/ por Pedro Luis Menéndez /
Fotografía de portada de David Feito
«Habían pasado días desde que no veíamos el sol y decir días es quedarse corto, porque los días forman semanas y las semanas quincenas y las quincenas meses y sí, tal vez habían pasado dos meses sin que hubiéramos visto el sol. Tal vez dos meses. No vale que durante veinte minutos esa masa grisácea y densa de nubes se abriera un poquito y viéramos un trocito de cielo azul. No vale. No vale siquiera aquella nube blanca con forma de nube amable. Hasta las alcantarillas se ahogaban. Escapa, me imploraba. Escapa. Me enfundaba los vaqueros y el abrigo encima del pijama y mi huida finalizaba en la biblioteca. De regreso leía bajo las sábanas. Si la novela me enganchaba me olvidaba de la oscuridad y de mi firme propósito de escribir. Si el libro me aburría me acusaba de no ser capaz. Ni siquiera de escapar. Comenzaba a murmurar contra esa lluvia que más que limpiar emborronaba. Toda mi ira y culpabilidad en la lluvia».
Así comienza Tarada, la primera novela de Carolina Sarmiento, publicada por la editorial Pez de Plata en mayo de este 2021. Hace dos o tres años, Carolina anunció públicamente —como lo hizo el Ts’ui Pên borgiano— que se retiraba a escribir una novela. Y así lo hizo, hasta con una excedencia laboral. Esta Tarada es el primer parto, aunque parece que no será el único, de ese retiro, esa otra manera de confinarse que «las gentes de la escritura» adoptan a veces para intentar sacar adelante algún proyecto. En algunas ocasiones tal cosa no produce fruto, en otras sí. Esta es de las que sí.
Conocí a Carolina Sarmiento en 2018 a raíz de la publicación de IKIRU (Vivir), su primer libro de poemas editado por Gravitaciones, que reseñé en estas mismas páginas. Ya entonces sentí su hambre, sus ganas de hincarle el diente al mundo literario real, el de los libros en papel, el del olor a imprenta, porque del otro, el digital o la escritura periodística, tenía ya Carolina una larga experiencia.
En enero de 2020 da a conocer Animales urticantes, un libro de relatos editado por Pez de Plata. Afirmaba entonces en la reseña que también apareció aquí, en El Cuaderno,
«lo he leído prácticamente de un tirón porque, por suerte y por el buen saber hacer de su autora, es de esos libros que te dejan con ganas de más, y que, de algún modo, como bien sabemos los lectores, te produce esa ansiedad que sobreviene cuando estás llegando a sus últimas páginas y no deseas que termine, aunque ese final sea irremediable, y terrible: “Pero no hay sustituto en las ausencias. Los parches son incómodos: pueden rozar la piel. Irritar la herida. Conseguir que el dolor no te abandone”».

Quiero hablar con Carolina de muchas cosas a raíz de Tarada, pero no puedo evitar empezar con una pregunta que para mí no es una mera anécdota. Así que tengo que preguntarte si ha sido un proceso deliberado el camino de la poesía a los relatos y de estos a la novela, a manera de escalones, o solo una casualidad. A los lectores nos gustan los cotilleos sobre cómo una escritora como tú dio sus primeros pasos, en qué orden y si hay algún porqué.
