[EN PORTADA: Anubis pesando el alma del escriba Ani en el Libro de los muertos, c. 1275 a. C.].
Jueves, 9 de abril. Amigo José, cuando te escribo imagino que mi carta llega a un lugar pequeño, provinciano y amable, un poco fuera del mundo, un mundo en miniatura, con calles de casas con jardín, con el trisar de las golondrinas. Y a ti, por el camino de la Cartuja, zarandeado por la imagen del estallido bermellón de unas adelfas junto al cauce seco.
Así de ignorante es uno (qué quieres, siempre tuve una imagen desdibujada del Sur), porque el otro día un amigo me dijo que hay en tu pueblo casi tantos habitantes como en esta ciudad desde la que te escribo. Esta ciudad que no sé si es medieval, o prerromana, burgo monástico o territorio de gárgolas y silencio. Quizá te hablo así porque miro ahora viejas fotos en blanco y negro que ilustran un libro de poemas. En una de ellas está el torreón pegado a la muralla, tejados y el humo de chimeneas mezclado con la neblina, un edificio que creo que es el de las monjas… La foto es bonita, llena de brumas, cruza una paloma desenfocada. No sé si es atardecer o amanecida. Un verso dice: «el cielo alto enloquece de pájaros tardíos». En todo caso, es invierno.
En fin, con esas imágenes puede que se haga algo de literatura, pero en el vivir de los días todo marcha un poco a contrapelo. No hemos avanzado mucho. Aquí los dineros de la cultura están yendo para un museo de Semana Santa que gestionarán los curas, en el que alguien me dice que también se harán apartamentos y ya sabes que ahí no se cobran impuestos. Si Jesucristo levantara la cabeza…
Si corre un poco el aire es gracias a tres o cuatro poetas y músicos y algunos ropavejeros. Lo demás no existe o es procesión a ritmo de cornetín o estatuas de reyes muertos. Ay, José, basta ya de lamentos, porque esto de la idiotez está en muchos barrios; pagamos por gestionar el bien común a auténticos australopitecus.
Así que uno se refugia en la paz de este desierto desde el que te escribo, con unos cuantos libros doctos, conversando con sus autores muertos. Decía Juan Ramón: «Mejor callar que hablar; mejor soñar que callar; mejor leer que soñar o pensar sólo. Leyendo, el mismo silencio se calla y podemos pensar o soñar en compañía». Así que ayer me llevé a la cama los Cuadernos de Emil Cioran, editados hace poco. No fue buena idea, porque son más de mil páginas que te pueden machacar la nariz si se te caen encima cuando te estás durmiendo. Escribe E. C.: «¿Quién me curará de mi terrible Bildungstrieb? ¿A quién culpar de mi amor por los libros, de la necesidad que tengo de cultivarme, de la sed de aprender, de almacenar, de saber, de acumular fruslerías sobre todas las cosas?».
Por la tarde había comenzado a leer las Cartas a Louise Colet, de Flaubert. Tengo anotado en la primera página que compré ese libro en la librería Pérez Galdós, en la calle Hortaleza. En la Carta 10, de 26 de agosto de 1846 hay tres párrafos que tienen que ver bastante con algunos comportamientos y cuitas en estos tiempos de encierro obligatorio. «Nos erigimos en centro de la naturaleza, finalidad de la creación y razón suprema de ésta. Todo lo que vemos que no se adecúa a esto, nos asombra; todo lo que se nos opone, nos exaspera». «La idea de patria, es decir, la obligación en que se ve uno de vivir en un trozo de tierra señalado en rojo o en azul sobre el mapa, y de odiar los demás trozos de verde o de negro, siempre me ha parecido atroz, limitada y de una estupidez feroz». Relata también un paseo hasta unas ruinas, donde se encuentran unas tumbas vacías y la vegetación invade el lugar y crece sobre los cráneos petrificados: «La Eternidad del Principio reaparece con cada floración de mostazas amarillas. Me agrada pensar que algún día serviré para hacer crecer tulipanes».
Ideas similares están en tus libros, en pinceladas, en frases certeras, que para eso tienes la visión precisa del poeta: «El dolor no nos mejora, pero consigue que amemos la vida de una manera más depurada, más profunda». Subrayé en tu último libro esta frase: «La inteligencia se alimenta más con la belleza que con los conocimientos». Y todo esto también lo condensas en los diálogos que acompañan a esos dibujos que me vienes enviando sobre este tiempo de temor y temblor.
