Crónica

Pancho Villa contra la historia

Rodolfo Elías escribe sobre aquel a quien considera «el único revolucionario verdadero [...] entre todos los líderes de la Revolución mexicana (y quizá de toda Latinoamérica), y el más íntegro».

/ un relato de Rodolfo Elías /

«En Durango comenzó su carrera de bandido, en cada golpe que daba se hacía el desaparecido», dice el corrido que exalta las correrías de Doroteo Arango aún antes de convertirse en Francisco Villa. Personaje escurridizo, que también a la historia pareció escurrírsele, porque cuando habla de él sólo nos da un personaje a media luz. Algo que pasa también con la infinidad de biografías que se han escrito de él en México; ya que la gran mayoría tienen el mismo común denominador: su carácter detractor. Biografías parcialistas que han sido redactadas, como todo en la historia, por los vencedores y los allegados al sistema en turno. 

 Casi siempre que leemos una biografía de Francisco Villa, dos características principales de su personalidad que los biógrafos recalcan son su magnetismo animal y su facilidad de ordenar lo mismo un fusilamiento que cualquier otro tipo de ejecución. O bien nos lo describen sacando el revólver para encargarse él mismo de su víctima en turno. Un hombre sanguinario, ese Pancho Villa, de acuerdo a la mal llamada Historia de México. Según sus biógrafos más calificados, Villa lo mismo mataba venerables ancianos e indefensas mujeres, que jóvenes apenas salidos de la niñez; todo ello con el fin de proteger su botín y defender sus ideales egoístas, poniendo así a todos los demás caudillos (que se especializaron en la traición y el arribismo) como verdaderos primores.

Por otro lado, los biógrafos extranjeros simplemente se conforman con retratar al personaje pintoresco de la historia mexicana; siempre y cuando no pase de ser eso, para que no simbolice amenaza alguna al status quo de los países gobernados por —y para— gente bien nacida. Cosa muy clara es, sin embargo, que nadie le ha hecho más daño a la imagen del revolucionario que el escritor Martín Luís Guzmán. Para empeorar las cosas, Guzmán es el llamado biógrafo oficial de Villa, y su trabajo sobre él está plagado de motivos ulteriores que tal vez nunca se sepan del todo.

Cuando se pregonan las derrotas de Francisco Villa, siempre se minimizan hechos tan relevantes como las traiciones, la falta de fondos monetarios y de logística (parque, sobre todo), que jugaron un papel vital. Casi nunca se habla, tampoco, de que Villa demostró mucha más capacidad estratégica y recursos militares que cualquiera de los líderes militares de su tiempo. Y es que la mayoría de los biógrafos están empecinados en darle el crédito por el valor militar de Villa a Felipe Ángeles; y su llamado carácter sanguinario se lo atribuyen en gran parte a la influencia de Rodolfo Fierro, su brazo ejecutor. Lo cual pone en cierta forma a Villa como un ser sin mucha voluntad propia.

Pero fue la traición la que jugó el papel más significativo en las derrotas del revolucionario; traición de gente cercana, que estaba en posiciones claves y que probó ser letal: Tomás Urbina, Luis Aguirre Benavides, Eulalio Gutiérrez, Guzmán, y quizá el mismo Felipe Ángeles —que, después de todo, era también un perfumado— en contubernio con los militares políticos Venustiano Carranza, Álvaro Obregón y Plutarco Elías Calles —este último el más siniestro y astuto de todos—, quienes buscaban el poder absoluto a como diera lugar. 

Hombres como Urbina y Ángeles fueron figuras muy claves en el hecho de que Villa no haya tomado la zona norte en su totalidad y de allí el país entero. Un ejemplo muy concreto es que mientras Villa se medía con Manuel Diéguez en Jalisco, y a punto de derrotarlo para apoderarse del bajío, Felipe Ángeles defendía la recién tomada plaza de Monterrey. Bueno, pues Ángeles hizo a Villa abandonar su casi ganada batalla para que viniera a apoyarlo, alegando que lo amenazaba un ejercito carrancista de más de veinte mil hombres, cuando eran sólo seis mil; privando así al general Villa —y a todos los mexicanos— con su ejército de una victoria que pudo haber dado un giro dramático a la historia de la Revolución mexicana. Desde luego que esto no se lee en la Historia moderna de México, de Daniel Cosío Villegas, que presume de ser una de las más científicas.

