El runrún interior

El runrún interior (56)

Pablo Batalla Cueto registra en su dietario pensamientos propios y notas de libros leídos y cosas vistas en Internet, escribiendo sobre el derribo, en Teruel, de la estatua del Torico o el recuerdo de un profesor del instituto.

/ por Pablo Batalla Cueto /

El runrún interior (55)

Martes, 21/6/2022. Se pregunta el tuitero Sumiciu si Asturias tendrá una evolución social asemejada a la de Andalucía: una sociedad industrial tendente a la izquierda que pasa a ser una postindustrial de derechas. A su juicio —y al mío—, Gijón —cada vez más conservadora— está claramente en esa transición, que también es mi opinión que está ocurriendo al nivel de Asturias. La ralentiza el hecho de que tengamos la derecha más inepta del hemisferio occidental, pero el triunfo arrollador de Álvarez-Cascos en 2011 ya dio un aviso de que podría emular a Moreno Bonilla a poco habilidosa que fuera. Y no quiero dar ideas, pero hay una serie de fenómenos que no le costaría nada instrumentalizar, desde la ira del Suroccidente por su abandono hasta la de los ganaderos con la cuestión del lobo, pasando por las que ha despertado, en Gijón, una política de peatonalizaciones llevada a cabo con torpeza.

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Leo que, según un nuevo estudio, los bebés de ocho meses son capaces de comprender la moralidad y buscan el castigo de quienes se saltan las reglas, lo que sugeriría la existencia de una «gramática moral universal» innata. Curioso.

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Hay una escena de la que me acuerdo con cierta frecuencia: aquella manifestación, en Barcelona, de Societat Civil Catalana que terminó con una masa de nacionalistas españoles exaltados escuchando a Vargas Llosa clamar contra el nacionalismo y a Josep Borrell diciéndoles en catalán que no fueran como las turbas del circo romano. Me parece que compendia in a nutshell, que dicen en Estados Unidos, lo que fue Ciudadanos (ya se puede hablar en pasado), con independencia de que sus protagonistas no pertenecieran a ese partido: una alianza o, por mejor decir, una pasarela entre lo que José García Domínguez llamara «socialdemocracia otoñal» y la primavera ultraderechista. Borrell y el discurso allí de Vargas Llosa representan bien lo primero: cierto cosmpolitismo misántropo, déspota ilustrado, alérgico para bien y para mal a las cosas de masas, incluidas las efusiones nacionalistas. El que fue característico de los antiguos izquierdistas, a veces revolucionarios, que fundaron Ciudadanos: los Azúa, Espada, Girauta, etcétera. Lo que sabemos hoy, por si no estuviera claro ya entonces, es que aquello era solo una manera de salir del armario en dirección a lo segundo. Mi querido Antonio García Santesmases se acuerda siempre con gracia de otra estampa elocuente: Francesc de Carreras citando en prensa una cita de Hannah Arendt contra el nacionalismo y el sentimiento de pertenencia a un colectivo no mucho tiempo antes de que se lo viera aplaudir entusiasmado a Marta Sánchez y su himno de España en un mitin de Ciudadanos.

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La imputación (sospechosa cuando menos: no sería la primera prevaricación emprendida contra la izquierda) y dimisión de Mònica Oltra pone otro clavo en nuestro ataúd. Sensación, salvando obvias distancias, como de febrero y marzo del treinta y nueve. Final inminente, un enemigo diabólico avanzando posiciones con comodidad, las instituciones de la resistencia existiendo ya tan solo fantasmalmente, las tropas desmoralizadas y los dirigentes pensando ya poco más que en qué barco escapar.


Miércoles, 22/6/2022. Termino El vaso medio lleno, el libro de aforismos de Enrique García-Máiquez, uno de esos reaccionarios lúcidos a los que me gusta leer. En sus últimas páginas, me han gustado especialmente estos:

«El segundero tiene una función cualitativa. No corre para contar el tiempo, sino para señalar su condición huidiza. En toda la cara de las hieráticas horas y del minutero meticuloso».