Podríamos publicar algún día estas cartas y esos dibujos, si esta malaventura amaina y no nos deja entristecidos para siempre. Algo parecido a ese libro tuyo, esa miniatura, con los dibujos de Pedro Serna. Tengo de nuestro querido pintor algunas acuarelas. Si el arte o, como tú escribes, una flor, una música o un comportamiento te arrancan lágrimas de gratitud, es más que suficiente.
Recibe un fuerte abrazo.
A.

Viernes Santo, 10 de abril. Querido Miguel, me acordaba en estos momentos de vos, porque andaba sumido en altas lecturas artísticas. En vez de andar ordenando papeles de trabajo a esta primera hora de la mañana, y disponiéndome a ir a la oficina (ya, ya sé que hoy en una vida normal sería festivo, pero uno de los placeres laborales es ir al edificio de los juzgados los días en que no hay nadie) estaba leyendo la Historia del arte de Gombrich. Releía esa parte que titula «Arte experimental» y cuenta lo que sucede al inicio del siglo XX para que los pintores abandonen la figuración. Me gusta su planteamiento, porque nombra primero a los arquitectos y su decisión de prescindir del ornamento y barrer las telarañas de falsas molduras, volutas y pilastras, arrumbando a Brunelleschi.
Cita a Lloyd Wright y su forma nueva de proyectar una casa; en el libro viene la ilustración de la construida en el 540 Fair Oaks Avenue, Oak Park, Illinois, en 1902. Eso es antes de que los pintores comenzasen sus experimentos más radicales. Y aquí trae a cuento al arte antiguo y a los egipcios, que representaban en la pintura todo lo que conocían y no sólo lo que veían. El cubismo supondría un retorno a esos principios, de acuerdo con los cuales un objeto se dibuja por el ángulo desde el que se advierta más claramente su forma característica.
Me da que tú andas estos días un poco egipcio. Como dice Gombrich, siempre tendremos, para plasmar una imagen, que comenzar con líneas y formas convencionales. Y añade, con mucha gracia, que el egipcio puede ser suprimido en nosotros, pero jamás será derrotado por completo. Las líneas de ese dibujo que escaneas y me envías, esos trazos sugiriendo una casa y delineando una calle, parecen confirmarlo. Dibujos así los había visto en fotografías de tu exposición de diciembre de 2005 en la Galería Utopía Parkway. Aquellos eran más afines a una visión convencional, acotaban más la imagen; estos son tan escuetos que parece que al cerrar los ojos desparecerían; son como el rastro del vuelo de un vencejo en el aire.
Tiene gracia eso que cuentas de que al leer estas cartas «Desde mi celda» pensaste en hacer algo que tuviera que ver con estos días de clausura, y que ese dibujo, esas líneas que has trazado de memoria, pertenecen a la calle Convento. Ya sé cómo te las gastas cuando miras. Te he visto otras veces en acción. Vamos paseando y caes en una especie de ausencia, sólo unos instantes, porque te has puesto a escudriñar una cornisa, un edificio viejo o las ramas retorcidas de un árbol. Como haría yo al memorizar el párrafo de una ley o este puto decreto del estado de alarma, tú vas recolectando luces, grietas en los muros de una casa solitaria, la penumbra de un parque en Ferrara, un destello apagado del invierno en La Roda, la nieve… Por cierto, ayer leí a Cioran y encontré esta frase: «”No escribas sobre la nieve”, una de las prohibiciones de Pitágoras. ¿Cuál puede ser su significado? ¿La falta de duración?». Tú en cambio, la pintas divinamente.
¿Qué tal estás llevando el encierro? A pesar de esos archivos, de esa buena cabeza llena de recuerdos e imágenes para pintar paisajes, es posible que te haya dado por los bodegones. No tengo ahora a la vista ese amplísimo catálogo sobre tu obra con texto de Juan Manuel Bonet, pero hay en él pocas naturalezas muertas: algunas flores, una botella, un par de libros y un cráneo. Más o menos es así, ¿verdad? Uno de esos libros es portada en uno de Ferlosio, Glosas castellanas, que tengo sin leer. ¿No sería un buen momento para ponerte a la manera de Sánchez Cotán y pintar repollos y espárragos?
