El pasado 3 de septiembre fallecía en Hudson, Nueva York, el poeta de lengua inglesa más influyente en el ámbito hispánico durante la última década. La poesía de John Ashbery ha sido publicada en España mediante excelentes ediciones críticas, como las de Julián Jiménez Heffernan en la editorial DVD, lamentablemente ya desaparecida. También con cuidada atención crítica, Visor Libros ha ido recopilando su poesía a lo largo de los últimos años. Muestra de ello es Pasaje techado, último libro escrito por un nonagenario John Ashbery, en edición de Martín Rodríguez-Gaona. El Cuaderno rinde homenaje al autor neoyorquino con la recuperación de un texto de Edgardo Dobry, una selección de poemas de Pasaje techado y una nota final del traductor.
Por dónde vagaré
/ por Edgardo Dobry /
En el momento presente, toda la poesía que se puede leer recuerda a otra cosa ya conocida o, a lo sumo, al cruce de haces de cosas ya conocidas. La excepción más evidente a esa tendencia es John Ashbery ( Nueva York, 1927-2017). Durante cincuenta años y veintiún libros escribió una poesía que no se parece a nada, que no se puede reducir a nada distinto de ella, que apenas traza una línea propia pues a cada libro vuelve a inventarse sorprendente y original. Esto supone una dificultad para el trabajo crítico, pero también un estímulo. Veamos, pues, si existe una manera de describir la operación Ashbery.
En primer lugar está el magma: una masa creciente de palabras —esa ola (Una ola, 2003; A Wave, 1984), como se titulaba el libro anterior aparecido en la misma colección del que ahora comentamos—, una lava que con frecuencia prefiere la prosa para amasar las cosas y los pensamientos. Pero no se trata exactamente de una imparable corriente de consciencia, como en Joyce, a quien recuerda a ratos, sino de una suerte de observación de los pensamientos desde afuera. Desde ese lugar donde pueden dialogar lo decible y lo inefable, y —como señaló Robert McCrum— “romper y reinventar la sintaxis, la cadencia y hasta nuestro sentido de la belleza”.
Lo que se le ocurre al poeta, en su propio divagar, son ya objetos que pueden ser observados como cosas en el mundo: “Dulce comida, a lengüetazos te tomo/ como de un vaso de amabilidad. ‘Desarrollamos’ paradigmas de/ líos sin estructuración. Déjenos en paz hoy.// Yo quisiera escribirte a este respecto./ Asimismo, quisiera no tener que escribir/ respecto a todas las cosas que somos/ y no podríamos ser nunca: las cosas en lo sucesivo.// O eso nos parecía…”. Ashbery dijo una vez, en una entrevista, que compone sus poemas como una “gran ensalada”: cuando le parece que corren el riesgo de resultar sentimentales, los enfría agregándoles sesgos de reflexiones o rastros de ideas metapoéticas. Y viceversa. Con eso se defendía de una acusación que la crítica le lanzó en diversas ocasiones: que su poesía tenía una influencia muy visible de la teoría literaria y del ensayismo sobre el fenómeno poético. “Un pájaro, para cantar, no tiene necesidad de ser especialista en ornitología”, decía entonces. Por operaciones como esa, Harold Bloom dijo de él que era el primer clásico de la era posmoderna y que ocupaba en la poesía estadounidense de la segunda mitad del siglo XX un lugar tan prominente como el que Wallace Stevens había tenido en la primera (Frank O’Hara había comparado ya el primer libro de Ashbery, Some Trees, de 1956, con Harmonium, el primero de Stevens). La diferencia es que lo sublime de Ashbery actúa por saturación y centrifugación discursiva: “Sigue una cosa a otro toldo en el horizonte de acontecimientos. Al marchar cambia una vida de tema. Tenían sentido unas cosas, otras no. No esperaban morir tan pronto. En fin, supongo que tendré que haberme tabulado de algún modo. Había hablado de escribir en tu pierna…” (“Casa opresiva”). Como si la lengua misma estuviera ebria o mareada de tanta información, de tanto bombardeo de discursos. Ashbery es el poeta de la casi insoportable intensidad de materia verbal en circulación que caracteriza a nuestra era. En lugar de buscar en ese océano la palabra justa, que se salve de la oleada masiva, se abre al exceso y hace cantar a esa misma sobreabundancia.
