/ una reseña de Juan Francisco Quevedo /
Tras su premiada y exitosa novela El mapa de los afectos y su nueva novela, Amigo, recientemente publicada, regresa Ana Merino a la poesía felizmente con un título de lo más sugerente: Salvamento de hormigas. Bien pudiera ser la metáfora perfecta por asimilar a esa niña que salvaba hormigas de una muerte segura en la piscina de su infancia, con ese espíritu generoso que lucha por encontrar un poso de humanidad en las acciones que afligen a un mundo en el que, de adultos, pareciera que quisiéramos borrar de nuestra mente esa visión ingenua e inocente, ese halo de bondad que acompaña a la niñez. No hay mejor prólogo que este poema para abrir el libro y dejarnos llevar en la lectura por la cadencia que imprime la autora a sus versos, por «el propósito firme de rescatarlas/ una y otra vez/ de sus naufragios».
La primera parte, Desbordamiento, es un canto a la imaginación; a la de ese niño que sueña viajes fantásticos y seres imposibles: «Dile que tendrá el don de los espejos/ y que podrá atravesarlos/ sin temor a esas sombras/ con colmillos que borran sus reflejos». En ella aparecen inevitablemente dos mundos muy cercanos a la autora, el del cómic y el del cine que más se puede coligar con ese simbolismo que se asocia a las ilustraciones de las historietas: «Los besos de princesa/ son saliva de niño/ escupiendo disparos/ de tu pistola láser». También refleja esa perplejidad de los ojos con que nos aproximábamos a las viñetas de esos episodios que nos dejaban en ascuas con un continuará… «Es verdad,/ vendrán otras viñetas/ a fabricar esencia de tiempo,/ la continuidad/ como el lazo invisible que nos arrastra».
Distancias es el título de esta segunda parte donde la voz poética se torna nostálgica al indagar en el tiempo y regresar al pasado, a lo perdido, pero siempre dejando un hueco a la esperanza en el mañana: «Memoria cobijada de la dicha/ que perdura en nosotros/ y nos hace brotar con hojas nuevas,/ florecer y dar frutos».
La evocación reciente, el anhelo de paz y el recuerdo de unos días en el balneario de Panticosa transmiten al lector una sensación de placidez, para dejarse ir en esa sosegada aventura. Ana Merino nos regala unos versos hermosos y plenos de lirismo: «El calor de otros cuerpos,/ el tacto de unos dedos/ tocando melodías/ harán que me detenga/ a escuchar la ternura/ del instante que suena/ en cada nota».
En Naufragio, la tercera parte del libro, aparece un halo de pesar, una sensación de orfandad ante el desastre al que estamos llevando el mundo, cuando nuestros actos «eran la toxicidad/ de una época/ en la que fuimos capaces/ de marchitarlo todo».
Salvamento de hormigas termina con un epílogo que es una celebración, una apuesta decidida por la literatura como un todo, como una motivación de vida y como una balsa de salvación, cuando no como un bálsamo para restañar las heridas de la vida y, de alguna manera, hasta para justificar nuestra existencia: «Es la energía que escribe/ y brota en las entrañas,/ cobijo milenario/ de todas las palabras».
Salvamento de hormigas es un libro en el que inevitablemente aparecen algunas de las pasiones de la autora, aquellas a las que se ha entregado con entusiasmo y dedicación como son el cómic y el cine. Así mismo es un libro por donde afloran los recuerdos, con una mirada nostálgica hacia lo perdido, no siendo ajena la poeta a los acontecimientos que nos acechan a través de unos versos que son una llamada de atención, una mirada reflexiva y crítica hacia el camino por el que transitamos hacia el futuro, hacia el mundo que estamos dejando. Sin duda, es una autora que lleva a su poesía una profunda sindéresis, una poeta que desmenuza el tiempo presente con inteligencia y nos advierte del peligro que atraviesa el mundo, de la crisis moral por la que transitamos por culpa de una palmaria falta de sensatez: «Todo era ya escaso/ en el árido paisaje/ que heredamos de los hombres».
