Poéticas

Celan / Nelly Sachs: colisión de silencios en un hotel de Zúrich

En el quincuagésimo aniversario de la muerte de Paul Celan y el centenario de su nacimiento, José Manuel Suárez recrea poéticamente las conversaciones que el poeta mantuvo con Nelly Sachs, con quien mantenía una admiración mutua y una intensa correspondencia, aunque puntos de vista muy distintos.

/ por José Manuel Suárez /

Se cumple este año el quincuagésimo aniversario de la muerte de Paul Celan (Chernovitz, 1920 – París, 1970) y el centenario de su nacimiento. Cifras y números fáciles para recordar una angustiada vida y una compleja y difícil obra.

Creo que Celan es el poeta más importante del siglo XX: supo abordar las cuestiones más hondamente trascendentes del corazón del hombre individual y del conjunto social en cuanto masa sujeta a manipulación y explotación. Y siempre con la muerte como telón de fondo y medio para un fin. Se podría decir que el tema único de sus libros es el dolor; el suyo propio y el de tantos millones de personas que sufrieron la dominación y exterminio nazis. En realidad, y por más que nos engañemos, el dolor, abordado de mil modos, es el gran tema de toda obra que aspire a la verdad. Y solo la verdad importa.

Pues bien, para hacer poesía sobre el dolor, implicándose hasta el extremo, Paul Celan necesitó escribir en una lengua propia.No le servía el alemán de los asesinos: tuvo que estrujarlo expresivamente al máximo, diríamos que sílaba a sílaba, y como grabándolas en su propia piel. Quedarán grabadas también en la piel del lector. Ese idioma propio es el celaniano,  como dice Jean Bollack, sin duda el mayor conocedor de su obra. Merece la pena citar algunos de sus libros, ya traducidos: Piedra de corazón. Un poema póstumo de Paul Celan (Libros de Arena, 2002); Sentido contra sentido. ¿Cómo se lee? Conversaciones con Patrick Llored (Libros de Arena, 2004); Lecturas de «Cristal de aliento» de Paul Celan (Herder, 2020),y sobre todo el enorme, en todos los sentidos, Poesía contra poesía: Celan y la literatura (Trotta, 2005). Si el autor se adentra en algunos de estos libros, le garantizo una experiencia cultural y vital única. Dicen que no soportan tanto estos tiempos de insoportable levedad. Peor para ellos.

En 2016 publiqué el libro titulado Transoscurecer, un largo texto poético en forma de oratorio cuyo protagonista es Paul Celan. Fue reeditado en 2018 en Ars Poetica con el título El grabador de sílabas: muerte y reparación de Paul Celan. Oratorio. Apoyándome en los testimonios conservados, di voz imaginal al poeta y a las principales personas que le acompañaron en vida. Entre ellas, a Nelly Sachs, Ingeborg Bachmann y Martin Heidegger. Nelly Sachs (18911970) fue una poeta alemana de origen judío, premio Nobel en 1966. Mantuvo con Celan una intensa correspondencia (Correspondencia: Paul Celan-Nelly Sachs, Trotta, 2007). Se admiraban pero tuvieron puntos de vista muy distintos. Se vieron pocas veces. Una de ellas, la más importante, en Zúrich el 26 de mayo de 1960. Celan recogió el encuentro en uno de sus poemas más conocidos, «Zúrich, Zum Storchem».

Publico aquí parte del prólogo de mi oratorio y mi recreación poética de las conversaciones de aquel día entre Paul Celan y Nelly Sachs.

Paul Celan
Nelly Sachs

En un oscuro tiempo de estrellas

I

En sus últimas días de vida el gran poeta Paul Celan, alejado de los suyos, enfermo y solo en su apartamento, oye muchas voces que le hablan, las tiene junto a sí, habla con ellas. Son para él presencias vivas que asaltan su mente con obsesiva tenacidad: la madre, el padre, la esposa, el hijo, los amigos más cercanos, el coro de los muchos que sufrieron. La voz, por ejemplo, de Ingeborg Bachmann, escritora alemana, que tanto le amó y a quien él finalmente no pudo amar, quizá porque escuchando sus palabras oía el idioma de los verdugos. 

