Crónica

Hong Kong: parada y fonda

Arturo Caballero comparte reflexiones sobre un reciente viaje a Hong Kong.

/ por Arturo Caballero /

Creía yo, en mi ingenuidad congénita, que la jubilación me iba a proporcionar un periodo de sosiego en el que rematar algunos aspectos del pasado que quedaron simplemente en boceto porque siempre había algo urgente de lo que ocuparse. Diversas circunstancias, empezando por la peste que tanto daño —y en tantos aspectos— nos ha hecho y continuando por la propia vida que se empeña en establecernos sus planes con independencia de los que nosotros le trazamos, han determinado que, a mediados de mayo, me haya embarcado en el viaje menos previsto de todos los que habría imaginado. Baste decir, de momento, que su duración hacía obligada una escala intermedia y, como no se me había perdido nada en Doha, pensé que podía resultar interesante pasar tres días en Hong Kong.

Aunque uno es un poco peliculero, debo señalar que, a pesar de que Bruce Lee tenga una estatua recortándose sobre el imponente perfil de la ciudad, no fue el recuerdo de Operación Dragón (Robert Clouse, 1973) sino el de otro filme, Cita en Hong Kong (Soldier of fortune, Edward Dmytryck, 1955), protagonizada por Clark Gable y Susan Hayward (quien no llegó a pisar la ciudad a pesar de que el rodaje allí duró unas semanas) de la que me fascinó el Peak Tram, el funicular con el que se sube al pico Victoria desde donde, a cuatrocientos metros, se obtiene una impresionante vista de la isla.

Establecer teorías sobre qué es o qué no es una ciudad porque la visites durante tres días (en el inicio de la época de lluvias, además) es una temeridad; pero lo mismo podríamos decir de tres semanas, e incluso tres años. Por lo tanto, los párrafos que siguen son una muestra de la estupefacción por algunas de las cosas que uno ve y comprobar cómo lo intuido supera, con mucho, la imaginación más desbordada.

Hong Kong es una ciudad de casi siete millones y medio de habitantes, la tercera en densidad de población 6668 h/km2) detrás de Montecarlo y la cercana Macao. Gran Bretaña ocupó a partir de 1842 su territorio (primera guerra del opio y tratado de Nankin), que fue ampliado con la península de Kowloon y la isla de Stonecutters en 1860. Después de diversas vicisitudes históricas (incluida la ocupación japonesa durante la segunda guerra mundial) fue devuelta a China en 1997. La política de un país, dos sistemas; la óptima ubicación geográfica y la inercia económica que empujaba desde el siglo XIX han convertido la ciudad en una auténtica potencia económica, financiera y en un foco turístico superando a las de todo su entorno.

Siempre me han resultado fascinantes los procesos de mezcla cultural y lo que ocurre en esta ciudad es digno de análisis y sorprende porque, como no podía ser de otro modo su población, a pesar de su pasado colonial, es en su inmensa mayoría (noventa y cinco por ciento) de ascendencia china y no llega al uno por ciento la de origen occidental. Sin embargo, el capitalismo parece haberse convertido en consustancial a su naturaleza. Calles con horarios impensables en nuestras ciudades, llenas de reclamos de todo tipo y de todos los tamaños donde gigantescas pantallas led conviven, en ciertos tramos, con mínimos puestos donde comprar lenguas de pato y piel de pollo o agenciarse, sobre la marcha, una cena frugal que con la lluvia pertinaz nos remitía, otra vez a vueltas con el cine, a ciertas secuencias de Blade Runner (Ridley Scott, 1982). Pero también centros comerciales en plena ciudad que se solapan unos con otros formando un continuo que posee como denominador común el lujo y que no había podido ver, en esas dimensiones, hasta ahora.

Hong Kong, dentro de su heterogeneidad, se reconoce a sí misma y parece gustarse, porque se muestra orgullosa de lo que es y lo que significa. Las viejas catedrales cristianas (St. John, anglicana, y la de la Inmaculada Concepción, católica) conviven con templos autóctonos que se mantienen esplendorosamente más como objetos culturales y turísticos, dado que el sesenta por ciento de su población (y poco parece) se manifiesta ateo y solo el veintiocho por budista y taoísta. Nos acercamos al complejo de la isla de Lantau, donde se encuentran un Buda gigantesco y el famoso monasterio de Po Lin, que, sorpresivamente, se construyó a comienzos del siglo XX (cincuenta años más tarde que las catedrales antes aludidas) y que, a ojos occidentales, podría haberse levantado en cualquier otro momento de la historia, porque allí no existe una evolución artística tan identificable como la nuestra. O por lo menos así nos parecía.

