Mirar al retrovisor

El derribo del pasado

Joan Santacana escribe sobre la necesidad de asumir nuestro pasado, con lo bueno y con lo malo, en lugar de constituirnos como una humanidad sin recuerdos.

/ Mirar al retrovisor / Joan Santacana Mestre /

Adolf Hitler, en su obra Mi lucha, escribió estas frases, refiriéndose a la enseñanza de la historia en Alemania:

«La ciencia tiene que servir al Estado racista como un medio hacia el fomento del orgullo nacional. Se debe enseñar desde este punto de vista no sólo la historia universal, sino toda la historia de la cultura humana. No bastará que un inventor aparezca grande únicamente como inventor, sino que debe aparecer todavía más grande como hijo de su nación. La admiración que inspira todo hecho magno debe transformarse en el orgullo de saber que el promotor de este fue un compatriota. Del innumerable conjunto de los grandes hombres que llenan la historia alemana, se impone seleccionar los más eminentes para inculcarlos en la mente de la juventud, de tal modo que esos nombres se conviertan en columnas inconmovibles del sentimiento nacional».

Los hombres, según él, no son solo grandes por lo que han hecho en la vida, sino, sobre todo, por ser alemanes, por el lugar en donde han nacido, por la raza.

Hitler, que estaba constantemente contemplando una imagen falsa de la historia de Alemania, se convenció de la superioridad de los arios sobre el resto de los pueblos. Todo lo bueno del pasado, según él, se debía a los arios: así, incluso los antiguos griegos no eran otra cosa que arios.

¿Por qué saco a colación las palabras de Hitler hoy? Pues porque sus ideas —que nunca desaparecieron— vuelven a estar de moda en determinados círculos. Y son ellos los que parece que se interesan para que no aprendamos las lecciones de la historia. No quieren asumir la parte mas vergonzosa de su pasado; rechazan aquello del pasado que no les parece correcto, que no encaja con su visión ideal.  Así, no es políticamente correcto narrar determinadas efemérides de las historias nacionales y, por ende, las suprimen. Lo verán ustedes en todos los libros de texto cuya edición responde a controles políticos; no, no quieren asumir el pasado en su totalidad; solo asumen del pasado aquello que les place.

Pero resulta difícil borrar el pasado. Podemos derribar estatuas y destruir monumentos, pero el pasado subsiste, y los grandes personajes de la historia no soportarían un examen hecho con los criterios actuales. Sócrates comparaba a las mujeres con las hembras de los perros guardianes que ayudan a los pastores a cuidar del rebaño; Platón también las consideraba inferiores a los hombres y lo mismo Aristóteles, aun cuando creía que eran superiores a los esclavos. No hablemos ya de los filósofos y pensadores medievales, dignos herederos de la misoginia clásica. Ni Voltaire se libra de la etiqueta de misógino, ya que creía que las mujeres y los hombres deberían recibir educaciones diferentes, porque ellas  estaban encaminadas a la reproducción. Rousseau opinaba de forma similar al afirmar que la educación de las mujeres debería estar siempre en función de los hombres; Hegel creía que las mujeres no eran aptas para el estudio de las ciencias; Augusto Comte creía que las mujeres eran mentalmente débiles; según Proudhon, los impulsos sexuales de las mujeres eran lo más repugnante que existe entre los animales; Schopenhauer creía que las mujeres solo son razonables bajo la ley del terror, solo son atractivas cuando son jóvenes y jamás alcanzan ser seres inteligentes. Y Freud, el padre del psicoanálisis, creía firmemente que las mujeres ¡eran hombres incompletos!

Si de la ideología sobre género pasamos a los actos brutales, Julio César podría ser considerado un genocida, ya que exterminó a pueblos enteros, incluyendo un tercio de la población de las Galias. Augusto liquidó a todos cuantos se oponían a su ascenso al poder, con una violencia extrema; Napoleón, escribe Roger Caratini, «suprimió todas las libertades públicas, censuró, encarceló, fusiló, torturó, robó, hizo la guerra a todos los pueblos de Europa, restableció la esclavitud en las Antillas, promulgó leyes racistas antijudías…». Y, sin embargo, ambos fueron venerados como héroes.

Naturalmente, si nos remontáramos al Antiguo Oriente, a Egipto o Mesopotamia, con los criterios de hoy se deberían derribar todos los templos, todas las pirámides y todos los zigurats. Tampoco se librarían de esta acción destructiva los grandes conjuntos ceremoniales de las culturas indígenas de América, ya que se cimentaron con la sangre de miles de desgraciados. ¡Pero este es también nuestro pasado! Nadie soportaría las opiniones de su bisabuelo sobre la condición de la mujer; nadie podría estar conforme con sus antepasados sobre la necesidad de la tortura para obtener confesiones de los reos; nadie soportaría el hedor de los antepasados que consideraban que el agua era mala para la salud y, por lo tanto, no se lavaban casi nunca. Por ello, no podemos ponernos en la piel de nuestros antepasados; querer olvidar todo esto es una autentica estupidez. Esta es nuestra herencia, jalonada de actos heroicos y de actitudes criminales. No podemos prescindir de la memoria del pasado, eligiendo, como Hitler, lo que nos gusta y lo que no. No asumir el pasado es propio de gente inmadura, de mentes enfermas, que ante la falta de razonamiento crítico, prefieren ignorar o, lo que es peor, falsificar el pasado. Podemos ignorar o falsificar el pasado, pero sobre ignorancia y falsificación, ¿qué futuro construiremos?

Si no asumimos nuestro pasado, con lo bueno y lo malo, nos podemos dedicar a derribar estatuas y, por supuesto, abatiremos las de César, Augusto, Colón, Voltaire, Rousseau o quemaremos las obras de Platón, Aristóteles, Sócrates, Comte, Proudhon o Freud. Incluso arrasaremos las pirámides y aplaudiremos a los radicales islámicos que asolaron la bella Palmira de Zenobia, pero entonces seremos inmensamente pobres, una humanidad sin recuerdos, sin pasado, sin memoria: es decir, enferma.


Joan Santacana Mestre (Calafell, 1948) es arqueólogo, especialista en museografía y patrimonio y una referencia fundamental en el campo de la museografía didáctica e interactiva. Fue miembro fundador del grupo Historia 13-16 de investigación sobre didáctica de la historia, y su obra científica y divulgativa comprende más de seiscientas publicaciones. Entre sus trabajos como arqueólogo destacan los llevados a cabo en el yacimiento fenicio de Aldovesta y la ciudadela ibérica y el castillo de la Santa Cruz de Calafell. En el campo de la museología, es responsable de numerosos proyectos de intervención a museos, centros de interpretación, conjuntos patrimoniales y yacimientos arqueológicos. Entre ellos destaca el proyecto museológico del Museo de Historia de Cataluña, que fue considerado un ejemplo paradigmático de museología didáctica.

1 comment on “El derribo del pasado

  1. Silviki

    Siempre un placer leer sabis reflexiones.

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