/ una reseña de Carlos Alcorta /
La Asociación Cultural Zibaldone —sustantivo que podemos traducir por «amalgama» o «anotaciones» en un diario, en un cuaderno, y que, en este caso concreto, hace referencia a la biografía intelectual de Leopardi, resumida en unos cientos de pensamientos—, dirigida por Juan Pérez Andrés (que, entre otras cosas, es el traductor de El bien material), lleva a cabo una tarea del todo encomiable: la de difundir la poesía italiana en nuestro país a través de la revista Zibaldone: estudios italianos y de la colección de libros Gli incursori.
Paolo Febbraro, nacido en Roma en 1965 y residente en Dublín, es un reconocido poeta. El volumen que comentamos recoge poemas de sus cuatro primeras colecciones: Il secondo fine (1999), Il bene materiale (2008), Fuori per l’inverno (2014) y Elenco di cose reali (2018); ha quedado fuera su último libro, La danza della pioggia. También es un excelente crítico que ha escrito ensayos sobre Aldo Palazzeschi, Umberto Saba, Primo Levi o Seamus Heaney. En su labor como traductor se ha ocupado, además del citado Heaney, de poetas como Edward Thomas o Michel Longley.

La primera impresión que nos provocan sus poemas es la de extrañeza. No es frecuente en nuestra tradición poética encontrarse con alguien que demuestre desde sus primeros libros tal confianza en sí mismo como para asumir el reto de desdoblarse; de dar voz a otro ser que difiere del autor. Al menos esa es la impresión que dan los versos entrecomillados. De hecho, el primer poema comienza con este verso: «Dijo la voz…», en la que el poeta suplanta la voz del Altísimo; la voz de un Dios que se reconoce en algunos vicios humanos como la envidia; un Dios que se alimenta también de la duplicidad, provocando en el lector un dilema metafísico que se extenderá, desde otras vertientes, como la del bien y el mal, la de la eternidad y la vida post mortem o el vacío y la nada, al resto de su poesía, incluso, como sucede en el poema titulado «Una biografía», cuando el poeta, desde una irónica tercera persona, avala la ficción representativa: «Respondía con la lógica/ a la superstición/ y al racionalismo/ con encantamientos», escribe al comienzo del poema que finaliza con estos versos cargados de simbolismo: «Tres días antes/ de partir mudó proyectos/ y humor para que quien muriera/ fuera otro».
En El bien material, libro que recoge poemas escritos entre los años 1997 y 2007, la técnica del entrecomillado sigue presente, pero ya no es un denso monólogo, un yo omnisciente el que se beneficia de ella. Esa especie de doble personalidad que percibíamos en el primer libro se torna aquí dialógica: el yo sale fuera de sí y establece relación con lo otro. «Febbraro —escribe Alfonso Berardinelli en el prólogo a esta selección— tiene un modo totalmente particular, civil, racional y selvático, a fuerza de exceso de honestidad, de desmontar los escenarios cotidianos y de sobrepasar a ultranza aquello que comúnmente es objeto de fe ciega». Su mirada sobre las cosas asombra y desconcierta a partes iguales: da igual que se refiera a una excavación arqueológica, como sucede en el poema «Roma», al cadáver de un ternero, en la unción del cuerpo, en la inocencia perdida («Las mujeres jóvenes sufren porque los maridos/ en verano las aman, por la noche, cuando/ más las miran desnudas:/ y ellas, cansadas y ardientes, los aman también») o en unos sueños. Sus puntos de vista resultan, en gran medida, inéditos conceptualmente, como vemos en estos versos finales del poema «Serie de sueños»: «Es, sin embargo, una serie de sueños/ que gira cambiante/ es la sombra que falta/ al cristal iluminado/ es el agua turbada/ en el astillado vaso/ el nocturno murciélago incrustado/ dentro de un millón de noches». Pero también frecuentan la distorsión temporal y geográfica, como ocurre en el poema titulado precisamente «Zibaldone», en el que se intenta transcribir la simultaneidad de sensaciones que se produce en la infancia; la falta de conciencia de finitud, casi total, de esta etapa de la vida.
Fuera del invierno, el tercer título recogido en este volumen, abarca los años que van desde 2008 hasta 2013 y comienza con una declaración de intenciones, entendemos que de carácter confesional, en un poema plagado de hipérbatos: «Noche, atardecer y tarde/ estaban por la muerte, de amores/ era síntoma el día, y ceguera», por ejemplo. Abundan en este libro los monólogos dramáticos, como en el imponente poema «Un hereje», en el que el exceso de realidad parece conducir a la locura: «la locura: qué inmensa calma./ Ves monstruos que hablan del tiempo,/ virus que te asaltan desde los tiradores/ que tocas cada día, caballos/ entre tumbas». O el titulado «Iscariote»: «Acogí el suicidio/ verbal, desgarré del volumen/ la línea más mía. Me percaté oscilando/ de que estaba escribiendo en el árbol/ el chirrido de las vuestras». O «Casandra»: «Es inútil predecir el presente./ Me adentro entre ciegos omniscientes,/ hiero sus propias herramientas de trabajo/ precipitada en mi abstracción». O «Simone Weil: «“Obbedienza alla pisantezza. Il massimo peccato”». Junto a estos poemas de marcado carácter moral y filosófico conviven poemas más descriptivos, como «Suite del agosto inglés», escrito, según declara el autor, «a finales del verano de 2009 en Ballinskellings», «Fish House» o «Desde el Strand», poemas más visuales que nos siguen sorprendiendo por esa exhibición de facultades imaginativas: «Hay niebla. Asalta los flancos de la costa,/ salta sobre el tren de viento,/ lo frena hasta en mi propia estación».
