/ por Pablo Batalla Cueto /
Martes, 3/8/2021. Cuenta Sánchez Ron en El Cultural esto que leo compartido por Miguel Barrero, y que, como a él, me parece sublime. En una sesión de la RAE, tocó revisar la entrada pie del diccionario,
«y al leer una de las acepciones —relata Sánchez Ron—, que decía, más o menos (cito de memoria), “Extremidad inferior del hombre…”, yo dije: “Podríamos poner ‘Extremidad inferior de los humanos’, o algo así”. Entonces otro de los miembros de la comisión, un sabio absoluto en su campo, exclamó: “Pero hombre quiere decir también mujer”. Y buscando confirmación, añadió: “¿No es verdad, Fernando?”. A lo que el bueno de Fernán Gómez respondió: “Sí, es verdad. Me lo explicaron de pequeño, pero nunca lo entendí”».
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Estampas del capitalismo tardío. El antiguo y fallido circuito urbano de Formula 1 de Valencia, que costó más de cien millones de euros a las arcas públicas y solo estuvo en uso durante cuatro años, se ha llenado de chabolas.
Miércoles, 4/8/2021. El País publica una entrevista a Silvio Rodríguez sobre las protestas en Cuba que me ha gustado mucho. Sus respuestas son impecables en contenido y forma: crítico con lo que hay que ser crítico, defensor de lo que hay que defender, valiente cuando toca, prudente cuando procede y enormemente elegante. Esta, en su sencillez, incluso en su poca de naïveté, me ha gustado particularmente:
«Todas las generaciones traen algo propio: lenguajes, reivindicaciones; todas las generaciones traen su dosis de continuidad y también de ruptura. Es su necesidad de plantar huella; es un impulso natural y, en ocasiones, es lo revolucionario que nos sacude y nos impele hacia delante. Estoy completamente a favor de dialogar. ¿No dialogamos con la superpotencia que nos maltrata de hecho y de palabra? ¿Por qué sería difícil dialogar con una parte de nosotros mismos? Debemos escuchar todas las voces, y mucho más las propias».
Jueves, 5/8/2021. En un mirador de Nápoles, leo, las barandillas llevan inscripciones en braille que describen el paisaje para los ciegos. No será el caso, pero me las imagino diciendo estos versos de Rubén Darío: «Nápoles deja a la abeja de oro/ hacer su miel/ en su fiesta de azul».
Viernes, 6/8/2021. He empezado a leer En deuda, de David Graeber. Leo allá una cosa hermosa. La primera palabra registrada con el significado de «libertad» es la sumeria amargi y significa «regreso a la madre»: estaba vinculada a las declaraciones de libertad que anulaban deudas, devolvían tierras a sus propietarios originales y permitían a personas que habían tenido que huir a la periferia salvaje del reino, perseguidas por sus acreedores, hacer exactamente eso: regresar con sus madres.
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Graeber cuenta en En deuda que su madre, una judía nacida en Polonia, le contaba esta historia:
«Había una pequeña aldea situada en la frontera entre Rusia y Polonia; nadie estaba muy seguro de a quién pertenecía. Un día se firmó un tratado especial y llegaron unos inspectores para trazar la frontera. En cuanto pusieron todo su material sobre una colina, algunos aldeanos se acercaron a ellos.
—Así que, ¿dónde estamos, en Rusia o en Polonia?
—De acuerdo a nuestros cálculos, su aldea comienza exactamente a treinta y siete metros dentro del territorio polaco.
Los aldeanos se pusieron de inmediato a bailar y dar brincos de alegría.
—Pero ¿por qué? —preguntaron los topógrafos—. ¿Qué diferencia hay?
—¿No sabe lo que esto significa? —les respondieron—. ¡Significa que ya no tendremos que soportar nunca más uno de aquellos terribles inviernos rusos!».
