Crónica

Bali: el presente eterno

Arturo Caballero comenta sus impresiones de un viaje a la paradisíaca isla indonesia.

/ por Arturo Caballero /

En portada: templo Ulun Danu Bratan

Sobre los dioses, decía Jenófanes de Colofón: «Los etíopes dicen que sus dioses son chatos y negros y los tracios que tienen los ojos azules y el pelo rubio. […] Si los bueyes, los caballos o los leones tuvieran manos y fueran capaces de pintar con ellas y de hacer figuras como los hombres, los caballos dibujarían las imágenes de los dioses semejantes a las de los caballos y los bueyes semejantes a las de los bueyes y harían sus cuerpos tal como cada uno tiene el suyo☼. (reconstrucción de C. S. Kirk, J. E. Raven y M. Schofield: Los filósofos presocráticos, Madrid: Gredos, 1983). La reflexión es notable, pero podríamos prolongarla un poco. Los hombres construimos nuestros dioses (podría haber puesto «ídolos», pero no lo creo ni necesario, ni conveniente) a nuestra imagen y semejanza, pero, además de transmitirles nuestro aspecto físico, también proyectamos en las creencias y ritos con los que tratamos de relacionamos con ellos el bagaje del resto de los radios (constitución, moral, derecho, costumbres, ciencia, arte y tecnología) que soportan la rueda de la civilización, tal como de forma brillante concibió Hegel (Lecciones sobre la filosofía de la historia universal, Madrid: Alianza, 1980).

No entro, conscientemente, en cómo la religión es, nadie lo duda, un elemento básico en la génesis y el mantenimiento de la estructura social y política. También debo declarar que no soy un experto conocedor de cuestiones teológicas (siempre me han parecido entelequias imposibles), a diferencia del interés por los asuntos de la historia sagrada que, con los años, han terminado siendo fundamentales para mi profesión. Mi contacto con la religión comenzó, como para la mayoría de mi generación, a una edad en la que la influencia en estas cuestiones algunos podrían considerar hoy como delictiva. Y, como para tantos, ha ido cambiando con los años. No añoro —¿quién podría hacerlo?— los concursos de catecismo público que promovían los jesuitas de Villagarcía de Campos por toda la comarca y en los que participé antes de haber cumplido la decena. Todavía, con un breve repaso, soy capaz de recordar las respuestas adaptadas para principios de los años sesenta de los catecismos de Astete o de Ripalda. No quedé traumatizado por ello; o por lo menos eso creo. El bachillerato, el de antes, lo realicé en un centro laico, así que tampoco hay cuentas pendientes a este respecto. No obstante, por razones que no es necesario explicitar, mi relación con la fe de mis antepasados ha quedado reducida a simple refugio cultural como sustitución de la antigua creencia. Pero no ha sido por desidia, sino la consecuencia de la revisión, con tranquilidad y sin apriorismos, de sus fuentes principales, que han recuperado su pureza original a costa del misterio y el encanto. Y, sin ambos, la fe se tambalea y hasta cae. Ya en el suelo, tampoco he visto la necesidad de levantar otra que sustituyese a la que consideraba única y verdadera. También me he procurado, sin excesos, información sobre credos más o menos próximos a mi experiencia cultural. Confieso, para concluir, que las creencias y los cultos orientales me han quedado siempre un poco a trasmano por mi temprana conversión a los principios raciovitalistas que luego maticé por medio del pragmatismo.

Estas observaciones me parecen necesarias cuando inicio este breve artículo sobre algunos edificios y ritos vistos en los cortos días que disfruté en la isla de Bali (después de la notable experiencia de Hong Kong) a mediados del pasado mes de mayo. Y lo son porque nadie termina por librarse de la pantalla cultural que establece nuestra conciencia entre lo que somos, lo que vemos y cómo lo interpretamos. Lo que sigue es un reflejo por escrito de las reflexiones que iba realizando sobre la marcha respecto a construcciones, esculturas y pinturas que me resultaban absolutamente ajenas y que, de una u otra forma, terminaba contrastando con las más propias de mi experiencia cultural.

