/ por Pablo Batalla Cueto /
Martes, 24/5/2022. C. S. Lewis: «Cualquier necio puede escribir en lenguaje erudito. La verdadera prueba es el lenguaje corriente».
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Lo comenta Alberto Lavín y me parece que lleva razón: «La gente más de mierda que he conocido está todo el día con los cuidados y la empatía en la boca».
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Leo en CTXT «La penetración», un artículo del antropólogo social Ignacio Fernández de la Mata en torno a qué persigue —y qué ha conseguido ya— Vox entrando en el Gobierno de Castilla y León. En primer lugar, logra de Alfonso Fernández Mañueco «romper la sutil membrana que separaba a Vox de la naturalización plena. Una membrana que impedía el acceso al Ejecutivo, cuestión clave y fundamental, por más que el partido verdacho tuviera clara capacidad de influencia en otros parlamentos regionales». Escribe Fernández de la Mata que la entrada en el Ejecutivo en una región en que «la información relativa a la Junta […] llega, históricamente, hecha a las redacciones regionales, solo hay que ajustar la maqueta» hace que
«por arte de magia, Vox ha[ya] dejado de ser un partido de ultraderecha. El calificativo ha desaparecido por orden del mando. La razón: la prensa conservadora, tan temerosa de pisar donde no debe, no quiere poner en riesgo el maná institucional, los cientos de miles de euros que fluyen de la Junta hacia los grupos de información gracias a la mal llamada publicidad institucional. Ni al PP le interesa que le retraten como permanente connivente con los ultras, ni a Vox como unos exaltados».
El antropólogo hace después un análisis sucinto del interés de Vox en las consejerías concretas que ha solicitado y consiguió, en negociaciones lideradas por su parte por el siniestro Kiko Méndez-Monasterio, un tipo más listo que una centella. «Vox ha llegado a Castilla y León a crecer». Con la Consejería de Agricultura, Ganadería y Desarrollo Rural, crece en un entorno de «alta frustración», «ámbito maduro para cosechar el voto antisistema, necesitado de atención y reforzamiento de la autoestima». Para muchos en el agro, «su mensaje autonomista es suficiente como muestra de solidaridad con sus pueblos cada vez más despoblados y desabastecidos, con los consultorios, oficinas y servicios públicos cerrados». Allá, «nadie les va a echar en cara la incongruencia de sus bajadas de impuestos —verdaderos clavos rematadores de la despoblación—, las alianzas internacionales con candidaturas hípernacionalistas y proteccionistas que abominan de las importaciones alimentarias, esto es, de nuestros productos agrícolas y ganaderos…». En cuanto a Industria, Comercio y Empleo, recaba allá un voto que primero simpatizó con Ciudadanos; sectores de «pequeños/medianos transformadores y el pequeño comercio/distribución» que «se creyeron el mantra del emprendimiento, […] arriesgaron sus exiguos capitales y andan sempiternamente al borde de la quiebra»; «dreamers que se convencieron de que su vida se parecía más a un suburbio de la upper-middle class de New Jersey que a las inestables condiciones de una clase media incapaz de afrontar el mantenimiento de la piscina comunitaria». Finalmente, Cultura «vendrá a trabajar los aspectos emocionales y a reforzar la cuestión rural» vía «refolklorización del paisanaje y del turismo cultural como apuntalador de estrategias económicas basadas en el emprendimiento local».