Pero también hibrida, sin el pudor que suele acompañar a la mala conciencia, el mundo oriental y el occidental. Así, puedes comer en un restaurante con carta puramente asiática, rodeado de comensales autóctonos donde podrías, con razón, sentirte un extraño atacando penosamente el cuenco de fideos con palillos si no hubiera sido por la decoración de las paredes en las que se plasmaban starlettes y top models llenas de glamour acosadas por paparazzi…

Se explica el horror que pueden causar las moles de apartamentos que abarrotan el viejo Hong Kong en el que todavía es posible detectar restos de la construcción colonial y del arte decó de los veinte y los treinta, cuyos estilemas se mantuvieron hasta los cincuenta. El aspecto hasta pintoresco de sus calles centrales, con sus incontables máquinas de aire acondicionado imprescindibles en los cinco meses de bochorno, choca con la dura realidad de las zonas de ampliación urbana de la China continental, de las que solo se salva, y con reticencias, la zona de Kowloon.

Siempre me ha fascinado ese prodigio de creatividad y eficiencia que es el rascacielos. Por ello, otra de las razones para recalar en Hong Kong era comprobar en directo el impacto visual de la que se viene considerando como la línea de cielo más espectacular del mundo. La ciudad tiene a gala poseer el mayor número de estas ingentes obras, más de siete mil quinientas, que cualquier otra gran ciudad; y aunque algunas de ellas han sido vituperadas no tanto por su estética (que bien podrían haberlo sido), sino por no respetar el feng shui, como se acusaba a la torre del Bank of China, de I. M. Pei, todas ellas colaboran alegremente en dotar a sus estructuras de una iluminación nocturna que, vista desde la Avenida de las estrellas en Kowloon no deja de ser, por lo menos, espectacular.

De todos los edificios tenía interés en enfrentarme con el HSBC (Hong Kong and Shanghai Banking Corporation) diseñado por Norman Foster, considerado uno de los ejemplos más notables de la tendencia high tech. Se trata de una construcción pequeña (solo 179 m. de altura) para lo que por allí se estila en los edificios corporativos, que se levantó entre 1983 y 1985. A mí, por la concepción del edificio (al que se añadió más tarde un nuevo vestíbulo), siempre me ha recordado al edificio Larkin (1903-1905), de Frank Lloyd Wright. El HSBC es ejemplo absoluto de la globalización: gran parte de sus elementos constructivos se importaron, ya montados, de Reino Unido, USA y Japón Respetuoso con la luz natural y desplazando las zonas de servicio a los exteriores, guarda también contactos con otras obras como el Centro Georges Pompidou (1977) de Richard Rogers y Renzo Piano.

Para llegar hasta él, ubicado en Central, cruzamos Victoria Harbour en un vetusto ferry. De la neblina veíamos, a medida que nos acercábamos a los muelles, tomar forma el perfil de la ciudad como si de una película de la serie b se tratase. En esa indefinición, todas las ciudades parecen semejantes, pero esta, incluso un domingo, está en construcción permanente, en su afán de seguir ganando terreno al mar en todas las direcciones.

No sabía que una de las impresiones más impactantes del viaje tendría que ver, no con la arquitectura de los rascacielos, sino con el mundo imprescindible para su función que se desarrolla a su alrededor.

Parece ser que (como en muchas de nuestras ciudades) algunos parques se llenan las tardes de los sábados y domingos de grupos de inmigrantes. En Hong Kong, los espacios aledaños a Connaught Road (City Hall Memorial Garden, Connaught Garden, Chester Garden, Tamar Park) suelen ser lugares de asueto para poblaciones, casi en su totalidad mujeres, que trabajan en el servicio doméstico (el dos y medio por ciento es de origen filipino y el dos procede de Indonesia) que van a pasar allí su descanso semanal. Como era un día lluvioso, en vez de desperdigarse por las zonas verdes había ocupado los pasos subterráneos que une la zona del puerto con el centro urbano. La experiencia fue impactante puesto que cientos y cientos de ellas (el número de varones no llegaba a la categoría de testimonial) habían buscado una forma bien de relacionarse bien de agotar, con la mayor privacidad posible, su día de libranza.