En un artículo aparecido en la revista cultural chihuahuense ES!, Jorge Cabrera Vargas relata que el 13 de marzo de 1915 Francisco Villa llegó con sus Dorados a la ciudad de Monterrey. El propósito del viaje era recaudar un millón de pesos de la Cámara de Comercio, destinado a cubrir las logísticas de su próximo encuentro bélico en Celaya. Ahí fue recibido por el gobernador Raúl Madero, quién había sido impuesto por Felipe Ángeles en enero de ese mismo año. Villa no consiguió el millón que buscaba y únicamente pudo llevarse 280.000 pesos, reunidos a duras penas en once días que estuvo en la ciudad. De ahí partió rumbo a Celaya, dispuesto a preparar la batalla contra las fuerzas de Álvaro Obregón. La pregunta que cabe aquí es: ¿Acaso Felipe Ángeles no pudo conminar al gobernador, impuesto por él mismo, que usara su poder y autoridad (práctica muy común en México) para extraer de los comerciantes el dinero que se necesitaba para la causa?

Como la ciudad industrial que es, Monterrey siempre ha sido una de las ciudades más prosperas de México. Un gobernador tiene mucho poder, y si Ángeles pudo imponer a un gobernador, también pudo haber implantado —como pago del no pequeño favor que Raúl Madero le debía— una especie de impuesto-cuota destinada a cubrir las logísticas de la causa. Desde ahí se me hace muy sospechosa la cosa, respecto a Ángeles, ya que en Celaya el ejército villista sufrió una de las derrotas más contundentes, devastadoras y definitivas. Después de eso las cosas no fueron igual para Francisco Villa y su División del Norte.

Lo más penoso es, aunque no de extrañarse, que la gran mayoría de los hombres inteligentes (escritores, artistas e intelectuales), contemporáneos de Villa, hayan tomado partido por la historia oficial para criticar su proceder. Debido esto en parte al origen norteño del llamado Centauro del Norte, ya que México siempre ha sido un país centralista por excelencia; amén de otros intereses más oscuros que se querían proteger.  El llamado caudillo cultural de la nación, José Vasconcelos, siempre despreció a Villa, e incluso conspiró contra él. En sus memorias, Daniel Cosío Villegas recalca con sarcasmo el hecho de que, según él, «nuestro Pancho Villa» se metiera a los bancos montado a caballo a agarrar dinero para su gente. Salvador Novo declaró: «A estos brutos, los revolucionarios como Zapata y Villa, los escritores los hicieron hombres, figuras: les concedieron la facultad del raciocinio, la conciencia de clase». En su autobiografía, el muralista José Clemente Orozco ridiculiza el movimiento armado del norte, llamándolo «los desaguisados de Pancho Villa» y Diego Rivera lo pinta con una fisonomía demoniaca de ídolo prehispánico.

Ahora, la razón por la que digo que no es de extrañarse que odiaran a Villa, es porque todos ellos tenían sus orígenes de clase muy acendrados y representaban a todas luces el carácter librepensador de sus padres; que no era otra cosa que la religión que profesaban como miembros de alguna sociedad secreta y burguesa.  Y es así, dicho sea de paso, la forma en que el Estado se ha hecho más fuerte, al regentear y manipular esas cofradías; y los intelectuales siempre han sido presa fácil de esa manipulación. Dice Albert Camus en El hombre rebelde que una característica principal de las revoluciones modernas es que, después de cada una, el Estado sale más fortalecido. No hay conocida afiliación de Villa a alguna de esas cofradías, lo cual explica en cierta forma su independencia de pensamiento y su autonomía tan patentes. Y el hecho que desde un principio la intelligentsia mexicana y los militares de academia lo consideraran un outsider; como alguien que vino a despojarlos de lo que les pertenecía como un derecho de nacimiento. 

