Escenario

El FICX en tiempos de confinamiento

Jorge Praga hace un repaso de lo que ha dado de sí la 58.ª edición del Festival Internacional de Cine de Xixón (FICX), peculiar debido a la pandemia pero en la que se ha podido disfrutar de películas como 'Isabella', 'Voices in the wind' o 'Vaca mugiendo entre ruinas'.

/ por Jorge Praga /

FICX: una letra se tambalea entre sus siglas en esta edición que aumenta la cifra hasta 58. La C. La C de cine. Hubo películas, muchas, y espectadores, ni se sabe. Y noticias, y estrenos, y coloquios, y premios. Pero faltó el cine, el cine en los cines. Esos espacios públicos donde el espectador olvida su identidad en medio de la oscuridad, atado a la butaca como un esclavo de la caverna de Platón. Donde los seres de la pantalla, enormes como gigantes, vigilan cualquier distracción o fuga. Cines que nos esperan tras la caminata bajo el paraguas en la cercanía del mar, o tras la lucha por deshacernos del coche o subirnos al autobús. Cines que nos despiden con las palabras últimas del coloquio, con la conversación a la puerta, con la prolongación saludable en el chigre, en el paseo hacia casa. Sin los cines, sin esos espacios sagrados de celebración y vuelo, este FICX se reduce a la pantalla doméstica de la reclusión privada, a la monotonía carcelaria que mezcla la pantalla jibarizada con incidentes cotidianos e interferencias caseras. ¿Será esta edición del festival la excepción virtual de su larga trayectoria física, pública, carnal? Así debe ser, esquivando las tentaciones dominantes del simulacro en tantos ámbitos: laborales, educativos, sociales, sexuales, siempre amenazados por el prefijo tele o los adjetivos virtual y online. El cine de la celebración, al que nos convoca con maravillosa oportunidad Pedro Almodóvar en el prólogo adherido a la exhibición comercial de su última producción. Quien quiera oírle y disfrutarle, a él y a todos los cineastas que nos esperan, debe ocupar su butaca en la sala, esperar el momento mágico en que solo queda la luz de la pantalla, olvidarse y entregarse.

I. Búsqueda

Isabella, de Matías Piñeiro

Hace mucho que el cine desbordó los cauces clásicos de la representación, su autosuficiencia narrativa, su transparencia arquitectónica. En las obras contemporáneas siempre cabe esperar una dosis de cámaras nerviosas, un híbrido de ficción y documental, un espacio vacío para la imaginación del espectador. El FICX tiene como seña de identidad la atención a las obras que priman las pruebas frente a la certeza, la indagación frente a la repetición. Los cineastas que acuden al festival llevan en su tarjeta de visita esa marca diferenciadora. «El cine comercial no te permite esta estructura con la que sí cabe la experimentación formal», declaraba Matías Piñeiro en la presentación —virtual— de su película Isabella. Es este un buen ejemplo de la obra que rompe sus costuras y obliga al espectador a trabajar con lo que la pantalla le va entregando: fragmentos de la vida de actores embarcados en los ensayos de Medida por medida de Shakespeare, repeticiones, rimas, tiempos distintos que se invaden, representación dentro de la representación… Piñeiro puntúa sus escenas con variaciones del color púrpura que encierra en juegos geométricos de rectángulos que se contienen y desbordan unos en otros, metáfora de una narración sin contenidos ni continentes diáfanos. Cine argentino de dificultades que no siempre compensan al espectador, cercano al de otros grandes creadores: Lucrecia Martel, Lisandro Alonso, Mariano Llinás.

Por todos los apartados del FICX se inscriben obras de riesgo y difícil comercialización, aunque algunas de las tentativas acaben por reiterarse y perder fuerza. Tal es la hibridación de ficción y documentalismo presente en Entre perro y lobo, en la que Irene Gutiérrez intenta prolongar la experiencia de antiguos combatientes cubanos en Angola, a los que presenta como samuráis entregados a los rituales de la preparación y la espera. O la anodina travesía musical de Los Ángeles que proponen Gabriel Velazquetti y Manuel Matanza en Subterranean. La audacia de la ruptura no es garantía de merecimientos, pero sí su oportunidad, como demuestra Uppercase print. un juego de espejos entre la dramatización directa de la destrucción de un joven por la Securitate en la Rumanía de Ceauşescu, eludida por noticiarios y programas televisivos de la época que inventan otra realidad (para los espectadores con edad suficiente, el franquismo corre en paralelo a la original película de Radu Jude).

