Mirar al retrovisor

Hitler, Franco y otros colegas en el salón de casa

Joan Santacana escribe sobre las entretelas del encuentro del Caudillo español y el Führer alemán en Hendaya y la relación entre ambos.

/ Mirar al retrovisor / Joan Santacana Mestre /

A veces miramos de reojo por el retrovisor para comprender que ocurrió detrás de nosotros. Esto es lo que quisiera hacer hoy hablando de los dos dictadores que más nos afectaron en el siglo XX: Hitler y Franco. He convocado para ello a algunos de mis testigos y a la vez protagonistas, a saber: Paul Smith, el intérprete personal de Hitler; el conde Ciano, ministro italiano de Relaciones Exteriores; Von Ribbentrop, también ministro alemán de Relaciones Exteriores; Serrano Súñer, ministro también y cuñado de Franco; el almirante Canaris, jefe de los espías alemanes; el mariscal Keitel, hombre bien informado sobre Franco y su guerra; Iván Maiski, embajador soviético en Londres, y el propio Adolf Hitler, en su tiempo de ocio en Berchtesgaden. Todos ellos son mis testigos; son ocho, a los que imagino sentados en el salón de mi casa. Sólo me falta Franco, que no escribió nada y, por lo tanto, no acudió a la cita. También me falta Churchill, pero es que era un poco embustero y, esta vez, no lo he convocado.

Cuenta el intérprete personal de Hitler que los días 19 y 20 de septiembre de 1940, en el Palazzo Venezia de Roma, Mussolini y el ministro de Relaciones Exteriores del Reich, Von Ribbentrop, hablaron sobre España. El ministro alemán comentó —con bastante seguridad— que Franco entraría en la guerra en breve junto al Eje a cambio de tomar Gibraltar. Mussolini, en aquella ocasión, le contestó que para la toma de Gibraltar bastaba una sola división. La cosa quedó aquí, con el convencimiento mutuo que Franco cumpliría su palabra.

Según sigue contando el intérprete, cuando tres días después volvieron a Berlín, allí estaba Serrano Súñer, cuñado de Franco y por aquel entonces ministro de Gobernación. En aquel encuentro se comentaron los proyectos alemanes para expugnar Gibraltar, pero que era necesario que las tropas del Eje pudieran atravesar España. Al día siguiente, el propio Hitler dijo lo mismo a Serrano Súñer. Al parecer, Ribbentrop no pedía nada a cambio excepto colocar una base de submarinos alemanes en Río Muni y en la isla de Fernando Poo, situadas estratégicamente frente a la costa del Camerún. Serrano, según el intérprete, se mostró esquivo y dijo que en Fernando Poo no era posible, alegando motivos históricos; por el contrario, las bases de submarinos le parecían más fáciles de autorizar. El resultado de esta entrevista enfrió mucho las relaciones entre Hitler y Franco, pero se remitió todo a las conversaciones previstas entre los dos dictadores en Hendaya. El conde Ciano, ministro italiano de Asuntos Exteriores, anotó en su diario en estas mismas fechas que Serrano Súñer estaba molesto por el «trato brutal» con que Hitler se refería a España. El propio ministro español confirma esta impresión en sus memorias.

Al parecer, ya en los días previos en que se preparaba la entrevista entre ambos dictadores el almirante Canaris advirtió a Hitler de que «le desilusionaría conocer a Franco; no es un héroe, sino alguien insignificante». El almirante alemán le había conocido en negociaciones previas. Finalmente, cuando en octubre se celebró la famosa entrevista en Hendaya, es bien sabido que el tren español llegó con una hora de retraso. No fue una estrategia de Franco, como cuentan sus aduladores: fue simplemente la Renfe. En este tiempo de espera, Hitler y Ribbentrop conversaron sobre la estrategia a seguir. El intérprete, que estaba allí, cuenta que escuchó a Hitler comentar que «no podemos dar por ahora garantías escritas a los españoles respecto a la cesión de territorios de las posesiones coloniales francesas. Si les damos un documento escrito sobre esta cuestión tan delicada, más pronto o más tarde, dada lo locuacidad de los latinos, los franceses se enterarán». Hitler tenía prevista una entrevista con el mariscal Pétain a los pocos días y quería asegurar a Francia como potencia aliada suya una vez se hubiera firmado la Pax Germanica, que el dictador alemán creía tener cerca.

