La verdadera educación es liberal
/ por Gabriel García-Noblejas Sánchez-Cendal /
1.
Leer este librito es entrar en una selva de «clásicos para la vida» en la que crecen alrededor de cuarenta fragmentos, de unas cinco o diez líneas, escritos entre los siglos VIII a.C. y finales del XX. El primer autor es Homero; el último, García Márquez. La mayoría, del siglo XX. Le siguen en cantidad los que pertenecen al Renacimiento europeo y luego, los demás: los de la Grecia y la Roma clásicas, los medievales, los románticos y postrománticos.
De la época que solemos llamar clásica en Europa hay cuatro: Homero, Platón, Plauto e Hipócrates, es decir, pocos, demasiado pocos para hacer honor al título del libro. ¿No cabían Aristóteles y Heráclito? ¿Píndaro? ¿O Esquilo y Sófocles, que superan con mucho a casi todos los otros autores recopilados por su influencia no sólo en las artes, sino también en el mismo desarrollo y estructura de todas nuestras ciencias, como ha demostrado con creces Alfred North Whitehead en La ciencia y el mundo moderno? Y de la India, ¿ningún verso de Kabir, ningún trocito del Ramayana? ¿Y de la antigua Persia? ¿Dónde están los maravillosos Wang Wei y Matsuo Basho; dónde algo más de las literaturas china y japonesa, vastas y angulosas?
A pesar de las carencias, los textos seleccionados son deliciosos, minuciosos, profundos; y dan pie a que autor realice unos breves comentarios tras cada texto para mostrar cómo todos los autores siguen hablándonos hoy, tocando temas que no murieron en el pasado sino que dirigen nuestras mentes y nuestros corazones y las políticas de nuestros gobiernos hoy. He ahí la gran virtud de los comentarios que el autor agrega a las citas de los clásicos: traerlos aquí mismo, acercarlos al lector, mostrar cómo lo más clásico es siempre lo más moderno, porque siempre tiene mucho que decir a todo hombre vivo.
En la selva, en efecto, se tocan temas como el triste silencio de la voz femenina en la historia de la cultura y la ciencia, el populismo, la avaricia, el egoísmo, la honradez moral, el exilio y la inmigración, la imposibilidad de que haya nada perfecto en este mundo, la primacía de la actitud con que hacemos algo frente al rendimiento económico de eso que hagamos, la tensión entre la riqueza o la conciencia religiosa. ¿Acaso no son temas cotidianos; temas que seguramente se nos han pasado a todos varias veces por la cabeza hoy mismo o que hemos visto en las noticias? Pues aquí los tenemos en nuestro libro de hoy, pero vistos a través de los ojos de grandes genios de la literatura y, excepcionalmente, del pensamiento.
2.
Pero lo que más nos interesa de Clásicos para la vida no es tanto la antología ni los comentarios a la antología, sino el ser una suerte de acción cultural en sí mismo; de acción educatuva, de acción educadamente revolucionaria, de reivindicación de la verdadera educación de la inteligencia y la persona. Porque nuestro libro es algo que, actuando directamente en el lector, ampliando sus conocimientos y llevándole a reflexionar sobre los temas más importantes de la vida, funciona dentro de un plan educativo amplio, superior y que destaca por su honradez intelectual. Es una acción educativa que coadyuva en realizar los objetivos que el autor cree que debe tener la educación en nuestro mundo europeo de hoy, que él formula en estos términos: «No la de producir hornadas de diplomados y graduados, sino la de formar ciudadanos libres, cultos, capaces de razonar de manera crítica y autónoma» (pp. 12-13). El presente libro, pues, se sitúa al margen de las tensiones que existen hoy en día entre las razones empresariales y las educativas y propugna una «educación liberal», es decir, que enseña lo que enseña por la bondad misma de lo enseñado, sin mirar el rendimiento económico inmediato, sin esperar dinero a cambio: he ahí el concepto de educación liberal, liberal education, del que participa Clásicos para la vida.
Ordine plantea algo muy semejante a lo que planteaba magistralmente John Henry Newman hace siglo y medio en sus conferencias y sus políticas educativas. Dicho sacerdote, que sería nombrado cardenal al final de su vida y está en proceso de santificación, fue invitado a ocupar (1854) el cargo de rector de la universidad católica de Dublín y, no mucho después, invitado a desocuparlo por parecer a los obispos irlandeses que su sentido de la educación era demasiado liberal. Para J. H. Newman, la tarea de la Universidad era formar personas con una mente dotada de fuerza, de solidez, de capacidad para abarcar e integrar en vez de excluir y reducir, de versatilidad, de justa estimación de todo lo que sucede a nuestro alrededor. La Universidad debía formar personas con convicciones que les permitieran juzgar siempre con sentido común, que no hablaran a la ligera, que tuvieran visiones coherentes de un asunto determinado, que supieran discriminar lo importante de lo secundario en cualquier problema ya fuera científico, político, social o cultural (Discursos sobre el fin y la naturaleza de la educación, pp. 33-34). Relacionada con dichas ideas está la gran publicación, hecha por la Enciclopedia Británica, de los «Great books of the Western world», que a su vez engendró no pocas universidades en el mundo (como la Universidad de Chicago, por ejemplo) cuyo currículum se basa en la lectura de dichas grandes obras (así de simple, así de bueno).
Si seguimos tirando del hilo, veremos que ni Newman ni Ordine son tan originales, pues ambos propugnan una educación que es eco de la que se impartía en la universidad medieval. El Trivium y el Quadrivium, dedicados aquél a la enseñanza de la palabra y lo relacionado con ella y éste al número, no pretendían simplemente dotar al estudiante de un conocimiento técnico de un oficio con el que ganarse la vida, sino mucho más: proponían adquirir el saber universal (de ahí el nombre de Universidad, universitas en latín) de los temas fundamentales de la vida del hombre, esto es, del hombre en su relación con el Ser Supremo, con los demás seres y la Natualeza, y consigo mismo. No buscaban una enseñanza de saberes inconexos sino justamente lo contrario: la pauta que lo conecta todo y que hace del garabato que es el Universo una hermosa caligrafía; un sistema trabado gracias a un orden superior que articula las diversas partes como si fueran vasos comunicantes. Los estudiantes eran guiados por las selvas de la ciencia y del saber de la mano de la inteligencia y la sabiduría que quería darles la Universidad; de la mano de los grandes maestros griegos y romanos, por un lado, y de los modernos, por otro, al igual que Dante fue guiado por Virgilio y Beatriz en el infierno, el purgatorio, el paraíso; al igual que quiere Ordine que pase el lector por nuestro mundo hoy guiado por su libro y por los sus autores seleccionados.
Clásicos para la vida y las ideas de Ordine no tienen nada de nuevo, pero es nuevo y crucial que sean novedad hoy. Porque al mundo de hoy ya se le olvidó lo del mundo de ayer con la rapidez de un relámpago que cruza el firmamento de punta a punta, porque apenas guardamos memoria de nada, apenas aprendemos del pasado, apenas escuchamos a los muertos es vital que propuestas como las de Ordine cuajen y la lectura inteligente de los más inteligentes sea una manera cotidiana de educarnos, como ya hacía Aristóteles, como quiso Horacio con su docere delectando y como pide Einstein cuando sostiene (p. 164) que «lo primero debería ser, siempre, desarrollar la capacidad general para el pensamiento y el juicio independientes y no la adquisición de conocimientos especializados».
Clásicos para la vida. Una pequeña biblioteca ideal
Nuccio Ordine
Traducción de Jordi Bayod
Barcelona: Acantilado, 2017.
178 páginas
11.54 €
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