En 1990, Javier Marías publicó, en Visor, la primera traducción de un libro de Ashbery en España: el extraordinario Autorretrato en espejo convexo, escrito en 1975 (en 2006, Julián Jiménez Heffernan sacó una nueva versión en la editorial DVD). En el prólogo, Marías citaba una entrevista en que el poeta decía imitar los procedimientos de la pintura abstracta (Ashbery ejerció durante años la crítica de arte): “Intento utilizar las palabras de manera abstracta, como un pintor…”. Y también de la música contemporánea: “Lo que queda [de la música] es su estructura, la arquitectura del argumento, escena o historia. Me gustaría lograr eso en poesía”. En todo caso, lo cierto es que Ashbery trabaja la palabra como materia, casi con los cinco sentidos, como si utilizara todo el cuerpo para componer cada página. No se resiste a la musicalidad que parece implícita en el periodo, dejando que se imponga incluso a los automatismos de la lógica y de la gramática. Casi no hay frase en sus poemas que no muestre el punto en que el sentido recto se fuga: “Disfruto con las biografías y las bibliografías,/ también con los estudios culturales. Con respecto a la música, mis gustos/ se extienden hasta las Consolaciones de Liszt, sobre todo las de tono menor/ aunque jamás he sido consolado/ por ellas. Bueno, puede que una vez” (“Apuntes a un amor novedoso”). Por eso Ashbery, y cada vez más, es tan difícil de traducir: casi no hay un eje denotativo al que ceñir la línea, que parece cambiar de rumbo con cada palabra. De ahí el mérito de Daniel Aguirre, que, sin renunciar a la literalidad, intenta seguir el movimiento del poema, de manera semejante a como un director de orquesta interpreta una pieza sinfónica. Porque traducir a Ashbery es hacer malabares con varias voces al mismo tiempo, a riesgo de aplanar el poema y reducirlo a una sola de sus dimensiones cambiantes.
Quienes crean que la poesía debe ser una aventura estética, un ejercicio exigente y divertido, grave al borde de la risa, deben leer a Ashbery, sumergirse en su magma, nadar en él aunque sea contra corriente –si es que descubre tal corriente.
Cuatro poemas de Pasaje techado
/ Traducción de Martín Rodríguez-Gaona /
Thereat
Kiss me. I’m sick.
Todd Colby, “Friday and Baffled”
Nothing wrong with you, just
get me arrested,
because when you haven’t seen someone, nights become very
respectful.
Hers were not usually submitted to
in our living room.
Just rub your hands there.
Fie, Cagliostro!
We circled down, rules are honey.
Is that a blackwatch,
a noticeable gift
to the hall where too much happens?
You are the whole in your tight truths.
You need all 27 of ’em.
Convenient here last night,
the lemon on the archduke …
What is he, a fuzzy, jumping old man?
Exact living requires that you talk to but don’t even touch me.
Professional raiders interpret all of it.
When do they turn them over?
Quiet and adversarial at once,
a lifeless man, they say.
Onward to Christian bathrooms,
weak continuity, wok celerity or celebrity.
Good lurk. You’ll look back on heavy rain and think
you were kept from enjoying us and thrusting.
Let the birds run with the trees!
A beautiful day and
marine historians
complained we’re all safe, from there on in,
of innocent people’s headaches.
Once stapled correctly to your uncle,
scones are seduced.
Forget any mistranslations,
miscommunications. The past
loves you, baby.
Go sandpaper a horse.
—
Allende
Bésame. Estoy enfermo.
Todd Colby, “Viernes y desconcertado
No pasa nada malo contigo, simplemente
haz que me arresten,
porque cuando no has visto a alguien, las noches se vuelven
muy respetuosas.
Las de ella generalmente no eran sometidas a
nuestro salón.
Sólo frótate allí las manos.
¡Al diablo, Cagliostro!