De manera deliberada solo me lavo los dientes. En la escritura voy como pollo sin cabeza. Lo demuestra IKIRU. No había escrito más poemas que tonterías, o no, de adolescencia, y de repente me asaltó una duda vital mística, no te asustes, que me hizo buscar rezos. Tal cual: rezos agnósticos. Necesité poner palabras a sentimientos que me sacudían sin lógica aparente. Algo de tristeza, algo de alegría, algo de nostalgia, algo de amor, algo de miedo… Solo con versos escuetos logré explicarme sensaciones que no era capaz de verbalizar. En IKIRU está mi credo. Tuve la suerte de que una amiga que es buena lectora de poesía me dijo que me animara a publicarlos. Conseguida esa barrera, toda una sorpresa para mí, el editor de Gravitaciones me preguntó si quería incluirlo en la línea gráfica. Ahí entró el arte de Carlos Rivaherrera, con unas ilustraciones que convierten el libro en una joya, a mi entender. Con IKIRU gané confianza y me dije: venga, vamos a revisar los relatos que tengo escritos. Diez años de relatos archivados en el ordenador. Relatos que en su día había reescrito y trabajado muchísimo, pero que no había intentado mover por la maldita inseguridad y la maldita vergüenza. Al leerlos me sorprendí riéndome y emocionándome, así que seleccioné unos cuentos y los envié a Pez de Plata. De nuevo, tuve el tan increíble sí quiero de una editorial. Entretanto, yo seguía acudiendo a talleres de escritura creativa y surgieron cuentos nuevos con el mismo espíritu urticante. Animales urticantes fue el empujón definitivo para salir del armario y reconocerme como escritora sin complejos. Fuera miedos escénicos: hay a quien le gusta correr y se apunta a maratones, a quien le gusta cocinar y se atreve con cenas para amigos, pues a mí me resuenan historias en la cabeza y las escribo. Esa hambre de la que hablas es total. Hambre voraz después de tantos años cohibida. El libro funcionó muy bien y vi cómo gente a la que antes no le interesaban los relatos se enganchó a la narrativa breve. Esa sensación es maravillosa. Además, la distribución de Pez de Plata y su buen hacer consiguieron que el libro circulara mucho más allá que el poemario. ¿Qué pasó? Que en aquella revisión de lo escrito había dos historias que no eran relatos, sino claros inicios de novelas. Tenían entre veinte o treinta páginas escritas de cada una, pero me faltaba la continuidad diaria necesaria para avanzar. Por eso me pedí la licencia sin sueldo, para poder escribir cada día. Me costó tomar la decisión, pero fue acertada. Además de Tarada escribí otra novela corta que se publicará en 2023. Fue un tiempo maravilloso en el que, cuestiones domésticas aparte, me dediqué en exclusiva a leer y escribir.
Cuentas que en Tarada «acompañaste» a tu protagonista. Como también soy bastante curioso sobre la aparición de un personaje: ¿cuándo nació, la viste venir de lejos o se te impuso ella sola? Lo digo porque he visto algo de ella en la prota de Segundo atropello.
Comencé a escribir lo que luego se convirtió en Tarada hace muchos años. Fue durante un verano como este, húmedo y sin sol. Tan desesperada estaba por el mal tiempo que empecé a escribir la historia de una muchacha que huye en busca de calor y en su viaje se suceden encuentros y aventuras. Con ella me sucedió esa magia de verla actuar y de escuchar sus pensamientos. Con todas sus incongruencias, contradicciones y cambios de humor en bandeja para que yo solo tuviera que transcribirlos. Respecto a tu comparativa, en mi cabeza no tiene nada que ver con la protagonista de Segundo atropello, que lo que ansía es venganza, pero me gusta que encuentres esa similitud. Tanto esta como otras mujeres de los relatos de Animales urticantes comparten con la de Tarada la mala leche y la no pertenencia al rol convencional femenino. Así que parece que hay una continuidad en lo que he escrito estos años, lo que no signifique que vaya a seguir por el mismo camino. Me gusta experimentar.
En mi juventud, tener coche suponía la libertad. No todos lo teníamos, pero nos enganchábamos a algún amigo que sí lo tuviera. De este modo, podíamos cruzar de un tirón la península para aparecer en Cádiz, o salir a tomar algo por La Felguera y terminar en Bilbao. Así que me he sentido muy identificado con la protagonista de Tarada en lo de echarse a la carretera y ver qué surge. Pero además están las bicis. Ya en Animales urticantes aparecían bastantes y en tu novela ocupan también su papel. ¿Qué te pasa con las bicis?