La isla de Bali, vendida de forma turística como «la isla de los dioses» por la cantidad ingente de templos que alberga (se apunta que más de 20.000 dedicados a la más variopinta serie de deidades que podamos concebir) recibió el hinduismo hacia el siglo I d.C. Por restos arqueológicos se ha podido deducir que en los siglos VIII y IX ya se había difundido por toda la isla. Otro tanto ocurrió con el budismo. A mediados del siglo XV, la presión musulmana obligó a hinduistas y budistas de Java, especialmente grupos aristocráticos y cultos, a desplazarse hacia Bali, donde mantuvieron una versión del hinduismo que se mezclaba de forma armoniosa con tradiciones budistas y con elementos panteístas originarios de la isla. Así se mantuvo hasta que los habitantes, debido a que las leyes indonesias sólo reconocen a religiones monoteístas, realizaron un giro en sus creencias declarándose monoteístas de una esencia omnipresente, infinita e indivisa, de la que las manifestaciones tradicionales de su religión sincrética eran diversas concreciones.

El Agama Hindu Dharma, nombre con el que se designa oficialmente esta religión, acoge, según declaración propia, al 87% de la población de la isla, que no llega a los cuatro millones y medio de habitantes. ¿Cuántos de ellos realmente lo son? Pues podemos imaginar lo difícil que resulta contestar a esta pregunta, pero, sean los que sean, pertenecer a ese número es una heroicidad dentro del contexto de una Indonesia, cuarto país del mundo en población, mayoritariamente musulmana.

Bali ha sido un destino turístico desde hace muchos decenios y hay abundante información, tanto por escrito como en la web, sobre ella. Si cuentas con profesionales que te aconsejan y con agradables guías locales, mucho mejor. No suelo buscar información previa sobre lo que voy a conocer, pero sí me ayudo de algún tipo de material elegido en función del tiempo que dedicaré a la visita y los intereses concretos que me mueven para ella. En este caso, tuve a mano la guía visual DK de Bali y Lombok, editada en España por Penguin Random House.

Hay que partir del hecho de que la arquitectura religiosa balinesa no alcanza la calidad constructiva de otras de la zona. El libro clásico (mi fuente de información durante los años de estudiante) de Marco Bussagli, con la colaboración de Arcangela Santoro, Arquitectura oriental, 1. India, Indonesia, Indochina, Madrid: Aguilar, 1989, las menciona de pasada y solo cita dos monumentos funerarios: el baño de Belahan y las tumbas de Gunung Kawi. Y eso que tenían muy cerca la impresionante estupa del Borobudur, en la isla de Java, que podría haber servido como modelo. Las obras balinesas muestran humildad constructiva en cuanto materiales: piedra volcánica, ladrillo, madera, paja para las techumbres… Otro tanto ocurre con la escultura. No pretenda el visitante encontrar algo lejanamente parecido a los relieves de Khajuraho, por un poner, y deberá conformarse con una versión mucho más limitada en sus expectativas artísticas. De pintura, lo más interesante que vi fueron las de Kerta Gosa, en el palacio de Klungkung (de mediados del XIX pero repintadas en el siglo pasado en varias ocasiones) que ilustran historias del Mahabharata y diversas escenas de cuentos tántricos. Con independencia de su calidad, el pintoresquismo que estas obras alcanzan per se y los lugares en los que se ubican convierten la visita a todos estos restos en una experiencia emocionante.