Nosotros cercados, las reglas son miel.
¿Es ese un Vigía Negro,
un obvio regalo
para la sala donde tanto sucede?
Eres todo en tus estrechas verdades.
Necesitas las 27 en su conjunto.
Afortunadamente aquí anoche,
el limón encima del archiduque…
¿Qué es él, un peludo, viejo saltarín?
El vivir con precisión requiere que hables pero que ni
me toques.
Jinetes profesionales lo interpretan por completo.
¿Cuándo les dan la vuelta?
Tranquilo y conflictivo a la vez,
un hombre sin vida, dicen.
Hacia adelante a los baños cristianos,
débil continuidad, wok de celeridad o celebridad.
Buen acecho. Lo repasarás con una lluvia pesada y pensarás
que se te negó disfrutarnos y tener ambición.
¡Deja que los pájaros corran con los árboles!
Un día hermoso e
historiadores marinos
se quejaron de que todos estábamos libres, de allí en adelante,
de las jaquecas de los inocentes.
Una vez grapados adecuadamente a nuestro tío,
los bizcochitos son seducidos.
Olvídate de cualquier traducción equivocada,
comunicación fallida. El pasado
te ama, nene.
Ve y lija un caballo.
•••
Listening Tour
We were arguing about whether NBC
was better than CBS. I said CBS
because it’s smaller and had to work
harder to please viewers. You didn’t
like either that much but preferred
smaller independent companies.
Just then an avalanche flew
overhead, light blue against the
sky’s determined violet. We
started to grab our stuff but
it was too late. We segued …
And in another era the revolutions
were put down by the farmers,
working together with the peasants
and the enlightened classes. All
benefited in some way. That was
all I had to hear.
Whatever …
—
Tour de Escucha
Estábamos discutiendo si la NBC
era mejor que la CBS. Dije que la CBS
porque es modesta y tiene que esforzarse
mucho para satisfacer a sus espectadores. A ti no
te gustaba demasiado ninguna tampoco, pero preferías
las pequeñas compañías independientes.
En eso una avalancha voló
sobre nuestras cabezas, celeste contra
el decidido violeta del firmamento. Empezamos
a recoger nuestras cosas, pero
era ya muy tarde. Fluimos suavemente…
Y en otro tiempo las revoluciones
fueron despreciadas por los granjeros,
en conjunción con los campesinos
y las clases ilustradas. Todos
se beneficiaron de algún modo. Eso era
todo lo que tenía que oír.
Lo que sea…
•••
Supercollider
Past the gaga experiments
to ginger high school thriller days
I wheel fragile issues: a fight on there,
bulbous antennae, a herald
carved alone in the archer position—sweet!
We had a few people over to
celebrate the monotony of the new place.
Meatless meat loaf. Roger. Over to
you. I took a piece of plain foolscap,
my American University in Baku stationery,
sole thing to be underestimated here,
and set down just words that wrote something,
probably as close as I want to keep to it,
all the water and stringiness.
It feels like Sunday today
but it’s Saturday. What does Saturday feel like
on Sunday? Not that it’s that
hard to remember—I’d always be grinning and opened.
No protocol; heck, no manners
on flood watch. She’s one of the famed Gowanus sisters.
It hasn’t affected the weather yet.
Do you get a sense of white table settings,
the so-called vacant stare that afflicts them
as adults on a sit-down strike?
Listen up, tenderfoot. Who says you need to be awake
to appreciate poetry? The landlady, that’s who.
Where are they now?
—
Supercolisionador
Pasados los experimentos chiflados
hasta los días de suspense de jengibre de la secundaria
ruedo asuntos frágiles: una pelea allá,
antena protuberante, un heraldo
tallado individualmente en posición de arquero- ¡dulce!
Invitamos a unos cuantos para
celebrar la monotonía del nuevo lugar.
Pastel de carne sin carne. Roger. Tu
turno. Tomé un trozo de folio liso,
mi universidad estadounidense con papelería de Bakú,
única cuestión para ser despreciado aquí,
y dispuse palabras precisas que escribieron algo,
probablemente tan fieles a cómo lo quiero conservar,
toda el agua y la astringencia.