Y muy especialmente la voz de Nelly Sachs, poeta alemana de origen judío, con quien Celan tanto sentía y… disentía. La poesía de ambos fue creciendo desde una mutua y gozosa presencia pero también desde una radical y dolorosa lejanía espiritual. Exiliada en Suecia desde 1940, fue Premio Nobel en 1966. Nelly Sachs murió en Estocolmo el 12 de mayo de 1970, el mismo día en que Celan fue enterrado en el cementerio de Thiais (París). La voz de Nelly Sachs es una presencia principal en estas páginas. Pero Celan, en su delirio, apenas distinguirá ya las distintas voces pues todas le hablan con una sola voz, y en cada una resuenan las demás, que solo en su interior escucha.

El poeta oirá también las palabras tan llenas de silencio del filósofo Martin Heidegger, a quien había leído mucho, a quien conoció en 1967 y de quien más había esperado una palabra pensante sobre lo más necesario y grave, sobre lo más terrible.

II

Los hechos son muy conocidos. El 24 de julio de 1967 Paul Celan dio una lectura de poemas en el gran auditorio de la Universidad de Friburgo. Asistieron más de mil personas. Entre ellas y en primera fila, Martin Heidegger.

Cuenta R. Safranski en su biografía de Heidegger que el filósofo, con 77 años y un prestigio mundial, visitó las librerías de la ciudad rogando que se expusieran en un lugar preferente de los escaparates los libros de Celan. Heidegger admiraba su poesía. En una carta a G. Baumann, organizador del acto, le había escrito poco antes: «Hace tiempo que deseo conocer personalmente a Paul Celan. Es el que está más adelantado y el que más retirado se mantiene. Estoy al corriente de todo cuanto se refiere a él, conozco también la grave crisis de la que él se ha sacado a sí mismo, en la medida en que un hombre es capaz de esto… Sería saludable poder enseñar a Paul Celan la Selva Negra».

También Celan admiraba la obra de Heidegger, cuyos libros, especialmente Ser y tiempo, había estudiado y anotado minuciosamente. Con motivo de su estancia en la ciudad, había expresado su interés en conocer y saludar a Heidegger, pese a ser muy consciente de su pasado político. Celan vivió aquel momento con una íntima y profunda contradicción. Sentía admiración y rechazo al mismo tiempo. Como ejemplo, se negó a ser fotografiado con él. Heidegger, sin embargo, le propuso, al poco de ser presentados, viajar a la cercana Selva Negra para visitar algunos parajes y especialmente su cabaña en la pequeña localidad de Todtnauberg. Celan aceptó la invitación.

Al día siguiente temprano emprendieron la excursión. El poeta y el filósofo pasaron la mañana juntos en la casita de campo en la que Heidegger había pensado y escrito gran parte de su obra. Se sabe también que dieron un largo paseo por los prados y bosques próximos a la casa. El poeta se dejó poseer por la luz, por los Alpes lejanos, por las plantas y flores del lugar, por la fuente junto a la casa y su rústico pilón decorado con un dado de madera en forma de estrella. Pero en su corazón estaba poseído por un dolor que nunca le abandonó: el del exterminio de los judíos en que perdió a sus padres, otros familiares y muchos seres queridos. Algo que no consentía olvidos ni silencios. Ni perdón.

III

Había deseado tener un encuentro redentor con Heidegger, una conversación de corazones entregados. La cabaña de Todtnauberg, aquel lugar del pensar, habría sido el mejor lugar. No fue posible. Subieron, sí, a Todtnauberg aquel 25 de julio, pero hubo un gran silencio del hombre de pensamiento sobre lo que Celan más necesitaba oír. Dejó constancia de ello en una frase escrita en el libro de visitas que Heidegger ofrecía a sus invitados («En el libro de la cabaña, con la mirada en la estrella del pozo, con esperanza en una próxima palabra que advenga en el corazón»). También, casi con idénticas palabras, en su famoso poema «Todtnauberg», que escribió pocos días después. En él se refiere a la naturaleza en su esplendor, a su dolor por dentro, a una palabra pensante por venir: «Árnica, eufrasia (alegría de los ojos)…/ en la/ cabaña// escrita/ en el libro…/ en este libro/ la línea de/ una esperanza, hoy,/ en una palabra que adviene/ de alguien que piensa,/ en el corazón, //brañas del bosque…/ orquídeas y más orquídeas…/ quien nos conduce,/ este hombre/ que nos escucha,…».