Vox —escribe—
«no es una broma, su centro impulsor trabaja denodada y constantemente en la penetración de todo estamento, círculo, sector económico, grupo o edad. El algoritmo no descansa y ha conseguido excelentes resultados entre los más jóvenes, otra faceta más de su programa de normalización. La vía de penetración han sido las redes sociales, generalmente desde la más pura banalidad emocional. La ultraderecha maneja con soltura el lenguaje de la subcultura juvenil, sus conflictos y retos, su desconexión de la política tradicional. [… Sabe emitir] un discurso de ficcionalización de las elecciones, un lenguaje visual para un público consumidor de series —perfil reforzado tras la experiencia pandémica—, incómodo con la realidad social y personal —tardoadolescentes con malas perspectivas económicas—, con tendencia a identificarse románticamente con los malos sexys o malos con motivos como muestra de su inadaptación o crítica a lo establecido, lo que lleva a la aprobación de violencia activa y verbal siempre que resulte estética. Así se entiende toda esa actividad fotográfica equívoca sobre los candidatos de Vox emulando a los Peaky Blinders: jóvenes barbudos engorrados y descamisados, avanzando amenazadoramente por la calle, con un punto de poderosa exultación escuadrista».
Son muy listos. Y nosotros no lo somos.
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Me topo un meme en el que aparecen un Dean Norris sonriente y uno circunspecto sobre dos leyendas. El sonriente: «Viendo cómo un león se come a un venado en un documental de leones». El circunspecto: «Viendo cómo un león se come a un venado en un documental de venados». Dice el tuitero al que se lo he visto compartir: «Las noticias de televisión son un documental de leones y nosotros somos los venados».
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Hacen en la página web de El Cascabel, el programa de Trece, la emisora de la Iglesia, una encuesta con la pregunta: «¿Cree que Juan Carlos I ha sido un buen rey para España?». Las respuestas posibles son las siguientes: «Sí, fue decisivo para traer la democracia»; «Sí, pero podría haber evitado algún tema polémico» y «Ha sido el mejor embajador comercial de España». No hay más opciones. Con Henry Ford podía uno escoger el modelo T en cualquier color, con tal de que fuera el negro, y en la España del setenta y ocho, puede uno tener cualquier opinión sobre Juan Carlos de Borbón, con tal de que sea buena.
Miércoles, 25/5/2022. Una polemiquilla tuitera —un comentario de mi querido Pedro Vallín, adepto a los charcos, menospreciando el valor de las tesis doctorales y cuestionando que las ciencias sociales sean ciencias— me recuerda aquella escena inicial de Luna de Avellaneda, la película de Campanella, protagonizada por Ricardo Darín. «Señoras y señores, tenemos un problema: Luisita Maldonado está a punto de dar a luz. ¿Hay algún médico en el salón por favor?». Y entre aplausos, corre para allá el Doctor del Tango.
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En las Cortes de Castilla y León, el repugnante vicepresidente voxista que nos ha tocado en desgracia insulta a Noelia Frutos, una diputada socialista con enanismo, necesitada de silla de ruedas: «Voy a contestarle como si fuera una persona como todas las demás». En la grabación del instante, la cara del presidente Mañueco, sentado a su lado, es de estar pasándolo más mal que cagando sin pestillo en un bar. Se le va a hacer larga la legislatura a este hombre. Más tarde, pide (no Gallardo: Mañueco) una de esas disculpas falsas, enterradas en condicionales y circunloquios: «Si alguna persona o entidad ha podido sentirse ofendida, le pido disculpas, le pido perdón». Bajo el mando de estos sociópatas estamos.
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Ernest Bloch: «Los nazis hablaban falsamente, pero a la gente; los comunistas decían la verdad, pero hablaban de cosas».
Jueves, 26/5/2022. Noticia gravísima de hoy: «La Justicia de Estados Unidos elimina la posibilidad de que los presos recurran condenas injustas. Compuesto por una mayoría derechista, el Tribunal Supremo prohíbe que los reos presenten nuevas evidencias que puedan probar su inocencia tras ser sentenciados». Jueces contra la Democracia. Está pasando allí y está pasando aquí.