Parece que fuera domingo hoy
pero es sábado. ¿Cómo se siente el sábado
un domingo? No es que sea muy
difícil de recordar- Siempre estaré risueño y abierto.
Sin protocolo: demonios, sin modales
con alerta de inundación. Ella es una de las famosas
hermanas hermanas Gowanus.
Esto no ha afectado el clima todavía.
¿Obtienes una sensación de arreglos de mesa blancos,
la así llamada mirada ausente que los aflige
como adultos sentados en una huelga?
Escucha, pies tiernos. ¿Quién dice que necesitas estar
despierto despierto
para apreciar la poesía? La arrendadora, ella misma.
¿Dónde están ahora?
•••
A Sweet disorder
Pardon my sarong. I’ll have a Shirley Temple.
Certainly, sir. Do you want a cherry with that?
I guess so. It’s part of it, isn’t it?
Strictly speaking, yes. Some of them likes it,
others not so much. Well, I’ll have a cherry.
I can be forgiven for not knowing it’s de rigueur.
In my commuter mug, please. Certainly.
He doesn’t even remember me.
It was a nice, beautiful day.
One of your favorite foxtrots was on,
neckties they used to wear.
You could rely on that.
My gosh, it’s already 7:30.
Are these our containers?
Pardon my past, because, you know,
it was like all one piece.
It can’t have escaped your escaped your attention
that I would argue.
How was it supposed to look?
Do I wake or sleep?
—
Un dulce desorden
Perdonen mi sarong. Deme un Shirley Temple.
De seguro, señor. ¿Lo quiere con una cereza?
Supongo que sí. Es parte del cóctel, ¿no es cierto?
Estrictamente hablando, sí. A algunos les gusta,
a otros no mucho. Bueno, comeré una cereza.
Puede perdonárseme por no saber que es de rigor.
En mi taza de trabajo, por favor. Desde luego.
Él ni siquiera me recuerda.
Era un espléndido, bonito día.
Sonaba uno de tus foxtrots favoritos,
corbatas que solían usar.
Puedes confiar en eso.
Dios mío, ya es las 7:30.
¿Son estos nuestros contenedores?
Perdonen mi pasado, porque, saben,
era todo como de una pieza.
No podría haberse ignorado tu indiferencia,
lo cual discutiría.
¿Cómo se supone que debía lucir?
¿Estoy despierto o dormido?
Reacción extraña cerca del desvío
/ por Martín Rodríguez-Gaona /
—¿Quién dice que tienes que estar despierto
para apreciar la poesía?

Pasaje techado
Edición y traducción de Martín Rodríguez-Gaona
Visor Libros, Madrid, 2016, 220 páginas
Edición impresa: 14.00€
Tras más de veinticinco títulos, en sesenta años de incesante producción, John Ashbery (Nueva York, 1927) constituye un valor institucionalizado en la poesía posmoderna estadounidense. Por lo tanto, un libro como Pasaje techado, al igual que la obra artística de Andy Warhol o Jeff Koons, no puede tener una lectura ni una evaluación inocentes, pues la valoración de su obra supone un punto central de la historia y el canon literarios de su lengua. Ante estas altas expectativas, John Ashbery responde con una obra difícil, de riesgo, que ciertamente tendría escasas posibilidades de ser publicada sin vinculársela al nombre de su autor.
Y esto ha de tenerse en cuenta pues, de manera inusual, la poesía de John Ashbery tiene un logrado prestigio en el mundo de habla hispana. Incluso, después de la publicación de Pirografía en 2003 (una selección panorámica de los primeros diez poemarios, de 1957 a 1985) y Tres poemas en 2005 (quizá el texto más extenso y contundente de su propuesta, de 1973), además de otros siete títulos individuales, se puede afirmar que John Ashbery es el poeta de lengua inglesa vivo más influyente en nuestro idioma.
