Narrativa

Cuestionario sobre realidad y relato en el siglo XXI (5)

Última entrega del cuestionario sobre la (in)distinción entre realidad y relato en la narrativa española actual que toma como referencia las ideas expuestas en Hologramas (Trea, 2017) por Teresa Gómez Trueba y Carmen Morán Rodríguez. Cerramos este cuestionario con una pregunta sobre la función de la tradición y el sentido del concepto de literatura nacional en el mundo actual.


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La historiografía de la literatura española del siglo XX nos habla de varios momentos álgidos en relación con el afán experimental (las Vanguardias en los años veinte, el boom de experimentación de los sesenta, la narrativa mutante del siglo XXI…). Pero naturalmente esos momentos han ido seguidos de las voces críticas que se empeñan en denunciar, tras la apariencia de total innovación, las irremediables conexiones con el pasado y la tradición. En relación con este último boom de narrativa experimental, ¿qué función cumplen la tradición y el canon de la literatura española? ¿Tiene todavía sentido, en el mundo global, el concepto de literatura nacional o son ya otros los contextos de influencia? Es más, ¿conserva en la actualidad el concepto de canon la misma vigencia que tuvo en el pasado? O, por el contrario ¿este, al igual que supuestamente el autor, se ha vuelto irremediablemente líquido e inasible?

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Jorge Carrión.— Ahora hay muchos cánones, está todo mucho más parcelado. Y cada canon cambia a una velocidad de vértigo. Pero sin duda la literatura más innovadora es muy consciente de las tradiciones, nacionales e internacionales, en las que se inscribe. Tal vez la mayor influencia sea la de Borges, que conocía muy bien diversas tradiciones literarias y que no paraba de bastardearlas, remezclarlas, transformarlas, impulsarlas hacia el futuro.

Mercedes Cebrián.—  Creo que la idea de literatura nacional hoy en día sirve solamente para efectos de gestión cultural, de creación de “marca país”. Es decir, si España ha de llevar a escritores a una feria internacional literaria o a algún evento cultural de índole diplomática, los organizadores han de tener claro quiénes son los nombres canónicos que representan al país. Esto varía mucho —lo he podido ver de cerca— en función de la ideología de los gestores al mando: algunos quieren que brillen los grandes nombres de siempre (normalmente masculinos) y otros buscan dar una imagen nueva de país, creando un nuevo canon alternativo. Todo esto, como vemos, es extraliterario.

Agustín Fernández Mallo.—  Para empezar rechazo la idea de que el mundo y las sociedades sean hoy más inasibles o más líquidas que hace 500 años. Esos no son más que metáforas que nos conviene para explicar nuestro mundo hoy, nada más. Habría que haber vivir en el siglo V para ver cuán líquido e inasible era. Sospecho que, para la subjetividad de cada humano de aquel tiempo, sería más o menos como para nosotros hoy. Y es que siempre estamos dando vueltas al mismo problema, planteado en términos errados en su origen. El canon existe, no puede no existir, en la literatura, en la metalurgia o en Historia de la repostería. El asunto no es ése, sino que el canon va cambiando sus criterios e incorporando nuevas obras u otras que no se habían revisado. Y eso no es malo ni un defecto del canon; todo lo contrario, es su esencia. Cada época construye su visión del mundo, es decir, su visión cómo está estructurada la realidad, y es esa estructura, que es cambiante y eventual, la que da o quita valor a las cosas y, en último extremo, a la que apela finalmente el canon.  Por ejemplo, en el cambio del siglo del 19 al 20, se hizo una lista de los escritores del siglo 19 que quedarían como clásicos, y no acertaron en ninguno, por ejemplo, no estaba Nietzsche. Y el lógico, era otro canon, otra cosmovisión, ni Einstein ni Picasso existían aún, ni Emily Noether ni Virginia Woolf, ni Shoenberg ni la física cuántica, ni tanpoco la dos guerras mundiales, y todo ello (ciencia, política, sociedad) es a lo que se remite el canon. Sólo un canon muy posterior valorizará a Nietzsche, y lo hace cuando, de pronto, su obra se hace importante para una determinada cosmovisión y estructura social. En un mundo global, por supuesto que hay canon, basta ver las redes y consultar los intentos de elaborar listas y  alcanzar consensos en todas la ramas del conocimiento. Y es que hablar de globalidad es un poco naif, no hay ningún argumento cualitativo (aunque sí cuantitativo) que indique que el mundo medieval no era global, claro que lo era, pero a su manera. Eso sí, el escritor, si quiere hacer algo medianamente literario, ha de olvidarse del canon, hacer como que inventa un canon nuevo.

Cristina Gutiérrez Valencia.— Tengo la impresión de que quienes más critican este tipo de experimentación o formas narrativas diferentes aludiendo a las conexiones con la tradición y el pasado son quienes más están anclados en el concepto de originalidad (tan romántico, y por tanto, tan tradicional). No dejan de decir que la originalidad está sobrevalorada, y que lo que hacen los nuevos narradores no es nada nuevo, que todo estaba ya escrito antes. Pero realmente no creo que sean los autores de esta última etapa experimental los que escriban así con voluntad de ruptura, con la idea de hacer algo que nadie más ha hecho antes, eso es una lectura de la crítica tradicional, que da más importancia que ellos a la originalidad. Creo que estos autores no tienen reparos en citar sus influencias, sus lecturas, su tradición, el problema es que su tradición no se corresponde con la tradición del canon hispánico tradicional. Por un lado, los autores españoles que más les interesan no estarían en el canon de narrativa española al uso (Juan Benet, Juan Goytisolo, Julián Ríos, , o la narrativa hispanoamericana más que la española, pongamos por caso), por otro, su canon ya no es hispánico, sino más internacional: probablemente hayan influido más David Foster Wallace y la X Generation que toda la tradición clásica española.

