Crónica

Cuero contra plomo

Luciano Hevia Noriega reseña un libro que resume unos años sangrientos y fascinantes, rematados en un ya lejano verano de 1982 en que el ruido del fútbol (casi) silenció al del plomo.

/ por Luciano Hevia Noriega /

Metidos como estamos en plena vorágine futbolera y entrando en la recta final mundialista, una lectura que se me antoja muy recomendable y que ha ocupado mi tiempo libre entre partido y partido es Cuero contra plomo: fútbol y sangre en el verano del 82, del periodista Alberto Ojeda: una magnífica crónica del Mundial de España en la que el autor establece una serie de analogías entre el convulso devenir de nuestro país e Italia, cuya selección saldría sorprendentemente campeona, en los años setenta y primeros ochenta. Una absorbente historia de goles y balas.

Los antecedentes hay que buscarlos en los ecos sesentayochistas, aquí convenientemente acallados por el régimen dictatorial imperante, pero que en la democrática Italia fraguaron muy tempranamente, hasta el punto de que en 1979 había casi trescientas organizaciones armadas activas. Son los Anni di Piombo. El Autunno Caldo de 1969, plagado de reivindicaciones sindicales mezcladas con otras de carácter antiimperialista, arrojó un balance sangriento con hitos como la muerte del policía Antonio Annarumma en un enfrentamiento entre manifestantes de extrema izquierda y fuerzas del orden público o el caso Pinelli, caído o arrojado desde la ventana de una comisaría mientras era interrogado y que dio pie a la obra teatral de Dario Fo Muerte accidental de un anarquista, con la masacre de Piazza Fontana y sus turbias ramificaciones como momento fundacional de la conocida como strategia della tensione.

Retornando a lo futbolístico, la FIFA había optado por nuestro país como sede mundialista en la temprana fecha de 1964, con el dictador vivito y coleando, pero la España que debía organizarlo en 1982 ya no tenía mucho que ver con la de entonces, aunque sí existe cierta unanimidad al valorar el momento como el peor de los posibles: inflación galopante, elevado paro, aún bien reciente el tejerazo y con ETA asesinando día sí, día no. Los temores a que se reprodujeran situaciones como las de Múnich 74 estaban fundados y la organización de un evento de tamaña magnitud se asemejaba más a un examen que a la fiesta que debía ser, máxime con nuestra posible inclusión en la CEE asomando en el horizonte.

Los peores presagios se cumplieron el día 13 de junio, cuando el Mundial arrancaba: casi a la vez que un niño echaba a volar una paloma al cielo de Barcelona durante la ceremonia inaugural en el Nou Camp, ETA asesinaba a un guardia civil en Pasajes, aunque la cobertura periodística dio mayor relieve a la derrota de Argentina (un día antes de que su ejército se rindiera a los británicos en Las Malvinas) ante Bélgica que a uno más de los muchos atentados a los que ya estábamos tristemente acostumbrados.

Si las concomitancias respecto a la inestabilidad política, la agitación social y la violencia terrorista están claras, no se puede decir lo mismo de la trayectoria mundialista de los respectivos combinados nacionales: mientras que Italia quedó concentrada en el Parador de Pontevedra y encuadrada en un grupo junto a Polonia, Perú y Camerún, España se recluía en El Saler para coger fuerzas ante los enfrentamientos frente a Honduras, Yugoslavia e Irlanda. El dispositivo policial que protegía a ambas selecciones era de tal calibre que los hoteles parecían un búnker, lo que suscitaría quejas por parte de los jugadores.

Italia llegaba a la cita con bastante ruido a su alrededor debido al escándalo de las apuestas conocido como Totonero, en el que había estado implicado Paolo Rossi, sancionado durante dos años y al que el seleccionador Enzo Bearzot, que leía a Quintiliano para relajarse e inspirarse, defendía contra viento y marea hasta el punto de mantenerlo en el equipo pese a su muy discutible estado de forma. Los resultados de esa primera fase solo contribuyeron a alimentar el malestar de los tifosi y la prensa, con tres empates que les permitieron clasificarse por los pelos, para aterrizar en temible grupo de Argentina y Brasil con sede en Barcelona del que solo saldría un semifinalista.

