Poéticas

La poesía de José Luis Gómez Toré: una lectura

Antonio Crespo Massieu desentraña una poética que desciende como la luz, se hace blanco, todas las variedades de blanco: blanco de cinc, blanco celosía, blanco lunar, intervalo, claroscuro, ceguera, futuro.

La poesía de José Luis Gómez Toré: una lectura

/por Antonio Crespo Massieu/

La luz, el blanco, la nieve, la ceguera de quien la mira en exceso, el silencio, la desaparición del yo. La reciente antología del conjunto de la obra de José Luis Gómez Toré se titula Llamarse nadie y se acoge al blanco para designar cada una de las ocho secciones del libro. Voz que nace de la ausencia, de lo borrado, de ese silencio de la página en blanco que precede al poema y que le sucede como resonancia. «Escribir es, en cierto modo, quedarse en blanco. Como si sólo en ese borrado pudiera convocarse algo parecido a una voz». Habitar entonces —o dejar que lo habite el lenguaje— «un intervalo, un espacio en blanco en que parecen confundirse nacimiento y muerte».* Olvidarse para dejar espacio y que el poema pueda decirse. Y pueda «llamarse nadie» quien lo deja aparecer.

Desde ahí, desde ese no lugar o lugar de la ausencia nace la palabra. Y va tejiéndose «una escritura lenta, delicada y rebosante de belleza, que no excluye los aspectos más dolientes del mundo en que vivimos. Una escritura que se desliza y se posa con suavidad sobre la página».** Decir la plenitud del mundo como «quien lee las aguas/ descifra un transcurrir de sombra», aguardar la llamada de las cosas: «Apacienta las cosas./ Aguarda a que te llamen,/ pero sé la impaciencia que precisan»; atender «la memoria de la luz», sentir «la piedad del aire», esa «piedad justa/ que lava la mirada». Este es el «jardín sin nadie» que se despliega en las dos primeras secciones de la antología, presencia de las cosas, palabra que cae en ese intervalo, en ese espacio de la página en blanco.

José Luis Gómez Toré

Acude también el amor —en la tercera sección, «Blanco lunar»— asociado al invierno, la blancura, la utopía del agua, lo que nace y muere a cada instante: «No hay huellas en la nieve que hemos pisado juntos». «Has ungido mi piel/ de memoria y de olvido», «Ella sostiene en sus ojos el otoño,/ en sus manos, una niñez absorta/ del tamaño del agua» en versos que recuerdan, o al menos a mí me llevan, a Paul Celan: «En la mano me come el otoño sus hojas».*** Celebración, confusión, de la amada y de la tierra: «Porque la lluvia ha copiado/ lentamente tus ojos.// Porque te pareces a la alegría y a la tierra».

En la V sección, «Blanco: sol de invierno», la infancia, el niño y lo que nos dice, apenas sin palabras: «Deja caer lentamente la arena sobre tus manos limpiándolas de tiempo.// Sus manos tan pequeñas palpan toda la música del mundo». «Tejes con tu sangre otra sangre/ porque todo es latido,/ un obstinado error contra la muerte». Los abuelos, el padre, el niño, el paso del tiempo: «la piedad apenas soportable de la nieve».

Si la vida que nace es un «Blanco intervalo», un «obstinado error contra la muerte», ¿será nuestro vivir un madurar para acoger al fin la buena muerte de la que hablara Rainer María Rilke? ¿Será algo cercano a un instante sin tiempo, a una aceptación? «Y es este el lugar de la muerte,/ aquí donde las hojas/ atesoran temblor/ para el príncipe mendigo del otoño/ y el sol que nos madura hacia la muerte/ nos madura también para este instante/ en que nada sucede sino el mundo?». Aceptación también de los muertos que me constituyen, que son memoria y olvido, obligada herencia: «Hijo de la ceniza,/ he heredado la noche/ y la responsabilidad de la materia, /por la que acepto el frío/ y los muertos que soy». Muertos que llevamos dentro, que comparecen a deshora, que «insisten con la tenacidad/ tan frágil del rocío». ¿Cómo decirlos? «Cómo nombrar la ausencia». Tal vez lo que quede, lo posible, lo que está a nuestro alcance, en el aquí en el que va madurando la buena muerte, sea «la magia del copista», esa minuciosa demora que no sabemos si «dice una ausencia o una resurrección». Lo que se nos dice en el asombroso poema dedicado a Durero: «Esta serena conversación con la muerte, tan parecida al júbilo». Poema con tanta luz, tanta vida, como «La mujer en la luz» dedicado a Vermeer, en que habitamos la espera y la llegada de la luz.