Sí, sobre todo las bicicletas. Algo tiene lo del viento en la cara y el pedaleo que provoca buenas sensaciones e incluso buenas ideas. En el relato En el campo de girasoles de Animales urticantes hay una frase con la que me siento identificada: «Mi bici del pueblo, mi caballo de infancia». En Tarada, la bici también sirve de resorte en la transformación de la protagonista. Me gustan las bicis como objeto, como medio de desplazamiento y hasta como ideología, así que es normal que se cuelen en las historias. Respecto al coche, es el primer vehículo de la huida de Tarada, pero no el único, ni mucho menos. Hay que neutralizar la coche-dependencia, aunque poner la música a tope y cantar a cuatro ruedas es casi insuperable para el estado de ánimo. Eso se le da bien a la prota de Tarada…
Me ha ocurrido siempre con la narrativa, también la cinematográfica: me apasionan los personajes secundarios. Ya te he comentado que Fátima me parece uno de tus grandes aciertos. Sin embargo, ¿qué ocurre con los hombres en tu novela? Los percibo casi siempre a distancia y tirando a flojos. El mismo Manuel-Leunam al final se queda en nada. Sí, ya sé que el bibliotecario tiene más fuerza, pero no deja de ser un medio cameo. No sé, ¿cómo lo ves tú?
Fátima es ese tipo de persona que siempre querrías tener al lado: buena, alegre, generosa, vital… Le tengo muchísimo cariño, porque mientras escribí su parte nos amansó a ambas, a la tarada y a mí. Abrazamos su bondad y la festejamos. Es mucho mejor rodearse de gente así, pero ya te dije que no escribí de manera predeterminada. Tanto Fátima como los demás surgieron según avanzaba el viaje. Fátima representa esa luz, pero también sus hijos, que son tres muchachos, la han heredado. Y apuntan maneras para poseer un carácter libre y poderoso. Espero que sigan así, con ese desparpajo hacia la vida. Creo que esta novela no cae en cuestiones de género. Eso me gusta porque la hace real. Los hombres pueden ser flojos y las mujeres fuertes, y al revés. Los personajes secundarios, y hay muchos en el libro, son ambiguos y ajenos a estereotipos y convencionalismos. Emma viste traje de camarero, Manuel es todo amor y aunque le falte esa chispa de magia para nuestra prota consigue prenderla en otra mujer, Vicente es misterioso, es el personaje más literario, el que guarda el secreto de la historia. Su silencio es crucial. El inquilino, el editor, el primo de Manuel, el dueño del restaurante, el crío del autobús… Suena a eslogan, pero es cierto que hay muchos tipos de masculinidades. El mejor ejemplo es la protagonista, que no tiene ni nombre, y eso da exactamente igual para identificarla. Al cuerno los géneros.
Con este verano que llevamos en el norte, lo de la búsqueda de la luz es más que un símbolo.
La verdad es que parece una estrategia comercial lo que está sucediendo… La novela empieza con una descripción casi idéntica al desastre de no verano de este no verano. Un desastre. ¿Su huida es un símbolo? Pues a mí me parece una necesidad. Necesitamos sol, luz, calor, fotones ¡leches! A ver quién es el guapo o la guapa que aguanta sin mentar al cielo después de días y días de mal tiempo. ¿Metáfora? Claro que puede utilizarse como esa búsqueda de uno mismo, de la luz interior… Pero de verdad que el primer impulso es puramente físico, orgánico, primario. Y ya ves, en cuanto está bajo el sol, un sol de invierno en su caso, en cuanto seca los huesos comienza su transformación y el viaje se hace iniciático. ¡Porque de vez en cuando necesitamos calor! ¡Si no que se lo pregunten a las plantas!
Casi sin darnos cuenta, nos vamos haciendo amigos de la protagonista como compañeros de viaje. Lo curioso es que llegué a olvidar que es una tramposa, que todo parte de un engaño, que ella no ha escrito nada.
