/ por Avelino Fierro / fotos de Cecilia Orueta de Mar Astiárraga /
Todo tiene la misma naturaleza; única es la sustancia común. Pero, en ocasiones, alguien se interna en un trozo de mundo, alguien tocado por un ímpetu o designio incontaminado. Y atisba, acaricia, escucha. Alguien que escarba y disecciona mejor que los otros, que mira distinto y siente. A veces un fotógrafo. Capta lo movedizo y trata de fijarlo. Sin palabras, con algo semejante —no os parezca excesivo— al amor, con serenidad. ¿Qué caminos hay que recorrer, cómo enfrentar las madrugadas, dónde nos sorprenderá el atardecer, en qué tramos vadearemos los ríos, a qué hora tiene prevista su salida la luna para iluminar la ladera de la Gran Corta? ¿Qué decisiones tomar? Durante un año Cecilia —acompañada por su amiga Mar— ha estado recorriendo estos parajes. Como los viejos exploradores y tramperos se ha movido pendiente del viento y del vuelo de las nubes y de la luz y sus caprichos, para tomar posesión de los momentos y las visiones que ha decidido dejarnos. Donde los demás no vemos, ella ha sorprendido gestos, días inciertos, en ocasiones la misma sustancia de las almas. A veces yo diría que en exceso; eso sucede cuando no se resigna a la huida irremediable de las cosas y quiere pactar con el Destino. Quiere que la vida siga cuando ya queda apenas nada. Brilla el polvo plateado del frío; y ese otro ocre y embarrado del recuerdo. Alguna luz tras los cristales y ropa tendida de ventana a ventana. Grumos de soledad y charcos de agua negra. Todo se empapa de ocaso. Amor Benavides mira sesgado, busca algo que explique un retazo de la Verdad sin tener que dar tantos rodeos. La Verdad. Porque la realidad es inasible. Tendremos que conformarnos con estos instantes de tiempo. Pero el Tiempo también viene y va, no se detiene. Puede que hurgue durante unos momentos en las venas de los hombres, o se derrame en hangares, pozos y lampisterías, pero no está dispuesto a escuchar ninguna plegaria.


¿No lo veis así en estos rostros a los que todavía llega un poco de luz? A pesar de que la cámara se ha colocado frente a ellos para escuchar, como si fuera un oyente, ¿no está todo inundado de silencio? José Lorenzana contempla ese aire coagulado de la tarde. Ya no hay nada que ver. Salvo que mires en tus adentros y te dejes arruinar por la melancolía. ¿Qué queréis que os diga? A veces el carbón se ponía a brillar sin venir a cuento, a veces formaba remolinos de polvo; aguantábamos sin fumar y la saliva se ponía áspera; en esa época ni siquiera deseábamos otro mundo, a pesar de sentir en ocasiones el abandono y cómo todo nos dejaba de la mano, trastabillándonos entre las sombras. En el exterior las nubes pasaban, y recuerdo días —puede que domingos— de olor a azulete y camisas blancas. Otras luces repentinas y árboles que sangraban; vecinos embozados en el vaho. El cuerpo de Eva en el río, y el remite de sus cartas. Un atardecer y farolas tiritando. Huellas ahora, lápidas, huesos de zorro, botas viejas, muñecas descuartizadas, moho en las esquinas, lavaderos y escombreras… Palabras que ya no son de nadie. ¿Pero qué haríamos cada uno de nosotros sin memoria?


Todo está en estas fotografías; en estas visiones borrosas, en las que hasta el aire se ha hecho carne; paisajes tiznados y susurros; flores pringadas de carbonilla; oyendo a la tierra oscura; trozos de una eternidad minúscula goteando. Deseos que se muerden las uñas. Vemos un tren que pasa sin detenerse. Si todo este esfuerzo no fuera inútil, si alguna herida quedase… Ya todo es nada.

Fotografías de The End

Avelino Fierro (Chozas de Arriba [León], 1956), licenciado en Derecho por la Universidad de Oviedo y fiscal de Menores de León, es escritor de diarios, poemas, dibujante y coleccionista de libros. Sus textos diarísticos han visto la luz en cuatro volúmenes: Una habitación en Europa (2010-2012), Ciudad de sombra (2013-2014), La vida a medias (2015-2016) y Contra tiempo (2017-2018), todos ellos publicados por la editorial Eolas. Es también autor del epistolario Estatuas de sal.
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