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Vox presenta su cartel para las elecciones andaluzas: el rostro de Macarena Olona sobre un mapa de Andalucía y una manifestación multitudinaria de gente con banderas de España y el lema «Cambio real». Consideraciones ideológicas al margen, pensando puramente en términos mercadotécnicos, me resulta curioso el verde amarillento que han escogido como fondo, y que me evoca enfermedad, putrefacción. Como apuntan por ahí, recuerda a la escena de El rey León de Scar con las hienas y a otros momentos protagonizados por los malos en las películas de Disney, de la Úrsula de La Sirenita a la reina mala de Blancanieves, todos ellos coloreados de ese mismo verde insalubre. Vista la estrategia malista que Vox abandera (lo de los malos sexys que decía Fernández de la Mata), no descartaría completamente que fuera deliberado. En Vox, cuyo equipo de comunicación es de largo el más listo y potente de los de los partidos españoles, ninguna puntada carece de hilo.
Yo me acordaba hoy de «La voz de Vox o a qué suena el posmofascismo», uno de los mejores artículos que hemos publicado en El Cuaderno, análisis de la voz Cifesa de los candidatos voxistas. Y pienso en lo bien que estaría que alguien escribiera sobre el aspecto físico y vestimentario que busca Vox en ellos: también hay mucha planificación ahí detrás. La hay, por ejemplo, en la facha —el aspecto— de Macarena Olona. Una cosa que cuento en mi último libro es la transformación del arquetipo de lo español que se verificó en tiempos de Miguel Primo de Rivera: de la enjuta seriedad castellana que había gustado al 98 a la andaluza salerosa que pasó a privilegiarse. Creo, por ejemplo, que la imagen de Olona es una mezcla premeditada de los dos. En ella se cultiva de manera obvia lo segundo, y su aspecto físico se presta bien a ello; es una belleza muy flamenca, muy Romero de Torres, que decía el otro día un palmero suyo. Pero esa cosa del salero sabe combinarse en ella, sin chirriar, con una palpitación seria, dura, amenazante; con esa cosa de fiera institutriz que tanto gusta, quién sabe por qué vericuetos freudianos, en esos pagos del espectro ideológico. Y así, se vuelve una síntesis unipersonal de las dos patas del discurso neofascista: 1) somos disfrutones y no te soltamos sermones, como hace la izquierda, sino que te dejamos comer entrecós, conducir tu todoterreno hipercontaminante y soltar piropos a las señoras; y 2) estamos muy locos y vamos en serio; exterminando que es gerundio.
Exterminio disfrutón: he aquí un concepto a desarrollar.
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Carla Toscano, diputada de Vox, sube hoy a la tribuna del Congreso para transmitir que le «da pena no escuchar algunas cosas por la calle» debido al «odio a la belleza y al hombre» de la izquierda, que están acabando con la «admiración e ingenio popular» de piropos como «eso es un cuerpo y no el de la Guardia Civil» o «dime cómo te llamas y te pido para Reyes». Yo viví indirectamente el tema piropos con R. cuando vivíamos en Chile, donde estaban mucho más a la orden del día que aquí, y ella los padecía: desde un andamio, desde un coche que pasaba, desde la otra acera… Y era francamente invasivo y desagradable. Me acordé de ello la vez que le escuché a la filóloga Isabel Carrera una reflexión sobre cómo la figura del flâneur, el paseante que deambula sin rumbo por la ciudad, mirando sin ser mirado, sólo puede ser masculina, porque un cuerpo femenino nunca pasa desapercibido. Con respecto a los piropos, supongo que puede no hacerse un mundo de ello, rechazarlo con tranquilidad y sin que nos quite el sueño mientras sea algo que vaya remitiendo, pero defenderlo con saña, hacer de ello una causa, llevar su defensa al Parlamento, solo puede venir de un partido malista como Vox.