Estos temas son los que conforman la columna vertebral de unos poemas que llegan hasta el lector con autenticidad y belleza, provistos de un lirismo que nos cautiva inmediatamente: «El embalaje de la vida/ cuando cruzas el umbral de los cuarenta/ y haces cajas con documentos que ya no valen nada/ pero quieres conservarlos/ porque el vacío da más vértigo/ que esa acumulación, que esa muralla/ de bloques de cartón y vida densa,/ de muebles desgastados y alfombras enrolladas».
Al cerrar el nuevo libro de poesía de Ana Merino, nos vamos con la sensación de que muchos de sus versos aún golpean en nuestras conciencias, con el sabor de una poesía jalonada por el ejercicio que nos empuja a la reflexión, ya que la autora hace una poesía que siempre lleva una importante carga ética.
Ana Merino consigue que nos identifiquemos fácilmente con el poema y que, desde la experiencia personal, cada lector lo haga suyo. Una poesía verdadera que consigue activar las fibras sensitivas que llevan directamente a la emoción. Es Salvamento de hormigas un libro inolvidable y Ana Merino una poeta imprescindible en el panorama poético actual.
Cinco poemas de Ana Merino
Retrato del dibujante
Dile a ese niño
que se asoma al abismo del tiempo
y dibuja las risas desde el horizonte sigiloso
de los mapas,
a ese pequeño inventor
de los trazos y sus gestas,
que señala las ciudades
con alfileres y chinchetas;
dile que su vida será como imagina
y que hará de su anhelo
un universo propio.
Dile que tendrá el don de los espejos
y que podrá atravesarlos
sin temor a esas sombras
con colmillos que borran sus reflejos.
Dile que será libre,
que podrá bucear
el fondo de los mares
y escuchar los latidos
de las grandes ballenas.
Dile a ese niño
que aquellos ejércitos de hormigas
que peleaban delante de sus ojos
llegaron a un acuerdo
y firmaron la paz,
y están tranquilas.
Ya crecieron los árboles
de su primer bosque,
ya despertaron
los personajes que lo habitaban,
ya se encontró a sí mismo sin saberlo,
ya se acercó a observarse,
ya creyó que ese viejo gigante barbudo
era el dios de las montañas,
el gran rey de las rocas de su infancia
donde sus ojos esculpieron las formas
y se volvieron dibujos.
El despertar de Han Solo
Desdibujas las rutas
obligadas de los mapas
y te inventas atajos
en un laberinto
de dientes afilados
y de bocas inmensas
con piel de meteorito.
El tiempo en una nave
se transforma en kilómetros
y la vejez no existe,
solo el trazo impreciso
de la vida
recorriendo galaxias.
Han puesto precio a tu cabeza
pero a ti no te importa,
los besos de princesa
te sacarán del fondo venenoso
de un mal sueño.
El espacio vestido de abandono
se parece al desierto
de una orfandad amarga
que siempre has masticado.
Cada lugar que habitas
se llena de promesas
y el Halcón Milenario
es una alfombra mágica
que busca en el ocaso
los surcos que dejaron
las risas de los niños
que juegan a imitarte.
Despertarás, Han Solo,
convertido en un hombre diminuto
en un mundo de gigantes,
sin un mar ni una balsa
donde poder ser náufrago mil veces.
Despertarás envuelto
en un plástico duro
como el caparazón de los insectos
y sentirás unas manos inmensas
moviéndote los brazos y las piernas.
Los besos de princesa
son saliva de niño
escupiendo disparos
de tu pistola láser.
Contrabandista
de granos de arroz y de lentejas,
despertarás con ganas
de quedarte dormido para siempre
pero tendrás que conformarte
con el abismo de las noches
enterrado debajo de una almohada.
Perdedores
Perdedores, este desierto es un espejismo
por donde la luz de los sueños
va filtrando extrañas sensaciones,
soplos de viento que a veces se confunden
con la vida anhelada de los vaqueros solitarios.
Este lugar es el que eligieron los legendarios pioneros
que creían en Dios a su manera, por eso forjaron el oeste
con lentos carromatos y familias resignadas,
caminos llenos de piedras, rutas que luego se abrirían
a las veloces diligencias y a los trenes de vapor.
Horizonte de aves carroñeras y graznidos,
remolino de polvo, ladridos que hacen eco,
cansancio que relincha y se siente desgraciado
y se moja los labios en el abrevadero
y nota las espuelas clavarse en el costado.
