/ Mirar al retrovisor / Joan Santacana Mestre /
En una localidad turolense, Villarquemado, unos buenos amigos me invitaron a formular alguna idea para crear un centro de interpretación sobre la guerra civil española. Yo me he dedicado a escribir relatos para museos y centros de interpretación y a planificar algunas decenas de estos equipamientos y el tema de nuestra guerra siempre me ha parecido de una gran importancia. Acepté el ofrecimiento y hablé con el alcalde, Federico, un alcalde singular, que ha sido uno de los impulsores de esta idea. Él no quería una exposición de chatarra bélica al uso: quería un equipamiento capaz de incidir en el sistema emocional de los visitantes.
En tierras turolenses la guerra civil puede decirse que aflora en los campos y en los cerros, dado que los combates que allí se dieron hace más de ochenta años todavía dejan ver restos oxidados de las batallas y no son pocos los que tienen extraordinarias colecciones de armas, uniformes, restos de hebillas de cinturón, insignias, rodamientos de carros de combate, bombas y obuses de todos los calibres, tinteros, latas de sardinas y de carne, botellas y un sinfín de variopintos objetos; no en vano Teruel fue una ciudad doblemente martirizada y los campos circundantes fueron campos de batalla.
Pero ¿qué ocurrió en estas tierras cercanas a la población objeto de la museografía? Aquí, muy cerca del pueblo, se localiza el escenario bélico de la llamada batalla de Alfambra. Para quienes no estén familiarizados con la historia de aquella guerra, hay que decir que Teruel fue la única capital de provincia que el ejército popular de la República reconquistó a los nacionalistas. Franco vio con claridad que aquello podía convertirse en un elemento simbólico que proporcionara moral a la República y que podía suceder que, con alguna victoria más como aquella, las potencias occidentales —singularmente Francia y la Gran Bretaña— le obligaran a negociar, algo que él rechazaba, dado que su objetivo era vencer y aplastar a toda costa. Por ello, decidió empeñar todas sus divisiones disponibles en la reconquista de la ciudad. Y las acciones de reconquista tuvieron como escenario previo los campos próximos al rio Alfambra, que la República había tomado y en donde atrincheró a sus brigadas mixtas. Aquí iba a darse un pulso terrible entre los dos ejércitos; ambos tenían formaciones acorazadas, ambos disponían de armas aéreas poderosas e iban a poder pelear por primera vez como dos ejércitos regulares.
Les voy a ahorrar los detalles y los nombres de aquella batalla; solo decirles que el choque tuvo lugar entre los días 6, 7 y 8 de febrero de 1938. Pero hubo un detalle que pasó casi desapercibido y que no mencionaron los partes de guerra de ninguno de los dos bandos: la presencia de la caballería nacionalista del coronel Monasterio. Allí se habían desplazado 3000 caballos con sus jinetes. En las guerras modernas, la caballería solía servir de apoyo a la infantería y se utilizaba como tropas de enlace entre los diferentes sectores del frente. Pero en Alfambra no fue así. Una mañana brumosa, con una helada espantosa que congelaba los dedos de manos y pies de los soldados protegidos en sus trincheras y escondrijos, y precedida por un fuerte bombardeo de artillería, salieron de entre la niebla los tres mil caballos lanzados al galope, sable desenvainado, contra la infantería republicana. Despavoridos por la insólita escena, los soldados, la mayoría jóvenes e inexpertos, fueron presa del pánico y literalmente triturados en las trincheras, mientras escuadrillas de aviones les ametrallaban en su huida. Todo el frente republicano se hundió y los carros de combate poco pudieron hacer con aquellos diablos a caballo, que como en la Edad Media se batían con espadas y lanzas. Fue la última carga de la caballería en Europa Occidental. La derrota republicana fue total y ello representó el comienzo de una carrera que Franco sentenció con la frase «¡de Teruel al mar!». Era el principio del fin de la guerra. Muchas batallas le siguieron, pero lo que ocurrió en Alfambra quedó siempre en la memoria de ambos ejércitos.
Este ha de ser el contenido de un centro de interpretación en Villarquemado porque esto fue lo que realmente ocurrió. Algunos colegas, conocedores de esta historia, me preguntan por qué queremos narrar una historia en la que triunfaron los sublevados. Y es cierto: aquí triunfaron lo sublevados. Los mandos republicanos no supieron o no pudieron impedirlo. Pero yo soy de los que creen que la historia es preciso contarla toda; hay que contar lo que ocurrió para comprenderla sin miedo. Pienso en las frases que Hugh Thomas pone en boca de Azaña en su libro ya clásico La guerra civil española, cuando dice:
«Es obligación moral, sobre todo de los que padecen la guerra, cuando se acabe […] sacar de la lección y de la musa del escarmiento el mayor bien posible, y cuando la antorcha pase a otras manos, a otros hombres, a otras generaciones, que se acordarán, si alguna vez sienten que les hierve la sangre iracunda y otra vez el genio español vuelve a enfurecerse con la intolerancia y con el odio y con el apetito de destrucción, que piensen en los muertos y que escuchen su lección : la de esos hombres , que han caído embravecidos en la batalla, luchando magnánimamente por un ideal grandioso y que ahora abrigados en la tierra materna, ya no tienen odio, ya no tienen rencor, y nos envían , con los destellos de su luz, tranquila y remota como la de una estrella, el mensaje de la patria eterna que dice a todos sus hijos: Paz, Piedad y perdón».

Joan Santacana Mestre (Calafell, 1948) es arqueólogo, especialista en museografía y patrimonio y una referencia fundamental en el campo de la museografía didáctica e interactiva. Fue miembro fundador del grupo Historia 13-16 de investigación sobre didáctica de la historia, y su obra científica y divulgativa comprende más de seiscientas publicaciones. Entre sus trabajos como arqueólogo destacan los llevados a cabo en el yacimiento fenicio de Aldovesta y la ciudadela ibérica y el castillo de la Santa Cruz de Calafell. En el campo de la museología, es responsable de numerosos proyectos de intervención a museos, centros de interpretación, conjuntos patrimoniales y yacimientos arqueológicos. Entre ellos destaca el proyecto museológico del Museo de Historia de Cataluña, que fue considerado un ejemplo paradigmático de museología didáctica.
Sr. Santacana, sus artículos están entre los que más me interesan de la revista. Me apetecía decírselo desde hace tiempo, pero soy perezoso… Al terminar este, me he decidido. Estuve una semana en julio en esa zona. Teruel y su entorno son parte de mi vida. La memoria de la guerra también. Como usted escribe, hay que contar toda la historia. Toda, según nuestras posibilidades, con frecuencia escasas. Disfrazar la historia es una falta de respeto a los que murieron. Contar y juzgar. Saludos.