«El tiempo es el espacio del alma».

«El tonto con prestigio deslumbra hasta a los medio listos».

«Cuando sabes que eres tonto, no lo eres».

«DEFINICIÓN DE CABALLERO. El que se disculpa cuando te hiere y te disculpa cuando lo hieres».

«El mejor antídoto del machismo no es la repulsa de la virilidad, sino su exacerbación: la caballerosidad».

«El dragón crea al caballero que lo derrota».

«El trabajo del crítico consiste en poner en negrita las entrelíneas».

«Leer es centrífugo: si el libro es malo, quieres huir; si es bueno, lanzarte a vivir más y mejor».

«Un hombre (o mujer) bajo una sombrilla en la playa leyendo un buen ensayo (o una novela o un poemario) muy bien puede estar librando un combate cuerpo a cuerpo por la civilización occidental».

«La zona cero de la escritura no es el silencio, sino la obviedad».

«La madurez de un libro no es aquella con la que lo has escrito, sino la que te ha dejado haberlo escrito».

«Un poema es un tráiler trepidante de la vida».

«EXACTITUD. En poesía, una hipérbole no es jamás una exageración».

«¿Qué pensarían los compañeros de armas de Garcilaso de sus poemas?».

«Quién pudiese imitar (en el aula, en la literatura y en la vida) a esos profesores experimentados que imponen el más expectante silencio en el aula por el sabio método de ir bajando lentamente le volumen de su voz».

«Los protagonistas de las novelas distópicas no saben que viven en el futuro; y nosotros tampoco lo sabemos».

«Menos buenos sentimientos y más buenos modales».

«Una vieja costumbre heredada es una finca de muchas hectáreas en el tiempo».

«POSTMODERNIDAD. Que la amenaza sea “líquida” no significa que sea leve. Lo sabe cualquier náufrago».

«O la tolerancia es una vía de doble sentido o es un callejón sin salida».

«¿Recordáis cuando aún había que hacer algún pequeño esfuerzo para epatar al progre?».

«Los que dicen que no queda nada que conservar, ¿qué tienen en sus casas?».

«Los aburridos, los envidiosos, los infelices, los rencorosos, los taimados, los intranquilos y los ambiciosos no pueden ser conservadores».

«La otra mitad del deber de un conservador es crear cosas que merezcan ser conservadas».

«LA QUEJA DEL CONSERVADOR. El reaccionario no baja a defender».

«En un ajedrez republicano solo ganaría quien consiguiese la total destrucción del adversario. La debilidad del rey nos protege».

«Cuando la chimenea alcanza su madurez, ya no hay que construir una pirámide de ramitas ni colocar la leña. Basta echar de lejos muy de vez en cuando un tronco despreocupado de cualquier manera».

«Si los troncos están secos por dentro, no importa que la lluvia los haya mojado mucho. Si los troncos están verdes, no sirve de nada que estén secos. Se arde desde el interior».

«Hablar de chimeneas también calienta».


Jueves, 23/6/2022. Una viñeta genial de Chumy Chúmez. Un periodista pregunta a una suerte de ángel femenino: «¿Para qué sirve la libertad?». Le responde el ángel: «Para que puedas decir sin miedo que la echas de menos».