Pabellón de Kerta Gossa y detalle

Es asumido que, en el fondo, existe una cierta relación entre todas las manifestaciones religiosas en sus principios e incluso en su liturgia. Uno de los primeros aspectos comunes en todas las creencias es el que tiene que ver con la purificación. Desde antiguo ciertos lugares, debido a las propiedades de sus aguas, han sido objeto de veneración. El agua lo identificamos con la limpieza física y, también, con la limpieza del alma. Además del bautismo, ocurría con las pilas del agua bendita en nuestras iglesias o con las abluciones rituales musulmanas y aquí, en Bali, con los múltiples manantiales dispersos por la isla. Especialmente conocidos son los del templo (pura) Tirta Empul («agua que fluye de la tierra»), dedicado a Vihsnú. No sé si somos conscientes de cómo la trivialización de nuestras costumbres, sometiéndonos alegremente a la mera formalidad de sus ritos, puede alterar la sustancia de las suyas. Pero así somos y así actuamos la mayoría.

Purificación ritual en Tirta Empul
Tebongkang y trono

Sobre los edificios, lo que llama la atención es que ni siquiera necesitan ser tales. La proliferación de los objetos o lugares que sostienen el culto es absoluta. Una simple estela, un trono vacío, una construcción que se engalana con hojas de palma son lugares para depositar humildes ofrendas, consustanciales a la vida cotidiana de los balineses, a cualquier hora: al amanecer, al mediodía, por la tarde. A los dioses, a los demonios, a las aguas, a cualquier cosa que tenga relación con la vida o con la muerte. Y en cualquier sitio: en casa, en los campos, en una esquina, en un espacio público concebido a tal efecto.

También el concepto de templo con el que se designa puede inducir a error. Los hay de diversos tipos: desde el altar, o altares, de menor o mayor tamaño ubicados dentro de las viviendas, a aquellos otros propios de una colectividad profesional, a los comunes de un municipio y, para terminar, a las grandes construcciones a las que deberíamos calificar como santuarios. Pasear dentro de algunos de estos últimos nos retrotrae, por la proliferación constructiva, a los grandes centros religiosos de la antigüedad, tal como nos ha transmitido Pausanias en su Descripción de Grecia. La palabra pura, con la que se los designa, remite al sánscrito que se usa para identificar una ciudad amurallada. De ellos pude visitar razonablemente y sin agobios los de Besakih (de orígenes prehistóricos pero usado para el culto hinduista a finales del XIII, y reconstruidos la mayoría de los veintidós templos que lo conforman después del terremoto de 1917); Tirta Empul (mediados del siglo X): Ulun Danu Batur (lugar usado ya en el XI, configurado en el XVII y desplazado de su lugar original y reconstruido por sus fieles después de la erupción de 1926); Tanah Lot (siglo XVI); Ulun Danu Bratan (1633); Taman Ayun (a partir de 1634 pero restaurado en 1740) y Gunung Kawi (siglo XI). En cualquier caso, son lugares para la presencia esporádica del dios, o los dioses, a quienes se dedican estas construcciones. Un aspecto que difiere de los nuestros es que, si la iglesia occidental es cerrada, estos conjuntos están abiertos al cielo. Y en cuanto al exterior, separados de él por un pequeño muro, de tal forma que incluso de los que no están abiertos al público, como Taman Ayun, uno puede hacerse perfectamente una idea bordeándolos. La simbiosis entre el templo y el entorno es total. La naturaleza, colorista y exuberante, lo penetra todo. En estas condiciones, es fácil que sobre ellos descienda la neblina o sean barridos por las nubes, acentuando la unión entre ambos. Muchos de ellos están ubicados en lagos volcánicos o en las faldas del cono, como no podía ser de otra forma cuando la subsistencia de los fieles depende de la irrigación.