Gravita también, en la VII sección «Blanco: ceguera» y en el conjunto de la poesía de Gómez Toré, el horror de la historia. Hay una lucidez y una sabia humildad en la conciencia de los límites de la palabra poética para cambiar el mundo y la exigencia de decir, desde la insuficiencia misma del lenguaje, su necesidad. «Una palabra que no quiere sustraerse a lo que ocurre y que, a la vez, intuye que no basta con la simple denuncia». Frente al poeta vinculado a la vanguardia política, nos señala que el lugar del artista, del poeta, tal vez no esté delante, sino en la retaguardia. Siguiendo a Walter Benjamin y la mirada hacia atrás del ángel de la historia nos dice: «Compete al arte ocuparse de lo roto, lo disperso, de lo no asimilable, del residuo (también de los seres humanos concretos que el mercado o las ideologías consideran como residuales)».**** Esta dimensión, presente en toda su trayectoria, se hace evidente en el libro «Claroscuro del bosque», publicado inicialmente como un diálogo con los dibujos de Marta Azparren, que recrea el encuentro entre Celan y Heidegger en su cabaña de la Selva Negra, abordado también en diversos trabajos ensayísticos por el autor.***** Palabra inhóspita, herencia de nadie, gesto inútil del perdón, palabra que no fue dicha, silencio. Esto fue el encuentro. Y así los breves poemas de este libro: inhóspita palabra, abocada al silencio.

Densidad de la historia muy presente en poemas como esa «Carta urgente para Marc Chagall», y en «Ovidio, borracho, escribe a Roma», donde la voz de Mandelstam dice la traición de la más alta esperanza: «Ahora sí que te nombro, padre Stalin,/ hijo de perra […]// quemaste la raíz de las palabras/ y nos robaste un siglo/ de manzanas y lluvia// Dónde empezar de nuevo./ ¿Dónde juntar de nuevo los pedazos/ de otra historia posible?». O los poemas dedicados a Sylvia Plath y «Primavera en Madrid».

Es en su último libro Hotel Europa, donde esa indagación crítica alcanza a nuestro más inmediato presente. Palabra verdadera, ajena a cualquier simplificación, con la misma rigurosa exigencia de lenguaje, que sitúa en el centro la herida y pronuncia lo ilegible. Como en el poema «Recordando al enfermero Whitman», donde su reflexión sobre la poesía y el compromiso, antes mencionada, se hace poema: «Velar la retaguardia,/ pronunciar lo ilegible,/ decir lo roto, el resto calcinado,/ lo que no quiere ser proclama o documento».******

Como ha escrito Jordi Doce: «Hotel Europa indaga críticamente en lo real —el paisaje de escombros de la historia, los arrabales del presente— sin traicionar las exigencias de la imaginación y la palabra». Así la poesía toda de José Luis Gómez Toré, que desciende como la luz, se hace blanco, todas las variedades de blanco: blanco de cinc, blanco celosía, blanco lunar, intervalo, claroscuro, ceguera, futuro. Y mira hacia atrás, deja de estar impelida por el progreso y se detiene para acoger con las alas rotas de la palabra las vidas aniquiladas, los fragmentos, la sucesión interminable de ruinas que llamamos historia, conversa con los muertos. No inventa final ninguno al relato. Nos deja el consuelo y la pregunta de la palabra poética. Es tiempo de escucharle.

Este texto fue leído en la presentación de José Luis Gómez Toré dentro del ciclo Poesía en el Bulevar que tuvo lugar en la Casa de Cultura y Participación Ciudadana de Chamberí el 12 de diciembre de 2019.

 

* «Quedarse en blanco», palabras del autor en José Luis Gómez Toré: Llamarse nadie, Madrid: Polibea, 2019, p. 21. Las citas de los poemas hacen referencia a esta edición. No indicaré la página correspondiente para aligerar el texto; no será difícil localizarlos pues iré indicando la sección del libro a la que pertenecen o el título.

** Oscar Curieses: «Una manzana cae del árbol con la lentitud de una pluma», en Gómez Toré, o. cit., p. 10.

*** El poema «Corona» y otros de «Amapola y memoria».

**** José Luis Gómez Toré: Extramuros: escritos sobre poesía, Madrid: Libros de la Resistencia, 2018, pp. 62-65.

***** Entre otros su excelente El roble de Goethe en Buchenwald, Madrid, 2015.

****** Compárese el texto «Poesía y compromiso» de Extramuros, ed. cit., pp. 62-65 con este poema en Hotel Europa, p. 21 y Llamarse nadie, p. 141.