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En Teruel se ha caído (lo han tirado al amarrarle una sogas en los ensayos de un evento taurino) el célebre Torico. Están restaurándolo, y han descubierto que está hecho de una aleación que no existía en 1854, fecha de la talla de esta pequeña escultura de un toro bravo. ¿Marcianos? No; algo mucho más prosaico: la picaresca española. En la guerra civil, lo había custodiado una familia de la que ahora se deduce que pegó el cambiazo. Se quedó con el Torico bueno y lo que devolvió fue una réplica. El tiempo, ese criminólogo implacable…

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Mis amigos de És País Valencià, una asociación valencianista de corte progresista, cosechan sus primeros éxitos con una campaña titulada #NoFinanciesElOdio, basada en la estadounidense Sleeping Giants. La cosa es sencilla: consiste en enviar cataratas de e-mails y menciones en redes sociales a grandes anunciantes de medios de comunicación ultraderechistas, haciéndoles notar —lo que muchas veces, debido a que es el resultado de una fría asignación algorítmica, no saben— que sus banners acompañan a contenidos xenófobos, racistas, machistas, homófobos, etcétera, y demandándoles que los retiren, lo que no suelen tener mayor problema en hacer a fin de evitar una campaña de desprestigio en redes. Se trata de ahogar a estos libelos por vía de jibarizar sus ingresos. El primer objetivo ha sido Mediterráneo Digital, el más infame de los panfletos fascistas españoles, y la cosa ha surtido efecto: el diario ha ido perdiendo anunciantes, de Oral B a la Consejería de Turismo del Principado de Asturias, pasando por Volkswagen, y, con el agua al cuello, acaba de lanzar una campaña desesperada de suscripciones. Pero, además de ello, han iniciado una campaña de difamación contra Kilian Cuerda, el impulsor de la iniciativa, de quien han colgado en la web su foto y sus datos, incluido el instituto en el que trabaja, llamando claramente a sus hordas escuadristas a acosarlo y amedrentarlo.

A Kilian, esto no le quita el sueño (a mí me lo quitaría); se lo toma, de hecho, con humor y orgullo, satisfecho por el éxito de la campaña. Conocí —bueno, desvirtualicé— a Kilian hace unos meses, en Valencia, donde me acogió muy generosamente en su casa, con motivo de la presentación de mis Odres en la ciudad. Descubrí, no solo a un profesor de historia de una cultura vasta y voraz, sino a un activista en el sentido más noble y pleno de la palabra: una persona activa, laboriosa, incansable en la búsqueda, el aprendizaje y la puesta en práctica de nuevas formas de lucha popular y antifascista, que me hablaba con refrescante pasión de sus lecturas sobre las desarrolladas en Estados Unidos, y me contaba como él y los suyos las ponían en práctica a la escala local, en luchas valencianas, barriales y ciudadanas, por la conquista y defensa de lo público.

Kilian milita en el PSOE; en la corriente crítica Izquierda Socialista, para más señas. Y recuerdo escucharle con sumo interés, pero también avergonzado, sintiéndome farsante de pronto; parte predilecta de esa gauche divagante y encantada de conocerse, cuyas insurrecciones nunca sobrepasan el quicio de la puerta del salón en el que las imagina como una tarde gloriosa y sublime, en vez de como cotidiano y trabajoso taladrar tablas duras. Me digo o me siento parte de una izquierda revolucionaria, pero he sido perezoso para la militancia activa; para el fárrago de las asambleas, la dedicación anónima, el trabajo colectivo, la ingrata fontanería no firmada de la emancipación. Pesimista también, apenas me he implicado verdaderamente en ninguna lucha real, más allá de acudir a las manifestaciones de rigor. Mis artículos, mis libros, mis charlas han sido mi excusa; he dicho y me he dicho que mi militancia, mi contribución a la causa, era esa. Pero en el fondo he sabido siempre —y aquellos días, en Valencia, me hice dolorosamente consciente de ello— que enfrente del tribunal del mérito rebelde no tengo nada que hacer frente a los Kilian; a estos reformistas humildes que, en vez de arrellanarse en el sillón a esperar la tarde gloriosa, o pretender propiciarla con «manifiestos, artículos, comentarios, discursos, humaredas perdidas, neblinas estampadas», se afanan, hacen, obran, se remangan, sumergen las manos en el barro y la harina de los días, celebran cada parcela grande o pequeña de libertad roturada. Kilian no acabará con el fascismo con su iniciativa, pero al menos aporta su granito de arena verdadero, una valentía auténtica. Da la cara como yo no la doy en realidad, toma partido hasta mancharse como, en realidad, yo no lo tomo. Lo que le mundo tiene de justo y vivible, que no es mucho, pero no es poco, debe mucho, muchísimo más a los Kilian que a los Pablo. Benditos sean.


