/ por Pablo Batalla Cueto /
Imagen de portada: representación de la Cruz de la Victoria en los puertos de Marabio (Asturias), fotografiada por Jacinta Lluch
Martes, 12/4/2022. Leo que ha muerto, a los 107 años, Mimi Reinhardt, la secretaria de Oskar Schindler, que mecanografió la famosa lista. Van apagándose los luceros del cielo de la gesta antifascista del cuarenta y cinco, cada vez más oscuro, y bajo cuyas tinieblas prosperan nazis nuevos que obran sin ser vistos.
Miércoles, 13/4/2022. Se hace B. en Twitter una pregunta que yo también me hago, referente a la polémica abierta por un influencer, El Xokas, que presumió de tener amigos que, de noche, no beben, para poder aprovecharse de las mujeres borrachas: «Lo que intento comprender —dice B.— es qué tipo de satisfacción genera mantener relaciones sexuales con una persona que no es capaz de sentir deseo ni hacer sentir deseado al otro. ¿No es justo esa reciprocidad lo más atractivo; lo que deviene en pasión y nos hace disfrutar?».
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Me topo en Twitter con un apunte sobre algo en lo que nunca había pensado y con lo que me siento identificado: mucha gente confunde introvertido con tímido. Cosas distintas: la gente introvertida puede parecer enormemente sociable, hacer presentaciones de trabajo con soltura o hablar durante horas. La cuestión es que, aunque todo eso se haga bien, consume al introvertido una energía mucho mayor que la que significa para el extrovertido; lo agota mucho más.
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Una cosa que me parece característica y curiosa de la generación más joven es la transparencia desparpajada con respecto a los problemas de salud mental, contar que se va al psicólogo, etcétera. Se ve en las redes sociales: los adolescentes, los chavales que rondan la veintena, cuentan al mundo sin mayor problema estos asuntos. Creo que la gente de mi edad (treinta, cuarenta años) es la que marca la frontera de ese pudor y lo conecto con una reflexión que un día me trasladó Víctor Muiña: cómo los streamers más jóvenes suelen no tener ningún problema en, por ejemplo, grabarse en sus propios cuartos desordenados, con la cama deshecha, etcétera, cosa que nosotros mantenemos el recato de no hacer; o participar en tertulias o entrar en directos de manera totalmente improvisada, sin preparar ni guionizar su exposición, improvisándola en cambio, y reconociendo sin rubor alguno su desconocimiento sobre tales o cuales aspectos del debate. Nosotros disponemos cuidadosamente el fondo del vídeo; si vamos a una tertulia, nos preparamos el tema todo lo que podemos, aunque lo dominemos, cualquier traspiés de nuestra intervención nos deja mal cuerpo, etcétera. No tenemos esa alegre sinceridad y espontaneidad que ellos sí tienen. Y, como me dice Víctor, «no hay dios a impostarlo. Si yo tuviera que hacer eso primero ordenaría todo y luego lo desordenaría meditadamente».
¿Cuál de los dos temperamentos es mejor? No lo tengo del todo claro; supongo que un término medio. Con respecto a lo de la salud mental, por ejemplo, me gusta esa desdramatización; esa capacidad para hablar de ello con la naturalidad con la que se cuentan otros problemas de salud. No era bueno que, como me dice T., antes se contara que se iba de putas que al psicólogo. Pero llega a haber una cierta sobreexposición, e incluso un convertir esos desarreglos psicológicos en un elemento identitario, que me desagradan, en la línea de la tendencia ególatra que también caracteriza a los tiempos. No hay que avergonzarse de lo que uno es o a uno le pasa, pero tampoco andar proclamándolo a los cuatro vientos las veinticuatro horas del día. Un pudor contenido, sensato, sigue siendo algo saludable, creo.