La selección finaliza con los poemas pertenecientes a Lista de cosas reales, que incluye poemas escritos en un abanico temporal amplísimo, desde 1993 hasta 2018. A pesar de ello, solo se han incorporado a la presente antología tres poemas. Entre esas cosas reales están la mujer, de la que escribe: «No sé si eres adorable./ Ciertamente adorada». También el puercoespín o el infierno, vía Dante, en que las almas —¿cosas reales?— «en la adversidad/ resurgen como personas, rehúyen/ fijaciones. O atroz santidad,/ se salvan en suaves detalles/ que afloran en ellas como destinos». Como hemos podido comprobar en los versos que hemos incorporado a este comentario, la mirada, la forma de enfrentarse a la realidad o, al menos, de trasladarla a la página, de Paolo Febbraro goza de una personalidad incuestionable que no cesa de poner en cuestión los más convencionalismos más arraigados. Esta antología traducida por Juan Pérez Andrés constituye una ocasión única de acercarnos a este excelente poeta, prácticamente desconocido en nuestro país (solo disponíamos del libro El diario de Kaspar Hauser [2015], en traducción de Bruno Mesa). No la desperdicien.
Selección de poemas
Disse la voce:
«Sono colui che tolse
il senno a Kant
e gli occhi a Omero.
Fui io che volli incerti
i tratti
al padre di Amleto,
son io la febbre irresponsabile
che colse Alessandro,
il sogno felice
che scatenò Attila
e lo sguardo traverso
che tradì Orfeo.
I piani di battaglia
sussurrai
al vincitore di Waterloo,
Leonardo tormentai
col più folle degli amori.
Con sfavillio di fuoco
persi nel buio
ad Alessandria
secoli di parole,
corsi
sulle trentatré lame
che vollero rosse e famose
le idi di marzo.
Per invidia ho operato
con fredda intelligenza.
Ora me ne vado
in un luogo né bianco né nero
al riparo da ogni profumo
e da ogni pensiero».
«Dèmone, vipera, serpe,
debole amante del nulla,
a te sia dato, infido,
l’irrevocabile oblio».
«Non chiamarmi diavolo,
uomo. Sono Dio».
Dijo la voz:
«Soy aquel que privó
del juicio a Kant
y de los ojos a Homero.
Fui yo quien quiso inciertos
los rasgos
del padre de Hamlet,
soy yo la fiebre irresponsable
que prendió a Alejandro,
el sueño feliz
que instigó a Atila
y la mirada de soslayo
que traicionó a Orfeo.
Los planes de batalla
susurré
al vencedor de Waterloo,
a Leonardo atormenté
con el más loco de los amores.
Con fulgor de fuego
perdí en la oscuridad
en Alejandría
siglos de palabras,
corrí
por las treinta y tres cuchillas
que quisieron rojos y famosos
los idus de marzo.
Por envidia he actuado
con fría inteligencia.
Ahora me voy
a un lugar ni blanco ni negro
a salvo de cualquier perfume
y de cualquier pensamiento».
«Demonio, víbora, sierpe,
débil amante de la nada,
que caiga sobre ti, traidor,
el irrevocable olvido».
«No me llames demonio,
hombre. Soy Dios».)
«Non vi saranno altre voci.
Già sorge il sole e cancella
nell’aria i resti dell’incubo
che pure fu cena, parole e mani.
Altri giocheranno sulla rima
capovolta fra sepolcro e ascensione,
fra morte propria e sua resurrezione.
Voi liberatevi dalla salvezza.
Risorge a tempo il sole e vi cancella
con bianche dita l’aspra tenerezza».
«No habrá otras voces.
Ya sale el sol y borra
en el aire los restos de la pesadilla
que hasta fue cena, palabras y manos.
Otros jugarán con la rima
boca arriba entre sepulcro y ascensión,
entre muerte propia y su resurrección.
Vosotros libraos de la salvación.
Sale a tiempo el sol y os borra
con blancos dedos la áspera ternura».
Paolo Malatesta (aparte, di Francesca)
«Aver bisogno, per parlare,
di un’altra poesia.
Dover piangere, nel vostro
purgatorio di corpi, il paradiso
d’un Libro sacro e scortese, nero
d’inchiostro. Nel mortorio
dei giorni stare sospesi, dannandosi
al vero infinito del desiato riso.
La mia bufera non è allegorica
e il quinto canto è una diceria.
Se avete un’anima, gettatela via».
Paolo Malatesta (aparte de Francesca)
«Tener necesidad, para hablar,
de una poesía distinta.