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Subrayo otro pasaje de En deuda, ilustrativo acerca de lo contingentes que llegan a ser aquellas convenciones sociales que creemos universales. Freuchen contaba que un día, tras regresar, hambriento, de una infructuosa expedición de caza de morsas, un cazador que sí había tenido éxito le dio varios kilos de carne. Él se lo agradeció profusamente, pero el hombre, indignado, objetó: «”¡En nuestro país somos humanos!”, dijo el cazador. “Y como somos humanos nos ayudamos. No nos gusta que nos den las gracias por eso. Lo que hoy consigo yo puede que mañana lo obtengas tú. Por aquí decimos que con los regalos se hacen esclavos, y con los látigos, perros».
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Más de En deuda. Una historia tradicional turca acerca del sufí y místico medieval Nasrudín Hodja:
«Un día en que Nasrudín quedó a cargo de la tetería local, el rey y parte de su séquito, que habían estado cazando cerca, se detuvieron y entraron a desayunar.
“¿Tienes huevos de codorniz”, preguntó el rey.
“Seguramente puedo encontrar algunos”, respondió Nasrudín.
El rey pidió una tortilla de una docena de huevos, y Nasrudín corrió a buscarlos. Una vez el rey y su séquito hubieron comido, les pasó una factura de cien monedas de oro.
El rey se quedó atónito. “¿Tan raros son los huevos de codorniz en esta región?”, preguntó.
“Los huevos de codorniz no son tan raros por aquí”, respondió Nasrudín. “Pero las visitas de los reyes, sí”».
La historia me recuerda a algo que leí hace poco. Reima Kuisla, un empresario finlandés, fue multado en 2015 con 54.000 euros por conducir a 100 kilómetros por hora en una zona de 80. Anssi Vanjoki, un ejecutivo de Nokia, lo fue a su vez con 100.000 por ir a 45 en una zona 30. En Finlandia, bendita socialdemocracia nórdica, el monto de las multas va vinculado al poder adquisitivo del infractor.
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Se contaba en el Imperio romano, leo también en En deuda, que un inventor presentó con gran fanfarria un cuenco de vidrio irrompible al emperador Tiberio. Para probarlo, dejó caer al suelo el cuenco, que apenas se abolló; lo recogió y, presionando, le devolvió su forma primitiva. Tiberio le preguntó si había mostrado a alguien más su invento y, cuando el inventor le respondió que no, ordenó que lo ejecutaran inmediatamente. Si se extendiera la noticia de que se había creado un vidrio irrompible, su tesoro de oro y plata pronto no valdría nada.
Sábado, 7/8/2021. Leído por ahí: «Un librepensador suele ser simplemente alguien demasiado estúpido para saber de dónde provienen sus ideas».
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Sigo con En deuda. Subrayo esta historia del reino de Bunyoro, en África Oriental:
«Una vez un hombre se mudó a una nueva aldea. Quería saber cómo eran sus vecinos, así que en medio de la noche simuló dar una paliza a su mujer, para ver si sus vecinos acudían y le reprendían. Pero en realidad no la golpeó: golpeaba una piel de cabra, mientras su mujer lloraba y gritaba que la iba a matar. Nadie acudió, y al día siguiente el marido y la mujer empacaron sus pertenencias y abandonaron esa aldea, en busca de otro lugar en el que vivir».
«Ningún hombre ni mujer razonable», comenta Graeber, «querría vivir en un lugar en que los vecinos no cuidaran unos de otros».
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Más Graeber:
«Todas las sociedades basadas en la esclavitud tienden a verse marcadas por esta angustiosa doble conciencia: saber que lo más alto a lo que uno puede aspirar es, en definitiva, erróneo; pero al mismo tiempo, el sentimiento de que se trata de la propia naturaleza de la realidad. Esto puede ayudar a explicar por qué a lo largo de la mayor parte de la historia, cuando los esclavos se han rebelado contra sus amos, rara vez se rebelaron contra la mismísima esclavitud. Pero el reverso de esta situación es que los propios propietarios de esclavos parecían sentir que había algo fundamentalmente perverso o antinatural en esta situación. A los estudiantes de primer año de Derecho Romano se les hacía memorizar la siguiente definición:
ESCLAVITUD
institución de acuerdo al derecho de las naciones por la que una persona acaba dentro de los derechos de propiedad de otra, de manera contraria a naturaleza.