Tanah Lot
Escalera del templo de Besakih
Vishnú montando a Garuba. Izquierda en Taman Ayun, derecha escultura moderna

Es difícil determinar la existencia de un modelo de templo propiamente dicho, porque han crecido por medio de añadidos a lo largo del tiempo. Pero como en la mayoría de otras construcciones religiosas, existe una gradación de la sacralidad desde la entrada hacia las zonas donde se manifiesta la divinidad. Por lo general, se acentúa ese carácter por su ubicación en las laderas de las montañas, lo que exige una ascensión, tanto física como simbólica. Siguiendo un esquema mandálico triple, un acceso abierto en el que se ubican construcciones para los tambores y pabellones sin paredes para los músicos es el preámbulo para entrar a un segundo patio, un lugar más restringido y a veces separado por un muro cuya puerta puede estar flanqueada por diversos altares, donde que se localizan otros pabellones para cocinas, utensilios litúrgicos, dependencias para los sacerdotes. Y finalmente, la entrada a la parte más importante del conjunto, en la que se sitúan las principales construcciones de culto, que pueden tener la más variada tipología. Esta estructura se puede apreciar perfectamente en Ulun Danu Batur, pero, como ya hemos indicado, está reconstruido. También las basílicas paleocristianas (atrio, espacio para fieles y presbiterio, coro o bema para los clérigos) e incluso las mezquitas omeyas poseen de algún modo esta estructura.

Arriba monja y familia orando en Ulun Danu Batur. Abajo presentación de ofrendas en Ulun Danu Bratan

Respecto a los templos propiamente dichos (no podía quitarme de encima la imagen de los altares de nuestras iglesias), los más llamativos a la vista de un occidental son los candi y los meru. Los de tipo candi son pequeños edificios con escaleras de acceso a una cámara única cerrada por puerta y rematados por una estructura piramidal a veces muy ornamentada. Resultan espectaculares las torre meru (trasunto de una montaña simbólica para diferentes culturas), que recuerdan lejanamente a una pagoda china y que se levantan sobre una obra de piedra y ladrillo encima de la que se ensambla una cámara de madera y, aún más arriba, una serie de tejados de estructura de pirámide truncada, de tamaño decreciente y número impar cuya altura denota la importancia de la deidad a la que se dedica: de tres (antepasados divinizados o dioses menores) a once (grandes dioses del panteón hinduista: Brahma, Vishnú y Shiva). La construcción remata con un elemento metálico.

Torres meru de Taman Ayun
Torres meru de Besakih

Las puertas son fundamentales en todas las religiones como indicación del tránsito de lo profano a lo sagrado y por ello se les otorga una gran importancia arquitectónica. En Bali, las de acceso a los lugares públicos son de tipo candi bentar o puerta dividida, que —al parecer— resultan de especial interés para los turistas, porque permiten generar fotografías de un cierto exotismo, mientras que las que facultan el tránsito a otras dependencias son de tipo paduraksa (o kori), que reproducen, con un paso libre en el centro, el esquema de un candi. La proliferación en estos pura de altares y dependencias variadas hace que se entremezclen unos elementos y otros, tal como aparecen en el acceso al tercer patio en Ulun Danu Batur.

Acceso al tercer patio en Ulun Danu Batur
Esculturas de Pura Ulun Danu Batur

Al primer vistazo, puede que sorprendan las representaciones politeístas —teñidas de panteísmo— con las que nos encontramos al visitar algunos de estos santuarios, pero no será un estupor diferente al que se encuentren quienes, ajenos a la cultura cristiana, se topen en una iglesia católica con representaciones de la Trinidad, de la Virgen y su terrenal esposo, de los apóstoles y de representaciones peregrinas como la de Bárbara, Águeda, Lucía, Apolonia, Roque, Isidro, Sebastián y un sinnúmero de otros temas que perviven en altares y retablos. Habrá muchos, incluidos los que se manifiestan católicos hoy, que no sean capaces de identificar su iconografía (como a nosotros nos sucede con estas hinduistas) y distinguir entre relaciones de latría, hiperdulía y dulía entre los fieles y las imágenes.

Sin embargo, hay cosas que parecen no ser diferentes a nuestra propia experiencia. La luz y la belleza son características de la bondad; la oscuridad y la deformidad lo son del mal. Sin embargo, en Bali el concepto del mal tiene connotaciones diferentes a las nuestras. El mal convive —como en la realidad— con la experiencia cotidiana de las imágenes de los templos.