Llamarse nadie
José Luis Gómez Toré
Polibea, 2019
10€


Selección de poemas

Paisaje

Una sábana azotada por la lluvia
nombra la sed sufrida por el agua,
el río que perturba los ojos del caballo.

Jardín sin nadie

Jardín sin nadie
duerme bajo la lluvia.

No abras la verja.

La mujer en la luz

Vermeer

Esta mujer debe verter el agua. No lo hace todavía. Habita espera. El agua espera. La mujer espera. Solo la luz no espera. La mujer la ha invitado y no lo sabe. Ha abierto la ventana porque tenía sed. Su sed de espacio lava los ojos de quien no beberá la transparencia.

La luz debe verterse sobre el agua.

Un kilo de manzanas golden

A Óscar Curieses

Son pocas.
Y se dejan pesar.
La balanza detiene su caída a la tierra.

La cifra finge una ecuación perfecta
que iguala don y precio.

Nos mienten, y no importa, el peso exacto.

Un kilo de manzanas.

Compartirlas
después
será desandar un camino,
gustar
su sombra recogida,
su agua absorta.

Ala

Durero

Hemos olvidado por demasiado tiempo la magia del copista. No sabemos si la mano que minuciosamente se demora en el quieto temblor de un ala muerta dice una ausencia o una resurrección. Con qué melancolía su amor repite una pequeña forma irrepetible. También la herida última.

Tan parecida al júbilo esta conversación serena con la muerte.

Piedra

Mi hijo, el más pequeño,
arropa con un pañuelo una piedra.

«A dormir, piedra», dice.

Compruebo que es verdad:
la piedra duerme.

Electra

No hay reparación.
Esta orfandad es nuestra
y ya la conocieron nuestros padres.
No se repite el crimen,
sí la herida,
sí la mano detenida en el aire
una vez y otra vez.

La venganza
dura más que los dioses

y la sangre
solo la bebe el polvo.

Recordando al enfermero Whitman

A Edmundo Garrido

Velar la retaguardia,
pronunciar lo ilegible,
decir lo roto, el resto calcinado,
lo que no quiere ser proclama o documento.

Las palabras levantan
un hospital precario,
un refugio irrisorio
que dobla la intemperie.

Inútil,
pero no miente un orden,
no inventa el final del relato.
Se resiste a narrar.

En el centro, la herida.

Elegía

Son demasiados signos para este tiempo adicto a las catástrofes. El reflejo del sol en la piscina, las cargas policiales, los gritos de los niños en el agua, el río que se arrastra con pereza infinita entre los basurales de Maputo, la historia interminable de la sed. Demasiada ironía. Como si nos sobraran las palabras. Como si no estuvieran ya rotos los espejos.

Son pocas las certezas: no ordenar las imágenes, no borrar la sutura, mantener a distancia el porvenir.

Democracia

A Jordi Doce

La angustia de una plaza sin nadie. Los pasos suenan torpes, con el compás absurdo de un animal político, que reclama el dudoso derecho (todavía) de nombrar sin vergüenza un corazón. Es demasiado pronto. O demasiado tarde. Nuestra urgencia no está en el orden del día.

Nos seduce el origen, su acogedora ausencia, pero hablamos la lengua del después.

(Textos procedentes de Llamarse nadie, Polibea, 2019)


Antonio Crespo Massieu (Madrid, 1951) es licenciado en filosofía y letras por la Universidad Complutense y diplomado en estudios portugueses por la Universidad de Lisboa. Desde 1997 hasta 2018 fue responsable de las páginas literarias de la revista Viento Sur. En la actualidad forma parte de su Consejo Asesor. Desde 2017 organiza y presenta el ciclo Poesía en el Bulevar en la Casa de Cultura y Participación Ciudadana de Chamberí, Madrid. Ha publicado los poemarios En este lugar (2004) por el que obtuvo el Premio de Poesía Kutxa Ciudad de Irún en su XXXV edición, Orilla del tiempo (2005), Elegía en Portbou (2011), Los regresados (2014) y Obstinada memoria (2015), así como la antología Memorial de ausencias (2019). Su obra poética ha sido incluida en numerosas antologías. Fue finalista del Premio Nacional de Poesía 2012 con Elegía en Portbou. En 2009 publicó el libro de relatos El peluquero de Dios (2009). Ha escrito trabajos de investigación y de creación literaria en revistas como Anthropos, Revista da Facultade de Letra – Universidade de Lisboa, Asparkía, La ortiga, Dossiers Feministes, Diálogo de la Lengua, El Cielo de salamanca, Riff-Raff, Cuadernos del Matemático, cbn… Su obra poética está presente en numerosas antologías.

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