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Estoy disfrutando mucho Globalistas, una historia del neoliberalismo escrita por Quinn Slobodian y publicada en España por Capitán Swing. Slobodian razona que el neoliberalismo era ya para sus padres intelectuales, no la reducción del Estado, que podía hasta reforzarse, sino su reorientación, pasando a ser su misión velar por el mantenimiento del libremercado. Los Hayek, Röpke, etcétera, eran perfectamente conscientes de la paradoja de que si no se planifica, si un Estado no vela por su puesta en marcha y su mantenimiento, el laissez faire no funciona, porque surgirán iniciativas espontáneas que lo embriden, que lo regulen, que le pongan obstáculos: lo natural es planificar en al menos algún grado. Hace falta, por ejemplo, un Estado fuerte que reprima a los sindicatos. Slobodian cita una carta de Wilhelm Röpke —uno de los padres del ordoliberalismo, exiliado del nazismo en su momento, defensor del Apartheid sudafricano más tarde— al jurista Marcel van Zeeland que ilustra todo esto muy bien:
«Es posible que, en mi opinión del «Estado fuerte» (le gouvernement qui gouverne), yo sea incluso «más fascista» [faschistischer] que usted, porque, de hecho, me gustaría que todas las decisiones de política económica se concentrasen en manos de un Estado totalmente independiente y vigoroso al que no debilite ninguna autoridad pluralista de tipo corporativista […]. Ansío que la fuerza del Estado estribe en la intensidad de sus políticas económicas, no en su amplitud. Cómo debe diseñarse la estructura jurídica constitucional de tal Estado es una cuestión para la que no tengo una propuesta patentada que ofrecer. Coincido con usted en que las viejas fórmulas de democracia parlamentaria han demostrado ser inútiles. La gente debe acostumbrarse al hecho de que existe también una democracia presidencial, autoritaria y, sí, incluso —horribile dictum [horrible de decir]— dictatorial».
Leo también un pasaje muy interesante sobre la nostalgia infantil que determinaba, vía idealización del mundo anterior a 1914, la ideología de los padres del neoliberalismo; pasaje que guardo a buen recaudo en mi archivo de citas sobre la nostalgia política. Escribe Slobodian que
«Los universalistas [neolibrerales descontentos con el consenso socialdemócrata de los treinta gloriosos no definían la integración [mundial neoliberal que deseaban] como una visión de futuro, sino como el regreso a un orden anterior. Röpke escribió: “[Es] una verdad fundamental, además de sencilla e incontrovertible, que la tarea que tenemos por delante es, de hecho, una reintegración, es decir, la recreación de una condición más feliz de las relaciones económicas europeas que ya existía en el pasado y que las tormentas de la crisis mundial llevan destruyendo de manera progresiva desde 1931”. Era necesario reconstituir la economía mundial, que hasta 1914 había sido unitaria. Solo se podía hablar de integración para referirse a una forma de regresar a esa edad de oro perdida. La creencia universalista concordaba con la etimología de la propia palabra. El significado de la palabra latina integratio no es la creación de una entidad nueva, sino la restauración de algo perdido. […]
La mayoría de los primeros neoliberales habían nacido a principios del siglo XX, así que durante el periodo anterior a la Gran Guerra estaban en los últimos coletazos de la infancia y entrando en la adolescencia. A menudo expresaban en términos elegíacos su vínculo afectivo con aquella época. Röpke comenzó uno de sus libros identificándose como perteneciente a “la generación que en su juventud vio el resplandor del atardecer de ese largo y glorioso día soleado del mundo occidental, que duró desde el Congreso de Viena hasta agosto de 1914, y del que no pueden albergar una concepción adecuada quienes no han vivido más que en la actual noche ártica de la historia”. La integración económica mundial era un objetivo ideológico y, al mismo tiempo, un paraíso infantil».
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Propone hoy la actriz Ana Milán un gobierno de coalición PP-PSOE, frente a «los extremos». «Los extremos», como si el mundo actual de cuyo consenso los supuestos no-extremos son defensores no fuera un «extremo» hecho realidad. Derribar el orden existente, decía Brecht, parece espantoso, pero lo existente no es ningún orden.
