/ Incursiones periódicas / José Luis Argüelles /
Rebasados los noventa años de edad, José Antonio Mases (Cabranes [Asturias], 1929) acaba de publicar La Casa (Trea), novela en la que ha estado ocupado durante el último lustro y en la que prosigue, con su característica prosa cuajada de matices y una notable habilidad para la construcción de personajes, las exploraciones metafóricas y metafísicas de La Cordillera (2016), su anterior narración. Las mayúsculas iniciales de los sustantivos de uno y otro título dan ya idea a los lectores de las intenciones alegóricas del escritor, quien logra de nuevo, sin quebrar ciertas convenciones realistas, una sostenida pesquisa sobre la vida y sus significaciones. Una manera de contar en la que han destacado tan ilustres cultivadores como Melville, Conrad o Kafka, por dar solo algunos nombres.

La casa que Mases levanta en esta obra surge de «un montón de sombras y silencios acomodados en el lugar llamado Sitio», otra palabra capitular que encontrábamos en muchas de las páginas de La Cordillera y que el narrador recupera en su nueva ficción. Parece el nítido señalamiento de que hay una buscada conexión entre ambas historias. Pero si La Cordillera era una novela de exteriores, en la que los personajes transitaban los parajes en busca del horizonte de unos deseos o sueños frustrados por la muerte, la de La Casa es una historia sobre ese espacio interior, doméstico, en el que transcurren buena parte de nuestras precarias existencias y en el que también imaginamos una posible e ilusoria felicidad. La condena de la expulsión de todo paraíso como una sombra judeocristiana en el trajín de nuestros días.
Y es que los sucesivos habitantes de esta edificación, entre enigmática y perturbadora, se ven obligados sin excepcción a abandonarla por el cumplimiento de las cláusulas de un rígido contrato cuyos términos establece el inflexible apoderado. Un personaje que, como los dioses de las religiones y las mitologías, representa aquí al vigilante extremo de la inevitabilidad del ciclo que cumple toda existencia. Cuando lo considera conveniente, envía a esa Casa un especialista para tener siempre ajustado el enorme reloj de péndola, adornado con la locución latina tempus fugit. Este instrumento de exacto mecanismo estaba en su lugar, igual que un tótem, antes incluso de que se erigieran los muros de la vivienda y se colocaran los muchos espejos sin mácula que reflejan las estancias. Un reloj que «jamás abandona su misión de marcar los momentos de felicidad o desamor, celebración o infortunio», señala el narrador omnisciente de esta fábula sobre nuestra sustancia de seres provisionales, abocados sin remedio a la fragilidad de las certezas y al acabamiento. Porque, en efecto, el tiempo vuela, corre demasiado deprisa y nos pone más temprano que tarde ante la puerta de salida.
Son solo algunas de las coordenadas temáticas que Mases plantea en su última novela, tan existencialista como poblada de variados personajes sin otras conexiones que su condición de habitantes provisorios de esa vivienda en la que el reloj de pesas no deja de subrayar el paso de las horas. El veterano narrador y decano de los escritores asturianos muestra en ese retablo de seres diversos, a cuyas vicisitudes dedica apenas unas páginas para después olvidarlos en el hilo de la narración, su mucho y bien cultivado oficio. Al novelista le bastan unas pocas líneas para perfilar esos personajes creíbles que conforman, en su variedad, una plausible galería social, humana. Una cualidad que el minucioso contador de La Casa demostró, por ejemplo, en los relatos de Las estancias provisionales (2010).
Prosista excepcional
Autor de una novela tan admirable como El palenque (1992, con reedición en 2013), probablemente la mejor historia que se ha escrito hasta ahora sobre la tan literaria figura de los indianos, Mases es incapaz de escribir una página ininteresante. Sus historias podrán gustarnos más o menos y hasta podemos debatir sobre el acierto o no de sus soluciones narrativas, como sucede con cualquier escritor de fuste, pero lo que resulta inobjetable es la calidad de su prosa, su castellano de buena ley. Incluso su gusto por el uso de algunos arcaísmos contribuye casi siempre a la construcción de periodos lingüísticos solo al alcance de los más cualificados prosistas.
Traigo aquí un ejemplo de ese registro característico de Mases, donde excepcionalmente se dan además referencias que ayudan a establecer el tiempo y el lugar en que transcurre la novela:
«Ocurrió a la caída del Frente Norte, cuando se consumó la proclamación de la victoria por parte de los insurrectos, y las fuerzas vencidas hubieron de dispersarse y evadirse a lugares despoblados, porque la facción triunfante vigilaba, permanecía al acecho constante de los hombres derrotados, que se obligaban a recorrer los caminos de la noche, a reptar como sierpes, a saciar sus sedes en regatos y hontanares de aguas malsanas…».
Admirador lejano y confeso de Faulkner, Mases ha ido cepillando en sus últimas fabulaciones cierto barroquismo expresivo que rige El palenque. Y lo ha hecho en busca de una simplificación de los aparejos discursivos, aunque en su manera de relatar brilla aún, como acabamos de leer, una querencia por las figuras paratácticas.
La Casa es, además de una excelente narración, la despedida de un autor de la mayor calidad al que su apartamiento de los centros de poder literario ha recluido en la penumbra de la fama provincial, con pocos lectores fuera de Asturias, aunque esto último es una simple deducción. Escueto y con su habitual discreción, dice Mases: «Con esta novela pongo punto final a mi aventura literaria. Gracias a todos. Adiós». Al final del libro que reseñamos, un premiado escritor que odia las servidumbres de su éxito se dispone —en la cercanía del muy leído ejemplar de una obra de Conrad— a empezar «otra novela de la supervivencia humana», que es también otro de los temas —como lo era en La Cordillera— de esta última entrega del narrador asturiano.
Pocos autores de la edad de Mases son capaces de culminar su trayectoria con una obra del vigor y ambición de La Casa. Una novela que da idea de la exigencia con la que este escritor ha cultivado siempre, desde El día siguiente (1953) y Ladrón de algo (1958), una vocación de relator sutil, brillante, complejo. Casi siete décadas de medida y absorbente escritura en la que destacan títulos como Los padrenuestros y el fusil (1964), La invasión (1965, Premio de Selecciones de Lengua Española) o La quimera (2002, Premio Casino de Mieres), además de los otros citados en estas líneas. Emigrante en Santo Domingo y Cuba, donde colaboró con prestigiosas publicaciones y llegó a entrevistar a Hemingway, a su regreso al Principado Mases desarrolló, asimismo, una ingente escritura sobre asuntos asturianos; también como editor y articulista. Un escritor sin arrugas. Y sin punto final.

José Antonio Mases
Trea, 2021
162 páginas
16€

José Luis Argüelles (Mieres, 1960), periodista y crítico, es autor, entre otras publicaciones, de los libros de poemas Cuelmo de sombras (Versus, 1988), Pasaje (Trea, 2008), Las erosiones (Trea, 2013, Premio de la Crítica de la Asociación de Escritores de Asturias), Gran desconcierto (Trea, 2018), Mar sin fin (Heracles y nosotros, 2020) y Protesta y alabanza (Impronta, 2020). Preparó y prologó la antología de poetas en lengua asturiana Toma de tierra (Trea, 2010). Sus aforismos han sido incluidos en el volumen Pensar por lo breve: aforística española de entresiglos (Trea, 2013), de José Ramón González.
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