Escuchar y no callar

Ilusión

Miguel de la Guardia escribe sobre el deber de ilusionar de los políticos: «se equivocan completamente», escribe, «quienes acuden al voto del miedo o basan su estrategia política en la crítica feroz al resto de los partidos».

/ Escuchar y no callar / Miguel de la Guardia /

Sostengo que la ilusión, y no otras expectativas de tipo económico o afectivo, es lo que determina nuestra perseverancia en una tarea, lo que nos impulsa a votar una determinada opción o a mantener una relación personal a lo largo del tiempo.

Pocas veces un interés crematístico impulsa al votante a apoyar una opción política concreta, entendiendo ese interés económico como el basado en la reducción de un determinado impuesto, como podría ser el de sociedades o el de transmisión de bienes patrimoniales; o, en el peor de los casos, como alternativa para mantener un subsidio creado por un partido con la descarada intención de fidelizar su voto. Por otra parte, la simple afectividad ciega, a una persona o unas siglas, escasamente puede superar la prueba del desgaste cotidiano o la traición sistemática a los principios que se dice defender.

Aunque la economía y el amor sean los móviles más habituales de muchos crímenes, creo que es nuestra propia ilusión en las personas, las ideas, las tareas que realizamos y los partidos políticos y sus proyectos, lo que nos impulsa a mantener una relación personal, a elegir una determinada opción política o a sentirnos involucrados en un proyecto.

El tedio, que no la muerte, es lo que acaba con muchos matrimonios y el desánimo de los trabajadores es lo que hace que con el tiempo sueñen con la jubilación. En ambos casos lo que faltó fue aquella ilusión primera y solo los que la conservan siguen despertando felices al lado de la persona amada o acudiendo pletóricos de energía a su trabajo.

En cuanto a las elecciones, se equivocan completamente quienes acuden al voto del miedo o basan su estrategia política en la crítica feroz al resto de los partidos. No confíen en que exacerbar los defectos de los demás pueda incrementar el valor de su propia persona u opción política. En todo caso, conseguirán potenciar la abstención y el desánimo de los electores. Tome las riendas de la resolución de los problemas el partido, o partidos, que estén en el poder y mejoren sus aptitudes pedagógicas para transmitir las razones de sus decisiones a los electores, todo ello desde una exquisita ejemplaridad de sus conductas, y sean propositivos los partidos de la oposición, aportando su crítica constructiva sobre las decisiones del gobierno y elaborando alternativas en los casos en que disientan. Estoy convencido de que en un país en el que el sistema de enseñanza se extiende obligatoriamente hasta los dieciséis años no se puede pretender que el electorado trague cualquier mentira y confío en que las declaraciones vacías que se enfrentan tozudamente con la realidad no sirvan de reclamo electoral. No me sirve de nada que se cacaree una y otra vez que se defiende a la gente, a los trabajadores, los autónomos y las clases medias mientras se tolera una inflación galopante y se derrochan los impuestos pagados por los ciudadanos en gastos suntuarios, propios de la peor de las castas arribistas, se engorda el gasto corriente de la administración nombrando asesores innecesarios y manteniendo estructuras vacías de contenidos y se reparten subvenciones a los correligionarios. Tampoco creo que una oposición que simplemente critica todo sin matices y sin ofrecer alternativas, sea capaz de devolver la ilusión a su propio electorado y, menos aún, atraer a sus siglas el voto de los descontentos con la acción de gobierno. Propuestas sensatas y pedagogía deberían ser las características de cualquier formación política. Lo otro, esperar la adhesión de los votantes a unas siglas es propio de un país de súbditos, no de ciudadanos, y harían bien los partidos en deshacerse de demagogos e intolerantes y elaborar sus listas de candidatos con personas de reconocida solvencia profesional y honestidad, animadas de un profundo deseo de servir a los demás y con un arraigado sentido autocrítico.


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Miguel de la Guardia es catedrático de química analítica en la Universitat de València desde 1991. Ha publicado más de 700 trabajos en revistas y tiene un índice H de 77 según Google Scholar y libros sobre green analytical chemistry, calidad del aire, análisis de alimentos y smart materials. Ha dirigido 35 tesis doctorales y es editor jefe de Microchemical Journal, miembro del consejo editorial de varias revistas y fue condecorado como Chevallier dans l’Ordre des Palmes Académiques por el Consejo de Ministros de Francia y es Premio de la RSC (España). Entre 2008 y 2018 publicó más de 300 columnas de opinión en el diario Levante EMV.

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