Como mínimo siempre se percibió algo sucio y vergonzoso en la esclavitud. Cualquiera que estuviera demasiado cerca de ella se veía manchado. Se tildaba a los comerciantes de esclavos, especialmente, de brutos inhumanos. A lo largo de la historia rara vez nadie se toma en serio las justificaciones morales de la esclavitud; ni siquiera quienes la abrazan. La humanidad parece haber considerado la esclavitud, a lo largo de la historia, de la misma manera que la guerra: un asunto escabroso, está claro, pero que habría que ser muy ingenuo para pensar en que se pueda eliminar».
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Sigo con Graeber. Leo que, en la Antigüedad, el velo femenino fue habitual en Asiria, pero nunca se adoptó de manera generalizada en Oriente Medio, y sí en Grecia. Las atenienses debían llevar velo cuando se exhibían en público.
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A veces nuestros mayores plantan en nosotros semillas de personalidad, de carácter, de raciocinio, que no germinan al momento, cuando incluso las rechazamos vivamente, sino años, lustros, décadas más tarde, quizás cuando ellos ya han muerto. Quisiéramos, entonces, correr hacia ellos, agarrarlos de la mano y llevarlos ante el árbol frondoso que ha crecido allá donde lo plantaron, darles la razón y las gracias, abrazarlos bajo sus ramas. No podemos hacerlo, y esa imposibilidad nos lacera el alma. Pero entonces nos damos cuenta de que sí que podemos de algún modo, y de algún modo lo hacemos; de que un torso y unos brazos fantasmáticos rodean, de hecho, nuestro cuerpo, lo aprietan y lo protegen.
Domingo, 8/8/2021. Le leo esta historia a David Rivas en Facebook:
«Una familia pobre tenía un caballo, ya viejo pero que aún tenía fuerza suficiente para trabajar y ayudar al sostenimiento de la casa. Un día el caballo se cayó a un pozo y sólo era posible sacarlo pagando a un hombre que tenía una estructura articulada con un juego de poleas. Pero el precio era demasiado elevado para los posibles de la familia. Entonces, para evitar que el caballo muriera de sed y hambre, decidieron echarle paladas de tierra encima para que, enterrado, su muerte fuera más rápida. Pero el caballo, lejos de rendirse, levantaba las manos a cada palada que caía, tiraba hacia abajo la tierra y saltaba sobre ella con las patas. Así, palada a palada y salto a salto, iba subiendo conforme iba habiendo tierra y más tierra. Al final, logró salir a la superficie».
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Leo en Memoria de la revolución, de Edgar Straehle, que se cuenta que, después de que la Revolución de Octubre hubiera aguantado más de 72 días y con ello hubiera superado la duración de la Comuna de París, Lenin salió a danzar en medio de la nieve y festejar tamaña gesta frente al Palacio de Invierno. Como escribe Edgar, «en ese momento los bolcheviques estaban lejos de vencer a sus numerosos enemigos, tanto internos como externos, pero la alegría estaría justificada porque por lo menos habría logrado entrar en la historia y en la memoria revolucionaria como el nuevo referente a seguir».
Leo también esta cita de Bensaïd y Weber, muy ilustrativa del tema que vertebra el libro de mi apreciado Edgar: la relación, mucho más compleja de lo que tiende a creerse, entre revolución, tradición y memoria.
«[…] la idea de las barricadas fue [en mayo del 68] una de esas ocurrencias geniales que abundan en las masas en tiempos de revolución. Repitamos que militarmente no valían gran cosa […]. Eran unas barricadas sin pies ni cabeza. Atravesaban varias veces de lado a lado una misma calle y dificultaban la movilidad de los manifestantes. Una de ellas incluso obstruía un callejón sin salida.
Pero políticamente era una idea magnífica. Para el proletariado francés, la barricada es un símbolo lleno de reminiscencias, y resucita todo un pasado de pelea sin desfallecimiento, que llena de nostalgia a los obreros. Evoca los espectros de 1848 y de la Comuna, el mito de la huelga general insurreccional y de la acción directa, todas las hazañas de la clase obrera francesa, hondamente afincadas en su conciencia colectiva, y extrañamente vivas en su recuerdo».
