Poéticas

El territorio blanco

Carlos Alcorta reseña el último poemario de José Luis Gómez Toré, quien al igual que Walter Benjamin encuentra un vínculo entre la narración y la crisis de la experiencia.

/ una reseña de Carlos Alcorta /

El proceso de desvelamiento de la realidad que lleva a cabo José Luis Gómez Toré (Madrid, 1973) lleva aparejada una serie de exigencias interpretativas no siempre fáciles de esclarecer, exigencias que en nuestro autor no son nuevas, puesto que se han ido revelando a lo largo de su obra poética (Se oyen pájaros [2003], He heredado la noche [2003], Fragmentos de un cantar de gesta [2007], Claroscuro del bosque [2011], Un corte que no sangra [2015], Hotel Europa [2017]) e incluso en su obra ensayística, principalmente en el ensayo El roble de Goethe en Buchenwald (2015), pero no por eso menos severas. A ello contribuye la fragmentación del discurso, la escasa narratividad (salvo en los poemas en prosa) y la práctica de una poesía elusiva que esconde en lo que calla, más que en lo que dice, su poder de transformación.

El territorio blanco (lo blanco ha imantado en numerosas ocasiones la poesía de nuestro poeta) está divido en cuatro apartados con escasas vinculaciones entre ellos. Así, los dos primeros, «El cuarto de Van Gogh» y «El territorio blanco» respectivamente, comparten estética formal; están integrados por poemas breves de dicción elíptica ―más acusada en la segunda de las citadas― que busca desnudar el sentido y, a la postre, dotarlo de ambigüedad. Conceptualmente, sin embargo, son muy diferentes. La infancia es el eje motriz de la primera. Un cuadro de Van Gogh sirve como referente para rememorar la infancia ―«un pasillo sin regreso»―, la suya que, al final, se solapará con la del hijo: «Porque tiene dos años. Porque tengo dos años allá lejos, ahora, en la casa cerrada. La misma tierra mancha mis dedos torpes, delata mi impaciencia». El territorio blanco al que hace mención la segunda parte está cubierto por la nieve, un elemento que solemos identificar con la pureza, con la luminosidad, pero bajo su manto se esconde suciedad, barro, muerte, símbolos de un drama existencial («Te hundes/ en lo blanco.// Te borras en lo blanco»), en resumen, que puede, como parece ser el caso, encontrar en el consuelo a través de la música y de «otra luz» sus antagonistas: «Los cuerpos que retuerce el dolor/ parecen escapar con los ojos,/ miran más allá de lo oscuro,/ hacia otra luz,/ allí/ donde comienza/ otra vez/ la ceguera».

Las secciones tercera y cuarta están integradas por poemas en prosa. «Melusina (novela)» tiene como referente la novela Melusina o La noble historia de Lusignan, del trovador francés del siglo XV Jacques d’Arras, que narra la historia de Melusina, una ninfa acuática con una cola de serpiente que se casó con un mortal y de manera sobrenatural influyó sobre el crecimiento espectacular y posterior caída de la casa de Lusignan. Gómez Toré, al igual que Walter Benjamin, encuentra un vínculo entre la narración y la crisis de la experiencia, una crisis que pone en evidencia al propio lenguaje, pues carece este de recursos para definirla con palabras: «Abordar el desajuste ente lo instantáneo del ojo y la paciencia que retiene el idioma y aún se parece al vértigo. La mano se detiene justo antes de trazar la última sílaba. Se resiste a escribir». Pero como si cerráramos el círculo iniciado en la primera sección, Gómez Toré regresa a la infancia, a ese pasillo que ahora está en penumbra, acaso porque «el narrador cultiva una infancia sin saberlo». En esta novela confluyen pasado, presente y futuro, como en los sueños. El narrador, protagonista omnímodo de la narración, nos ofrece una realidad distorsionada por su forma de observar: «El narrador se parece a la muerte. Es un niño que no quiere saber el final de la historia, pero busca sin descanso la llave de la puerta». El narrador es una alegoría, es receptor y emisor, espejo y fuente de luz. En su pupila se dan cita la niñez y la nieve, la blancura y el lenguaje. De estas confluencias surgen «El miedo. La calma. El asombro».

La cuarta sección, «Siete variaciones sobre un tema de Wallace Stevens», es una reivindicación de lo imperfecto: «The imperfect is our paradise», escribió Stevens, y este verso se repite concienzudamente en varios de los poemas, como si fuera un mantra. Lo imperfecto, como lo grotesco o lo feo se han incorporado con naturalidad al arte y la literatura, aunque, como escribe Gómez Toré, «si la mente puede concebir lo imperfecto es porque todavía nos seduce, y con qué terquedad, la perfección». Pero cuando la realidad se afirma en sus argumentos, lo imperfecto adquiere una imagen sombría. No es el paraíso, todo lo contrario. Buscamos la perfección porque se nos ha enseñado que en lo perfecto está la salvación. Entonces «el placer es lo perfecto. El frescor de la tarde, las palabras que inventan un orden imprevisto, el fruto que se deshace en agua y música, esa urgencia tan calma de tu cuerpo y mi cuerpo, su distancia también». No es fácil sustraerse a la instrumentalización de un discurso que encuentra en la contradicción su piedra de toque, pero la realidad se compone tanto de los elementos alucinatorios evocados durante el sueño como de sucesos verificables acontecidos durante la vigilia. Ambos pueden formar parte del poema, ese reducto hospitalario en el que confluyen literatura y experiencia.