Aunque los niveles de creencia en nuestra cultura son muy diversos, podemos pensar que aquí ocurre en cierta medida lo mismo, pero, personalmente, me ha parecido que el panteísmo está aún vivo, actuante, no muerto, como al que estamos acostumbrados si conocemos culturas como la egipcia o la grecorromana. Y frente a la musealización de nuestras iglesias y catedrales, en los de la isla la finalidad predominante sigue siendo el culto de los nativos.

Una prueba de ello es que en no pocas calles de las poblaciones de la zona central de la isla (en el entorno de Ubud que fue en el que nos movíamos) es fácil adquirir altares e imágenes de dioses y demonios, fabricados (la palabra es correcta) a partir de moldes en piedra artificial. El negocio no ha entrado en decadencia y hasta se puede detectar cómo los nuevos gustos están acabando con los antiguos modelos que han sido imitados no solo para uso privado, sino para los propios santuarios. Este era otro aspecto que me pareció interesante. Las reformas producidas en los templos, bien por desastres naturales o por otro tipo de incidencias, y el clima de la isla hacen imposible para el visitante, incluso para el no apresurado, distinguir entre las antiguas y las nuevas esculturas. Por otra parte, en ese presente eterno al que me refiero en el título, este hecho tampoco es en absoluto importante. Aún más si se cree en la reencarnación.

Con el resto de las religiones cristianas, bastante menos con el judaísmo y el islam, es posible la controversia. Con el hinduismo de Bali, no. Y no por considerar a aquella de la que procedemos —el cristianismo— una religión más moderna y progresista, sino porque el hinduismo balinés posee unas características que lo retrotraen a los primeros momentos en los que el hombre pareció intuir la existencia de un ser superior a él mismo. A lo largo del tiempo los habitantes de la isla han ido ir adaptando e integrando otras creencias en su base animista y panteísta. Para los occidentales, estas características sintonizaron perfectamente con actitudes particulares de los años sesenta y vuelven a estar de moda ahora con las crecientes inquietudes ecologistas. Y, además, está el respeto a todos y a todo. La intolerancia es más fruto del monoteísmo que no de creencias como estas. No se puede concebir un balinés de religión hindú cometiendo atentados como los de Kuta de hace poco más de veinte años.

El colofón de estos breves apuntes puede resultar impropio de un descreído de tantas cosas, pero la experiencia de visitar estos edificios provocaba una sensación armónica generada por la integración entre la naturaleza, el hombre y su relación con la divinidad. La visita se hizo, además, fuera de la temporada estrictamente turística y permitió un acercamiento más fácil a su realidad, aunque sería una estupidez propia de los artículos de viaje al uso (y quizá este lo sea también) presumir de haber encontrado la esencia de la fe balinesa. No me hago ilusiones con respecto a la realidad de Bali y a los problemas a los que su economía está sometida. Tampoco a los procesos de aculturación que siguen actuando, querámoslo o no, en todo el planeta y en la parte de responsabilidad que tenemos quienes nos desplazamos a lugares como este. Sin embargo, quizá engañándote, quieres deducir por el trato que puedes establecer y por las actitudes que puedes apreciar cómo se produce un esfuerzo de la población por lograr los cuatro objetivos por los que dicen moverse su sentido de la vida: actitud ética, creatividad en el trabajo, amor vitalista hacia todo y, por último, un anhelo de liberación personal a través del conocimiento interior.

Algunos de quienes me acompañaban decían —exagerada e ingenuamente— que tal vez nunca volveríamos a estar tan cerca del paraíso.