Cuando finalmente llegó el tren español a Hendaya, pasada revista a la tropa y demás ceremonias protocolarias, ambos dictadores iniciaron la conversación. Hitler, muy locuaz según el intérprete Paul Smith, presentó la guerra como prácticamente ganada: dijo que, si Gran Bretaña perdía Gibraltar, quedaba excluida del Mediterráneo y para ello propuso a Franco firmar inmediatamente una alianza, a fin de que España entrara en la guerra en enero de 1941. Le ofreció la posibilidad de que «el día 10 de enero, las tropas alemanas que habían asaltado la fortaleza de Eben Emael, cerca de Lüttich, siguiendo un método nuevo conquistarían Gibraltar». Añadió que tropas alemanas se estaban entrenando en el sur de Francia para el asalto de una fortaleza que era muy parecida a Gibraltar.

Franco no decía nada. «Arrellanado en su butaca, su rostro impenetrable no me permitía adivinar si esta proposición le sorprendía o si solamente reflexionaba con calma sobre la respuesta», escribió Paul Smith. Entonces hizo una maniobra de diversión: dijo que «el abastecimiento de víveres en España era malo. Que el país necesitaba trigo e inmediatamente, al menos, varios centenares de toneladas». Preguntó si Alemania se lo podía proporcionar. También dijo que necesitaba armamento moderno, afirmando que para atacar Gibraltar se requería artillería pesada. Franco solicitó un número muy elevado de artillería de gran calibre —según Paul Smith— porque tenía que defender muchos kilómetros de costa de los ataques de la flota británica. También necesitaba baterías antiaéreas. ¿Cómo se defendería —dijo Franco-—- si le quisieran quitar las Canarias? Finalmente, argumentó que necesitaba el armamento porque Gibraltar lo tenían que reconquistar españoles; era una cuestión de orgullo nacional.

El intérprete, lego en cuestiones militares, quedó pasmado cuando a la argumentación de Hitler de que unidades acorazadas con el apoyo de Gibraltar podian limpiar de británicos toda África, Franco respondió que «hasta el desierto puede que sí, pero África quedaba protegida por un mar de arena, y se comporta como una isla. Yo lo sé porque he luchado en el desierto». También le apostilló que Inglaterra podía ser dura de roer todavía.

Mientras Franco hablaba, Hitler se mostraba cada vez más inquieto. La conversación le ponía nervioso, según observó Paul Smith. En una ocasión, dice el intérprete, incluso se levantó, aun cuando volvió a sentarse inmediatamente. Llegó la hora de comer en el vagón restaurante de Hitler; Ribbentrop y Serrano continuaron negociando qué porción de África le darían a España, pero estaba ya claro que no habría acuerdo. Después del desayuno, los dos dictadores volvieron a charlar sobre el tema y se repitieron las mismas posiciones, y así hasta la cena. Von Ribbentrop, que mientras esperaba su sentencia de horca en Núremberg escribió unas memorias, relata la verdadera razón por las que Franco y Hitler no llegaron a ningún acuerdo: según él, Hitler mantenía una actitud conciliadora con Francia una vez derrotada y «a causa de aquella actitud conciliadora con Francia nos colocábamos en una difícil situación respecto a España. España tenia aspiraciones sobre determinados territorios coloniales franceses. Hitler no estaba conforme con las aspiraciones españolas, pues esperaba llegar a un generoso y definitivo acuerdo con Francia. Esto implicaba ciertas consecuencias políticas respecto a las relaciones germanoespañolas y sobre el restante desarrollo de la guerra».

Serrano Súñer, que también escribió unas memorias tituladas Entre Hendaya y Gibraltar, narra su visita a Berlín de forma muy similar a Smith, poniendo de manifiesto la antipatía que le causaba Ribbentrop y el pánico que le causaba Hitler, a quien «no se podía dar una negativa categórica porque ella le hubiera determinado a violar la neutralidad española». También aquí coinciden los relatos, aun cuando Serrano Súñer se queja del interprete alemán, al que supone poco competente. También el conde Ciano, cuñado de Mussolini y ministro italiano de Asuntos Exteriores, habla del Caudillo en su diario personal: explica que Serrano Súñer, hablando de Franco, «usaba el lenguaje que puede emplearse refiriéndose a un criado cretino. Y sin la menor prudencia; delante de todo el mundo». Ciano expresó su opinión de que Franco está cambiando, acercándose a los Aliados, en tanto «la Península Ibérica quiere estar bien con todos». Según el ministro italiano, en diciembre de 1942, «Franco ha hablado en tono muy simpático para el Eje. Mussolini le ha felicitado, por mediación de nuestro embajador, pero no moverá ni un dedo para acelerar la intervención de España en la guerra, porque sería un peso más que una ventaja». Pero, sobre todo, quien más se refiere a Franco con cierto menosprecio es Hitler en sus conversaciones privadas en Berchtesgaden. Allí, sentado bajo los grandes ventanales, habla en 1941 de la España de Franco en los siguientes términos: «Estoy siguiendo la evolución de España con cierto escepticismo y ya me he hecho a la idea de que, aunque ocasionalmente pueda visitar otro país europeo, nunca iré a España». Precisamente, del encuentro de Hendaya, el mariscal Keitel le dijo que la guardia de honor de Franco era deplorable; que «sus fusiles estaban tan oxidados que eran prácticamente inútiles». Y Hitler afirmaba respecto a la ayuda alemana que «Franco tiene que levantar un monumento a la gloria del Junker 52; a este avión es a quien tiene que agradecer la victoria».