Sé de muy pocos escritos sobre Villa que hagan justicia a la verdad. Entre esos están México insurgente, de John Reed, que aunque no es una biografía, da ciertos pormenores de la personalidad del caudillo revolucionario; Pancho Villa de Friedrich Katz y Pancho Villa: una biografía narrativa, de Paco Ignacio Taibo II. Un dato sobresaliente acerca de la biografía de Katz es que es la más completa en contenido, debido quizá al hecho de ser una especie de recopilación (cotejada con investigación propia) de todas las demás; ventaja que le concede el ser una de las últimas sobre el tema. Algunos escritos de Guadalupe y Rosa Helia Villa, nietas del general, se apegan también más a la verdad, al transcribir de una manera mucho más fiel el manuscrito original de la llamada autobiografía del revolucionario, puesta originalmente en papel por la pluma de Manuel Bauche Alcalde; que es también la misma —pero tergiversada— que usó Martín Luis Guzmán para sus mal llamadas «Memorias de Pancho Villa». En el libro El general y el jaguar, la periodista Eileen Welsome habla de la invasión de Villa a Columbus, y ahí critica severamente la actuación de los villistas, incluso de una forma resentida. Pero también la autora muestra una increíble objetividad, al comprender el hecho de que a esas alturas el revolucionario actuaba como una fiera herida, después de haber padecido todo tipo de traiciones. Y llega al punto de referirse a Villa, junto con John Pershing, como dos de las mentes militares más grandes de todos los tiempos. Muy contrario a lo que dicen la mayoría de los libros escritos en México, que se empeñan en poner al Centauro del Norte como un vulgar bandido y guerrillero. 

Huelga decir que con Villa pasó lo mismo que con John Lennon, pero a la inversa: los que odian a Lennon, lo exaltan nada más para denostar a Yoko, culpándola a ella de sus errores. Y los que elevan a Pancho Villa, lo hacen para exaltar las «proezas militares» de Álvaro Obregón —y la victoria del bien sobre el mal— al haber derrotado al guerrillero Villa. Queriendo mostrar en el proceso que, después de todo, Villa no era el más capaz ni el más inteligente. Por mucho tiempo se le mantuvo excluido del panteón de los héroes revolucionarios, cuando ya todos los demás rufianes glorificados tenían escuelas y calles con sus nombres, y no fue hasta muchos años después de finalizada la Revolución mexicana que su nombre fue considerado por sus meritos. 

Haciendo sentimentalismos e ideales huecos a un lado, quiero decir que Francisco Villa fue el único revolucionario verdadero —que, debido a su extraordinaria fuerza de voluntad y genio, pudo ejercer un alto grado de autonomía sin el respaldo de un partido político— entre todos los líderes de la Revolución mexicana (y quizá de toda Latinoamérica), y el más íntegro. Y digo que fue un revolucionario verdadero, porque en su lucha siempre demostró que buscaba un cambio sustancial para el pueblo, a través de la educación (escuela para todos), mejores oportunidades laborales y distribución equitativa de la tierra y los bienes del país. Y luchó, además, porque hubiera una impartición equilibrada de la justicia en todos los niveles sociales; en otras palabras, que la ley no fuera la del más poderoso, como hasta entonces había sido. Hay una infinidad de hechos históricos que hablan de las tendencias humanistas de Francisco Villa y avalan el hecho que sus intenciones siempre fueron muy claras; a diferencia de las intenciones de todos los demás caudillos revolucionarios, tales como Madero, Carranza, Obregón, Huerta, Orozco y el mismo Zapata, que fueron más bien oscuras.