«En el contexto del siglo XX —escribió George Steiner en 2004—, el encuentro más fascinante y productivo entre la filosofía y la poesía es el que se dio entre Paul Celan y Martin Heidegger». Y también: «En los subrayados y las anotaciones que Celan hizo en los márgenes de los textos de Heidegger, somos testigos de una de las colisiones o conjunciones supremas entre la poesía y la filosofía en el pensamiento occidental».

En el verano de 2017 recorrí los caminos y laderas de Todtnauberg. Vi por delante de mí a aquellos dos hombres, envueltos cada uno en su propio silencio, tan incomunicables entre sí.

IV

Poesía, pensamiento. Dolor y luz. Pétalos que supuran. Fue el 25 de julio de 1967. Celan nunca superó aquella «grave crisis» que Heidegger intuyó certeramente.

Volvió a París y a sus tareas habituales de clases y traducciones. Internamiento en un hospital psiquiátrico. Viajó a Israel; leyó su poesía en varios lugares y ante públicos numerosos. En marzo de 1970 fue por última vez a Alemania. Lecturas en Stuttgart y Friburgo. Una de ellas en casa de Baumann, a la que de nuevo asiste Heidegger, quien confiesa: «Celan está enfermo —incurablemente».

Murió poco después, en torno al 20 de abril de 1970, arrojándose al Sena, probablemente desde el puente Mirabeau, cercano a su domicilio. Cuatro meses antes había escrito a Ilana Shmueli, amiga de la juventud: «Había muchas fuerzas reunidas en mí —no solo las de la poesía—, que eran una sola fuerza, una sola. Han querido quitármelas —tal vez porque eran demasiado grandes. Mi fuerza era tan grande que no han podido dejármela. Me defendí durante mucho tiempo, pero cuanto más decidido y concentrado llevaba ese combate, más dura se hacía la caída».

Un día sucedió, un día «en un oscuro tiempo de estrellas», como le decía Nelly Sachs a Celan en una carta de 1960. Su vida, su combate y caída, su dedicación a la poesía, su realismo trágico, sus sílabas grabadas, me acompañan desde hace muchos años. Mi poema oratorio quisiera acompañarlo a él en los momentos últimos de su vida, dominado en aquellas horas por una gran angustia.


Transoscurecer hacia ti. Nosotros no sabemos (*)

(Zúrich, 26 de mayo de 1960. Por la ciudad y en el hotel Zum Storchem.
Hablan Nelly Sachs y Celan)

Escena 1

Durante un paseo por la orilla del lago

Paul Celan

Desde dónde me acosan las preguntas. También desde ti
que en tus cartas me hablabas del Dios con quien estar al borde del abismo
que consuela y obliga, me decías.
Cartas tuyas amadas que venían de Estocolmo,
sufriendo de tu mal, tú perseguida, siempre tu madre junto a ti,
en tu hospital donde no pude verte.

Nelly Sachs

De qué nos servirán las palabras, mi amigo, si no pueden dar
con el lugar de Dios. Por qué ha de sucumbir
el alma a la memoria, colmillos que trituran hoy el cuerpo. Me hablabas
—el lugar de donde provienes habla hasta entenebrecerse, hacia el sur.
La condena  con que te vas matando no te cura,
la llevas contigo. Voz te da.
Nos alzamos desde una cordura hecha añicos contra tantas serpientes
que nos van devorando. Un abismo te empuja a hacer el viaje,
vuelves a Alemania enfermo de tu fe para hablar con los seres queridos.
Tuyos, míos. Manos y labios sin lugar ni reposo.

