Contracai (1)
Una fecha y su memoria, la muerte de Boris Pahor, la vida extrema de Gabriel Ferrater y el país cruel de Wilco integran las semblanzas de la primera entrega de este registro contra la indigencia existencial.
cuaderno digital de cultura
Una fecha y su memoria, la muerte de Boris Pahor, la vida extrema de Gabriel Ferrater y el país cruel de Wilco integran las semblanzas de la primera entrega de este registro contra la indigencia existencial.
«El último curso del instituto empecé a frecuentar las librerías de Estella. […] Aquel año habían abierto una librería nueva, Cal y Canto; nada que ver con las que había hasta entonces con mostradores, vitrinas y trastiendas. Allí podías pasear entre las estanterías sin que nadie te molestara […] Había otra razón por la que iba tan a menudo a Cal y Canto: me gustaba la librera». Un relato de Jesús Arana.
«No estaría de más», escribe Michel Suárez, «que quienes insisten en atizar muñecos de trapo y golpear en el vacío echasen la vista atrás para reprocharle a la izquierda su histórico empeño en conciliar la libertad humana con una civilización demencial a fuerza de progreso».
Pablo Batalla Cueto registra en su dietario pensamientos propios y notas de libros leídos y cosas vistas en Internet, escribiendo sobre una pequeña iglesia de pueblo, la arqueología del presente o la colocación de Toni Cantó al frente de una recién creada «Oficina del Español».
Michel Suárez defiende la tradición y la posibilidad de la «elegancia radical»; del traje y la corbata vestidos con orgullo y distinción por proletarios, subversivos, anarquistas y revolucionarios en busca del «lujo comunal» esbozado por la Comuna de París, frente al gusto por el harapo y el relajo vestimentario del que han hecho norma en nuestros días nuevos plutócratas como Mark Zuckerberg.
«Yo no sé en carne propia cómo fueron las otras represiones mentales de la historia: pero la del franquismo la vivió mi adolescencia en Orihuela y, al compás de los libros, fue el cine mi mentor, la sala oscura fabricadora de los sueños y embelecos de los que todo hombre surge porque desde ellos traza su futuro», escribe Antonio Gracia.
«Hace tiempo que Río arde en el fuego de su propia desmesura; y no hay agua que pueda sofocar esta locura», escribe Michel Suárez para la serie ‘Llugares’ sobre Río de Janeiro, una ciudad en la que «a pesar de todos sus intentos —y han sido muchos— el hombre no ha conseguido arruinar por completo una naturaleza prodigiosa que aún sorprende a la vuelta de cualquier esquina con un panorama deslumbrante»; pero que últimamente sucumbe, como todo el país, a la imposición insidiosa de los Dungas sobre los Sócrates.
David Lynch llegó a Filadelfia a finales de 1965, con 19 años. Había sido admitido en la Academia de BellasSeguir leyendo