/ una reseña de Carlos Alcorta /
Existen diferentes fórmulas a la hora de organizar una antología. La más común consiste en seleccionar los poemas de los libros que la conforman en orden cronológico y como tal presentarlos en el nuevo volumen. Esta propuesta no altera la lectura tradicional de forma sustancial, ya que la depuración llevada a cabo suele incidir en poner de relieve aquellos poemas que mejor se adecuan a la idea motriz. Otra fórmula, distinta y cada vez más habitual, es la que consiste en realizar una nueva ordenación de los poemas, alterando el orden cronológico y disponiéndolos, bien temáticamente o bien respondiendo a una nueva idea, a un nuevo impulso creativo. El resultado tiene entonces poco que ver con una antología al uso y se parece, en realidad es, a un libro nuevo.

Esto es lo que ocurre con Formas de saber que sigues vivo, la reciente entrega de José María Castrillón (Avilés, 1966), autor de una no muy extensa, pero exigente, obra integrada por Animal de compañía (1988), La vieja munición (2005), Aún por recorrer (2005), el círculo y la piedra (2006) y gramos (2010). Todos ellos, más un ramillete de poemas inéditos, conforman este nuevo libro del que el propio autor nos ofrece ciertas claves: «Con excepción de algún texto y alguna referencia familiar modificada, ninguno de los poemas ha sufrido alteraciones serias en esta edición.
Su disposición se aparta de la cronológica y sigue un discurrir más cercano al relato íntimo que a los tiempos compositivos», aspecto en el que incide Tomás Sánchez Santiago en «Como quien talla despacio su pasado», un esclarecedor prólogo, cuando escribe: «Haciendo caso omiso de las leyes que rigen la anatomía de toda antología, el autor ha preferido ensayar una reordenación que, ciertamente, ha terminado por otorgar otra intensidad y otro relieve a lo ya dicho en su día. Las fricciones entre poemas distantes en intención y en gestación —un buen puñado de ellos son inéditos— han logrado el alzado de un libro que supera esa noción, aquí rebasada, de antología».
Hacemos hincapié en esta característica porque, acaso de una forma transversal, nos muestra la ductilidad de unos poemas no sujetos a una referencialidad concreta y, por tanto, con unas posibilidades semánticas mucho mayores. Ahora esos poemas ya leídos ofrecen, gracias al flujo de compensaciones que establecen en la nueva disposición, al lector una perspectiva no de teleobjetivo, sino de gran angular, por eso no debe extrañar que haya a lo largo del libro, de forma paralela al núcleo argumental, una constante reflexión de carácter metapoético.
Este nuevo libro se estructura en cuatro apartados: «Sombras,» remite a las vivencias del pasado, como parecen sugerir estos versos iniciales: «Y qué decir del tiempo sino que el cansancio nos hace formular la incertidumbre tallar el sueño». Es la realidad, sin embargo, la base en la que se sustentan los poemas. La mirada comprensiva sobre los padres, sobre sus silencios: «Lo que mis padres nunca se dijeron:/ la oración que llevaban tatuada», el velado homenaje a la madre en el poema «Lavadero» o al padre en «Turno de noche» y en «Enfermedad del padre». El peso de la sombra escora la existencia hacia un sentido de pérdida no siempre, por más que resulte inevitable, bien asumido: «Era cierta la sombra en el verdor/ no es una sola ciudad la que habitamos».
«cuerpos,» la segunda sección, se puede concretar en estos versos: «Está en el ser de los cuerpos alzar el vuelo sobre sí mismos/ no hay membrana ni certeza/ solo la ficción de esa holgura/ su registro leve de calor». Varias estampas con descripciones casi pictóricas integran esta parte en la que no escasean tampoco «escenas íntimas»: los poemas titulados «Marina» o «Contrapaisaje», al que pertenecen estos versos: «las cercas acalambran el aire a pesar de tan poco/ y puedo/ oír un cauce/ seguirte el miedo// pobre amor mío —dices— nunca hubo/ en el agua haz ni envés», por ejemplo. La capacidad para extraer la esencia de lo visto y sentido, para convertir lo anecdótico en insólito y reducirlo a palabras, es en Castrillón extrema, y por eso en sus versos encontramos una fuente de sugerencias propia de una poesía encriptada, contenida y fragmentaria, sin concesiones a lo superfluo.
En la tercera sección, «palabras», es donde la indagación lingüística se hace más evidente, como vemos en estos versos que podemos leer a modo de poética: «Cuña/ en lo que no existía/ el poema/ sostiene/ lo que no sabíamos que pasaba», pero, aunque las palabras sean un sustento emocional, también muestran sus debilidades, sus límites: «yo sólo sé llegar a las cosas/ con las manos/ y hablo cada noche a mi esposa/ hasta que el sueño nos junta// pero he soñado que me arrojaba de esta casa/ y mis hijos bendecían su nombre// llévatelo/ y quede libre yo de las palabras/ que azufran las paredes/ que alejan a las calles de mi puerta», escribe Castrillón.