Paul Celan

Siempre tuve tu ofrecimiento, tenazmente traído, dejado
dulcemente a mi puerta: versos tuyos ya míos, clamantes de tan nuestros
que se van de su espejo para recuperarnos.
Quién reconocerá las íntimas verdades del desterrado empujándolo
a su tierra y dolor.
Al borde de un abismo que te afirma y te niega. ¿Te consuela?
Me hablabas del Dios con quien estar,
de alguna redención para empezar de nuevo.

Nelly Sachs

Contra mi Dios me hablaste, no contra mí.
Había llegado a ti desde un final de otoño, poblando de palomas
el viento de tus ojos: «Su carta ha sido una de las grandes
alegrías de mi vida», te decía. A ti llegó
como la flor que nace desde un oscuro clamor al alto sueño de la luz:
«Tiene usted conocimiento de mis cosas, las tiene consigo;
por lo tanto, tengo un hogar sobre la tierra». Yo te busqué primero, y vive
un corazón latiendo de mi lado.
Y muriendo desde entonces; en tu otoño final que apenas te da paz.

Paul Celan

Te había deseado por carta que tuvieras salud. Me respondiste:
«Otra vez en casa después de haber estado casi medio año
en dos hospitales diferentes». Y allí mismo tus últimos versos para mí:
«Divídete, noche, / tus dos alas iluminadas / tiemblan
de horror / pues quiero irme / y devolverte el sangriento atardecer».
Irnos los dos queremos.
Diez años antes en otra carta lo ya nunca olvidado: «Cuando sufrimos
pertenecemos ya solo a Dios, por eso nos abandonan los amigos».
Si en estos años me hubieran consolado
estas palabras tuyas que me quemaban tan dentro.

Nelly Sachs

Yo te busqué y llamé. Con gran fervor dejé a tu puerta mi primera carta.
Viniendo de tan lejos, desconocida, tardaste en escribirme.
Cuánto deseaba tu respuesta, pues mi corazón se hermanaba con el tuyo
desde aquellos primeros versos que llegaron a mí: un mismo grito
oscuro los cosía a los míos con alambre de espino,
y en mi frente su corona de espinas. Te decía: «Ve usted mucho del paisaje
espiritual que se oculta tras todo lo de aquí,
tiene usted la fuerza para expresar el misterio que calladamente se abre. 
También yo he de seguir ese camino interior que parte del aquí
hacia el inaudito padecimiento de mi pueblo, y que prosigue a tientas…».

Paul Celan

Tu dolor me encontraba y me arropaba. Yo, sin embargo,
no te daba calor —quién se puso de tu lado, un vaciado de lo perdido eres tú.
«Suya para todos los tiempos»: así te despedías
cuando tu Dios nombraste.
Hace poco se fueron de mis labios a tus manos mis últimas palabras:
«¡Toda la alegría para ti, querida Nelly, todo lo luminoso!».
Sol que no tengo conmigo.
«En un oscuro tiempo de estrellas» me hablabas de esperanza.

Escena 2

Junto a la catedral, en la tarde

Nelly Sachs

Admiraba yo y amaba el hueso descarnado de tus versos. Todo allí
sin vaciedades: el nombre y las elipsis para hacer presente
lo más terrible. Con ellos me lloraba y me fundía.
Pasaron unos años; me escribiste. Con gran fervor te respondí enseguida:
«Su carta ha sido una de las grandes alegrías de mi vida».
Yo, que desde hace tantos años vivo sin un hogar donde guardarme.
Pero ya no vivo. Acosada
por delirios que son persecuciones, me dejo atrapar en recia red
de acabamiento para cumplir un destino.
¿Cuál? Nada sabemos. Solo el dolor, la nube negra,
el grito, la metralla. Quizá también la fe. «Creo en un universo invisible,
donde dibujamos nuestro oscuro quehacer. […]
De mi propio pueblo vino en mi ayuda la mística judía,
que tiene que crear siempre de nuevo con dolores de parto».
Con cada nueva carta a ti más y más mi corazón se abría.