La favorable recepción de John Ashbery en el mundo hispánico se debe, en gran medida, a que en Hispanoamérica su propuesta encaja tanto en lenguaje parasurrealista como en otras prácticas de vanguardia interdisciplinaria propias de la segunda mitad del siglo XX. En España, a su vez, la seducción de su retórica inclusiva brinda una alternativa al crispado enfrentamiento entre las poéticas de la comunicación y las del conocimiento que marcaron los debates de fin de siglo.
No obstante, a cuarenta años de su consagración con Self Portrait in a Convex Mirror (1975) y en medio de una debacle política global, ¿podría ser que el reconocimiento de John Ashbery, al sentar escuela, suponga la instrumentalización de un lenguaje de incertidumbres para mantener el statu quo que implica un rechazo a una voz poética dirigida a un ágora? En todo caso, más allá de las usurpaciones y las mutaciones, de las acciones reparadoras o normalizadoras ante un tiempo de crisis, la poesía de John Ashbery encarna los riesgos, las posibilidades y las limitaciones de lo posmoderno y, por lo mismo, es un espejo para quienes pretendan continuar por la senda experimentalista.
En este contexto, la propuesta de Pasaje techado, pese a su aridez, muestra un indudable punto a su favor: el riesgo constante, pues el poeta sigue desafiando, nunca es amable y propone un exasperante reto al lector, en la línea de su entrega más radical The Tennis Court Oath (1962). Es decir, en Pasaje techado encontramos la escritura de Ashbery contra Ashbery, en oposición al tono tan característico y que le ha creado infinidad de epígonos.
Estos poemas extrañamente alusivos y discontinuos, que como intención general tienden a conciliar la vulgaridad de la cultura popular estadounidense con la subversión imaginativa de la poesía francesa, gestan una escritura que encierra dificultad, pero que no es del todo hermética (recordemos el rechazo del autor a los poetas L=A=N=G=U=A=G=E, como su relación marginal con la Écriture de los sesenta). Así, Ashbery se concentra en concebir una poesía que se enfoca siempre en crear un efecto (la sorpresa, el absurdo) antes que en construir un sentido. Pero, para Ashbery, la imposibilidad de sentido no supone la imposibilidad de la reflexión o del placer.
En efecto, en Pasaje techado encontramos no un predominio de imágenes surrealistas, sino de una sintaxis saboteada o subvertida por el nonsense. Es decir, dentro de lo que parecería ser un discurso estructurado formalmente se busca la creación constante de cortocircuitos, por medio de giros velocísimos, inesperados, absurdos, como si fuéramos reconociendo las emisoras de un extenso y desquiciado dial radiofónico. El poeta, con decidida paciencia, propone así otra versión de lo onírico, una en la que el mundo industrializado ha calado en nuestro interior y constituye el espejo deforme de nuestro subconsciente (un grotesco imaginario colectivo). O, de manera estrictamente literaria, se puede decir que el poeta ha pasado de los mundos interiores del simbolismo al absurdo de la exterioridad dadá (Pasaje techado fue escrito alrededor del centenario de este movimiento, que Ashbery estudia en las reflexiones sobre arte de Reported Sightings).
Pero, a su manera ya característica, Ashbery apela a imágenes recurrentes que sustituyen a una temática convencional: una visión del declive físico (la cita con los médicos, los fármacos), lo precario y paradójico del mundo emocional (el desvanecimiento y la cosificación de lo afectivo, la vida gay), la cultura del espectáculo (Batman, los Kardashian), la política (el imperialismo estadounidense, el terrorismo) y la historia literaria (las curiosas vicisitudes de convertirse en una voz canónica).
Sobreponiéndose a lo que espera de un hombre casi nonagenario, el objetivo común a la peculiar amalgama que compone Pasaje techado pareciera ser evadir, por todos los medios, los lamentos y la propensión asociados a una hondura trascendente (el miedo a la muerte). Y en dicho extravagante, virtuoso y elocuentemente melancólico rechazo quizá se dibuje el límite de una época que, pese a sus paradojas e injusticias, fue mucho más optimista que la presente; pues, el pasado siglo, ante la evidencia de la precariedad y lo efímero, defendía aún la posibilidad de la existencia del talento (o incluso de una redención) individual.
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