Viernes, 27/5/2022. Juan Álvarez: «Johann Cruyff, que adoraba el jogo bonito, cuando en el minuto 80 el partido estaba perdido se encomendaba a Julio Salinas como el pueblo que saca a la Virgen para que llueva después de meses de sequía. Y tal vez sea eso lo que necesitamos. Estamos jugando en un campo de aquellos del norte en los ochenta con barro hasta los tobillos y defensas con bigote y antecedentes penales, y creemos que lo hacemos en uno actual con buen drenaje y césped cortado como una moqueta».
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La vida, leo que decía Cioran, es una combinación de química y estupor. Qué definición tan magnífica.
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Descubro en el Observatorio de Palabras de la RAE (Observatorio de Palabras: qué cosa tan bonita, yo quisiera trabajar en uno) el siguiente neologismo, que me entusiasma: huérfilo, pensado para referirse a la persona que ha perdido a un hijo. A partir de ahora, lo voy a usar.
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Se pregunta Jorge Dioni: «Los tipos preocupados por el consentimiento, ¿qué vida sexual tienen?». Yo conozco a algunos y barrunto un perfil tipo: hombre adicto a la noche y el ligoteo que camina por un filo muy delgado entre el consentimiento y el no consentimiento; una zona gris muy estrecha consistente en no forzar a las mujeres, pero ser habilidoso para aprovechar guardias bajas y confusiones etílicas gracias a una buena labia. Probablemente nunca le pase nada, pero, en esa cuerda de funambulista, está a un leve resbalón de que le pase. Y por eso la ley del solo sí es sí le preocupa: porque, propiamente, nunca le dicen que sí, aunque tampoco le digan que no.
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La Asociación Nacional del Rifle celebra una convención tres días después de la masacre de diecinueve niños y dos adultos en una escuela primaria, y la celebra —como ya sucedió hace años, después de la masacre de Columbine, tras la cual mantuvieron una convención inminente en la vecina Denver— en el mismo estado en el que se produjo. El nivel de psicopatía de esta gente es para quedarse pasmado. Psicópatas precavidos, eso sí: han prohibido portar armas en la convención.
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Se celebra en Oviedo, en el Hotel Reconquista, un encuentro internacional de ultraderechistas y neofascistas. Gente como José Javier Esparza, Eduardo Arroyo, Enrique Refoyo, Juan Antonio Aguilar y colaboradores como el Institut Eliade, Revolutio u Okha, todos ellos de constatadísimas simpatías fascistas. Rodríguez, por contextualizar, es un tipo que fue expulsado del Frente Nacional francés por racista (ya hay que ser racista para que lo expulsen a uno del partido de Jean-Marie Le Pen). Pero La Nueva España cuenta la cosa así: «El evento, organizado por el influencer Davy Rodríguez, contará con la participación de varias personalidades académicas venidas de Francia, Portugal y otros puntos de España, los cuales protagonizarán una serie de coloquios y debates con la relevancia histórica de la batalla de Covadonga como tema central». No diga usted «neonazis con balcones a la calle»: diga «influencers», «personalidades académicas»… No se llama usted La Nueva España ni fue fundado por Falange en 1936 para ahora andar insultando a los herederos de la Legión Cóndor.
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Haciendo zapping, me da por pararme a ver un rato El gato al agua, de la antigua Intereconomía, hoy El Toro TV. Lo primero que me topo es a Marcelo Gullo clamando contra un «golpe de Estado planetario» en cuatro fases: 1) hacer abdicar a Benedicto XVI, 2) plandemia, 3) pucherazo contra Trump y 4) cargarse a Rusia. Después, Esparza entrevista y da publicidad a una banda llamada La Sinfonía del Uro, que hace musicales sobre historia cipotuda de España. Hicieron uno sobre Blas de Lezo (Invictus), ahora están con otro sobre los Tercios y ya amenazan con uno sobre Cortés. Se me acumulan las trospideces con las que llenar una segunda parte de Los nuevos odres.
