/ dos reseñas de Ricardo Martínez /
Berlín y el artista, de Robert Walser
Escribe Hirschhorn, el responsable de esta compilación de textos: «Cada texto, cada libro, cada uno de los libros de Robert Walser me parece necesario; hasta el texto más breve, el libro más delgado», y, en lo de delgado, parece querer dar a entender que ahí se encuentran lo más pequeño y lo más grande. Un entusiasta lector, sin duda.
Dice el autor —a modo de mea culpa— de estos textos que han sido publicados hace ya algunos años y que ahora revisita como crítico que pretende ser maduro y veraz: «Hay errores que se deben cometer en la imprudencia de los comienzos». Quiere referirse que todo comienzo resulta acaso, para el escritor, no solo dubitativo sino también original por desafiante, por atrevido, ya sea en la forma o la expresión. Desde su visión actual, no obstante, «todos los textos que comprende esta antología son imprescindibles, y en todos ellos se hace valer un significado propio más allá de lo significativo». Esto considero que resulta muy interesante, sobre todo para el caso de Walser, quien «era libre, era libre con lo que le era propio».
No se puede decir, desde luego, que hubiese gozado en vida de un reconocimiento universal de elogio, pero sí del aprecio y admiración de grandes escritores coetáneos suyos (Mann, Hesse, Musil) y su influjo permanece y permanecerá. Pero para hacer justicia literaria está su réplica: «Hemos de reconocer que no tener éxito no es sinónimo de ser una víctima; fracasar puede ser un acto heroico. Robert Walser es un héroe».
Y entrando propiamente en sus textos, hay motivos frecuentes y gozosos de apreciar su prosa diáfana, su capacidad de observación, de introspección en los significados: «En los días de lluvia reinan un frío y un vacío espantosos. El paisaje le da frío. Los arbustos verdes gañen y gimen y lloriquean gotas de lluvia clamando por el sol». ¡Tantas veces sus frases medidas semejan verdadera ontología descriptiva!
Como no es infrecuente, por fortuna, su sentido del humor (o la ironía, quizá por mejor decir, toda vez que, a mi entender, el humor tiene relación con la soledad y la ironía con la melancolía; y ambas formas de inteligencia y sentir connotan una alta sensibilidad) nos lleva hasta expresiones como la siguiente: «Conozco a un escritor que, tras pasar semanas esforzándose en vano por urdir un argumento en condiciones, por fin llegó a la disparatada idea de organizar un viaje de descubrimiento por debajo de su cama».
Gozo para la inteligencia y gozo para los sentidos; una forma distinguida de vivir. En La novela de Keller no es difícil que, desde el comienzo, el lector afecto se vea seducido por un lenguaje rítmico, educado, claramente sentiente, humanamente minucioso.
Le leemos y, de alguna manera, le creemos (nos asocia a su sensibilidad), y por eso no nos resulta lejano cuando escribe: «Mientras miro por la ventana y pienso en los movimientos legalmente libres de mis dedos, hago el insólito descubrimiento de que numerosas caricias caen susurrando del cielo abierto sobre el suelo de la calle».
Y nosotros, lectores amantes del interior de las personas y las cosas, ¿habíamos reparado en una tal condición del estético corazón del cielo? Ahora sí: cada vez que leemos a Walser el solitario.