Pero eso es un acicate, es el famoso síndrome del impostor. Todos mentimos, todos trampeamos, ¿y eso nos para? No: nos hace ser mejores actores, porque la mentira hay que ir disfrazándola cada vez mejor y en el caso de la creación, que es su gran farsa, mentir es un muy buen ejercicio. Sin embargo, ella encuentra la inspiración en los recuerdos. He ahí mi gran homenaje de este libro a las cartas y a los diarios, a la escritura de la no ficción, al autoconocimiento por la vía de la escritura, a la exploración de nuestros pensamientos. Al final no es tanta la trampa. Es capaz de narrar sus miedos y alegrías, y eso es la base, para mí, de un escritor.
Dices en Zenda que quizás Tarada regrese. No sé si como lector me interesa.
No quería decir que Tarada fuera a tener una continuación. Era un juego. En Zenda me pidieron que escribiera un making of de la novela y lo hice en segunda persona, dirigiéndome a la protagonista. Al final le confieso que el viaje ha sido maravilloso y que si en adelante me necesita ahí estaré para ella. Solo era un divertimento en ese ejercicio del cómo se hizo. Es curioso, porque varias personas me han preguntado si escribiré una segunda parte. La respuesta es no. Escribir Tarada fue intenso, tal y como el carácter de la protagonista lo requería. Desde el principio, y esto sí fue premeditado, quería que se tratara de una novela corta. Es una distancia narrativa que me gusta, por eso queda descartada la continuación del personaje. Tampoco me atraen las sagas. Supongo que así cierro una puerta comercial, pero me da igual. Quienes se queden con ganas de más están invitados a la siguiente historia. También será una protagonista, pero muy, muy diferente a la de Tarada.
A los lectores nos gustan también las cuestiones y cotilleos técnicos: ¿eres de las que lo tienen todo controlado desde el principio, esquemas de personajes, sinopsis argumental y todo eso?
Qué va, qué va. Como te decía lo único que tenía claro era que sería una novela corta, porque me gusta el género, un zarpazo de tres horas que te revuelva días, y porque así puedo revisar, releer y reescribir mejor. A partir de ahí es todo improvisación, inspiración, creatividad y resolución de laberintos. Pura diversión.
Tanto Animales urticantes como Tarada se inician con una cita de Vila-Matas. Alguna razón tendrás, aunque lo curioso es que no veo conexiones entre tu prosa y la suya.
«El miedo a la bestia quedó en eso, quedó en un helado de fresa». Esta cita salió de París no se acaba nunca, un libro sobre los días en los que un joven Vila-Matas vivió en el estudio parisino de Marguerite Duras queriendo convertirse en escritor. La cita es un doble guiño en Animales urticantes. Uno, porque yo también soñaba en convertirme en escritora y luego me moría de la vergüenza, y dos, por los personajes de los relatos, que combaten a sus bestias con diferentes herramientas. Me encontré con la cita en una relectura del libro de Vila-Matas y me pareció perfecta para urticantes. Para Tarada busqué citas aquí y allá hasta que apareció, de nuevo, en una relectura de El mal de Montano: «Por supuesto, me contestó, claro que todavía sacudo el cielo» es una metáfora preciosa, un órdago a la vida, un aquí estoy capaz de todo. Y casualidades aparte, es cierto que tanto en los relatos como en la novela el proceso de creación está muy presente a través de personajes escritores, poetas, letristas y profesores de talleres de escritura creativa, así que algo de conexión hay con la literatura dentro de la literatura. No juego a confundir escritor y protagonista ni jamás incluyo referencias de autores o títulos como hace él, pero sí que, sobre todo en Tarada, hay ese juego metaliterario de incluir el proceso de escritura dentro del desarrollo de la ficción.
Por ahora todos tus libros son libros guapos, muy bien editados: Ilustraciones, diseño, hasta texturas. ¿Te parece que ese es el camino del libro en papel, o al menos es el camino que a ti te interesa? ¿Le das importancia a esto también como lectora?