Viernes, 24/6/2022. Germán Huici: «El dolor se olvida, pero el miedo dura. El miedo es el resto del dolor. Su deuda».

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Publica hoy El País una entrevista con Anita Álvarez, nadadora estadounidense, que se desmayó en el agua durante un ejercicio de natación sincronizada, y a la que su entrenadora tuvo que lanzarse al agua a rescatar. Hay en ella pasajes que la convierten en algo así como un microtratado existencialista. Comenta, por ejemplo, Álvarez lo siguiente: «Como en cualquier deporte, forzamos nuestro cuerpo hacia el límite y a veces lo traspasamos un poquito. La gente no se da cuenta porque se puntúa una imagen de armonía y felicidad. Sonreímos con maquillaje. Esas pequeñas cosas esconden lo tremendamente exigente que es esto. Cuando acaban los entrenamientos sentimos que nos morimos. No nos podemos ni mover. La gente no imagina lo frecuentes que son estos desfallecimientos».

En otro momento, preguntan a la nadadora si se dio cuenta de que estaba llegando a su límite. Responde:

«No. Solo sentí que estaba dejando todo en la piscina. En la última figura, donde tengo que despedirme levantando un brazo me recuerdo pensando: “¡Empuja ese brazo! ¡No abandones ahora! ¡Dalo todo hasta el último segundo!». En el pasado he sentido que me desvanecía. Esta vez creo que estaba muy conectada mentalmente, tan metida en mi papel, viviendo el momento tan intensamente, que estaba realmente disfrutando de mi actuación. Seguí, seguí… A veces no sientes dolor hasta que paras. Es como el atletismo. Me gusta correr. A veces estás corriendo y en el instante que paras es cuando sientes el golpe. En esta rutina me encontraba genial, tan cansada como siempre pero disfrutando. Y cuando sentí que por fin podía permitirme relajarme fue cuando todo se volvió negro. No recuerdo nada más».

A la vista de las sobrecogedoras, y a la vez hermosas, fotos de lo sucedido, comenta: «Verme ahí abajo en el agua, tan en paz, tan en silencio, y ver a Andrea bajando con su brazo extendido intentando alcanzarme como una superheroína… A veces el lugar más pacífico de la tierra está bajo el agua: cuando te sientas en el fondo de la piscina en silencio. Sientes que no pesas, estás contigo misma. Me encanta. A veces necesito ese momento. Y en las fotos parece todo muy natural, aunque coger a una persona del fondo de una piscina y levantarla a la superficie es muy difícil».

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Anuncios del capitalismo tardío. El País: «Leer sin límites es poder ver todos los artículos sobre las violencias machistas». Me quedo tan a cuadros como el código QR que lo acompaña.

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Anda la carcunda poniendo el grito en el cielo por la representación de una pareja lésbica con un hijo en la película Lightyear, de Pixar. «¡Pero es que nadie va a pensar en los niños?», etcétera. Comenta Roy Galán: «Había visto sirenas, bestias, cangrejos y tazas que hablan, pero jamás a mi familia».

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Terremoto mundial con epicentro en Estados Unidos: el Tribunal Supremo de allá deroga Roe vs Wade, la decisión legal que entronizó en los setenta el derecho constitucional al aborto. La legislación al respecto corresponde ahora a los estados y eso significará una prohibición total de la interrupción voluntaria del embarazo en alrededor de la mitad. Seguir la actualidad de Estados Unidos en los últimos años es como asistir al descalabro del Hindenburg; contemplar un gigante fastuoso a la deriva, descontrolado, precipitándose cada vez más rápido hacia el descalabro en forma del estallido furioso de un horror sublime y atroz.