Paul Celan

Tu fe yo he rechazado con mi puño contra ti. Pero no, no contra ti.
No puedo ver el destino que dices. El cielo contra nosotros
vino una vez más, y fue el mayor espanto.
Ves desde tu fe; yo estoy cegado. Mis ojos no se encienden
con nada que me digas. Dices que no sabemos. Sabemos
lo que vimos, y morimos por ello pues sin ellos vivimos.
Mi fe sin fe. Ya voy hacia el final, hacia la noche.
Te llevo en La bendición de Jacob de tu amado Rembrandt:
«En la noche aflora la bendición en el erróneamente, aunque para Dios
correctamente, bendecido».
Se cerrarán tus ojos a la vez que los míos y un gesto de tu mano
estaré viendo en mi beso, ya frío. Ya no te sueño yo, la noche
dice una palabra tuya, silenciosa y humilde.
Hace mucho tiempo que tuve el cielo en mis manos, en aquellas horas
de gloria de un otoño encendido.

Nelly Sachs

Librado de su peso, se dio a ser destino poderoso que en llamas
invasoras te envolvía. En sombras llevábamos los dos el mismo manto.
Con aguas sanadoras me quemé. ¿Cuándo
volveremos a ver la rosa señalada, sus pétalos abiertos, ofrecidos?
Su cima no es la cumbre. Palabras como piedras a tu espalda.
Cuando las puertas se te van cerrando, más te esperan
huellas de allá arriba. De qué nombres. Será una nebulosa lejanísima
tu voz dentro de casa, momentos de un silencio contra la luz del mar.

Paul Celan

Ya está cerca el gran día, me pesa dentro y me rompe un desgarro infinito,
y al mismo tiempo tan pequeño como un granito de arena
que la corriente zarandea de acá para allá y no sabe si podrá descansar
algún día —malherida ganancia.
Mayor, sin embargo, que todas las aguas torrenciales de tormenta.
Las horas y los días que me aguardan se me van perdiendo
en el gran árbol sin sombra de todas mis palabras, garfios que cada noche
me sujetan para tenerme en pie, formas ya no humanas
que se me aparecen cada noche reduciendo mi espacio, acorralándome.
Ya no respiro aquí, me están crucificando.

Nelly Sachs

El dolor es. No hay más ser que el ser crucificado. Así  da luz:
siendo del sol. Me escribirás,
y qué adentro tu poema en mí: «El día de una Ascensión, la / catedral
estaba al otro lado, vino / con algo de oro por el agua».
Palabras buenas. Después, tan duras y sangrantes. Rezuman
sobre mí su gota desde tu frente a mis labios,
mudos ya de esperar que un cielo alumbre sobre todos nosotros.
Un día escribí yo: «Nosotras, madres, / nosotras decimos a la muerte: /
florece en nuestra sangre. / Nosotras llevamos
arena a la vida / y a las estrellas un mundo reflejante».
Desde todos nosotros, la pasión de Israel,
un ser inmenso se levanta y sube a su más alto monte:
cruz de luz.
Es así desde siempre y con  todos, no solo con el pueblo
demorado en el desierto y fundado en un no saber que una nube llevaba
contra toda esperanza de llegar a ser. Y de poder estar.

Escena 3

En algún salón del hotel

Paul Celan

Nuestra única esperanza, le suplicaba yo a Gisèle, ya no podrá existir
si no estamos, los tres, como estuvimos estos años,
en los que se nos fue descomponiendo el corazón amándonos.
La casa entera, crematorio de afectos, humo denso cayendo.
Si al menos se elevara y deshiciera dejando entrar al sol y se quedara.
Y a pesar de que a cada instante es más urgente la huida,
esta necesidad de ser entre las cosas, sus cuadros, sus bocetos,
mis sílabas grabadas tatuándome a ella, mi Gisèle.
Nelly, ¿tú nos ves? Nuestra casa,
tu hogar, como decías. Ya no existe.

Nelly Sachs

Este oscuro designio de piedra que va al fondo, de ser y de no ser
y estar dentro huyéndote hacia ti, te espera en todas las puertas
que se abren. Querrías amar más y que no te asfixiaran
los nombres que te atan, y tanto te separan de quienes más te amaron.
Pero la misma luz para distintos ojos no puede ser posible.
Un alma en vilo es impotente para subir a un buen lugar
en donde nada de aquí abajo la tocara ni quemara con una fe
que se está yendo muy lejos.
Cuando lo que llega es el gran día, y vas hacia el encuentro deseado
que te oprime y te abraza allá en lo hondo,
sé de qué cielo hemos venido y en qué camino vamos.
Mi granito de arena ya ve la montaña que lo habita.