Jueves, 14/4/2022. Hay una cosa muy asturiana —aunque relativamente reciente— que me divierte: la costumbre de pegar una Cruz de la Victoria, con su alfa y su omega, en la parte de atrás del coche. Siempre me pregunto qué pensará un extranjero desinformado; si creerá que ha llegado a una reserva de cristianos fundamentalistas. Lo curioso es que ocurre todo lo contrario: Asturias es una región particularmente irreligiosa dentro de España. Un amigo de Pola de Lena fue a un colegio de monjas misioneras: consideraban la cuenca minera asturiana tierra de misión, al nivel de los países africanos o asiáticos en los que también regentaban colegios. Ello es que los símbolos de un mundo desaparecido pueden resistir con una fuerza inusitada. En este caso, estamos hablando de una cruz que conmemora una victoria contra el islam, con el alfa y la omega del Cristo principio y fin de todas las cosas y los brazos trilobulados en representación de la Santísima Trinidad: poca broma. ¿Me ofende? En absoluto. Soy de los que creen que, para el viaje de hacer tabula rasa de la tradición, no hacen falta alforjas. Pero me parece interesante.
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Comparte Juan Carlos Senent en Twitter un documento interesante: un llamamiento de los años setenta a acudir, «contra el franquismo, contra la dictadura asesina», a un Montejurra firmado por el Movimiento Comunista de España (MCE), los Grupos de Acción Carlista (GAC) y el Partido Carlista, encabezado por la hoz y el martillo a un lado y las aspas de San Andrés a otro. Qué momento tan fascinante, aquel. Y qué curioso que esta sea la clase de mixtura simbólica que hoy excitaría a un rojipardo, pero en aquel momento representara todo lo contrario: la hermosa convivencia y colaboración entre un movimiento comunista que se había desestalinizado y desectarizado y un tradicionalismo que, a su vez, se había desreaccionarizado. Como me dice Moriche, la síntesis pasoliniana, el rojipardismo virtuoso.
Viernes, 15/4/2022. Leo que, en la Francia recién liberada, la actriz Arletty sufrió acoso, y finalmente fue arrestada y condenada a 120 días de prisión y dos años sin pisar París, por sus amoríos con un oficial alemán, Hans Jürgen Soehring, asesor del consejo de guerra de la Luftwaffe. Se defendía diciendo: «Mi corazón es francés, pero mi culo es internacional». Soehring acabaría muriendo en el Congo Belga (adonde había sido enviado como embajador de la nueva República Federal Alemana…), devorado por un cocodrilo. Historias del siglo XX.
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X. López: «La vida contemporánea es hacer scroll, ver de reojo un “Rusia amenaza con una escalada nuclear en el Báltico” y seguir avanzando porque son ya noticias trilladas que no provocan mucha reacción en tu cerebro».
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Leo con horror que, en Madrid, una mujer fue liberada hace algunos días tras llevar dos años encerrada por su pareja, pero leo con aún más horror que algunos vecinos habían puesto corchos en las paredes para aislarse de sus gritos. Jorge Dioni ha escrito una estupenda columna sobre ello en La Marea. Escribe Jorge:
«Ojalá ser Elfriede Jelinek para describir el momento en el que esa persona tomó las medidas de la pared, bajó a la tienda, acercó el papel al dependiente y este cortó las láminas de corcho antes de enrollarlas. Seguro que le preguntó si necesitaba ayuda para el transporte o la instalación. “Tenemos un servicio muy económico”, cabe pensar que añadió. “No es necesario”, respondió el vecino. Ya había llamado a un amigo o familiar con experiencia en reformas, que era el que lo esperaba en la furgoneta. Instalaron las láminas esa misma mañana. Si fuera una película de Michael Haneke, los dos hombres colocarían las planchas de corcho entre los gritos de la casa de al lado. Qué mejor manera de comprobar la efectividad de su compra».
Concluye: «Cuando pensamos cómo pudieron pasar todas esas cosas, lo hicieron así, sencillamente, gracias a la flexibilidad, resistencia y capacidad de aislar de materiales como el corcho o el estómago humano, cuya capacidad de dilatación y asimilación también es notable».
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En la historia de las mentalidades no hay saltos bruscos, y por eso hubo un tiempo en que los ateos se decían deístas o los demócratas radicales, monárquicos de un rey sin poderes: el vértigo de la novedad radical busca esos lenitivos. Con la democracia y los iliberales pasa hoy eso mismo.