Sábado, 28/5/2022. Limpiando mi estudio de Gijón para recolocar y reordenar los libros que dejo aquí tras llevarme los restantes a la casa nueva en León, acometo la tarea de relustrar un estante que llevaba años sin tocar, y donde se ha acumulado una gruesa capa de polvo, que no desmerece la que recubre el mobiliario de una casa completamente abandonada. La tiniebla de un pensamiento lóbrego recorre, entonces, el cielo de mi cabeza. Si me esfumara, y nadie viniera a limpiar en un lustro y medio, este estante con cedés, guías turísticas de viajes pasados, una catedral de León impresa por mi padre con su impresora 3D, un sencillo cuadrito de un árbol solitario en medio de un paisaje desértico pintado por mi prima L., estudiante de Bellas Artes, y una manzana de piedra que nos regaló mi abuela, se vería exactamente así. En este polvo intocado, en esta esquina de muerte y abandono dentro de una casa viva, vengo a ver un memento mori; una premonición inquietante de mi propia desaparición.
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Clama Jorge Buxadé que «Sánchez ha hablado con Gates sobre vacunación global obligatoria, dependencia energética, fanatismo climático y hamburguesas sintéticas, aderezado con un poco de planificación familiar. Todo en orden en el globalismo». Conspiranoias que parecen diseñadas con el predictor de Google. Clamar que Sánchez ha hablado con Gates sobre los fichajes del Sporting, la retirada del Frigopié y el rejuvenecimiento vaginal, aderezado con un poco de fomento de la electrocumbia, no sonaría menos ridículo. Todo en orden en las cabezas averiadas del neofascismo.
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Jónatham Moriche: «Si te emocionan más los campos de reconcentración de Weyler y el gas mostaza de Berenguer que el fandango de Soler y el nobel de Cajal, igual no eres un patriota, sino un depravado».
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Impresionado por este poemita de Alejandra Pizarnik:
El OLVIDO
en la otra orilla de la noche
el amor es posible
—llévame—
llévame entre las dulces sustancias
que mueren cada día en tu memoria
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David Simon: «Ya no se trata de que a la gente no le interese la verdad. No es solo eso. Se ha producido una segunda evolución, fruto de un periodismo que ya no quiere vigilar, sino vender: la gente no quiere información sobre lo que está ocurriendo, la gente quiere una confirmación de lo que piensa. El periodismo se ha convertido en una especie de Netflix: queremos realidades a la carta. Oiga, puede que en el fondo sepa que no había armas de destrucción masiva en Irak, pero, por favor, escríbame algo que justifique mi apoyo al Partido Republicano. Yo no quiero periódicos que me hagan sentir mal, quiero historias que me reconcilien con mis valores».
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Cuenta hoy Inaciu Galán una historia curiosa: Carmen Polo se expresaba a veces en asturiano. Lo recoge una crónica de 1966 que cuenta su visita a una exposición del artista asturiano Paulino Vicente en el Círculo de Bellas Artes de Madrid. Polo camina viendo las obras del pintor y ante el titulado De endecha, después de oír al artista, doña Carmen comenta (y el periódico lo cita así): «El neñu está muy guapu».
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Daniel R. Cao: «O puto Madrid é un pouco o PSOE do fútbol. Ten un pouco de dereitoso, un pouco de popular, sempre que parece morto aparece para dar por saco e a todos nos da pía pero sempre estamos atentos ao que fai».
Domingo, 29/5/2022. Las elecciones andaluzas serán un buen test del efecto Feijóo; uno mucho más certero que las de Castilla y León, porque Moreno Bonilla replica el feijoísmo (personalismo, retórica centrista, regionalismo vistoso pero vacuo, ser alguien que votó o bien pudo votar a Felipe González…) mucho mejor que Mañueco. De momento, las encuestas predicen que arrasa.