Tener que llorar, en vuestro
purgatorio de cuerpos, el paraíso
de un Libro sagrado y descortés, negro
de tinta. En el hastío
de los días estar suspendidos, maldiciendo
el verdadero infinito de la deseada risa.
Mi torbellino infernal no es alegórico
y el quinto canto es un rumor.
Si tenéis alma, deshaceos de ella».
Non credere che il corpo ti appartenga:
l’insetto estivo basta a farne
milligrammi di spreco, quotidiano
il pane lo adesca; e allo specchio
stravedi il tempo all’opera
sul corpo di tua madre, ignori
meraviglie che in silenzio
accorano il marito, dei passanti
facendo nemici. Così
non credere nel corpo, sperdilo
nell’unione serale, nella nostra
altissima confusione, e dopo
vendilo al sonno nelle acque notturne.
No creas que el cuerpo te pertenece:
el insecto veraniego basta para quitarle
miligramos de sobra, el pan cotidiano
lo tienta; y en el espejo
trasvés el tiempo que obra
en el cuerpo de tu madre, ignoras
maravillas que en silencio
consternan al marido, de los transeúntes
haciendo enemigos. Así que
no creas en el cuerpo, malgástalo
en la unión nocturna, en nuestra
altísima confusión, y después
véndelo al sueño en las aguas nocturnas.
Molto di marzo
Molto, di marzo, è diventato fiume.
La pioggia lo ha allevato il mese intero.
Lo dicevo – fra me – ieri sul ponte
e il Tevere convesso
covava il suo bitume
come la vena d’un mondo anziano.
Quella corrente spossa gli argini,
sorda e sfiancante li slaccia.
Crudele il sole ammetteva i contorni,
ma il liquido li annette senza faccia.
La fusoliera d’un gabbiano
porta la guerra all’aria:
cancella in volo come da un quaderno
il mondo liquefatto in cui va a caccia.
Mucho de marzo
Mucho de marzo se ha vuelto río.
La lluvia lo ha alimentado el mes entero.
Lo decía —para mí— ayer en el puente
y el Tíber convexo
anidaba su betún
como la vena de un mundo anciano.
Esa corriente agota los márgenes,
sorda y extenuante los desata.
Cruel, el sol admitía los contornos,
pero el líquido los unía sin rostro.
El fuselaje de una gaviota
lleva la guerra al aire:
borra en el vuelo como en un cuaderno
el mundo licuefacto en el que va de caza.
Mio caro amore, nel pomeriggio
alle diciotto e trenta,
da poco tornato dal lavoro e mentre
starai in cucina per sciogliere
a mano i tuoi intricati pensieri
io ti prenderò con la forza.
Afferrata per la cintola trascinerò
senza enfasi il tuo stupore
sul letto nuziale e sfruttando
la sorpresa romperò la tua stanchezza
a morsi strani.
Per dirti che gli anni sbiadiscono
e cominciare in tempo la perdita
saprò vendicarmi del nostro consenso,
della mitezza che ci assembla. Poiché
le lunghe colpe sono fantasie
che abbiamo il diritto di smettere,
torneremo alla storia
coi baci torvi che non conoscevi.
Querido amor mío, en la tarde
a las dieciocho treinta,
nada más volver del trabajo y mientras
estés en la cocina deshaciendo
a mano tus intrincados pensamientos
te cogeré por la fuerza.
Aferrada por la cintura arrastraré
sin énfasis tu estupor
hasta el lecho nupcial y aprovechando
la sorpresa romperé tu cansancio
a bocados extraños.
Para decirte que los años se desvanecen
y comenzar a tiempo la pérdida
sabré vengarme de nuestro consenso,
de la mansedumbre que nos une. Ya que
las largas culpas son fantasías
a las que tenemos derecho a renunciar,
volveremos a la historia
con los besos torvos que no conocías.

Paolo Febbraro
Trad. Juan Pérez Andrés
Asociación Cultural Zibaldone, 2019
160 páginas
15 €

Carlos Alcorta (Torrelavega [Cantabria], 1959) es poeta y crítico. Ha publicado, entre otros, los libros Condiciones de vida (1992), Cuestiones personales (1997), Compás de espera (2001), Trama (2003), Corriente subterránea (2003), Sutura (2007), Sol de resurrección (2009), Vistas y panoramas (2013) y la antología Ejes cardinales: poemas escogidos, 1997-2012 (2014). Ha sido galardonado con premios como el Ángel González o Hermanos Argensola, así como el accésit del premio Fray Luis de León o el del premio Ciudad de Salamanca. Ejerce la crítica literaria y artística en diferentes revistas, como Clarín, Arte y Parte, Turia, Paraíso o Vallejo&Co. Ha colaborado con textos para catálogos de artistas como Juan Manuel Puente, Marcelo Fuentes, Rafael Cidoncha o Chema Madoz. Actualmente es corresponsable de las actividades del Aula Poética José Luis Hidalgo y de las Veladas Poéticas de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo de Santander. Mantiene un blog de traducción y crítica: carlosalcorta.wordpress.com.
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