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Leo, no lo sabía, que en Atapuerca se encontraron restos de una niña de diez años a la que llamaron Benjamina. Hace unos 430.000 años —se dice pronto—, padeció una patología que le deformó cráneo y rostro y le causó un retraso psicomotor severo. Y que haya sobrevivido hasta esa edad es posiblemente el primer rastro de cuidado a personas con discapacidad. Frente a lo que proclaman los devotos del socialdarwinismo y la ley del más fuerte, que han solido remitirse a la prehistoria para sustentarlo, la condición humana también es esto.
Sábado, 16/4/2022. Creo que lo más parecido que existe a una cuchillada sin ser una cuchillada es escuchar, por azar, una canción que fue especial para uno en algún momento de su vida, y hace tiempo que no oye.
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La polémica del día es un anuncio de Burger King que ha soliviantado a los cristianos por contener una gracieta sobre sus creencias. Presenta una hamburguesa vegetal y la anuncia así: «Tomad y comed todos de él. Que no lleva carne». ¿Mi opinión? No me quita el sueño que los cristianos se enojen, pero preferiría vivir en un mundo en que se enojara a Burger King. Y me desagrada menos vivir en un mundo con cristianos que en uno en el que una multinacional aprovecha la indignación que sabe que va a generar en los cristianos para, trending topics mediante, promocionar un nuevo producto.
Domingo, 17/4/2022. Empiezo a leer La nueva Edad Media, un libro colectivo de 1974, del que devoro con placer el primer capítulo, escrito por Umberto Eco y titulado «La Edad Media ha comenzado ya». Eco traza una serie de comparaciones entre el Medievo y el tiempo desde el que escribe, que mutatis mutandis sigue siendo el nuestro. Escribe, por ejemplo, lo siguiente:
«Al comienzo de su caída, el Imperio romano no estaba minado por la ética cristiana; se había minado solo al acoger de forma sincrética la cultura alejandrina y los cultos orientales de Mitra y de Astarté, jugueteando con la magia, con las nuevas éticas sexuales, con varias esperanzas e imágenes de salvación. Había acogido a nuevos componentes raciales, había eliminado por necesidad muchas divisiones de clase rígidas, había reducido la diferencia entre ciudadanos y no ciudadanos, entre patricios y plebeyos; había conservado la división de las riquezas, pero había mitigado las diferencias entre las funciones sociales, cosa que, por cierto, no podía dejar de hacer. Había presenciado fenómenos de aculturaciones rápidas, había colocado en el gobierno a hombres de razas a las que doscientos años antes habrían considerado inferiores, había suavizado el dogmatismo de muchas teologías. En el mismo periodo el gobierno podía adorar a los dioses clásicos, los soldados a Mitra y los esclavos a Jesús [… [E]staba desapareciendo […] el “romano”, de igual forma que hoy está desapareciendo el “hombre liberal”, empresario de lengua anglosajona, que había tenido en el Robinson Crusoe su poema primitivo y en Max Weber a su Virgilio.
En las villas de las afueras, el ejecutivo medio de pelo cortado a cepillo personifica todavía al romano de antiguas virtudes, pero su hijo lleva ya los cabellos como los indios, viste con poncho de mejicano, toca el sitar asiático, lee textos budistas o libelos leninistas y consigue muchas veces (como ocurría en el bajo imperio) conciliar a Hesse, el zodíaco, la alquimia, el pensamiento de Mao, la marihuana y las técnicas de guerrilla urbana; basta con leer el Do it de Jerry Rubin o en los programas de la Alternate University, que hace dos años organizaba cursos sobre Marx, la economía cubana y la astrología. Por otra parte, también ese romano superviviente, en los momentos de aburrimiento, juega al intercambio de las esposas y pone en crisis el modelo de la familia puritana […]».