Todavía tengo sin colgar tu dibujo, el del cementerio de Varsovia, que le regalé a Mar por su cumpleaños. Bueno, ya has visto que en casa hay más cuadros apoyados en las paredes, en el suelo, que colgados. Lo hemos puesto en la mesa que hay en el salón, al lado del sofá, junto a dos azulejos portugueses y una pequeña lámpara. Te tenemos cerca a diario, casi llega hasta nosotros el rumor de las ramas de esos árboles y oímos cómo crece la yerba entre las tumbas; al final vemos un muro; todo envuelto en esa luz difuminada, disimulada entre los objetos. Una luz que a veces vibra, como si a ella se hubiera adherido, como un vaho, el alma de los muertos.
Miguel, dale un beso a Marta de nuestra parte. Dile que a no tardar volveremos a los placeres del mundo, que cuando se pueda viajar nos presentaremos en ese ático de la calle Tenderina con una ración de callos y una hogaza de pan para mojar. Y tú recibe un fuerte abrazo.
A.

Domingo de Ramos. Un mundo en el aire.
A César Iglesias
La noche ha labrado esta niebla indecisa. Allá está todavía dormido el horizonte y la línea de los montes que hoy no alcanza mi vista. Porciones de bruma. Cerca de mis manos, tejados enmohecidos y hojas decaídas en el parque. El miedo murmura, se arrastra por las calles, lo oigo bien cuando dobla la esquina. Deja ese sonido de papeles arrugados, desazón, inquietud, casi espanto a veces. Sienten su desprecio y rumor los libros que me rodean y cuidan. Están velando sus armas, defienden nuestra frontera y cobijan mi ansiedad. Hay ya tropas en el puente. Y cava trincheras la poesía. Veo que están hombro con hombro, dándose ánimos. Forman el contingente en el que no parece calar la melancolía. No han esperado, porque no llegarán nunca, a los comandantes de la prosa (Steiner, Bloom, Jiménez Lozano), caídos en estos días, ni a las naves de los aqueos, ni a que guarden uno de los flancos la caballería de Sobieski y sus húsares alados. Y están llamando a la leva a todos esos dibujos y apuntes que he ido dejando en los libros. Saben que ahí está mi pasado, mis ojos entornados, lágrimas, la sintaxis de mis días. En la última página de El toldo rojo de Bolonia, de John Berger, dibujé una ermita y a la sombra de sus muros, a un viajero que toma notas en su cuaderno. Ahora lo veo levantarse. Hasta allí ha llegado el sonido del tambor y los pífanos. Cambian también su rumbo ese hombre y esa mujer que van entre la niebla en el poema de Yehuda Amijai. Se despereza el adolescente que dormita en Canción de cuna, de W. H. Auden. Están encendiendo hogueras, levantan empalizadas. Mientras, se tiznan sus rostros y por la megafonía se oye aquel discurso de la última guerra en Europa. «Lucharemos en las playas, en los campos de aterrizaje, en los campos y en las calles, en las colinas, ¡nunca nos rendiremos!». Ahora anuncian la llegada de un filósofo de guardia, un cuarteto de cuerda y las enfermeras de Amherst. Y llegan noticias de otros campamentos con corazones heridos sin ni siquiera haber entrado en combate. Hacia allí enviaremos petirrojos amaestrados y palomas: no ocuparán sus almas el frío ni las murmuraciones. Humaredas, sombras en la planicie y un bosque que tirita como el de Birnam. Se oyen a veces ecos de un gong y el murmullo de un curso de agua. Desde aquí podemos ver cómo en el aire algunos espíritus imprevistos con el pelo mojado flotan y se saludan en lenguas extranjeras. Se encienden fogatas. El grupo de arqueros está entonando «Me pregunto qué suerte correrá tu belleza». Todos estamos inquietos; mas todos detestan la espera.


Avelino Fierro (Chozas de Arriba [León], 1956), licenciado en Derecho por la Universidad de Oviedo y fiscal de Menores de León, es escritor de diarios, poemas, dibujante y coleccionista de libros. Sus textos diarísticos han visto la luz en cuatro volúmenes: Una habitación en Europa (2010-2012), Ciudad de sombra (2013-2014), La vida a medias (2015-2016) y Contra tiempo (2017-2018) todos ellos publicados por la editorial Eolas.
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