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Una historia que resume la vesania de un modelo: en Estados Unidos, los padres de un niño fallecido desean donar sus órganos, pero no pueden hacerlo, porque su seguro se niega a pagar por mantener el cuerpo vivo para conservarlos, y se les pide 3150 dólares por hacerlo.
Lunes, 30/5/2022. Francisco Umbral: «La primera niñez, la época que perdemos de nuestra vida, de la que nunca sabemos nada, sólo se recupera con el hijo, con él vuelve a vivirse. Gracias al hijo podemos asistir a nuestra propia infancia, a nuestro propio nacimiento, y yo me veía a mí mismo, por fin, en el revés del tiempo».
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En Colombia, la segunda vuelta de las presidenciales enfrentará a un templado socialdemócrata, Gustavo Petro, y a un tipo, Rodolfo Hernández, que se declara «seguidor de un gran pensador alemán que se llama Adolfo Hitler» y propone regalar cocaína a la gente (pese a lo cual no me cabe duda de que Vargas Llosa lo apoyará). Como dice X. López, un buen resumen del Zeitgeist político.
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Cuenta Quinn Slobodian al final de Globalistas que
«En 1977, […] el GATT se trasladó a un edificio al que se rebautizó como Centro William Rappard, en recuerdo del empresario del movimiento intelectual neoliberal del Instituto Universitario de Altos Estudios Internacionales de las décadas de 1930 y 1940, cuya adinerada familia había donado el terreno en un principio. Una de las primeras actividades de los nuevos ocupantes fue quitar y cubrir los murales y azulejos que habían decorado el edificio cuando albergaba la sede de la Organización Internacional del Trabajo (OIT). Enrollado y escondido en la caseta de un jardinero había un mural de Dean Cornwell, donado en 1956 por la American Federation of Labor (Federación Estadounidense del Trabajo), en el que aparecían secretarias ante paredes de catálogos de fichas, brass brands y maestras de escuela primaria flanqueando la imagen central de un trabajador que iba con el torso desnudo y ataviado con un delantal de herrero y grilletes rotos colgándole de las muñecas. Ocultos bajo los paneles de pared de lino había murales de Gustave-Louis Jaulme, encargados por la OIT en 1939, en los que salían figuras que se paseaban vestidas con prendas sueltas y llevando hojas de palma, que recogían fruta y se relajaban bajo el emparrado. También se borró una obra de azulejos de Delft, donados en 1926 por los sindicatos holandeses, en la que aparecía, traducido a cuatro idiomas, el fragmento del Tratado de Versalles sobre la dignidad del trabajo, que rodeaba a un estilizado trabajador vestido de rojo que se afanaba erigiendo los pilares del orden mundial tras la guerra. Dando muestras de la racialización de la visión alternativa del orden económico mundial que se había reemplazado, Pascal Lamy, director general de la OMC, bromeó más tarde sobre la eliminación de aquellas obras de arte: “Es un poco como tomarles el relevo a unos inmigrantes en una vivienda de protección social”».

Pablo Batalla Cueto (Gijón, 1987) es licenciado en historia y máster en gestión del patrimonio histórico-artístico por la Universidad de Salamanca, pero ha venido desempeñándose como periodista y corrector de estilo. Ha sido o es colaborador de los periódicos y revistas Asturias24, La Voz de Asturias, Atlántica XXII, Neville, Crítica.cl, La Soga, Nortes, LaU, La Marea, CTXT y Público; dirige desde 2013 A Quemarropa, periódico oficial de la Semana Negra de Gijón, y desde 2018 es coordinador de EL CUADERNO. Ha publicado los libros Si cantara el gallo rojo: biografía social de Jesús Montes Estrada, ‘Churruca’ (2017), La virtud en la montaña: vindicación de un alpinismo lento, ilustrado y anticapitalista (2019) y Los nuevos odres del nacionalismo español (2021).
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