Poéticas

Siempre Machado

Se publica 'A orillas del gran silencio', una antología machadiana a cargo de Rafael Alarcón Sierra, que Álvaro Valverde reseña aquí.

/ una reseña de Álvaro Valverde /

«Un Machado para el siglo XXI», reza en la cubierta de esta nueva antología de poemas de Antonio Machado, A orillas del gran silencio, que publica Calambur. Que la edición, la selección y la introducción sean de Rafael Alarcón Sierra, profesor de la Universidad de Jaén, es una garantía. Estamos, sin duda, ante uno de los máximos especialistas en su obra y, por eso, uno de los estudiosos que se ocupan del fondo Colección Unicaja Manuscritos de los Hermanos Machado. Gracias a eso este selecto florilegio, que quiere ocupar un hueco «entre su obra completa y las selecciones escolares», incluye la transcripción de un puñado de poemas desconocidos, en rigor, «borradores de composiciones inéditas» que se conservan en varios cuadernos de trabajo del poeta, del ciclo de Leonor y del ciclo de Guiomar

Rafael Alarcón Sierra

Su prólogo es una delicia. Y sin renegar del didactismo. La síntesis ideal para comprender el verdadero alcance de la obra del sevillano. Empieza por afirmar que es «un clásico moderno» al que nunca hemos dejado de leer y que ha influido en buena parte de la poesía que viene después de él. Por encima, cabe puntualizar, de las circunstancias sociopolíticas de España, incluida la dictadura franquista. Lo subraya Luis Alberto de Cuenca en «Don Antonio Machado», el texto (políticamente incorrecto) que abre su edición de Campos de Castilla (Reino de Cordelia), ilustrada con cuadros de «nuestro príncipe de paisajistas», el pintor leonés José Carralero

Sí, Machado sigue vigente y hasta representa la idea de cierta España, la del fracaso de la Segunda República, por más que, vuelvo a De Cuenca, sus versos y su ejemplo moral estén por encima del nefasto concepto de las dos Españas. Con JRJ, otro andaluz, «conforman la columna vertebral, el trono del árbol de la poesía moderna española». 

Se refiere después a la complejidad que esconde su presunta sencillez. Es, anota, «un misterio que nunca se acaba». Resume su «objetivo», que no era pequeño: «conseguir una poesía que caminara naturalmente entre lo intuitivo y lo racional; entre lo subjetivo y lo objetivo; entre lo individual y lo genérico; entre la esencialidad y la temporalidad». Pasa después a analizar su etapa simbolista, la de SoledadesSoledades, Galerías. Otros poemas. «La poesía es entendida no solo como creación estética, sino como un camino de exploración hacia lo absoluto». Explica su «concepción orgánica del libro», algo que empieza precisamente con el modernismo. 

Destaca de su poética «la brevedad, sobriedad y concentración expresiva», su «contención y condensación emocional». «Es el triunfo de la interioridad subjetiva». «El poema se reduce a lo esencial, se desprende en lo posible de lo narrativo, lo anecdótico o circunstancial» (una lección que no aplicó en los ochenta la nueva sentimentalidad y buena parte de la poesía de la experiencia).

Nos habla Alarcón de sus «espacios simbólicos»: «el parque o el jardín solitario», la ciudad muerta, el crepúsculo, el camino… Según él, lo que caracteriza la poesía machadiana es, en primer lugar, la concentración y sobriedad de su lírica; en segundo lugar, «la intensidad, condensación y homogeneidad de sus recursos simbólicos»; en tercer lugar, «la obsesión recurrente por el pasado, el tiempo y la muerte»; y en cuarto lugar, «la lucidez con que expone el fracaso de su búsqueda». 

Campos de Castilla inaugura otra etapa. El año de la muerte de su esposa Leonor y de su traslado de Soria a Baeza. Un cúmulo de circunstancias le obliga a cambiar de planes. Como confiesa Alarcón, «a partir de ese momento, no puedo evitar ver toda la obra de Antonio Machado como un inmenso naufragio, entre cuyos restos aparecen pecios deslumbrantes». Es «un libro heterogéneo», donde pesa la presencia de la España rural. Ahonda en la «contemplación del paisaje», más que «una proyección de su estado de ánimo». Aquí «la verdad personal es inseparable de la verdad social». «Hay un fuerte componente cívico, moral y regeneracionista», «una reflexión integral sobre el alma del mundo, del hombre y de la poesía». «La imagen poética debe expresar sentimientos, no conceptos o ideas». Ahí, «viudo y derrotado», Leonor, algunos elogios, lo popular…

De Baeza (donde culmina sus estudios) se traslada a Segovia (donde vive desde 1919 a 1932) y, por fin, a Madrid. Llega luego Nuevas cancionesque pasa a formar parte de sus Poesías completas. El paso a la prosa es un hecho, no sin antes hacer mención a su etapa teatral, que lleva cabo con su hermano Manuel. Para entonces, Machado es ya un poeta «anacrónico», «se convierte en un lúcido “moderno antimoderno”, en un crítico de la modernidad». Cuando llegan los apócrifos, Abel Martín y Juan de Mairena («dos filósofos peregrinos»), la escritura en prosa «ya es mayoritaria» en Machado. «La paradoja es, si lo pensamos bien, que sus apócrifos son a la vez un fracaso y un triunfo: el fracaso de su búsqueda lírica; el triunfo de una prosa a la altura de su mejor poesía». La parte de su obra que le aporta, por cierto, mayor modernidad. Otra paradoja. Una prosa, según Alarcón, «clara, precisa, bienhumorada, irónica, escéptica y conversacional». Sin duda, el Mairena es un libro «divertido, inteligente y excepcional, que está a la altura de su mejor poesía». Que «en su forma resulta seguramente mucho más moderna», matiza Alarcón. 

Tras la edición de las Poesías completas del 36, solo queda mencionar su libro La guerra (1936-1937). Lo que vino al final ya lo sabemos: el exilio, Collioure, la muerte. 

No creo, en fin, que el profesor Alarcón Sierra haya incurrido en «herejía» por pertrechar esta nueva muestra de poemas machadianos. La selección es, como quiso, «extensa y representativa» y en ella se conjugan el criterio histórico y filológico con el gusto personal. No, no se echa en falta ninguno de sus grandes poemas; poemas de los que uno ya dijo cuanto podía (o sabía) en un encuentro sevillano sobre el poeta donde, por suerte, compartí mesa con el antólogo. «La palabra compartida (una lectura actual de Antonio Machado» titulé aquello, un texto que se publicó después en la revista Cuadernos Hispanoamericanos.

Por cierto, cabe anotar que el crítico José Luis García Martín ha publicado recientemente en la editorial Impronta una antología machadiana (que no comento porque la desconozco) bajo el título Hoy es siempre todavía.

Al leer y releer esta poesía, el lector vuelve a sentir que se encuentra ante un poeta verdadero. De los pocos destinados a vencer al tiempo.


IX

(Orillas del Duero)

Se ha asomado una cigüeña a lo alto del campanario.
Girando en torno a la torre y al caserón solitario,
ya las golondrinas chillan. Pasaron del blanco invierno,
de nevascas y ventiscas los crudos soplos de infierno.
Es una tibia mañana.
El sol calienta un poquito la pobre tierra soriana.

Pasados los verdes pinos,
casi azules, primavera
se ve brotar en los finos
chopos de la carretera
y del río. El Duero corre, terso y mudo, mansamente.
El campo parece, más que joven, adolescente.

Entre las hierbas, alguna humilde flor ha nacido,
azul o blanca. ¡Belleza del campo apenas florido,
y mística primavera!

¡Chopos del camino blanco, álamos de la ribera,
espuma de la montaña
ante la azul lejanía;
sol del día, claro día!
¡Hermosa tierra de España!

XVII

(Horizonte)

En una tarde clara y amplia como el hastío,
cuando su lanza blande el tórrido verano,
copiaban el fantasma de un grave sueño mío
mil sombras en teoría, enhiestas sobre el llano.
La gloria del ocaso era un purpúreo espejo,
era un cristal de llamas, que al infinito viejo
iba arrojando el grave soñar en la llanura…
Y yo sentí la espuela sonora de mi paso
repercutir lejana en el sangriento ocaso,
y más allá, la alegre canción de un alba pura.

XCVII

(Retrato)

Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla
y un huerto claro donde madura el limonero;
mi juventud, veinte años en tierra de Castilla;
mi historia, algunos casos que recordar no quiero.

Ni un seductor Mañara ni un Bradomín he sido
—ya conocéis mi torpe aliño indumentario—;
mas recibí la flecha que me asignó Cupido
y amé cuanto ellas pueden tener de hospitalario.

Hay en mis venas gotas de sangre jacobina,
pero mi verso brota de manantial sereno;
y, más que un hombre al uso que sabe su doctrina,
soy, en el buen sentido de la palabra, bueno.

Adoro la hermosura, y en la moderna estética
corté las viejas rosas del huerto de Ronsard;
mas no amo los afeites de la actual cosmética
ni soy un ave de esas del nuevo gay-trinar.

Desdeño las romanzas de los tenores huecos
y el coro de los grillos que cantan a la luna.
A distinguir me paro las voces de los ecos,
y escucho solamente, entre las voces, una.

¿Soy clásico o romántico? No sé. Dejar quisiera
mi verso como deja el capitán su espada:
famosa por la mano viril que la blandiera,
no por el docto oficio del forjador preciada.

Converso con el hombre que siempre va conmigo
—quien habla solo espera hablar a Dios un día—;
mi soliloquio es plática con este buen amigo
que me enseño el secreto de la filantropía.

Y al cabo, nada os debo; debéisme cuanto he escrito.
A mi trabajo acudo, con mi dinero pago
el traje que me cubre y la mansión que habito,
el pan que me alimenta y el lecho en donde yago.

Y cuando llegue el día del último viaje
y esté a partir la nave que nunca ha de tornar,
me encontraréis a bordo ligero de equipaje,
casi desnudo, como los hijos de la mar.

CXXVI

(A José María Palacio)

Palacio, buen amigo,
¿está la primavera
vistiendo ya las ramas de los chopos
del río y los caminos? En la estepa
del alto Duero, Primavera tarda,
¡pero es tan bella y dulce cuando llega!…
¿Tienen los viejos olmos
algunas hojas nuevas?
Aún las acacias estarán desnudas
y nevados los montes de las sierras.
¡Oh mole del Moncayo blanca y rosa,
allá, en el cielo de Aragón, tan bella!
¿Hay zarzas florecidas
entré las grises peñas,
y blancas margaritas
entre la fina hierba?
Por esos campanarios
ya habrán ido llegando las cigüeñas.
Habrá trigales verdes,
y mulas pardas en las sementeras,
y labriegos que siembran los tardíos
con las lluvias de abril. Ya las abejas
libarán del tomillo y el romero.
¿Hay ciruelos en flor? ¿Quedan violetas?
Furtivos cazadores, los reclamos
de la perdiz bajo las capas luengas,
no faltarán. Palacio, buen amigo,
¿tienen ya ruiseñores las riberas?
Con los primeros lirios
y las primeras rosas de las huertas,
en una tarde azul, sube al Espino,
al alto Espino donde está su tierra…

CXXXIX

(A don Francisco Giner de los Ríos)

Como se fue el maestro,
la luz de esta mañana
me dijo: Van tres días
que mi hermano Francisco no trabaja.
¿Murió?… Sólo sabemos
que se nos fue por una senda clara,
diciéndonos: Hacedme
un duelo de labores y esperanzas.
Sed buenos y no más, sed lo que he sido
entre vosotros: alma.
Vivid, la vida sigue,
los muertos mueren y las sombras pasan;
lleva quien deja y vive el que ha vivido.
¡Yunques, sonad; enmudeced, campanas!
Y hacia otra luz más pura
partió el hermanó de la luz del alba,
del sol de los talleres,
el viejo alegre de la vida santa.
… ¡Oh, sí!, llevad, amigos,
su cuerpo a la montaña,
a los azules montes
del ancho Guadarrama.
Allí hay barrancos hondos
de pinos verdes donde el viento canta.
Su corazón repose
bajo una encina casta,
en tierra de tomillos, donde juegan
mariposas doradas…
Allí el maestro un día
soñaba un nuevo florecer de España.

Baeza, 21 de febrero de 1915


A orillas del gran silencio
Antonio Machado
Calambur, 2021
250 páginas
14,50€

Álvaro Valverde (Plasencia, 1959) es autor de libros de poesía como Las aguas detenidas, Una oculta razón (Premio Loewe), A debida distancia, Ensayando círculos, Mecánica terrestre, Desde fuera, Más allá, Tánger y El cuarto del siroco (los cinco últimos en la colección Nuevos Textos Sagrados, de Tusquets) o Plasencias (De la Luna Libros). Sus poemas están incluidos en numerosas antologías y han sido traducidos a distintos idiomas. También es autor de dos novelas: Las murallas del mundo y Alguien que no existe; un libro de artículos, El lector invisible, y otro de viajes, Lejos de aquí. La editorial La Isla de Siltolá publicó, en edición de Jordi Doce, la antología Un centro fugitivo; y la Editora Regional de Extremadura, Álvaro Valverde. Poemas (1985-2015), con dibujos de Esteban Navarro.

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