Perdedores que compartís la derrota,
esa señal de vuestra estirpe que siempre os encarcela,
ese abismo de ingenuidad malvada, de celos acuchillados
y ataques grises de ira sin sentido que os convierten
en serpiente de cascabel temblando sobre la tierra.
Vuestras armas se encasquillan, vuestros planes se desbaratan;
el infinito es polvo seco de fracaso,
la vida un desaliento rabioso parecido a las pataletas infantiles,
que a veces explosionan con gritos y llantinas
cuando ya está todo perdido.
La escenografía desgraciada de los niños que quieren
complacer a su madre, demostrar que son hombres
con alma de bandidos;
demostrar que podrían llevarse todo el oro de los bancos,
para luego esconderlo en un lugar secreto.
Decorados de cartón piedra
para los hermanos malos que son crédulos
y quieren ser invencibles gigantes
y creen en los poderes de la magia invisible
que habita en un simple sombrero.
Hermanos fracasados que mastican derrotas
pero no se arrepienten ni se cansan,
y están siempre tramando ese golpe maestro,
impregnado en un sueño con pésimas ideas
y errores repetidos como una melodía de días circulares.
Despedida
Decirle adiós a la oficina
sobre la niebla densa
de las montañas.
A las horas que inventaron
la dicha de ser
una apasionada de la literatura,
del fútbol, de las colecciones
de secretos y cosas diminutas.
A la estela de los grandes trofeos,
las cajetillas de fósforos, los bastones,
las perchas, los abanicos y las peinetas.
Decirle adiós al recorrido
de la bicicleta eléctrica
que simula el pedaleo
en los tramos en cuesta.
Al susurro vertical
del asfalto húmedo
en los deshielos matutinos.
A los cuadros, a las esculturas,
a la invención de las teorías y los tratados
que explican
la naturaleza creativa
del gesto misericordioso
del académico
que promete cuidar
el pulso de los libros
y acaricia sus lomos
con ternura y nostalgia.
Decirle adiós a la rutina
de los compromisos banales,
a la gestión desbordada
que germina en encuentros
y ratos luminosos.
A la vida que evoca las metáforas,
y se mira en el espejo de los siglos,
y encuentra su lugar
en el reflejo de todo lo que ama.
Diario de navegación
Quedaban muy pocos árboles vivos
en algunas zonas montañosas
donde el musgo
todavía les daba aliento,
era la energía del verdor
de los líquenes antiguos
que respiraban humedad y deseo.
Todo era ya escaso
en el árido paisaje
que heredamos de los hombres.
Fue el extraño regalo
de un planeta oscuro,
lleno de huesos
y ruinas carcomidas
por la lluvia ácida.
Dicen que fueron
nuestros antepasados,
que compartimos un tiempo
intergaláctico.
El lenguaje de las cosas
se parecía al zumbido
de aquellas viejas máquinas
que se posaron en nuestro planeta.
Buscaban el oxígeno perdido,
la luz cálida sobre el agua
que alimenta a la vida más simple,
al núcleo de las células
que se rompen en dos y luego crecen,
evolucionan y se transforman
en organismos complejos.

Ana Merino
Visor, 2022
92 páginas
12 €

Juan Francisco Quevedo es un escritor cántabro nacido en México en el año 1959. Licenciado en Farmacia por la Universidad de Santiago de Compostela, ejerce desde hace treinta y cinco años su profesión como farmacéutico rural en la localidad de Bielva. Ha publicado las novelas Ana en el mes de julio (2014) y Querida princesa (2016); los poemarios El sedal del olvido (2017) y Una mirada a este tiempo nuestro (2021); las biografías José Simón Cabarga (2018) y Pedro Sobrado (2020) y los ensayos Pensamiento, palabra y poesía (2018) y Peña Bolística Riotuerto: una historia que contar (2019). Ha participado en diversas publicaciones impresas, revistas, tales como Inventory, Anáfora, Cuadernos de humo, Ítaca, Leña al mono o Absenta, y en algunos libros conjuntos con otros autores: Los muertos: antología comentada, Un siglo de piel y poesía (1920-2020), El instante y su asombro: haikus escritos en el septentrión, Leer la vida, Cincuenta años del Memorial Marcelino Botín (1972-2021) o Santillana, el valor de lo único.
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