La literatura nacional no puede tener ahora la misma importancia que en contextos de formación de países e identidades nacionales, mercados culturales cerrados y contextos lingüísticos y culturales previos a la globalización, pero sigue teniendo cierto sentido en cuanto a que tanto el mercado como la cultura de los países, estados o nacionales, se configura en campos literarios y culturales, de igual modo que a los lectores nos interesa aquello que sentimos más cercano, que nos retrata, nos apela, nos hace reflexionar sobre lo que somos, y de alguna manera seguimos pensando que eso puede hacerlo mejor un autor de nuestro mismo contexto sociohistórico, cultural y lingüístico. Ahí están vivos los rescoldos de la literatura nacional.

Es evidente que el canon se ha hecho flexible, proteico y disperso en la realidad de los autores, los críticos y los lectores, pero el canon, hoy como siempre, no deja de ser un concepto pedagógico. Cuando voy día a día a mis clases tengo que enseñar a los jóvenes (no) lectores qué es la literatura y cuáles son los autores más importantes, según lo que han decidido una serie de personas que harán que todos los alumnos en edad de escolarización obligatoria traten con esos mismos nombres. Eso es el canon.

Ricardo Menéndez Salmón.— Desde la óptica de la soberanía lectora, que es la que aquí me atrevo a argüir, diría que el canon es casi siempre una impostura que obedece a la pereza de quienes lo dictan. Se citan unos pocos grandes nombres, cuatro mármoles inamovibles, y todos contentos. Pero ¿acaso alguien va a defender que Vargas Llosa es un escritor mucho menos decisivo para la evolución de la novela contemporánea en español que César Aira? Lo dudo. La premisa es no correr riesgos. Yo diría que el único canon que existe es el talento. O mejor dicho: que el talento es precisamente la desviación del canon.

Vicente Luis Mora.— La posmodernidad tuvo cosas buenas, pero ha legado también bastantes ideas nocivas; entre estas últimas, la negativa a aceptar cualquier idea de canon estético me parece de las peores en el campo de la teoría de las ideas. En la introducción a La cuarta persona del plural (2016) ya expuse que una idea abierta, plural, sociológica y crítica de canon es indispensable si queremos seguir pensando que la teoría literaria en general y la crítica en particular tienen algún sentido nuestros días. El canon actual de libros clásicos, en muchos casos, se compone de obras en su tiempo lucharon contra la tradición existente, con la intención de superarla o, por lo menos, de ir más allá de sus planteamientos. Galdós era literariamente mucho más avanzado y valiente que los numerosos imitadores de Galdós. Creo el papel de la literatura nuestros días debe seguir parámetros de actuación similares, de otro modo cae inmediatamente en el peligro de la repetición y el eco involuntario -que es la peor forma posible de eco-.

Francisca Noguerol.—  Tanto las vanguardias de los happy twenties como las neovanguardias de los roaring sixties formaron parte de la tradición de la ruptura (Octavio Paz), hoy seguida , efectivamente, por los autores que practican una “estética de laboratorio” (Laddaga, 2010). Desde mi punto de vista, resulta absolutamente saludable reconocer las filiaciones de los escritores contemporáneos, muy dados, por otra parte, a la transtextualidad y, por ello, a homenajear aquellos títulos que supusieron un revulsivo – temático, estructural, discursivo- en las artes del siglo XX. Eso sí: si algo caracterizó a los precedentes de estas escrituras fue la antisolemnidad: aunque hoy disfruten de reconocimiento, nunca han anquilosado las historias de la literatura con pesadas losas como la constituida por la palabra canon. En todo caso,  constituirían un canon excéntrico o hereje, al que se apuntarían muchos de los autores contemporáneos con gusto.

En cuanto a la segunda parte de la pregunta, ya reflexioné sobre el tema en un artículo titulado significativamente “Narrar sin fronteras” (Noguerol, 2008) porque a estos escritores, efectivamente, les interesa más el concepto de “puente” que el “frontera”. Este hecho ha dado lugar a que, en el ámbito de las letras en español, hoy se apliquen con especial predilección conceptos como los de “literatura posnacional” (Bernat Castany, 2007) o “transatlántica” (Julio Ortega, 2002).

Por último, quiero destacar cómo, en nuestros días, las TICS han contribuido a derrocar de diversos modos la dictadura del mercado: posibilitando la aparición de nuevos medios en el consumo de la literatura —eclosión de sellos alternativos y de la autoedición frente a la emergencia de monopolios editoriales transnacionales-, nuevos esquemas de trabajo de y entre autores —visionado de filias y fobias autoriales a partir de los blogrolls, conocimiento de los diarios de trabajo en el caso de muchas ‘obras en marcha’— o el surgimiento de una crítica en numerosas ocasiones más respetada que la manifiesta en suplementos literarios o artículos académicos: la que se desarrolla gracias a ciertos blogs dedicados a descubrir y analizar los últimos títulos, espacios de referencia obligada para quienes desean estar al día sobre las obras que se hacen eco de nuestra tesitura sin mediaciones mercantiles. En estos ámbitos imperan las reglas enunciadas por Iván Thays para llegar a ser un buen bloguero-crítico literario —“brevedad, actualización y no tomarse tan en serio” (Thays 2010)—, lo que permite una sana atención a obras de arte experimentales, frente a las que solemnemente luchan por ocupar el centro del canon. En este sentido, os felicito por lo que habéis logrado con El cuaderno y os agradezco la oportunidad de reflexionar con vosotros sobre este apasionante tema.

 

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