La conclusión pesimista de la derogación de Roe vs Wade es que ningún derecho, ninguna conquista emancipatoria, es irreversible. La optimista, que nunca se revierte a la situación anterior a su logro: la lucha es más natural y vigorosa cuando hay memoria de que la utopía concreta que se persigue fue posible un día y durante mucho tiempo, y nos fue arrebatada. Como cuando se olvida una lengua, pero se recupera rápidamente en cuanto uno vuelve a ponerse a aprenderla, porque había permanecido agazapada en los sotabancos de la memoria, en la historia, para bien y para mal, y como decía Benjamin, nada de lo que una vez sucedió puede darse nunca por perdido. En ese sentido no literal, las conquistas sí son irreversibles.

La cosa, sea como sea, es terrible. Y el juez Clarence Thomas ya avisa de que el Alto Tribunal no se va a detener aquí, sino que ya tiene puesto el punto de mira en Grisowld vs Connecticut (anticonceptivos), Lawrence vs Texas (relaciones homosexuales) y Obergefell vs Hodges (matrimonio homosexual). La organización terrorista conocida como Partido Republicano va con todo y a por todo. Y sabido es que cuando Estados Unidos estornuda, el resto del mundo se constipa. Como explica Jónatham Moriche, «el localismo político es intelectual y estratégicamente catastrófico. Hace mucho que, como dijo Arendt, todos somos vecinos de todos. Si se asalta el Capitolio en Washington, el Congreso en Madrid corre peligro; si se prohibe el aborto en Utah, el aborto en Soria corre peligro».

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La yegua está postrada desde hace horas en el suelo de la cuadra, incapaz de levantarse: las patas —artríticas— resbalan en el suelo de hormigón y la tumban cuando lo intenta. Entre cuatro, arrastramos penosamente, con cuerdas amarradas a las delanteras (antes hemos intentado empujarla manualmente, en vano), su media tonelada de peso fuera de la caballeriza, al prado, donde sí tiene tracción para alzarse. Entretanto, me fijo en sus ojos. En realidad, se fijan ellos en mí. Me miran y me hacen mirarlos. Y me sobrecogen hasta el extremo de no poder sostenerles mucho tiempo la mirada. Enrojecidos, en ellos veo relumbrar lo que, por una parte, es indubitablemente miedo, y por otra me parece —tal vez humanizándolos, pero la impresión es vigorosa— una tristeza inmensa, con un punto, también, de la vergüenza del humillado, del desvalido. ¿No son estos los ingredientes de la receta de la vejez; del estado de ánimo propio de los ancianos, enfrentados a la proximidad sabida del final? La imagen se me queda pegada en las meninges para el resto del día. Siento haberme asomado a un abismo; a una hendedura abierta al subsuelo inmemorial, horripilante, intacto, de la existencia.

Por la mañana, he sorprendido a una de las gatas de la siguiente guisa: mordiendo delicadamente una esquina de la manta que recubre una butaca mientras amasa esta con las patitas. Alguna vez leí —pero nunca había visto hacerlo a esta gata— que es un reflejo de la infancia; de cuando los gatos mamaban, y amasaban las tetillas de su madre para hacer manar la leche. La gata a la que me refiero no es anciana, pero tampoco ya joven: unos seis años, lo que, proporcionalmente, son unos cuarenta años humanos. ¿Tienen los gatos crisis de mediana edad?, me pregunto viéndola. ¿En el vértigo de la cumbre de una vida que, a partir de ahí, empieza su cuesta abajo añoran la infancia; la tibieza nutricia, protectora, de la madre; la despreocupación dichosa de la niñez ya distante? Los gatos, ¿son como nosotros? ¿O más bien somos nosotros como los gatos, como las yeguas: bestias desamparadas, aterradas por el enigma de su propia fragilidad?


