/ Mirar al retrovisor / Joan Santacana /
Creo que fue Eric Hobsbawm el que preconizó hace veinte años el fin de la hegemonía norteamericana en el mundo, es decir, el fin del Imperio estadounidense. Parece que los tiempos que le dan la razón.
La campaña electoral que enfrenta a Donald Trump y a Joe Biden en 2020 recuerda la de las elecciones presidenciales de 1860. Las elecciones de aquel año fueron un martes, 6 de noviembre, y enfrentaban a Stephen A. Douglas, de Illinois, con Abraham Lincoln. Había también otros dos candidatos, pero los dos mencionados eran los que tenían más posibilidades. Lincoln no poseía muchos apoyos en los estados del sur, pero ganó. Y aquella victoria condujo a la secesión de diversos estados sureños y posteriormente a la guerra civil. Desde entonces, ninguna otra elección presidencial había divido al país de forma tan brutal como la de este año. Esta vez sí se reedita aquella división, y la línea de rotura pasa, casi, por los mismos lugares. No sugiero que la historia vaya a repetirse, pues la historia no se repite nunca de la misma manera, pero el miedo a la fractura existe desde el momento en que un candidato desafía las reglas del juego y afirma que si pierde no aceptará el resultado.
Es evidente que esta situación actual, crispada, ha tenido un catalizador que ha sido el COVID-19, pero un catalizador es un elemento que acelera una reacción. Y el virus sólo ha acelerado lo que se estaba cociendo desde hacía mucho tiempo. En efecto, aquel gran país, que ha liderado el mundo casi desde las primeras décadas del siglo XX, resultaba atractivo a mucha gente porque era aquél en donde un hombre hecho a sí mismo, independientemente de su dinero, podía ser presidente; enamoraba porque era la tierra de las oportunidades; la estatua de la Libertad era su símbolo; era la primera gran democracia del mundo y, además, la primera potencia económica mundial. Ser norteamericano era entonces un motivo de orgullo. Los europeos sabíamos que en Estados Unidos teníamos a los amigos americanos.
Hoy no ocurre lo mismo. Ante el mayor desafío de la historia reciente, la crisis sanitaria, el amigo americano no sólo ha estado ausente, sino que no se le espera. El mandato de Trump ha sido el colofón que ha permitido que Norteamérica quede fuera de los principales problemas que preocupan al mundo: la crisis climática, las relaciones comerciales basadas en el libre comercio, la estabilidad de la OTAN y un largo etcétera. Incluso se han retirado de OMS y ya hace tiempo que no están en la UNESCO. Aquel país que decía defender los derechos humanos en el mundo, hoy es uno de los que encabeza la vulneración de los mismos; ya no está claro que su ejército sea un elemento de estabilidad mundial.
¿Qué ha ocurrido? Trump no es ciertamente un fenómeno pasajero; no es sólo un presidente: es un profeta, el líder de una secta que antes estaba adormilada y ha despertado. Puede perder o ganar, pero es tan solo la parte visible de un fenómeno mucho mas profundo. Cuando se postuló con el lema de América primero, lo pudo hacer porque una inmensa mayoría de los norteamericanos desconoce cómo es el mundo. En efecto, en 2015, una encuesta de la National Science Foundation revelaba que uno de cada cuatro norteamericanos no sabe que la Tierra gira alrededor del Sol. En una realizada entre los nacidos a partir de los años ochenta, se reveló como muy amplio el desconocimiento de la existencia del Holocausto y de los campos de concentración nazis, y una gran mayoría de ciudadanos americanos no saben exactamente qué países están en Europa o en otro continente. En una encuesta de National Geographic Society-Roper entre jóvenes de entre 18 y 24 años, el 11% no pudo localizar a Estados Unidos en el mapa; muy pocos —apenas un 15%— pueden localizar Iraq o irán, y más de la mitad no saben localizar Japón. Más aún, cuando Trump decía encarnar los verdaderos valores de América, el 23% de sus compatriotas desconocía de qué país se independizaron en 1776.
Por todo ello, cabe suponer que, si no saben cómo es el mundo y además desconocen los acontecimientos más relevantes de los tiempos recientes, difícilmente les pueden interesar los problemas del resto del mundo y Trump puede pasear su ignorancia con el convencimiento que habla con su público.
Sin embargo, frente a estas masas incultas, Estados Unidos dispone de un capital inagotable de inteligencia en algunas de sus universidades y centros de investigación; y ésta es otra grieta en el seno de la Unión Americana. Los cultos estados de la costa Este y Oeste se enfrentan con una América profunda porque en realidad son dos sociologías opuestas; dos mundos radicalmente diferentes. Parece que hay un gran foso entre estas dos realidades y que cada día que pasa, el foso se ensancha. Pero, además, hay algo que parece irreversible: tanto si gana las elecciones uno como si las gana el otro, este país ha perdido una buena parte de su liderazgo; pero hay que andarse con cuidado: los imperios agonizantes suelen dar coletazos antes de morir. Hoy el mundo no está más seguro que en plena guerra fría.

Joan Santacana Mestre (Calafell, 1948) es arqueólogo, especialista en museografía y patrimonio y una referencia fundamental en el campo de la museografía didáctica e interactiva. Fue miembro fundador del grupo Historia 13-16 de investigación sobre didáctica de la historia, y su obra científica y divulgativa comprende más de seiscientas publicaciones. Entre sus trabajos como arqueólogo destacan los llevados a cabo en el yacimiento fenicio de Aldovesta y la ciudadela ibérica y el castillo de la Santa Cruz de Calafell. En el campo de la museología, es responsable de numerosos proyectos de intervención a museos, centros de interpretación, conjuntos patrimoniales y yacimientos arqueológicos. Entre ellos destaca el proyecto museológico del Museo de Historia de Cataluña, que fue considerado un ejemplo paradigmático de museología didáctica.
MOltes gràcies Joan per recordar-nos que la història… tot i que en formats diferents… es repeteix !! No tan sols hi estic totalment d’acord sino que ho difonc a les meves amistats !!!
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