Paul Celan

Tu fe te ha salvado, mas no a mí. ¿No sabemos y te aferras con fuerza
a tan necia ignorancia? No, todo lo sabemos muy bien.
Con nuestros propios ojos lo hemos visto; nadie, nadie podrá decir
que no sabemos. Me enloqueció
escucharte que hay designios que trazan un destino
contra los que vinieron sin que se pueda ver la mano marcadora,
el sentido que avanza o la pasión que quema.
No he de seguirte, Nelly. No, no he de seguirte.
Si fuera como dices, aquel designio viniendo de lo alto llevaría sobre sí,
como nosotros en el pecho la estrella,
el nombre nunca dicho de lo que siempre fue:
ceniza y redención; reparación, ceniza.
No puedo acompañarte hacia tu fe, pese a que la has abrigado
en su cuna con tanto sufrimiento, gota a gota, cuerpo con cuerpo.
No es tiempo de acunar sino de ver —en el propio ojo de piedra.

Nelly Sachs

Son últimos instantes, que ya vienen durando muchos días, meses
interminables, fríos amaneceres en que no levantas los ojos.
Qué razón habría para mirar afuera y ver sin ver y respirar más frío.
Como todos los días este día, serpiente calculada
que te ahoga. De su boca no has sabido salir con disimulo.
Un solo mar navegarás hacia la nieve azul.
Estás saliendo. Desde tu cuarto, a todos ves. Nadie desde allá lejos
a donde siempre miras.
No es intención de un hombre que esté solo y busque fuegos.
Ni se verían. Es el vacío: se llena atrapando, sorbiendo, succionando.
Prensando, destilando. Estás deshecho.
Tú,
pero sin ti.

Paul Celan

Dónde se quedaron aquellas buenas horas en que el fruto venía:
las clases, tu libro contra el tiempo, cartas, traducciones;
Ingeborg, rue des Écoles; Nelly, Gisèle; Viena, Zúrich, Friburgo.
Sobre mis hombros, dentro del corazón,
vacíos enrejados. Los veo, corriente abajo me arrastran;
la furia de estar viendo.
Pues me persiguen: ayúdame tú a caer con este peso grande, frío,
que llevo dentro, que todos podéis ver.
Llegaré. Con hebras de otro sol me estoy mirando. Ellos
no. Ciegos de aquel perdón con que se abrazan.
Los dos hablamos y hablamos, por la calle, junto al lago, en el hotel.
Sobre tu Dios, sobre ninguno.
Si los que miran ven es que no están.

Nelly Sachs

«Pero cuántas muertes no hemos de morir hasta que llega la única».
A qué respiración se atiene el que recuerda cuando muere.
Dulces fueron los días. Dolorosos también con sus desechos: señales
del camino que recorres.
Lastre para subir cuando te caigas.

(*)  «Transoscurecer hacia ti» es un verso de Paul Celan en el poema «Yacíamos», de su libro Compulsión de luz.

«Nosotros no sabemos» son palabras de Nelly Sachs en su correspondencia con Celan y recogidas por él en su poema «Zúrich, Zum Storchem». Zum Storchem es el nombre del hotel donde se encontraron.


José Manuel Suárez (Villoria [Asturias], 1949) es poeta, periodista y profesor. Ejerció el periodismo durante más de treinta años en el diario Ya y en la revista Nueva Empresa. Entre 1989 y 2014 fue profesor de ética y filosofía en la Universidad San Pablo-CEU. Ha sido asesor literario de la editorial Libros del Aire. Desde 2018 es subdirector y redactor de la revista Licencia Poética. Ha publicado doce libros de poemas desde 1994, cuando salió a la luz En sigilo de llama; y entre ellos, La tierra en tantas manos (1998), En sed de alianza (2006), Tras la huella de un ala (2009) o La velocidad de los muertos (2010). Su último poemario, Abedules, contra las nubes claras, fue publicado en 2018.

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