España, por su parte, venía de obtener buenos resultados en los partidos preparatorios, con victoria incluida en Wembley, pero la tensión se mascaba en el ambiente, con unos jugadores atenazados por la presión que se depositaba en ellos. Y todo lo que podía salir mal, salió mal: empate inaugural con la débil Honduras, victoria pírrica con favores arbitrales ante los plavi y derrota ante Irlanda en un pésimo partido, para tener que jugarse el pase a semis ante las temibles Inglaterra y Alemania. La prensa tampoco daba tregua: las medias de Arconada, la primacía de jugadores vascos, la mala relación con el seleccionador José Emilio Santamaría

España e Italia habían corrido distinta suerte tras el final de la segunda guerra munial, pero desde su desigual condición eran los países que padecían mayor represión policial de la Europa occidental y el nuestro, además, se había convertido en un refugio neofascista, algo que la muerte del dictador Franco no corrigió, hasta el punto de que muchos de esos elementos con causas pendientes en su país serían reclutados para la guerra sucia contra ETA por las alcantarillas estatales del nuestro. Afincados plácidamente en Madrid o Barcelona y tramando impunemente sus fechorías residieron en distintos momentos personajes como Junio Valerio Borghese (apodado el Príncipe Negro, que ya había combatido en nuestra guerra civil), Stefano Delle Chiaie (con un amplio historial que incluye oscuras actividades en Chile, Argentina o Bolivia), Carlo Cicuttini (ciudadano español por vía matrimonial desde 1984) o Vincenzo Vinciguerra (que confesó en un juicio que la metralleta con la que se asesinó al juez Occorsio en 1976 les había sido suministrada por los servicios secretos españoles), todos ellos protagonistas destacados de otro libro reciente e igualmente recomendable: La larga marcha ultra. Desde la muerte de Franco a Vox (1975-2022), de Mariano Sánchez Soler.

El Mundial avanzaba y mientras Italia daba la sorpresa con sendas victorias ante Argentina (reciente aún la humillante rendición de su ejército en Las Malvinas) y Brasil (en el considerado de manera un tanto hiperbólica como el mejor partido de la historia) con participación estelar del proscrito Rossi e implacables marcajes de Gentile a las estrellas rivales Maradona y Zico, España se estrellaba de manera previsible ante Alemania e Inglaterra y ponía fin de manera poco brillante a su trayectoria como anfitrión.

De ahí hasta el desenlace, mientras aquí nos sumíamos en lamentaciones, los transalpinos cabalgaban imparables hacia la victoria dejando por el camino a polacos y pasando por encima de teutones en la final, con show de Sandro Pertini en el palco del Santiago Bernabéu incluido, Rossi como gran estrella, Bearzot encumbrado como héroe nacional y el veterano Dino Zoff alzando la copa al cielo de Madrid un 11 de julio. Una victoria simbólica que tuvo mucho de reafirmación patriótica coincidente en el tiempo con la inexorable decadencia de una actividad terrorista que aún se prolongaría unos años.

En resumen, un magnífico libro en el que lo deportivo convive armoniosamente con lo político y social, con continuos saltos temporales que facilitan el contexto y por el que desfilan, entre muchos otros, Naranjito y el Pirulí de RTVE, el GRAPO y las Brigate Rosse (siempre con la sospecha de la infiltración policial), Moretti y Feltrinelli, la red Gladio y la logia masónica P2, Pasolini y Vargas Llosa, Montejurra y Bolonia, Ruano y Pinelli, Atocha y Piazza Fontana, Aldo Moro y Carrero Blanco, el compromiso histórico y la estrategia de la tensión, Conesa y Billy el Niño, el Movimiento Social Italiano y Fuerza Nueva… Unos años sangrientos y fascinantes, rematados en un ya lejano verano de 1982 en el que el cuero (casi) silenció al plomo.


Cuero contra plomo: fútbol y sangre en el verano del 82
Alberto Ojeda
Altamarea, 2022
248 páginas
19,90 €

Luciano Hevia Noriega (Les Arriondes [Asturias], 1975) es licenciado en historia y especialista en gestión cultural por la Universidad de Oviedo y trabaja como librero. Ha colaborado ocasional o habitualmente en periódicos y revistas como El Cien, El Impulso, El Fielato o La Ratonera.

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