Sábado, 25/6/2022. Los reaccionarios no son lo que permanece sólido en la sociedad líquida, lo que se resiste a su licuefacción, sino sus cálculos renales, sus coágulos, sus calcificaciones. Nacen del flujo —de su enfermedad, de su negligencia—, no son padres —enfermos, negligentes— de él.


Domingo, 26/6/2022. F., uno de mis amigos de Gijón, tiene una pareja chilena, G. Se conocieron en Madrid, donde ambos vivían, y donde yo conocí a mi vez a G. hace unos meses, cuando me acogieron en su piso de Lavapiés los días que estuve allá para presentar mi libro. Ahora, hartos de los variopintos estreses de la capital (desde el laboral hasta el climático), han decidido instalarse en Gijón, en un piso de la abuela de F. Llevan una semana en la ciudad. Hoy he vuelto a verlos en una parrillada organizada por nuestro común amigo C. Y he vuelto a notar algo en lo que ya me fijé en Madrid. G. no lleva mucho tiempo en España, y todavía está en proceso de familiarizarse con las cosas de acá. En consecuencia, casi en cada conversación, F. debe desplegar para ella una suerte de notas al pie habladas que le expliquen nuestros más elementales sobreentendidos españoles. Geografía, historia, costumbres, referencias de la cultura popular, argot… ¿Quién era Chiquito de la Calzada? ¿Qué es la matachana? ¿Cómo fue el gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero? Ella, claro, hace lo propio para él con las cosas chilenas. Y a mí me resulta curioso y enternecedor este ser de otra persona la pareja y el traductor; iniciar una relación, no solo trazando para el otro el mapa y el diccionario íntimos, sino también los literales, el puro y duro Mapa Topográfico Nacional. A ambos se les ve apreciar en esto, no una tarea tediosa, sino una placentera; no la superación de un obstáculo al entretejimiento de su afecto, sino un acicate del mismo; la feliz ocasión de verse devueltos a la ignorancia radiante de la infancia; a la condición de niños que descubren el mundo; que preguntan, curiosos, los nombres y el manual de instrucciones de las cosas.


Lunes, 27/6/2022. Hoy recuerda Héctor Gómez Navarro, en Facebook, a un profesor que le dio clase en el Instituto Jovellanos, donde también me la dio a mí: don Francisco de Caso. Recuerda de él exactamente lo que yo recuerdo: un tipo muy de derechas, pero un profesor extraordinario. Cuenta Héctor que

«Para su asignatura tuve que hacer un trabajo y elegí un tema que me preocupaba: el fascismo. Lo hice sin fingir ideas que no tenía, hablando claro sobre mis posiciones. Cuando se lo entregué, tuvimos una larga charla al respecto. Una charla, para mí, sorprendente e iluminadora. Por un lado, había leído mi trabajo con mucha atención, algo a lo que yo no estaba acostumbrado en mi anterior centro educativo. Por otro, que expresó su acuerdo conmigo al estar preocupado por una de las principales características del fascismo: la falta de respeto al principio de que el espacio público es de todos, no solo de la parte de la sociedad que se encuentre en el poder. Disentimos en otras cuestiones, pero el hecho de que él reflexionase sobre nuestros desacuerdos y examinase sus propias certezas a la luz de la opinión de un muchachito menor de edad fue la lección que guardo con más admiración y cariño».

Evoca también que

«Mi profesor, como era de historia, opinaba con frecuencia sobre la actualidad y vinculaba los hechos presentes con los pasados. Con frecuencia no estaba yo de acuerdo con sus opiniones, pero siempre con sus actos: él se preocupaba siempre de que todos sus estudiantes tuviésemos nuestros derechos respetados. Con conflictos, con disensos, pero en su clase había siempre un ambiente de sano intercambio basado en la razón y el espíritu del diálogo, que no es aceptar lo que el otro dice sino escucharlo con buena fe y disposición a enriquecerse con el pensamiento ajeno».