He tenido mucha suerte. Como te comentaba salió de Juan Gallo, editor de Gravitaciones, plantearme la posibilidad de incluir IKIRU en la línea gráfica. Además de seleccionar mucho lo que publica, sus ediciones son super cuidadas y es algo que valoro. Al final, pasados los años, te queda ese libro, y en el caso de IKIRU es una joya. Respetó los colores de las ilustraciones de Rivaherrera, ajustó el tamaño del poemario a mi idea de bloc de notas, incorporó caracteres japoneses en la portada o incluimos un prólogo de la poeta Elisa Martín y un epílogo del propio Juan Gallo que le dan más valor al libro. Sí, hay que sacar todo el potencial que tiene el papel, porque es obvio que así, cuidándolo, gana al digital. En Pez de Plata es inevitable no poner el ojo. Sus cubiertas son las más llamativas de las librerías, su papel es de los buenos, la letra legible y clara y cuando lo abres te encuentras con una postal y un marcapáginas que son obras de arte, también, como las cubiertas, diseño de Gallota. Si además le sumas lo que se curran la comunicación, pues te dices: «Ojalá les guste lo que escribo y pueda envolverlo en ese traje». Tuve esa suerte y estoy feliz. Tanto Animales urticantes como Tarada son libros guapos, y eso hace que el principio del deseo, al menos, quede sembrado. Es la primera invitación al lector que pasea por una librería. Las apariencias importan.
La exposición pública en redes, las presentaciones, los bolos. Parece que ya forman parte de la vida de cualquier escritor actual. ¿Lo ves con la naturalidad de tu generación? ¿Puede ser excesivo?
Puf, esto da para una tarde y una noche de conversación. Puedo decirte que es necesario el autobombo porque las redes son un universo gratuito en el que lanzar tu novela, puedo decirte que hay que estar ahí, que allá donde la editorial no llega llegas tú con tus contactos y bla, bla, bla… pero la realidad es que me agota la contradicción. Escribo porque es lo que me gusta, es un acto íntimo y desinteresado, una manera insurgente y rebelde tanto de atacar como de intentar entender el mundo. Sin embargo, en la promoción en redes me siento como una community manager, es decir, el polo opuesto a lo intelectual. Me incomoda mercadear, exhibir, cansar. Me inunda una sensación de culpabilidad al sentir que parece que lo único que quiero es vender el libro. Así que invoco el boca a boca. Eso es lo mejor: que unos recomienden a otros sigilosa y activamente. Mientras tanto, convivo con la contradicción y publicito… Como sé que funciona, comparto las entrevistas, reseñas y comentarios que van saliendo de los libros e intento hacerlo de la manera más personal y libre posible. Por lo que no pasaría es por la exigencia de algunas editoriales de posar con el careto y estar obligada a decir banalidades diarias porque eso genere puños arriba o seguidores. A menudo me apetece mandar al cuerno la modernidad y convertirme en una sigilosa y discreta ciudadana a la que no controlen los algoritmos. Quienes entren en mis perfiles verán la contradicción.
Se me ha olvidado preguntarle a Carolina por la música y por Compay. En otra ocasión será. Seguro.
En el momento en que remato esta entrevista, me dicen que está punto de salir la segunda edición de Tarada y de Animales urticantes. ¡Cuántas enhorabuenas merecen las segundas ediciones, y las terceras, y las que vengan!


Pedro Luis Menéndez (Gijón [Asturias], 1958) es licenciado en filología hispánica y profesor. Ha publicado los poemarios Horas sobre el río (1978), Escritura del sacrificio (1983), «Pasión del laberinto» en Libro del bosque (1984), «Navegación indemne» en Poesía en Asturias 2 (1984), Canto de los sacerdotes de Noega (1985), «La conciencia del fuego» en TetrAgonía (1986), Cuatro Cantos (2016), la novela Más allá hay dragones (2016), y el libro de prosas cortas Postales desde el balcón (2018). Recientemente ha dado a la luz en Trea el libro de poemas La vida menguante (2019). Desde 2017 mantiene una sección semanal sobre poesía y cuentos en el programa La buena tarde de la Radio del Principado de Asturias.
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