El libro finaliza con «y cadáver», una sección en la que el presagio de la muerte y su posterior presencia rotunda, plena, absoluta envuelve todo pensamiento, toda acción. No hay palabras nuevas que sean capaces de describir el dolor, las palabras se repiten «ya para siempre convocándose a sí mismas», «la palabra se endurece/ da sombra bajo las lámparas/ sabe comparecer ante su amo y salpicarle de lejía// al caer en tu silencio// hablo/ mano sobre piedra/ desnudo/ como tú/ y ofrecido/ a la muerte». Sin embargo, es gracias a ellas que se puede conjurar el olvido, se puede trasfigurar el dolor en una oración ininterrumpida que ayude a reconciliar al intimidad con la realidad, gracias a ella el periodo de convalecencia se hace más llevadero: «Hay heridas imposibles de lamer, te previne./ Pero tu lengua dio con relato en su cadencia, en el cuidado./ Trazó una de las formas de la fe, de saber que sigo vivo./ Volviste mi rostro/ y me diste a beber luz».
Estamos ante un libro estremecedor pero hermoso (también en su aspecto formal: la edición es exquisita), porque incluso en lo doloroso, en lo trágico, relampaguean instantes de belleza. Como escribe Jordi Doce, «Formas de saber que sigues vivo es el libro de una vida, el testimonio de un hombre que ha llegado a la mitad de su camino […] Libro-resumen que es también libro inaugural, aquí se hace balance, pero también se limpia la pizarra, otra vez, para nuevos ensayos, nuevas conjeturas y conjeturas».
El mar
(y un poema)
Se trata en un principio / de la tirante ligadura entre / un
eco ronco / y la cópula incansable y triste / del mar. / tal
vez el recuerdo del rito / fije / salpicadura a consunción.
por qué esta simpleza / acontece / como una forma de
amor / responde / por igual a desvalimiento y arrogancia
como el golpe contra la tierra
del fruto caído
resuena en otro espacio más ancho.
entonces el hombre ―que pude haber sido yo mismo―
rescata una creencia
antigua en el mar
y siente
que respira a través de sus cadencias
que pronuncia la lengua de sus fondos
que sana por la sal de las heridas
y enfebrece
y escarba entre la arena bajo la arena sobre más arena
absorto en el espacio que le va envolviendo
como una culpa.
tal vez el recuerdo del rito / fije / asombro a sacrificio. pero
se trata al fin / del obstinado extenuarse / de las aguas /
contra sí mismas.
porque el hombre ―definitivamente yo―
sufre su error dentro de otro error:
la memoria engrandecida
de su finitud a solas.
Luto
I
Hubo un tiempo de insistencia en la piedra
cuando la cavilación de la grieta era mi forma de amarte.
Bebía de mí mismo,
reflejo palpitante en su reflejo,
como se viven a sí mismas las palabras
vacío, patio, caída, nada.
Hubo el tiempo, hija mía,
de la abrasión hipnótica del aire,
el tiempo
de aceptar la sombra hasta reconocer mi cuerpo.
Era la noche bajo las arenas
de tu voz
que aún me recordaba.
Fueron los días sigilosos de la traición,
del convencimiento.
II
«Todo lo que se escribe en una lápida
se dirige al abismo».
BASILIO SÁNCHEZ
Ni en la piedra ni en los olvidos
del agua, en la maleza de mi idioma
retengo los sentidos de tu nombre
―ya nunca el que te di―,
los que dejaron
tus cuentas bien echadas con la muerte:
miedo, umbral, ahora.
Los repasa
mi lengua entre las sombras urticantes,
comprende el escozor y la voz rasa,
la tentación acuosa de la ausencia
como un ramo de rosas transparentes,
indoloras, y en paz con ellas mismas.
III
Ahora es el tiempo
de comprenderte de otra forma,
de acontecer bajo las nupcias de la luz.
Ahora es tiempo
de observar las desobediencias del agua,
la venosidad que cruza la promesa antigua,
de escuchar el cascabel de sangre de mi lengua en otras sangres,
de los umbrales falsos y las ropas,
de ser lo que ya no necesitas.
Dejaré una lámpara encendida
junto a la fiebre de tu memoria
porque es el tiempo de saber de ti
cuando te has ido
y en esta casa todo está
porque alguien falta.
Convalecencia
Llegué a ti enfermo de la vida y de sus ácidos,
sucio hasta la blasfemia,
con mi sombra de vidrios rotos soportando otro
cuerpo mayor que el mío deshecho contra su propia furia.
Hay heridas imposibles de lamer, te previne.
Pero tu lengua dio con un relato en su cadencia,
en el cuidado.
Trazó una de las formas de la fe, de saber que sigo vivo.
Volviste mi rostro
y me diste a beber la luz.
Cierto día señalaste un punto de mi cuerpo:
este es el reino que yo elijo
aquí no habrá más desolación que mi ausencia
aquí no oirás tu voz sino en la mía
aquí dejaré una raíz al latido.
Ahora abrochas despacio mis palabras,
me entras en el día
para hacer saber a todos
que este hombre abrasó sus labios
porque le dieron a probar el sabor del fuego.

José María Castrillón
Garúa, 2021
120 páginas
12 €

Carlos Alcorta (Torrelavega [Cantabria], 1959) es poeta y crítico. Ha publicado, entre otros, los libros Condiciones de vida (1992), Cuestiones personales (1997), Compás de espera (2001), Trama (2003), Corriente subterránea (2003), Sutura (2007), Sol de resurrección (2009), Vistas y panoramas (2013) y la antología Ejes cardinales: poemas escogidos, 1997-2012 (2014). Ha sido galardonado con premios como el Ángel González o Hermanos Argensola, así como el accésit del premio Fray Luis de León o el del premio Ciudad de Salamanca. Ejerce la crítica literaria y artística en diferentes revistas, como Clarín, Arte y Parte, Turia, Paraíso o Vallejo&Co. Ha colaborado con textos para catálogos de artistas como Juan Manuel Puente, Marcelo Fuentes, Rafael Cidoncha o Chema Madoz. Actualmente es corresponsable de las actividades del Aula Poética José Luis Hidalgo y de las Veladas Poéticas de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo de Santander. Mantiene un blog de traducción y crítica: carlosalcorta.wordpress.com.
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