Mirar al retrovisor

Aquella alumna creacionista: ¿qué se hizo de ella?

Joan Santacana recuerda un choque con una estudiante que creía en la creación divina del mundo.

/ Mirar al retrovisor / Joan Santacana Mestre /

Hace un tiempo, dando clases en la Universidad, tuve ocasión de hablar con una chica que se autodefinía como seguidora de las teorías creacionistas del Universo. Imbuida de un entusiasmo sin límites, defendía sus ideas que le habían sido transmitidas por un amigo suyo, que ella etiquetaba de científico. Me decía que, dado que yo explicaba elementos de antropología y de historia basándome en la evolución, era licito que también dedicara un tiempo a hablar del creacionismo, que era la otra teoría existente.  Hoy aquella chica debe de rozar los treinta años y desconozco qué se hizo de ella, de su entusiasmo en la defensa del creacionismo. Pero recuerdo algunos de sus argumentos. Ella afirmaba que el Universo entero, todas las galaxias existentes, todo el mundo visible, había sido creado en seis días de 24 horas; es decir, el mundo se había creado en 144 horas. Este acontecimiento —según ella indiscutible— había ocurrido hace unos diez mil años y no más. Según ella, hace ocho mil años la Tierra había sido inundada toda durante cuarenta días hasta una altura de más de cinco mil metros. Al cabo de un año, esta agua se había vaciado y alojado en las fosas oceánicas. Todas las especies vivas existentes se habían salvado de la inundación por estar bien alojadas en una gran barca.

Con gran ingenuidad por mi parte, y cumpliendo con mi obligación como profesor, le pedí en qué se apoyaban aquellas supuestas teorías. No lo sabía, excepto que eran extraídas del libro sagrado. Yo le expliqué que había un primer problema para justificar sus afirmaciones: el inmenso tamaño del Universo. Des de que los físicos han podido calcular y demostrar experimentalmente la velocidad de la luz, podemos conocer que la que procede de astros y galaxias muy lejanas, sabemos que algunos rayos de luz han viajado por el espacio durante millones de años, con lo que el calculo de una creación hace tan solo diez mil años no es científicamente sostenible. Frente a este argumento incontestable, la chica me dijo que la velocidad de la luz había sido mal calculada.

Con respecto al Diluvio, le argumenté que entre los fósiles hallados no es normal ni frecuente hallar esqueletos humanos, pero ella argumentó que los humanos fueron los últimos en morir y quedaron flotando sobre el agua: por eso no los encontramos fosilizados como los dinosaurios. Naturalmente, me dijo que la datación radioactiva mediante el C-14 era falsa y errónea y me habló de teorías conspiracionistas para el desarrollo de esta técnica. Al final yo le intenté explicar que el creacionismo no es una alternativa aceptable al evolucionismo porque no tiene bases científicas de apoyo. Pero a ella esto le daba igual; lo creía y, por lo tanto, tenia el derecho de que sus creencias fueran explicadas en las clases con la misma seriedad que cualquier otra.

No, no pude convencerla; la argumentación científica es compleja, no se puede argumentar sin pruebas, sin demostraciones y, por lo tanto, requiere estudio, capacidad de análisis critico y tiempo. El creacionismo es simple, no requiere pruebas y se basa en la fe. La chica se fue convencida que su profesor era un fanático evolucionista…

Toda esta larga charla con mi estudiante me hizo reflexionar sobre lo difícil que fue a la nueva ciencia, desde Galileo, Descartes, Harvey, Kepler, Boyle, Newton y tantos otros, abrirse camino en un mundo que se parecía a un mar de irracionalidad, con pequeñas islas en donde habitaba la razón y el método científico. Tuvieron que luchar no sólo para comprender los fenómenos físicos, sino para defenderse de los ataques de nigromantes, brujos, sacerdotes, papas y reyes. El método científico no llegó por casualidad.

Si aquella simpática alumna hubiera vivido en Estados Unidos, quizás podría haber descubierto que allí hay grupos de escuelas que sí enseñan el creacionismo que ella defendía, al tiempo que explican que el evolucionismo es una doctrina falsa, ideada por Satanás. Y probablemente formaría parte del sector que vota a Trump, pero no nos engañemos: si alguna vez sus tesis míticas se impusieran sobre la evidencia científica, el mundo retrocedería muchos miles de años.


Joan Santacana Mestre (Calafell, 1948) es arqueólogo, especialista en museografía y patrimonio y una referencia fundamental en el campo de la museografía didáctica e interactiva. Fue miembro fundador del grupo Historia 13-16 de investigación sobre didáctica de la historia, y su obra científica y divulgativa comprende más de seiscientas publicaciones. Entre sus trabajos como arqueólogo destacan los llevados a cabo en el yacimiento fenicio de Aldovesta y la ciudadela ibérica y el castillo de la Santa Cruz de Calafell. En el campo de la museología, es responsable de numerosos proyectos de intervención a museos, centros de interpretación, conjuntos patrimoniales y yacimientos arqueológicos. Entre ellos destaca el proyecto museológico del Museo de Historia de Cataluña, que fue considerado un ejemplo paradigmático de museología didáctica.

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