Robert Walser
Siruela, 2021
348 páginas
24,95 €
Papeles falsos, de Valeria Luiselli
El título, en principio, me parece exagerado (¿tal vez la única exageración de este interesantísimo y versátil libro?) y ello es explicable para quien se asoma con afecto y proximidad a él por cuanto, dado el contenido y esa forma tan interesada, humana, perceptiva y emocionante de narrar, quien así se expresa ha de ofrecer todo menos falsedad; es un texto próximo, vivido —y escrito— con todos los sentidos, delicado y sugerente. Hasta tal punto que un lector un poco avezado creo que tendería a entender estos apuntes-anotaciones-vivencias más como un gesto de cariño que no como un gesto de engaño.
He considerado en ocasiones que podría ser considerado este libro (que conmemora con esta segunda edición su décimo aniversario), antes al contrario que cualquier artimaña de convicción interesada, como una prueba de amistad, de lealtad y, sobre todo, de literatura en un estado primigenio, lo que le otorga fiabilidad y aproximación afectiva. Equivale, digámoslo, a una expresión de lo que se ha denominado en ocasiones —sobre todo por los amantes y conocedores de la literatura— como un ejemplo de libro de cocina (de cocina de autor, entiéndase), hecho con amor, eligiendo los mejores materiales —la prosa es muy cuidada—, algo que le convierte no sólo en un presente provechoso sino también de deleite.
El escritor consecuente nos ofrece estos regalos de vez en cuando: se dirige al lector desde dentro de sí, con la mayor y mejor voluntad, para que, de algún modo juntos, ir disfrutando de ese mensaje insustituible que es la palabra escrita (y sentida) junto a la voluntad generosa del lector que atiende y entiende.
«Ahora que los médicos ya no son dueños de melancolías y nostalgias, se ha descubierto el Síndrome de Ulises […] A pesar de su nombre tan literario, la nueva patología se concibe como un problema estrictamente clínico. Los síntomas de la enfermedad: tristeza, llanto, tensión, dolor de cabeza y pecho, insomnio, fatiga y alucinaciones […] ¿Cuántas pastillas van a vender hasta que se descubra que el Síndrome de Ulises no se cura con medicinas? ¿Cuántos años para que se sepa que el dolor en el pecho no era más que una saudade, un poco de nostalgia, un exceso de bilis negra?».
Tal se puede leer en el fragmento «Frontera –A la derecha», que, si bien pudiera ser aparentemente un texto testimonial de actualidad, lo es también un tema donde lo humano alcanza verosimilitud interior y una precisa lección de ontología. Dicho con sobriedad y precisión.
El libro es muy rico, entiéndase, en matices, en emociones bien expresadas literariamente, de ahí lo inexpresable de su compañía, de su fecundo provecho, porque, en cualquier página, no es difícil saber que el hombre genérico, el de la cotidianidad, es el protagonista, y el tema aludido siempre un reflejo de consciencia del observador, del que nos reclama con su fundado discurso: «Restaurar: maquillar espacios que deja en cualquier superficie el taladro del tiempo. Escribir es un proceso de restauración a la inversa. Un restaurador rellena huecos en una superficie donde ya existe una imagen más o menos acabada: el escritor, en cambio, trabaja a partir de las fisuras y los huecos. En esto se parecen el arquitecto y el escritor. Escribir: rellenar relingos». Coser, aunar, anudar, restablecer un equilibrio.
Escribir para restaurar la memoria y en ello, a través de la literatura, obtener el provecho de una cierta armonía con el paisaje, con el entorno de la cotidianeidad, con el viaje, con uno mismo. La autora, con sensibilidad, nos ayuda a transitar por estos parajes interiores.

Valeria Luiselli
Sexto Piso, 2020
112 páginas
14,90 €

Ricardo Martínez realizó los estudios de filosofía y letras en las universidades de La Laguna y Valladolid, concluyendo su carrera universitaria con los estudios de doctorado en la Universidad Complutense de Madrid. Su obra como escritor es bilingüe, habiendo publicado tanto en gallego como en castellano. Como ensayista y crítico literario ha colaborado tanto en prensa (La Voz de Galicia, El País) como en revistas especializadas (Clarín, Revista de Occidente). Ha cultivado distintos géneros como autor. En poesía podemos citar: Lento esvaece o tempo (Milladoiro, 1990), Los argumentos de la tarde (A.G., 1991), De cuanto nos es dado (Calima, 2006) y Na terra desluada (Espiral Maior, 2009). Su obra Orballo nas camelias pasa por ser la primera obra de haikus en la literatura gallega. En prosa ha publicado varios libros de aforismos: Debullar (Galaxia, 1996), Cuentas del tiempo (Pre-textos, 2004), Alusión al paisaje (Calima, 2006), Ecos da néboa (Trifolium, 2012). Es autor, asimismo, del libro de relatos La luz en el cristal (Calima, 2011). Ha obtenido el premio Benasque de poesía y diploma de honor en el concurso internacional de relatos breves Jorge Luis Borges y en 1997 le fue otorgado el premio Reimóndez Portela de periodismo. Colabora en prensa y revistas especializadas. Desde el año 2014, la Fundación Jorge Guillén es la depositaria de la obra del autor. Dispone de su propia página web.
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