010 (https://endnotes.org.uk/issues/2).
13 Esto ocurre incluso en Adorno, quien dedica a discutir la teoría marxiana de la depauperización el apartado VII de su trabajo «Reflexiones sobre la teoría de las clases». Al leerlo como un «concepto estrictamente económico», no advierte que lo que pone sobre la mesa respecto dominación sistemática, el monopolismo y el Estado resulta, en realidad, coherente con la idea marxiana de la pobreza como desposesión de la subjetividad. Vid. Theodor W. Adorno: Gesammelte Schriften, vol. 8.1, Fráncfort: Suhrkamp, 1980, p. 383 y ss.
14 Vid. el apartado 3.º del capítulo IV y el comienzo del capítulo XXIV de El capital.
15 Vid. el análisis de esta cuestión en MEW, 42, 509 y ss.
16 Para un clarificador análisis de este texto, vid. David Harvey: A companion to Marx’s Capital, Nueva York y Londres: Verso, 2010, p. 263 y ss. Hay traducción, David Harvey: Guía de El Capital de Marx: libro primero, Madrid: Akal, 2014.
17 Vid. MEW, 23, 654 y ss. Aquí se debe prestar atención no solo a la rivalidad entre capitales, sino al papel del crédito y la financiarización.
18 Marx conoce muy bien, claro, el papel de los desempleados en el manegement capitalista: «El trabajo excesivo de la parte ocupada de la clase obrera aumente las filas de su reserva, mientras, a la inversa, la presión aumentada que esta última con su competencia ejerce sobre la primera obliga a los empleados al sobretrabajo y al sometimiento bajo los dictados del capital. La condena de una parte de la clase obrera a la inactividad forzosa por el exceso de trabajo de la otra parte, y viceversa, deviene medio de enriquecimiento del capitalista particular y acelera a la vez la producción del ejército industrial de reserva en una escala correspondiente con el progreso de la acumulación social» (MEW, 23, 665 y s.).
19 Marx concede a los trabajadores de su época la capacidad de haber comprendido como la competencia entre ellos se intensifica por la presión de la población excedente y, consecuentemente, haber organizado a través de los sindicatos una estrategia de «acción común entre ocupados y desocupados» (MEW, 42, 669). Un indicio de hasta qué punto los sindicatos han sido integrado en el arrangement capitalista es que algo así resulta hoy impensable.
20 Marx distingue tres formas de existencia de la población sobrante: fluida, latente y estancada (MEW, 23, 670). Los primeros serían la parte de los trabadores que caen en situación de desempleo o infraempleo que puede ser revertida en algún momento. Sobrepoblación latente serían las masas aún no integradas en el mundo del trabajo asalariado, pero que pueden ser movilizadas por el capital según sus necesidades. Esto incluye, entre otros, los que realizan trabajos no reconocidos como asalariado (las trabajadoras son un ejemplo eminente), las poblaciones que, a través de la colonización, el imperialismo o la globalización pasan a ser alistados forzosos del ejército industrial, la fuerza de trabajo, por así decirlo, aparcada en las instituciones educativas o penales, los ejercientes de profesiones así llamadas liberales que pasan en empleados, la pequeña burguesía que se proletariza. Por último, la sobrepoblación estancada (stockend) incluye una muy diversa tipología de población difícil —en distinto grado— de movilizar y que para el capital solo excepcionalmente funciona como trabajo disponible. Se trata de las masas pauperizadas, enfermas, marginales y excluidas por múltiples razones.
21 Peter von Oertzen lo expresa así: «La categoría de desarrollo [en Marx] de ninguna manera implica telos […] Ninguna necesidad naturiforme, ningún telos, ningún estadio final. Llanamente expresado: una guerra mundial con bombas de tipo a, b o c, una catástrofe genética, y nosotros, los humanos, volvemos a la edad de piedra o desaparecemos de este planeta» («Thesen zu Marx», en Carl-Erich Vollgraf et alii (eds.): Geschichte und materialistische Gesichtstheorie bei Marx, Berlín y Hamburgo: Argument, 1996, p. 8. Desde la publicación de ese texto hasta nuestros días se han hecho notorias nuevas y pavorosas amenazas.
22 Vid. Fredric Jameson: o. cit., p. 144 y ss. Todo el último capítulo de esa obra, dedicado a exponer las conclusiones políticas de la lectura por F. Jameson de El capital, resulta relevante para lo que trato aquí.
23 Vid. MEW, 42, 604.
24 Pienso esa praxis tal y como se expone en el fragmento «Sur l’eau» de Minima moralia de Adorno, esto es, como un «estar acostado sobre el agua y mirar pacíficamente al cielo» (Gesammelte Schriften, vol. 4, p. 177) opuesto al ideal del dominio sin resquicios.
Ciro Mesa nació en la isla canaria de La Gomera y es catedrático de filosofía en la Universidad de La Laguna. Ha escrito sobre la teoría crítica, la hermenéutica y la filosofía clásica alemana.
0 comments on “Los futuros de Marx”