Arturo Caballero Bastardo (Villanueva de los Caballeros, Valladolid, 1955) es historiador y crítico de arte, facetas que ha compatibilizado con la docencia y otras actividades relacionadas con la organización escolar, entre ellas la coordinación del Bachillerato de Investigación/excelencia en Artes del IES Delicias de Valladolid. Autor de diversos artículos científicos (Un itinerario místico por el Cosmos, 1988), estudios sobre pueblos palentinos (especialmente Dueñas, 1987 y 1992), sobre la pintura del siglo XIX en esa provincia, organizador de exposiciones (Eugenio Oliva, 1985; Casado del Alisal y los pintores palentinos del siglo XIX, 1986; Asterio Mañanós, 1988; Ecos de un reinado. Isabel la Católica, los Acuña y la villa de Dueñas, 2004), ha publicado manuales escolares para las editoriales Edelvives y Epígono. Sobre todo, se ha interesado por las más diversas perspectivas del arte contemporáneo: organizador de ciclos y conferenciante (Fundación Díaz Caneja de Palencia, Museo Patio Herreriano de Valladolid), cursos de formación y actualización didáctica para profesores, comisario de exposiciones de jóvenes artistas. Como culminación de toda esta actividad, en 2007 se publicó Arte contemporáneo. Castilla y León, manual que se distribuyó a todos los centros educativos de dicha comunidad y que es posible visitar en versión web en el portal educativo de la Junta de Castilla y León. En 2021 ha publicado en Trea Arte y perversión: apuntes para una poética de la sociedad satisfecha.

3 comments on “Bali: el presente eterno

  1. Mil gracias por tu excelente artículo y el detallado relato acerca de la religiosidad hinduista en Bali, así como por el magnífico reportaje gráfico. Leyéndolo me he dado cuenta de cuan superficial es mi forma de viajar.
    Conocí Bali en septiembre del año pasado y viajé acompañado de una de mis hijas, Irene, de diecisiete años, que es quien organizó completamente nuestro viaje, incluyendo vuelos y reservas en resorts y villas de Denpasar, Ubud, el norte y la isla de Nusa Penida; puesto que la idea de conocer Bali partió de ella. Fueron diez días en los que, sin guías, nos mezclamos con la población de Bali, compartimos con estudiantes de una escuela de negocios de la capital su fiesta de graduación, observamos las ofrendas diarias y algunas fiestas religiosas, disfrutamos de la cordialidad de los balineses y de su gastronomía, de su mar, sus playas y piscinas, del arroz, siempre presente, desde el desayuno a la cena.
    A nuestros amigos les hablamos del tráfico de locura de la isla y de que durante nuestra estancia no presenciamos un solo accidente ni una sola discusión, de que tan solo vimos dos semáforos, pero que la gente sabía organizarse. Les hablo de Mag y Adriana, un matrimonio de un norteamericano de origen filipino y una española, con los que compartimos tiempo, conversaciones y amistad, del fotógrafo francés, de indudable ascendencia española, Marius Moragues, que fotografía como nadie a los indonesios y que nos dedicó el primer libro que ha dedicado a estas islas, del magnífico restaurante Sun sun de Ubud, con su precioso comedor y su deliciosa comida familiar al que volvimos en repetidas ocasiones. Disfrutamos de las visitas a los templos y a sus balnearios, pero hay algo evidente, Bali se quedó en un lugar de nuestro corazón y no renunciamos a volver allí.

  2. Arturo Caballero

    Miguel muchas gracias por tu opinión y por lo que escribes habitualmente en estas páginas que leo con interés. Tampoco fue mía la idea de ir a Bali, sino de mis hijas. Con toda la familia realicé un viaje que recordé siempre. Y sí, Bali es una experiencia única. Muy recomendable para todo el mundo, la amabilidad de la gente para con mis nietos fue exquisita y la vida cotidiana, dentro de las peculiaridades de sus costumbres y gastronomía, muy agradable. Tal vez escriba algo respecto a la experiencia de los campos de arroz que fue, con diferencia, lo que más nos impresionó.

  3. Miguel de la Guardia

    Mil gracias por tu respuesta a mi comentario y tu amabilidad
    Un fuerte abrazo

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