Selección de poemas

El cuarto de Van Gogh

Mi hijo me pregunta qué hay detrás de cada una de las puertas del cuarto de Van Gogh. Hasta ahora no me había percatado de que la habitación tiene dos puertas. Tampoco su madre se había dado cuenta de que una se abre hacia el viento amarillo y su región solar. La otra, a la noche ensimismada, a ese aletazo súbito en el rostro. Cómo podría ignorar ahora que ambas puertas conducen a este mismo pasillo sin regreso. Eso es también la infancia.

Eso es también el vértigo. Objetos cotidianos. Retratos familiares. Habitación de paso.

Piedra

Mi hijo, el más pequeño,
arropa con un pañuelo una piedra.

«A dormir, piedra», dice.

Compruebo que es verdad:
la piedra duerme.

Caballos

Cruzan la noche caballos de Tarkovski.
Desde mi cama los escucho trotar.

Imposible saber
de qué lado del muro cae la lluvia

ni adónde regresamos
cuando se vuelve a casa.

El territorio blanco

Hay nieve,

no pureza.

Un lugar más doloroso,
aún más extraño que la vida.

Si ello fuera posible.

Melusina, 1

Se suceden sin pausa las imágenes. Ni sucesión siquiera: fulgor, un torbellino. En el centro sin defensa posible, la pupila. ¿A qué llamamos lentitud? La adolescente se queja de las largas descripciones de la novela del siglo diecinueve mientras se arregla el pelo. Cómo decirle que el narrador se anticipa a la muerte, se atreve a poner trampas, demora mientras puede su venida. He aquí su seducción.
Ahondar el desajuste entre lo instantáneo del ojo y la paciencia que retiene al idioma y aún se parece al vértigo. La mano se detiene justo antes de trazar la última sílaba. Se resiste a escribir.
Deseo: foto fija.

Melusina, 5

Su tío era cazador. Su padre, no. Alguna vez acompañaron al tío. Alguna vez sostuvo, sostuve la escopeta, pero nunca llegué a matar a ningún animal. Quizás no lo recuerdo. Sí recuerdo, recuerda que el niño que encontró con su primo una serpiente muerta a la orilla del río. Unos bultos deformaban su cuerpo. Semejaban las cuentas de un collar prehistórico. Mi tío la pisó, la fue pisando como quien aprieta una vaina hasta sacar por la boca una a una las crías de conejo que el reptil se había tragado enteras, sin masticar. Quién sabe si fue su propia voracidad la que la mató o acaso los gazapos esperaban que llegara la madre con tijeras para abrir el vientre y sacarles de allí, y luego llenar con piedras el vacío. Desde entonces el hueco. Como aquella vez que dejamos en el suelo la caja de cartón con gusanos de seda y se los comieron con su hambre paciente las hormigas. Cuéntame otra vez esa historia, donde la muerte es tan solo un armario del que se sale indemne. El más pequeño se escondía en un reloj. Quería echar hacia atrás todas las horas, desandar el camino hasta encontrar su nombre. Los hermanos oyen hablar al agua. Hermanito y hermanita. Hombre y mujer. Hermano, pronto serás un lobo. Temo convertirme en tigre, en una fiera atroz. Pero la sed es más fuerte que el miedo. El niño soñó que despertaba. Yacía en una cama y en el colchón se abría un agujero, caía por él y despertaba en otra habitación, sobre otra cama, y en ella un agujero, y de nuevo otra cama. Tan solo la certeza de caer. Sueño de eterno despertar. Sin fondo.

Siete variaciones sobre un tema de Wallace Stevens, 2

Si lo imperfecto es nuestro paraíso, quizá la perfección es el infierno. Pasos sobre la nieve que terminan al llegar a la orilla. El secreto de la nieve es el agua.

Siete variaciones sobre un tema de Wallace Stevens, 3

Lo imperfecto es nuestro paraíso, pero si la mente puede concebir lo imperfecto es porque todavía nos seduce, y con qué terquedad, la perfección. Así transitas cada hora de infierno


El territorio blanco
José Luis Gómez Toré
Isla de Siltolá, 2022
96 páginas
12 €

Carlos Alcorta (Torrelavega [Cantabria], 1959) es poeta y crítico. Ha publicado, entre otros, los libros Condiciones de vida (1992), Cuestiones personales (1997), Compás de espera (2001), Trama (2003), Corriente subterránea (2003), Sutura (2007), Sol de resurrección (2009), Vistas y panoramas (2013) y la antología Ejes cardinales: poemas escogidos, 1997-2012 (2014). Ha sido galardonado con premios como el Ángel González o Hermanos Argensola, así como el accésit del premio Fray Luis de León o el del premio Ciudad de Salamanca. Ejerce la crítica literaria y artística en diferentes revistas, como ClarínArte y ParteTuriaParaíso o Vallejo&Co. Ha colaborado con textos para catálogos de artistas como Juan Manuel PuenteMarcelo FuentesRafael Cidoncha o Chema Madoz. Actualmente es corresponsable de las actividades del Aula Poética José Luis Hidalgo y de las Veladas Poéticas de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo de Santander. Mantiene un blog de traducción y crítica: carlosalcorta.wordpress.com.

1 comment on “El territorio blanco

  1. Pingback: JOSÉ LUIS GÓMEZ TORÉ. EL TERRITORIO BLANCO | carlosalcorta

Deja un comentario

A %d blogueros les gusta esto: