/ El viejo que pasea por el barrio / Sergio Gaspar /
Soy radiópata. Sufro de adicción severa a la radio. Desde hace un tiempo, vivo enganchado a la SER y a la COPE principalmente. Quizá porque, además de radiópata, soy también setentayóchopata (78pata, en expresión semidigital), a saber, adicto al régimen del 78, y todo el mundo conoce que el funesto bipartidismo político es una de las vértebras básicas que sostiene la columna del régimen del 78.
Sin entrar en matices ni detalles, escucho la SER, que es como escuchar al PSOE y al PSC, y escucho la COPE, que es como escuchar al PP. No tengo remedio: soy setentayóchopata, o, si lo prefieren, 78pata.
Estaba yo enganchado a la COPE un sábado por la mañana, cuando se me apareció Tira Milles, el programa en catalán que dirige Carme Ayala. Tira Milles es un programa de viajes, ocio y gastronomía y, en tiempos de coronavirus, resuena como un oxímoron social monstruoso y fascinante. En estos tiempos de confinamiento, en estos meses de inmovilidad, en algunos días y semanas en los que bastantes viajamos por el pasillo de nuestro piso, si tenemos la suerte de que haya pasillo, Tira Milles te habla sin cansancio durante dos horas el sábado y una más el domingo de las delicias paisajísticas y gastronómicas de Cataluña, España y el planeta azul. Da gusto saber qué comen en Turquía, cómo son las arenas de las playas del Pacífico, lo florido que huele el valle del Jerte, saborear la carta de ese restaurante que no podemos perdernos de San Francisco, Shanghái, la Costa Brava o el cabo de Gata.
En tiempos aviajeros, tiempos de recorrer la cocina de casa, el dormitorio, llegar a la tienda de frutas, a la farmacia cercana y poco más para bastantes viajadores, un programa de viajes resume la condición humana: la contradicción entre la realidad y el deseo, como la titularía Luis Cernuda, y, en efecto, así la tituló.
Hablaban en Tira Milles de un turismo creciente, el de los baños de bosque. Escuchemos a la Wikipedia y callemos sabiamente: «Un baño de bosque es una actividad consistente en realizar una visita a un bosque sumergiéndose en él con los cinco sentidos, a fin de obtener un bienestar para la persona o un beneficio para su salud. Se trata de una práctica popular en Japón y el Extremo Oriente, donde se la conoce como shinrin-yoku».
Maravilloso calco lingüístico: shinrin, bosque en japonés; yoku, acción de bañarse. Y, como se nos explica con humor y rigor en la https://habladelbosque.es, «no hace falta bañador, aunque sea un baño», «no consiste en abrazar árboles, aunque no hay nada que nos lo impida si es lo que nos apetece hacer», «el baño de bosque se puede realizar con o sin guía, pero yo te recomiendo que busques uno y que esté certificado», «tendrá la formación adecuada en materia de primeros auxilios», «la experiencia es muy diferente cuando a tu lado hay un profesional formado que te asesora y te acompaña».
El turismo siempre ha ido de la mano de la salud física y mental. Los baños de bosque, en un país con cuatro millones de parados por lo menos, ofrecen una oportunidad áurea de encontrar trabajo y, ya de paso, de asegurar las pensiones presentes y futuras de los crecientes bañistas en bosques.
Dejemos hablar otra vez a la Wikipedia, ahora en la sección «Referencias» del artículo «Baño de bosque»:
«10. News, Blasting: “El Estrés y la Ansiedad causan más muertes que el tabaco y los accidentes de tráfico”».
«11. deNoticias: “Shinrin-Yoku La Medicina de Bosque del siglo XXI”».
«12. País, Ediciones El: “Opinión / Ciudades verdes, gente más sana”».
«15. News, BlastingNews: “Shinkin-Yoku una de las profesiones con más proyección y futuro”».
Volvamos a Tira Milles. Mientras escuchaba en el baño de mi piso las ventajas de bañarse en un bosque, de percibir su calma, de absorber su serenidad, de vivir nosotros y la naturaleza en comunión a solas, sin obstáculos, sin interferencias, sin estrés, yo recordaba algunas experiencias de bañista de mis últimos años.
Dos antiguas: en los bosques que nos conducían al llac-presa de la Restanca en el valle de Arán; en el bosque de la Fageda d’en Jordà en La Garrotxa. La reciente: en los bosques del Montseny.
Resumo, por no poner a nadie nervioso. Cuando subimos a la Restanca, después de que nos hubiese acercado a sus alturas un vehículo atiborrado de ocupantes, tuvimos que apartarnos con ecológica frecuencia del sendero que atravesaba el bosque para dejarles pasar a las hormiguitas en fila que como nosotros caminaban entre los árboles curativos. Soy educado, pero al final me cansé de saludar y ceder el paso a tanto paseante. Cuando visitamos la Fageda d’en Jordà, próxima a Olot, el número de visitantes adultos, adolescentes y niños parecía competir con el número de hayas, a ver quién ganaba a quién en cantidad. Como me ilustraría más tarde una amiga excursionista, «el bosque, a menudo, es lo que está detrás de los turistas».
Y cuánta razón tenía mi amiga. El pasado otoño, huyendo de la covid-19 en persecución de la salud, viajamos al parque natural del Montseny. Allí era más difícil aparcar que en una calle del centro de Barcelona. Los dos aparcamientos a reventar. Largas filas de coches a ambos lados de la carretera, una serpiente de motos circulando entre ellos. Cuando por fin pudimos salir del coche, Maria y yo caminamos entre árboles y entre centenares de bañistas de bosque, tal vez entre millares, que pisaban hierba, naturaleza tan virgen como violada, plásticos evidentes, papeles sucios, colillas multiplicándose, restos de comida. El bosque era un jolgorio de niños, perros, familias. El siguiente fin de semana los mozos de escuadra cerraron los accesos al Montseny y a otros lugares de baño semejantes.
Tengo bastante claro que promocionar un paisaje como solitario y paradisíaco es el primer paso hacia su transformación en infernal y muchedumbroso. Tengo claro también que, en un futuro sostenible y saludable, muchos bosques serán como la cueva de Altamira: únicamente los pocos elegidos podrán entrar en ellos.
Como cualquier amante de la naturaleza sabe, la cueva original de Altamira se abre a cinco personas cada viernes del año, hasta rondar las 250 visitas anuales. No es mucho, pero en el futuro aún serán menos. Los afortunados penetrantes se visten con monos, guantes, mascarillas desechables, condones obligatorios para las personas de ambos sexos, sin discriminación. Nada pueden tocar durante la media hora de penetración.
Nuestra relación futura con la naturaleza será conservarla, no visitarla. Al lado de los bosques principales edificaremos museos que contengan un Neobosque, al que podremos fotografiar hasta hartarnos, igual que con la Neocueva de Altamira, réplica de la original y sita en el Museo Nacional de Altamira. ¿Crearemos tantas Neomontañas como montañas (de Montserrat, de los Andes); tantos Neovolcanes como volcanes; tantos Neolagos como lagos…? ¿Habrá tanto trabajo y gloria para los arquitectos y arquitectas del futuro, para tanto artista? ¡Oh, qué ebriedad, qué videncia, digna de las iluminaciones de Rimbaud!
Ahora mismo estoy leyendo el lema de la futura macrocampaña plurilingüe de la Unión Europea: «Cuida de la naturaleza. No la visites». Y estoy leyendo el texto: «Si no puedes viajar hasta las y los Neos, recuerda que dispones de infinitos vídeos, infinitas fotos, infinitos libros, también infinitos podcasts de antiguos viajeros que lograron entrar en los bosques, las cuevas y otros paisajes… Y tuites, y webes, y los poemas de Cavafis o la canción del pirata o de Serrat, si tu sueño es el Mediterráneo».
Todo esto sucederá, pero tardará tanto que no sucederá.
Nadie piense que soy boscófobo, que odio los bosques. Al contrario. Cuando estoy en un bosque, estoy en el hogar. Mi infancia —me lo contó mi madre— fue vivir de los nueve meses a los dos años de mi tierna edad en un bosque de Lérida. Al principio, en una cabaña construida con ramas; después, en una masía destartalada y perdida en el bosque. Allí llegué con mi madre, mi padre y mi tío. Los hombres hacían carbón para que se calentaran los burgueses de Barcelona. Mi madre me amamantaba —yo mamé mucho de mi mamá—, pelaba y cocía patatas, lavaba la ropa de vez en cuando en una charca del bosque. Mi madre me hizo un vestido con capa y capucha, todo rojo. A mi madre le gustaba vestirse de rojo. Parecías Caperucita Roja en el bosque, me explicaría más adelante. No tengo ninguna fotografía de esos meses de mi vida. A lo mejor, no los viví.
Nadie piense que soy boscófobo. Simplemente, tengo sentido del humor. Simplemente, emigré con mi familia desde los bosques del Alto Tajo en los que nací y nacieron porque, entre aquellos árboles que amaban y respetaban porque les iba la vida en ello, no pasaron sino calamidades, miseria, hambre algunos años, frío en la nieve que colgaba de las ramas, calor arando los campos robados al bosque y aventando trigo en las eras.
Fueron felices en aquellos bosques. Lo sé. Cuando estoy en un bosque, estoy en su hogar.

Sergio Gaspar nació en 1954 en Checa, provincia de Guadalajara. Se licenció en filosofía y letras en la Universidad de Barcelona. Ha publicado los libros de poesía Revisión de mi naturaleza (1988), Aben Razin (1991), El caballo en su muro (2004) y Estancia (2009), reeditado en formato digital por Uno y Cero Ediciones (2013). Es asimismo autor de la novela Viento de tramontana (2014). Fundó en 1996, junto a Maria Fortuny, la editorial DVD Ediciones, aventura que dirigió hasta su cierre en otoño de 2011, tras haber publicado más de doscientos títulos de poesía, narrativa y ensayo. En la actualidad, es un jubilado y pasea.
Sergio: me admira tu humilde y profundo ir al fondo de lo que, muchos, de una manera vaga, sentimos. Tu que has leído bien los clásicos, sabes escarbar en las tendencias actuales con escalpelo y con humor. Y sin duda, como siempre en ti, detrás del humor y de la carcajada, que al leerte, inevitablemente, en algún momento soltamos, emana una sabiduría que nos llega y apacigua nuestra alma. Te lo agradecemos, inigualable Sergio, en estos tiempos de fatiga coronaria y de carnaval electrónico.
Me abrumas, Miquel. He aprendido de ti la complejidad de la vida, de ti y de algunos otros. La he aprendido… y sigo sin entenderla, claro. Pero, cuando leo algunos textos o converso con personas como tú, por un rato me parece comprender la vida…. Luego, la vida sigue y sigue sin comprenderse. Da igual.
Un artículo excelente. Saludos.
Gracias, Álvaro. Algo que me atrae mucho de El cuaderno es la presencia notable de la poesía. Y tú juegas un papel muy relevante en esa presencia.
Muito obrigado, Sergio. Hay que resistir.