Allí habían montado tiendas de campaña o establecido una especie de pequeños corralitos con cajas de cartón donde se afanaban en imposibles manicuras, se masajeaban unas a otras, elaboraban comida —especialmente dulces— de sus tierras, llamaban por teléfono, se hacían selfis o videos de tiktok que compartían, supongo, que con las amigas o la familia que habían dejado en sus poblaciones originarias.

En un principio me sentí un intruso y solo de forma furtiva realicé, de lejos, algunas fotografías. Pero pudo más mi lado voyeur que el respeto con el que debiera haber actuado y atravesé algunos de aquellos pasos y vi que —también yo extranjero, objeto de curiosidad y cargado con mi viejo chaleco fotográfico que me proporciona un cierto atisbo de profesionalidad— estaba unido a ellas por ese mismo vínculo y que no se sentían violentadas en absoluto y seguí disparando mi cámara.

Cuando llegué al nivel de calle del HSBC, la situación se repetía con ciertas variantes, quiero pensar que mimetizándose con el entorno. Aquí se había establecido un variado mercadillo, fundamentalmente de ropa interior multicolor y de variados objetos de uso doméstico. Cuando hay un hueco, y más en oriente, enseguida se siembran las semillas del negocio.

Rechazo realizar un análisis pormenorizado, especialmente de lo que ocurría en los túneles. Sí decir que me acordé de los desheredados que pintaron Ribera, Velázquez o Murillo. Pero esa dignidad humana que captaron los pintores del Siglo de Oro o esa alegría desenfadada de quienes apuntaban una pose victoriosa son la otra cara necesaria (y generalmente atroz por la semiexplotación de la que nos beneficiamos) del mundo deslumbrante de las tiendas de lujo que estaban abiertas a cien metros de distancia.

Soy consciente de que ni mi reflexión más o menos buenista ni sus condiciones laborales van a cambiar porque ponga negro, o multicolor, sobre blanco estas palabras y estas imágenes. Aun así, pervertido ya irremediablemente, no he podido resistirme a compartirlas.


Arturo Caballero Bastardo (Villanueva de los Caballeros, Valladolid, 1955) es historiador y crítico de arte, facetas que ha compatibilizado con la docencia y otras actividades relacionadas con la organización escolar, entre ellas la coordinación del Bachillerato de Investigación/excelencia en Artes del IES Delicias de Valladolid. Autor de diversos artículos científicos (Un itinerario místico por el Cosmos, 1988), estudios sobre pueblos palentinos (especialmente Dueñas, 1987 y 1992), sobre la pintura del siglo XIX en esa provincia, organizador de exposiciones (Eugenio Oliva, 1985; Casado del Alisal y los pintores palentinos del siglo XIX, 1986; Asterio Mañanós, 1988; Ecos de un reinado. Isabel la Católica, los Acuña y la villa de Dueñas, 2004), ha publicado manuales escolares para las editoriales Edelvives y Epígono. Sobre todo, se ha interesado por las más diversas perspectivas del arte contemporáneo: organizador de ciclos y conferenciante (Fundación Díaz Caneja de Palencia, Museo Patio Herreriano de Valladolid), cursos de formación y actualización didáctica para profesores, comisario de exposiciones de jóvenes artistas. Como culminación de toda esta actividad, en 2007 se publicó Arte contemporáneo. Castilla y León, manual que se distribuyó a todos los centros educativos de dicha comunidad y que es posible visitar en versión web en el portal educativo de la Junta de Castilla y León. En 2021 ha publicado en Trea Arte y perversión: apuntes para una poética de la sociedad satisfecha.

3 comments on “Hong Kong: parada y fonda

  1. Pepi Bobis Reinoso

    Me lo he bebido del tirón y comparto. Espero que no tengan inconveniente por ello.

  2. Arturo Caballero

    ¡Por supuesto que no! ¡Muchas gracias!<

  3. Pingback: Bali: el presente eterno – El Cuaderno

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