Comparto este pasaje en Facebook, y desato un pequeño debate en los comentarios. Hay a quien el tono de la reflexión de Eco le parece reaccionario; una crítica a la igualdad social y el multiculturalismo como debilidades, clavada a los argumentos de la extrema derecha. Pero no me parece que sea el caso. Eco —que, en el mismo texto, reivindica que se le retiren a palabras como bárbaros o Medievo su carga peyorativa— no hace un juicio de valor, sino una mera descripción. ¿Constatar que asistimos a la decadencia de una época nos hace fascistas? No: no nos vuelve fascistas señalar lo obvio, sino cómo nos relacionamos con ello. No es opinable: estamos en plena crisis ecológica, política, cultural y hasta semiótica; el famoso fin de los metarrelatos de la posmodernidad. Pero cuando una época decae —y por eso decadencia no tiene por qué ser un término connotado negativamente—, decae también en sus aspectos oscuros, represivos: la decadencia de la nuestra está conllevando cuestiones positivas como la liberación femenina y sexual o la ampliación de derechos civiles, que hay que combatir por mantener en la era nueva que advenga.
Es delicioso el texto de Eco. Comparto también en mis redes este divertido pasaje en el que compara la cultura coleccionista del Medievo con la actual:
«Objetos contenidos en el tesoro de Carlos IV de Bohemia: el cráneo de San Adalberto, la espada de San Estéfano, una espina de la corona de Jesús, trozos de la Cruz, el mantel de la Ultima Cena, un diente, de Santa Margarita, un trozo de hueso de San Vidal, una cestilla de Santa Sofía, la barbilla de San Eobano, una costilla de ballena, un colmillo de elefante, una vara de Moisés, vestidos de la Virgen. Objetos del tesoro del duque de Berry: Un elefante cubierto de paja, un basilisco, maná encontrado en el desierto, un cuerno de unicornio, nuez de coco, anillo de casamiento de San José. Descripción de una exposición de pop art y nouveau réalisme: Muñeca destripada de la que salen cabezas de otras muñecas, un par de gafas con ojos pintados en los cristales, una cruz con botellas de Coca-Cola clavadas y una lamparita en el centro, un retrato de Marilyn Monroe multiplicando, una ampliación de un tebeo de Dick Tracy, una silla eléctrica, una mesa de ping-pong con bolas de yeso, partes de automóvil prensadas, un casco de motorista decorado al óleo, una pila eléctrica de bronce sobre un pedestal, una caja que contiene tapones de botellas, una mesa vertical con un plato, un cuchillo, un paquete de Gitanes y una ducha colgada sobre un paisaje al óleo».
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Algo que sabía, pero que no recordaba, y vuelvo a leer ahora: Elon Musk es hijo de un tipo que tenía una mina de esmeraldas en Sudáfrica durante el Apartheid. ¿Se puede ser más villano de tebeo?
Lunes, 18/4/2022. Comienzo La democracia ateniense en la época de Demóstenes, un libro de 1991 del historiador danés Mogens H. Hansen, que ahora edita en castellano Capitán Swing. Es muy buena la introducción de Andrés de Francisco. Leo en ella un apunte interesantísimo sobre la gran diferencia entre las democracias ática y moderna. La primera buscaba evitar la oligarquía; la segunda, todo lo contrario. Los padres del constitucionalismo moderno, explica De Francisco, eran devotos de la tradición clásica, en la cual basaban sus ideas del buen gobierno, pero más bien de la romana, y que de la griega conocían sobre todo, no a los defensores de la democracia, sino a sus críticos. Y es así que, como escribe De Francisco, «por cada mecanismo contramayoritario propuesto por Madison, Hamilton o Jay —el veto presidencial, el bicameralismo, el gran tamaño de los distritos electorales, el nombramiento indirecto de los senadores, la reelegibilidad de los representantes— encontramos uno o varios mecanismos contraminoritarios de la democracia ática: el sorteo, la rotación obligatoria, la brevedad de mandatos, la publicidad y transparencia en la toma de decisiones, la masiva popularidad de los tribunales de justicia, la remuneración política…».
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Leo que el Grupo PRISA lanza un podcast con las principales noticias de la semana en el mundo de habla hispana; podcast sobre el mundo hispano que se llamará… Weekly Global. Tócate las balls.