Antes, he subrayado con entusiasmo esta otra cita de Hannah Arendt; uno de esos pasajes que, en cuanto uno los lee, sabe que va a citar con recurrencia en sus propios textos:
«Al igual que un pescador de perlas que desciende hasta el fondo del mar, no para excavar el fondo y llevarlo a la luz sino para descubrir lo rico y lo extraño, las perlas y el coral de las profundidades y llevarlos a la superficie, este pensamiento sondea en las profundidades del pasado, pero no para resucitarlo en la forma que era y contribuir a la renovación de épocas extintas. Lo que guía este pensamiento es la convicción de que aunque lo vivo esté sujeto a la ruina del tiempo, el proceso de decadencia es al mismo tiempo un proceso de cristalización, que en las profundidades del mar, donde se hunde y se disuelve aquello que una vez tuvo vida, algunas cosas “sufren una transformación marina” y sobreviven en nuevas formas y figuras cristalizadas que permanecen inmunes a los elementos, como si sólo esperaran al pescador de perlas que un día vendrá y las llevará al mundo de los vivos, como “fragmentos de pensamiento”, como algo “rico y extraño” y tal vez también como perennes Urphänomene».
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No estoy seguro de qué pensar de esta frase de Audre Lorde, que también leo citada en Memoria de la revolución: «Las herramientas del amo nunca desmontan la casa del amo». ¿Hay verdaderamente herramientas del amo y herramientas del esclavo? ¿O las herramientas son las que son y se trata de apropiárselas y volverlas contra el amo? Me acuerdo de las huelguistas de camiserías Ike, que llevaban sus agujas de coser a las manifestaciones para pinchar a los antidisturbios cuando cargasen contra ellas.
Lunes, 9/8/2021. A lo largo de la mañana, dos estampas disímiles pero que resumen complementariamente los tiempos que corren. La primera: Spotify me anuncia un nuevo condón con el que uno puede enfundarse el Viejo Capitán en cualquier dirección, de tal manera de no correr el riesgo de empezar a colocárselo mal, tener que darle la vuelta y perder valiosos segundos en meterse en faena. La segunda: una familiar octogenaria nos cuenta que, en el banco, el otro día, discutió acaloradamente con una empleada. Quería hacer un trámite en ventanilla y esta empleada le indicaba que debía hacerlo en el cajero o por Internet. «¿Tú crees que yo tengo edad de aprender a usar Internet?», le replica. «Pero tendrá hijos que le ayuden», le dice entonces la bancaria. Responde: «¿Y si no quiero que mis hijos vean mis cuentas?».
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Leo que un pueblo de Cádiz, Algar, aspira que se declare Patrimonio Inmaterial de la Humanidad la costumbre de sacar las sillas a la calle cuando cae el sol. Que me perdonen los algareños, pero me parece que esto de declarar o pretender declarar cosas Patrimonio de la Humanidad está alcanzando extremos un poco disparatados.
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Leo en En deuda que, en Megara, una facción radical se hizo en un momento dado con el poder y no solo declaró ilegales los préstamos con intereses, sino que lo hizo retroactivamente, obligando a los acreedores a devolver todos los intereses recaudados en el pasado. Espectros del pasado a convocar.

Pablo Batalla Cueto (Gijón, 1987) es licenciado en historia y máster en gestión del patrimonio histórico-artístico por la Universidad de Salamanca, pero ha venido desempeñándose como periodista y corrector de estilo. Ha sido o es colaborador de los periódicos y revistas Asturias24, La Voz de Asturias, Atlántica XXII, Neville, Crítica.cl, La Soga, Nortes y LaU; dirige desde 2013 A Quemarropa, periódico oficial de la Semana Negra de Gijón, y desde 2018 es coordinador de EL CUADERNO. Ha publicado los libros Si cantara el gallo rojo: biografía social de Jesús Montes Estrada, ‘Churruca’ (2017) y La virtud en la montaña: vindicación de un alpinismo lento, ilustrado y anticapitalista (2019).
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