Sin embargo, entre los círculos diplomáticos de Londres circulaba la idea —expresada por Iván Maiski, embajador soviético en Londres, en abril de 1941— de que

«Hitler y Franco ya han hecho un trato: el gobierno español ha acordado unirse al Eje con todas sus consecuencias […] Alemania entrará en España y atacará Gibraltar. En previsión, el gobierno portugués ya está preparado para evacuar y marcharse a las Azores. Hitler avanzará desde España al norte de África, dominando Marruecos, Argelia, Túnez, y luego… […] Los alemanes están negociando con Pétain para que les deje pasar tropas también a través de Francia: la Frontera entre la Francia ocupada y España es demasiado estrecha para las grandes formaciones. Y está seguro de que lo conseguirán».

Y, ciertamente, este era el plan trazado en Alemania.

Cuando en agosto de 1942, en otra conversación privada, Hitler habló de una posible invasión inglesa del continente, se refirió a las intenciones expansionistas de Franco con respecto al norte de África y cómo ello provocaría un choque con Francia. En el caso de invasión británica, afirmó el Führer: «Debo hacer comprender al Duce que, en este caso, preferiría mil veces una Francia tranquila. Si el desembarco provocase un levantamiento, se nos complicarían mucho las cosas». En realidad, la opinión de Hitler sobre Franco la expresó en su circulo privado en el verano del 42, cuando, entre otras cosas, afirmó que «la verdadera tragedia de España fue la muerte de Mola; éste era el verdadero cerebro, el verdadero jefe. Franco llegó a lo más alto como Poncio Pilatos en el credo. El espíritu más dañino es Serrano Súñer…».

Franco, taimado, permaneció indeciso hasta que vio hacia dónde se inclinaba la lucha y no entró en la guerra: sobreviviría a todos treinta años.


Joan Santacana Mestre (Calafell, 1948) es arqueólogo, especialista en museografía y patrimonio y una referencia fundamental en el campo de la museografía didáctica e interactiva. Fue miembro fundador del grupo Historia 13-16 de investigación sobre didáctica de la historia, y su obra científica y divulgativa comprende más de seiscientas publicaciones. Entre sus trabajos como arqueólogo destacan los llevados a cabo en el yacimiento fenicio de Aldovesta y la ciudadela ibérica y el castillo de la Santa Cruz de Calafell. En el campo de la museología, es responsable de numerosos proyectos de intervención a museos, centros de interpretación, conjuntos patrimoniales y yacimientos arqueológicos. Entre ellos destaca el proyecto museológico del Museo de Historia de Cataluña, que fue considerado un ejemplo paradigmático de museología didáctica.

1 comment on “Hitler, Franco y otros colegas en el salón de casa

  1. Blai Solé Mañé

    Joan: Ja no em sorprens!! Com sempre ha estat magnífic el teu article. Soc bastant apassionat sobre la història de la segona guerra europea i del tercer Reich. L’any 1955 vaig viure a Alemanya com un dels primers emigrants, a la ciutat de Herrlingen on va néixer i mori el gran mariscal Erwin Rommel. Vaig tenir una bona amistat amb Maria Rommel, la seva neboda, i vaig conèixer de primera mà la mort per suïcidi/assassinat del mariscal. Els diumenges, m’agradava anar a visitar la senzilla tomba de Rommel i mai oblidaré la banda de música americana de les forces d’ocupació de Leihpeim tocant en el seu honor, malgrat haver sigut el seu mes gran enemic, però molt noble, i mai amic de les idees de Hitler. Conec molt bé la seva casa de Herrlingen am Donau on, en tornar ferit de Normandia, va ser obligat al suïcidi sota amenaces a la seva família.

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