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Descubro de la expresión erre que erre que es correcto escribirla con hache: herre que herre. Lo más fascinante es su etimología: según el DRAE, «quizá acort. del ár. hisp. hírr úmmak ‘la vulva de tu madre’, interjección de los arrieros moriscos».
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Cuenta una mujer en Twitter que, el año pasado, tomó un vuelo donde había unos padres que viajaban por primera vez con su hijo, y que repartieron unos paquetes de dulces a los que viajaban cerca de ellos con el siguiente mensaje: «Hola! Me llamo Bruno. Tengo 10 meses. Es mi primer vuelo y voy a tratar de portarme lo mejor que pueda, pero me disculpo por adelantado si me siento irritable, me asusto o me duelen los oídos. Mis papás prepararon esta bolsa con dulces en caso de dar un concierto durante el vuelo. Espero que esto ayude a que tu viaje sea más placentero. ¡Gracias!». Me parece un gesto bonito, entrañable. Pero no deja de resultarme indicativo de una avería gorda vivir en un mundo en el que se considere que hay que disculparse por el llanto de un bebé.
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Hay una imagen catequética que gusta muchísimo al neoliberalismo: aquello de los emprendedores que empezaron en un garaje. Pero ¿cómo empezar en un garaje cuando no se tiene garaje, porque no se vive en una casa de serie americana de dos pisos con desván, jardín y, sí, garaje, sino en un piso de cincuenta metros cuadrados, y aparca el coche a la intemperie o directamente no se tiene uno? La propia expresión ya delata que, para emprender, hay que tener un determinado poder adquisitivo.
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«En el portalín de piedra/ taben María y José,/ taba María llorando,/ taba nerviosu José», dice un célebre villancico de Víctor Manuel, de 1969. Por las mismas fechas, leo, se abrió en Pumarín (Gijón) el primer puticlub del barrio, y se lo bautizó… El Portalín de Piedra.
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Todavía no he empezado Los rotos, el nuevo libro de Antonio Maestre, pero me encuentro en Internet con una captura de una de sus páginas, que hace que me entren aún más ganas de leerlo. Versa sobre la ropa y la relación de clase con ella, un tema que me ha interesado siempre, entre otras cosas porque lo he sufrido en carne propia:
«La desvergüenza en la vestimenta en lugares de concertación social se la pueden permitir solo aquellos que saben que a ellos no se les exigen unos marcos de decoro por su posición. A ningún miembro de la clase trabajadora se le ocurriría ir a una entrevista de trabajo con el peinado de Boris Johnson o el de Cayetana de Alba. Ese desdén es propio de una confianza que emana de la clase. Los miembros más humildes tienen que emular los usos y costumbres de las clases dominantes en todos los procesos de concertación social para que sea fácil, además, identificarnos como elementos extraños. Vestirse de traje en una boda o para ir a un acto social o laboral, y que se nos note a la legua que no estamos acostumbrados a llevar americana o que la calidad es tan mala que nos queda como un cuadro. Como decía Juan Marsé en Últimas tardes con Teresa, parecíamos elegantes a destiempo».

Pablo Batalla Cueto (Gijón, 1987) es licenciado en historia y máster en gestión del patrimonio histórico-artístico por la Universidad de Salamanca, pero ha venido desempeñándose como periodista y corrector de estilo. Ha sido o es colaborador de los periódicos y revistas Asturias24, La Voz de Asturias, Atlántica XXII, Neville, Crítica.cl, La Soga, Nortes, LaU, La Marea, CTXT y Público; dirige desde 2013 A Quemarropa, periódico oficial de la Semana Negra de Gijón, y desde 2018 es coordinador de EL CUADERNO. Ha publicado los libros Si cantara el gallo rojo: biografía social de Jesús Montes Estrada, ‘Churruca’ (2017), La virtud en la montaña: vindicación de un alpinismo lento, ilustrado y anticapitalista (2019) y Los nuevos odres del nacionalismo español (2021).
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