II. Muertos

Voices in the wind, de Nobuhiro Suwa

Cada cultura debate y propone sus alivios ante el precipicio ineludible de la muerte. El invento judeocristiano del alma incorruptible, tan consolador, no alcanzó el extremo oriental de Asia, ni tantos otros rincones. Lo comprobamos cada vez que alguien fallece en una película del tailandés Apichatpong Weerasethakul y vuelve a reaparecer con naturalidad. O en la inolvidable escena de Cuentos de Tokio en que la muerte de la anciana lleva a su marido a concentrarse en la belleza del amanecer. En el FICX han coincidido dos obras de ese extremo de Asia que dirigen su atención a la muerte, a los muertos. En la exquisita Together apart, el director chino Qu Youjia nos introduce en un espacio doméstico al que vuelve la familia tras los funerales del padre. Sin embargo el difunto sigue en casa, cuida sus plantas, espera la llegada de su hermano. Su muerte no le concierne. Tampoco a su nieto, que se preocupa de recuperar las fotos del álbum familiar, de sentarse en las rodillas del abuelo. Ambos, abuelo y nieto, están fuera de la razón común, material. El resto naufragan, piensan sobre su vida, abren su mente. Queda una película de cámara fija y contemplativa que construye silencios y surca lagunas sin respuestas, con el dilema de la silla vacía que la abre, y en cierta manera la cierra.

La otra obra que medita sobre la desaparición es Voices in the wind, del japonés Nobuhiro Suwa, del que conocemos un par de obras de producción francesa de gran altura artística: Yuki y Nina y El león duerme esta noche. Una joven que perdió a su familia en la tragedia de Fukushima se queda sin el amparo de su único familiar y vaga sin rumbo de ciudad en ciudad. Road movie, y a la vez trayecto de iniciación y descubrimiento de la pérdida que también hirió a muchos otros. Película de tiempos largos y gestos hondos, de ausencias y evocaciones, de comidas compartidas en torno a los sentimientos. «Si me suicido, ¿quién recordará a mi familia?», pregunta uno de los dolientes. La actriz principal, Serena Motola, se vacía en la interpretación de Haru, la muchacha que promete a sus padres, estén donde estén, que vivirá su vida hasta el final y se reunirá con ellos cuando sea una anciana.

III. Asturias

Los ladrillos, de Tito Montero

El compromiso del FICX con el cine asturiano se ha hecho patente en las últimas ediciones. Y los cineastas de la región han respondido con obras fuertemente enraizadas en Asturias. Tito Montero continúa sus aportaciones anteriores con el cortometraje Los ladrillos, un viaje desconcertado a Chicago que se endereza cuando se descubren las raíces comunes de la lucha obrera en aquella ciudad y en la tierra del director. Las imágenes frías y lejanas de las calles de Chicago buscan el calor de la historia personal del narrador y de su mundo cinéfilo, en el que cabe hasta un remontaje de la escena de la escalera de El acorazado Potemkin. Cine ideológico, que demanda al otro lado un espectador comprometido, ese viejo adjetivo. David Castro se suma al bloque astur con el largometraje Lengua nativa, una construcción en imágenes de las claves personales del director con muchas dificultades para alcanzar una recepción adecuada. Entre las muchas referencias que se manejan en la obra, sobresale con brillo propio y autónomo la selección de fotografías de Valentín Vega, ese pozo genial que no se agota.

La película más esperada de este bloque corresponde a su cineasta más conocido en influyente, Ramón Lluis Bande. Vaca mugiendo entre ruinas, un título que cuesta trabajo asimilar al Consejo Soberano de Asturias y León, pero que la obra se encarga de aclarar desde un cuadro del mismo título de Nicanor Piñole. Bande es artista riguroso y radical, en esta película y en todas las demás que firma. Se esfuerza siempre por encontrar un camino estético y narrativo que se ponga al servicio de sus objetivos. Esta obra tiene claro su territorio: la formación y actuación del Consejo Soberano de Asturias y León, presidido por Belarmino Tomás, desde los primeros meses de 1937 hasta la entrada de las tropas franquistas en Gijón el 21 de octubre. Y al Consejo se concede en todo momento la presencia, en voz y en imágenes. La voz de sus comunicados y ecos de prensa, leída con frialdad efectiva por el músico Nacho Vegas. E imágenes seleccionadas entre las fotografías del siempre excelente Constantino Suárez, excelencia que se extiende a los cuadros que Piñole pintó en esos meses. El resultado es un documento modélico: en cuanto que se ajusta a las fuentes, y en cuanto que prescinde de los recursos trillados de montaje: recreación de escenarios, multiplicación de testigos, músicas envolventes, ritmos absorbentes. Queda en la esquina opuesta de aquellos montajes soviéticos que, según Eisenstein, buscaban el «éxtasis revolucionario del espectador». No hay manipulación ni sesgo, sino declaración de fuentes y actuación consecuente. Si impacta, si llega, si el espectador sale transformado, o igual, a como entró en la proyección…

[EN PORTADA: Yuki y Nina, de Nobuhiro Suwa y Hippolyte Girardot]


Jorge Praga Terente (Sama de Langreo [Asturias], 1952) es matemático de profesión y crítico de cine. Como escritor ha publicado los libros Biografías del tiempo (1999) y Cartas desde Omedines (2017), y participado en libros colectivos de orientación predominantemente cinematográfica. Sus colaboraciones en prensa y revistas culturales son muy numerosas. En la actualidad publica regularmente en el suplemento cultural de El Norte de CastillaLa Sombra del Ciprés. También imparte seminarios en el Curso de Cinematografía que organiza la Cátedra de Cine de la Universidad de Valladolid.

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