A Emiliano Zapata se le ha dado un carácter de santo, debido más que nada al hecho de que él nunca representó una amenaza significativa contra el sistema, ya que sus aspiraciones eran más bien pequeñas y conformistas. He ahí la razón por la que él y el gran jefe de la División del Norte no se entendieron militarmente, y otra de las causas de que la Revolución no progresara más. Friedrich Katz escribe en su libro La guerra secreta en México: «La debilidad del movimiento [zapatista] consistía primordialmente en dos características esenciales del mismo: la estrechez de sus intereses y la inmovilidad de su ejército. La estrechez de sus intereses se aprecia muy especialmente en la falta de comprensión de Zapata de los problemas de la clase obrera, sobre todo en los primeros años de la revolución. Aunque en ocasiones denunciara al «inhumano y antieconómico régimen capitalista actual», antes de 1917 no alcanzó una apreciación concreta de las demandas e intereses de los obreros. La inmovilidad del ejército se comprueba por la dificultad con que se extendió el movimiento zapatista a los estados vecinos de Guerrero, México y Puebla en 1913-15. Los campesinos sencillamente no estaban dispuestos a abandonar por mucho tiempo su propio terreno; lo que sucediera fuera de éste apenas les importaba. En síntesis, pues, el movimiento zapatista tendía a ser prácticamente invencible en su propio terreno, pero virtualmente inefectivo fuera de sus límites geográficos».

El texto anterior habla de la visión demasiado estrecha de Emiliano Zapata como guerrero, como revolucionario y como líder —visión que epitomiza la foto de su encuentro con Villa, en la capital mexicana, donde aparecen juntos a caballo; comparado con el caballo del Centauro del Norte, el cuaco en que Zapata está montado parece un poni. Y fue esta visión estrecha, que nunca representó una amenaza seria al status quo, por la que Zapata fue canonizado por la historia en México. Razón, también, por la que los intelectuales farsantes de ideologías desechables lo adoptaron como una especie de santo patrono. En ese encuentro histórico, Villa instó a Zapata a unir fuerzas con él, para juntos pelear por lo que se suponía era la misma causa. Parece que Zapata no lo consideró ni por un instante, debido a las razones ya expuestas. A nivel nacional, Zapata fue un revolucionario de ornato; un rostro y una presencia explotados por el establishment. La visión de Emiliano Zapata nunca trascendió ese rincón del sur en que se movió.

Para cerrar, quiero decir que incluso si consideráramos las acusaciones que se le hacen a Francisco Villa —o Doroteo Arango— de ser un asesino despiadado y sanguinario, no hay nada más infundado que las degradaciones que quieren hacerle, cuando se refieren a él como un guerrillero (solo porque su genio militar conjugó muy ben las tácticas de guerrilla con las tácticas militares) o un simple bandolero. Acaso la prueba más contundente de su inteligencia y capacidad militar extraordinarias fue su forma de sobreponerse a tantas traiciones; aunque eso las leyendas urbanas se lo quieran atribuir a un supuesto pacto con el diablo. Que es lo que explica, según esas leyendas, el hecho también que en la noche se fuera a acostar a un lugar y amaneciera en otro; o que, cuando la expedición punitiva de John Pershing lo perseguía por tierra y por aire con equipo militar de primera potencia mundial, se les haya hecho ojo de hormiga.

Son tantas las preguntas que la historia de México nunca podrá ni querrá contestar con honestidad, en su afán tozudo de borrar los verdaderos hechos que conformaron la Revolución mexicana y las hazañas indiscutibles del general Francisco Villa con su legendaria División del Norte.


Rodolfo Elías, escritor en ciernes nacido en Ciudad Juárez y criado en ambos lados de la frontera, colaboraba con la revista bilingüe digital, hoy extinta, El Diablito, del área de Seattle. Sus textos han sido publicados en la revista SLAM (una de las revistas literarias universitarias más prominentes de Estados Unidos), La Linterna Mágica Ombligo. En la actualidad trabaja en dos novelas, una en inglés y otra en español.

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