Héctor es algo mayor que yo. Pero el Caso que yo conocí coincide con su semblanza: la de un maestro paradójico que, en realidad, no lo era tanto. Conservador, clásico, estricto: le recuerdo exigiéndonos el primer día que le lamáramos don Francisco y le tratáramos de usted («yo no soy vuestro tío Braulio, sino vuestro profesor»), dictándonos la lección, llamándonos por turno al estrado para recitarla o comentándonos, hecho un basilisco, que había sorprendido a dos alumnos besándose en el pasillo o visto un cartel que decía «el amor no es la ostia», que le había indignado por grosero y por lo que tenía de ataque subrepticio a la Iglesia (el amor no es la ostia… consagrada). Cosas así. Pero también el respeto exquisito por el alumno y el afán dialogante, de un diálogo no horizontal, pero no autoritario, que Héctor evoca. E incluso un punto teatrero y bromista: un día descubrimos con sorpresa que una de sus aficiones privadas era la magia, y hasta organizaba pequeños espectáculos.

El trabajo que Héctor hizo sobre el fascismo, yo lo hice sobre Víctor Jara. Acababa de leer El grito silenciado, las memorias de Joan Jara, y también escribí una cosa ideológicamente inflamada, de adolescente bolchevique. Se lo entregué con un cierto miedo de que le indignase, pero ocurrió todo lo contrario: me comentó lo que le parecía con sumo respeto y me puso una nota alta. Le recuerdo, también, preguntándome con genuino interés por qué un chico de mi edad escuchaba a Víctor Jara; qué significaba para mí. Tengo asimismo el recuerdo de que en un examen nos cayera el comunismo; enumerar sus características, y de que yo respondí prolijamente pero con las cosas aprendidas, no en sus clases, sino en la Juventud Comunista: centralismo democrático, crítica y autocrítica, etcétera. En este caso, me hizo un comentario pormenorizado y muy crítico: el centralismo era centralista, pero de democrático no tenía nada; los procesos de crítica y autocrítica eran una farsa siniestra, etcétera, etcétera. Pero, a la vez, me puso la nota máxima: sabía que me sabía el tema al margen de mi forma propagandística de recitarlo; que, por debajo de aquella envoltura de cuadernillo de educación popular de Marta Harnecker, había un conocimiento riguroso de la materia.

Yo, a diferencia de Héctor, tímido como soy, nunca me he atrevido a saludarle cuando me lo he cruzado por la calle, aunque me gustaría hacerlo y decirle que es uno de los dos o tres mejores profesores que he tenido, y que sus clases me influyeron mucho a la hora de decidirme a estudiar historia. Quizás lea esto por algún azar; quizás se lo pase alguien. Me encantaría que fuera así.

El runrún interior (57)


Pablo Batalla Cueto (Gijón, 1987) es licenciado en historia y máster en gestión del patrimonio histórico-artístico por la Universidad de Salamanca, pero ha venido desempeñándose como periodista y corrector de estilo. Ha sido o es colaborador de los periódicos y revistas Asturias24, La Voz de Asturias, Atlántica XXII, NevilleCrítica.cl, La Soga, Nortes, LaU, La Marea, CTXT y Público; dirige desde 2013 A Quemarropa, periódico oficial de la Semana Negra de Gijón, y desde 2018 es coordinador de EL CUADERNO. Ha publicado los libros Si cantara el gallo rojo: biografía social de Jesús Montes Estrada, ‘Churruca’ (2017), La virtud en la montaña: vindicación de un alpinismo lento, ilustrado y anticapitalista (2019) y Los nuevos odres del nacionalismo español (2021).

3 comments on “El runrún interior (56)

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  2. Ese runrún siempre tan inspirador…Gracias por exteriorizarlo.

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